THE OBJECTIVE
El Purgatorio

Rebeca Argudo: «Irene Montero o Yolanda Díaz me dan más miedo que Abascal»

La escritora y periodista visita El purgatorio: «Rechazo que todos los hombres sean culpables porque no quiero ser víctima»

Le cuesta definirse como periodista, ella prefiere decir que escribe cositas, habla con gente, opina de las pelis de Almodóvar, pero no se siente del gremio. Quizá por eso, ese punto de vista esquinado sobre la vida, desde dentro de este mundillo, pero con el ojo avizor, consigue Rebeca Argudo una mirada prístina. Algo suyo, algo libérrimo. Se nota cuando hablas con una persona que no ha venido al periodismo a hacer amigos, a que les inviten a cócteles donde hacerle la pelota al literato de turno, ni a lanzar lisonjas al gobernante amigo, que oye, nunca se sabe, igual luego cae un regalito.

PREGUNTA.- Siempre corre uno el peligro de decepcionar.

RESPUESTA.- No es que corramos el peligro, es que estamos obligados a decepcionar. Yo procuro decepcionar, y además lo aviso. Siempre estoy a dos columnas de decepcionar. Pero creo que es algo común a todos los que nos dedicamos a opinar. Es algo constante, porque es muy fácil que alguien que lee lo que tú has dicho —y como es nuestro oficio—, de repente, encuentre pensamientos que ya estaban en su cabeza, pero que quizás no había concretado o formulado.

Y de repente, los lee bien escritos, porque, bueno, se nos da bien escribir; es a lo que nos dedicamos. Entonces, esa persona dice: «Ostras, esto es justo lo que yo pensaba, pero bien dicho». Y piensa: «Ah, pues estoy de acuerdo». En la segunda columna, piensa: «Bien, sigo estando de acuerdo». En la tercera, dice: «Es de los míos». Y entonces, en la cuarta, cuando de repente resulta que no estás de acuerdo, piensa: «¡Cómo me has decepcionado!». Pues yo creo que estamos todos obligados a decepcionar en algún momento.

P.- ¿Rebeca Argudo está de acuerdo consigo misma habitualmente?

R.- Habitualmente sí, pero estoy en constante revisión. Intento estarlo. No quiero caer en eso cursi de «cabalgar contradicciones». Intento revisar mis opiniones: si pienso esto aquí, debería ser más honesta; si esto no me molesta en un caso, ¿por qué me molesta en otro?

Me esfuerzo en detectar esos sesgos que vemos tan fácil en los demás y que nos cuesta ver en nosotros mismos. Creo que tenemos la obligación de revisarnos. Pero convencerme a mí es fácil: en todas las discusiones parto pensando que el otro está más informado, sabe más, controla más y me va a dar el argumento definitivo que me hará cambiar de opinión.

P.- Nacho Vigalondo dijo aquí en El purgatorio: «Soy carne de secta, dame un plan, una idea, y yo la compro».

R.- Me encantaría, porque parece fácil. A mí me pasa al revés: soy discutidora, preguntona. Cuando todos están de acuerdo en algo, me saltan las alarmas: «¡Qué sospechoso! Aquí pasa algo». Sí, pero incluso en eso tan estúpido de «los míos, los tuyos»… Es horroroso, pero a veces caemos en eso para explicarnos. Incluso entre «los míos», si todos están de acuerdo sin fisuras, ese bloque me asusta. Digo: «Aquí hay algo raro». Necesito buscar, entender, ir más allá, encontrar el fallo. Al revés que carne de secta: me encantaría porque debe ser cercano a la felicidad absoluta abandonarte y decir: «Pensad por mí».

P.- Recuerdo cuando fui una vez a una tertulia, me llamaron pocas veces, pero fui. En un rifirrafe me dijeron: «Es que los tuyos…»  Y pensé: «¿Quiénes son ‘los míos’? ¿Los que miden más de 1,80? ¿Los de Granada con cejas gruesas? ¿Quiénes son?»

R.- Es que hemos exagerado tanto lo identitario… Fíjate, hemos ido tanto a igualar, que era lo que nos vendían, y luego al detalle de lo identitario, que al final cada uno podría formar su propio grupo identitario reclamando tus derechos. Cada uno de nosotros podría serlo y acabaríamos cargándonos todo. Y aquí en España mientras te reclaman tolerancia, pluralidad y no sé qué, se quejan de robos históricos, apropiacionismo… Tienen una palabra para cada cosa, y muchas veces se contradicen. Por eso inventaron lo de «cabalgar contradicciones»: para no dar explicaciones.

P.- Luego hemos visto los que andan con la matraca de la España plural y diversa, pero sale Ione Belarra, en una comparecencia de Rajoy en el Congreso, diciendo que los gallegos no son graciosos. Compramos el cliché, Argudo, usted es española, ¿no?

R.- Española sí, porque nací aquí y mi DNI lo dice. Pero me cuesta lo que decía antes: no podría pertenecer a una secta ni a un colectivo. No tengo sentido corporativista. Si me preguntas a qué me dedico, diría: «Escribo cosas, junto letras, cuento cositas». Ni siquiera bajo el epígrafe de periodista, columnista o señora que escribe en un periódico me siento identificada.

P.- Escribiendo, hablando, viviendo, tiendes al humor de forma natural… ¿Qué te cabrea?

R.- Me enfadan muchas cosas, aunque los enfados me duran poco. En el trabajo, por ejemplo, antes estaba en otro periódico y mi jefe siempre me mandaba a cubrir cosas que sabía que no me iban a gustar. En cultura, me encargaba películas que iba a detestar. Me ponía indignada a teclear, y a él le encantaba que escribiera enfadada. Como la última de James Bond. ¿Cómo me va a gustar un James Bond enamorado que quiere formar una familia, paseando con un oso de peluche en la cintura? Ese no es mi James Bond. El director no se ha leído las novelas. Ni siquiera las mujeres eran las más guapas de la saga.

P.- Bueno, Ana de Armas es muy guapa.

R.- Sí, pero la sacaban poco. La otra, la prota, la que se iba a casar con él, podía ser tu vecina guapa, pero no la protagonista de James Bond. Voy a meterme en otro charco, quiero una tía buenorra, espectacular. Cuando voy al cine, quiero que los protas sean guapísimos. Quiero enamorarme, evadirme, que me engañen, que me mientan. Esta moda de la gente normal en películas y series me saca de quicio.

Gente normal ya soy yo, mis amigos, mi realidad cotidiana.: Realidades cotidianas no, por favor, eso lo tengo 24/7. Si voy al cine, quiero enamorarme del protagonista, odiar a la tía de la que se enamora porque tiene piernas larguísimas y un pelo perfecto al despertar. Yo me levanto después de un revolcón y no tengo el pelo en su sitio, pero ellas sí. Eso quiero: que me mientan, que me idealicen, que me saquen de mi normalidad.

P.- ¿Vio la última de Almodóvar, La habitación de al lado?

R.- No me pierdo ninguna de Almodóvar, aunque quiera. Esta no me gustó y la anterior menos aún. Y luego voy al cine a ver sus pelis y me encuentro con señoras mayores, el público de Almodóvar se ha convertido en señoras mayores que salen encantadas porque se sienten tolerantes. Agenda 2030 en vena y súper felices.

P.- ¿Cree que hay un declive en el talento más que demostrado de Almodóvar?

R.- Más que declive, ha entrado en una deriva comercial, vendiéndose a la agenda de buenas causas. Obviamente estoy a favor de que no haya racismo, de que no maten transexuales ni apaleen mujeres. ¿Quién no? Son causas justas. Pero estoy en contra de la exageración, los métodos y la instrumentalización de esas causas para fines concretos. Almodóvar se ha vendido a eso. Un saludo, Pedro.

«El público de Almodóvar ya son señoras mayores que salen encantadas porque se sienten tolerantes»

P.- ¿Le jode la bondad? ¿Que la gente quiera mostrar lo bondadosa que es?

R.- Me jode la exhibición moral. «Soy bueno y quiero que se vea». Hago de esto mi bandera sin mover un dedo. La empatía cacareada se ha convertido en un fin, no en una herramienta. La empatía está bien sentirla, entender el sufrimiento ajeno y actuar. Pero ahora es: «Siento empatía, lo pongo en Twitter, me dan likes, me siento bien y me quedo tranquila». Esa empatía que solo te hace sentir mejor contigo misma me da rabia.

Entonces, esa empatía que sirve para que tú te sientas mejor, para que el carné de buena persona lo tengas ahí y recibas el aplauso, aunque sea un aplauso totalmente ficticio de las redes, que todos sabemos que las redes no tiene luego un reflejo en la vida real. Pero hay gente que vive de esa satisfacción y se siente muy bien. Entonces a mí ese tipo de empatía me da mucha rabia y creo que no es realmente empatía. La empatía pierde su sentido cuando solo sirve para que tú te sientas muy bien contigo mismo.

P.- Perdón por volver un momento al cine, ¿ha podido ver Anora, la peli triunfadora de los Oscars?

R.- Los Oscar y los Goya me sirven como el Premio Planeta: para saber qué no ver ni leer. Es mi catálogo inverso. Sí escribo de la gala todos los años porque me enfado.

P.- Le pregunté antes por el cabreo, ¿qué le da miedo? Leí hace poco que Ione Belarra le daba miedo.

R.- Ione Belarra me da mucho miedo, me da mucho miedo que esa señora tenga mando en plaza. Me da mucho miedo Irene Montero que ha hecho leyes y hemos visto las consecuencias que han tenido en la sociedad. Me da un miedo tonto alguien con poder.

P.- ¿Le da más miedo Irene Montero que Santiago Abascal?

R.- Me da más miedo, sí. Me da más miedo Ione Montero, es un mix, la mezcla de ambas, que Santiago Abascal. Incluso puedo incluir a Yolanda Díaz en el mix.

Argudo durante la entrevista en El purgatorio – Foto: Víctor Ubiña

P.- Decía que Ione Belarra le daba miedo por lo que dijo tras el asesinato cometido por Luigi Mangione.

R.- Ella justificó el asesinato de un ejecutivo de una aseguradora médica diciendo que él había «asesinado a más personas» por esas políticas sanitarias en EEUU. Justificar la violencia o un asesinato por una ideología, sea la causa que sea, me parece terrorífico. Que alguien con poder pueda pensar así me da miedo.

P.- Siempre preguntamos en El purgatorio, Rebeca, por la relación con la de fe de los invitados… ¿Cuál es su relación?

R.- Soy atea, no agnóstica, y me lo dicen mucho: «¿No eres agnóstica?». No, atea. Pero soy creyente por persona interpuesta: gente que quiero mucho tiene fe, y como creo en ellos, a través de ellos creo. Me gustaría creer, me facilitaría las cosas.

P.- Estuvo en el 8-M de este 2025.

R.- Sí, estuve en las dos. La de las 12 de la mañana y la de las 18. El feminismo en España está fragmentado. El año pasado coincidieron y corrí de una a otra por la Castellana. Este año, por suerte, las separaron.

P.- Una era sin Carmen Calvo y otra con Carmen Calvo, ¿esa es la diferencia?

R.- Sí, pero en las dos estaba Ana Redondo, la ministra de Schrödinger. La de las 12 era trans incluyente; la de la tarde, abolicionista y contra la ley trans. Por la mañana pedían derechos laborales para trabajadoras sexuales, estaban los trans por Palestina, México y contra los feminicidios… Un batiburrillo de todo.

P.- ¿Cuántos años llevas cubriendo las manifestaciones del 8-M?

R.- Desde 2018, con el boom del caso de La Manada. Marcó un antes y un después en el feminismo en España. Fue una eclosión, un resurgimiento mediático. Desde entonces, no me pierdo ninguna.

P.- ¿Y ha notado mucho cambio?

R.- Sí, este año eran cuatro gatos. La lluvia lo romantizó y les dio una excusa, pero habría sido un pinchazo igual. No me gusta hablar de la gente, pero nos han dado mucha turra y estamos ya muy cansados. Luego, los escándalos sexuales de la izquierda y extrema izquierda no ayudan.

No les ayuda porque esos hombres están haciendo lo contrario. Que oye, que ser hipócrita yo creo que no es un delito, pero sí que tenemos derecho a poder señalarlo y criticarlo. Y luego las dejan muy mal lugar a ellas, que han cubierto a según qué hombres, dependiendo de su ideología y porque a ellas les convenía.

Entonces, aparte de todo ese agotamiento de que nos hayan intentado evangelizar, de que se hayan querido meter a legislar incluso en nuestra cama, pues no ayuda mucho que encima luego veamos que ellos hacían otras cosas que parece ser que estaban muy mal. Es que ellos han hecho de algo nuclear esa ideología. Entonces, claro, de repente es como absurdo. Que tú hayas sustentado sobre eso toda tu carrera política. Nos haya convencido a todos de que eso era fundamental en esta sociedad. Y ahora, de pronto esto.

P. ¿En algún momento le ha llegado a dar lástima o pena Íñigo Errejón?

R.- Me parece fatal lo que le han hecho y lo he dicho desde el principio, pero porque yo llevo desde hace mucho tiempo diciendo que estoy en contra de esta cultura de la cancelación, que dicen que algunos dicen que no existe. Me da igual si no quieres llamarlo cultura de la cancelación, que yo es un nombre que detesto, llámalo de otra manera.

Pero sí que hay una aspiración de que haya una justicia paralela para aquello que no es denunciable, condenable o que no conlleva un castigo ni una represalia, pues ellos lo que plantean es que haya una justicia paralela y que los que se encargan de administrarla sean ellos. Entonces, a mí eso me parece mal cuando se lo hicieron a Plácido Domingo, me parece mal cuando se lo hicieron a David Suárez y me parece muy mal cuando se lo hacen a Íñigo Errejón.

Lo que pasa es que sí que reconozco que siento una especie de placer culpable de ver a alguien que ha celebrado mucho que eso ocurra, viendo que el monstruo que ha alimentado le está devorando ahora él por los tobillos.

«Cuando alguna mujer grita ‘nos están matando’, oye, que a mí no me han matado»

P.- ¿Usted es feminista?

R.- Si feminismo es el feminismo hegemónico hoy en día, el de Irene Montero, este feminismo que revanchista, que tiene en el hombre al enemigo. Y este tipo de feminismo gritón, esquizofrénico, que se queda en la superficie en lugar de ir a atajar problemas reales, que hiperboliza algunos y que lo instrumentaliza. Si es así, yo no soy feminista. No, porque yo creo en un feminismo que sería el de una igualdad radical entre hombres y mujeres como ciudadanos de derecho, no creo en ninguna diferencia.

Entonces, claro, estoy en contra, por ejemplo, de las leyes, que eso también me separa del feminismo clásico, porque yo estaría en contra de toda ley que tiene su base figurativa en el sexo, no le encuentro sentido. Entonces, como no tengo amparo en ninguno de esos feminismos, pues supongo que no soy feminista porque soy otra cosa.

P.- Ya no es solo el de Irene Montero, porque tampoco entra dentro del de Carmen Calvo.

R.- Bueno, pero Carmen Calvo dijo que el feminismo no era para todas, «no bonita», así que le hago caso: si no es para todas, no es para mí.

P.- ¿Hay mucha distancia entre lo que es el relato oficial, mediático, del feminismo, y lo que mucha gente puede llegar a pensar en la calle?

R.- Yo creo que nos lo han vendido muy bien. Han sabido instrumentalizar pulsiones muy primarias, muy animales, de la sociedad. Y claro, cuando tú eres capaz de hacer eso… Ellos ya lo hicieron con el 15-M. Y con «ellos» me refiero a la extrema izquierda. Llámalo Sumar, llámalo Podemos, llámalo como quieras, todas las variantes posibles. Pero supieron instrumentalizarlo muy bien, supieron aprovechar el momento y arrancar con eso, haciendo que pareciera que ellos encabezaban el movimiento.

Ellos no llevaban la palabra «feminismo» en su discurso inicial. Por ejemplo, en el primer programa de Podemos para las europeas, el feminismo no aparecía ni una sola vez. Sin embargo, luego llegó lo de la manada, ese caso del que hablábamos el 8 de marzo, que desbordó todas las expectativas. Y automáticamente, Podemos no solo lo incorpora, sino que el término «feminismo» aparece un montón de veces. Incluso cambian de nombre para llamarse «Unidas Podemos», y el feminismo se convierte en algo nuclear en su discurso.

Rebeca Argudo posa en la sede de THE OBJECTIVE – Foto: Víctor Ubiña

P.- Cuando salieron Ramón Espinar, Íñigo Errejón y Pablo Iglesias para decir que se cambiaban el nombre a Unidas Podemos, ese fue el momento.

R.- A mí me encantó el momento de Pablo Iglesias cogiéndose la baja por paternidad y luego, en cuanto regreso, con aquel VuÉlve, eso fue preciosidad.

P.- Entiendo que hay mucha gente cansada del dedo aleccionador desde esos partidos. Del «esto bien, esto mal».

R.- Y, sobre todo, es que ninguno de nosotros vive separado. Quiero decir, cuando dices que «todos los hombres son violadores», lo que estás diciendo es que mi padre es violador, que mis mejores amigos son violadores, que mis compañeros, con los que estoy todo el día, son violadores.

Eso por un lado universaliza la culpa, y eso significa diluirla. Quiero decir, sí hay monstruos. Claro que hay monstruos. Claro que hay hombres que maltratan. Lo vemos constantemente. Pero no son todos los hombres. Y diluir la culpa no hace ningún favor a la causa. Al contrario, la perjudica.

«Pablo Iglesias, que tiene unas pocas consignas aprendidas, es bastante menos listo de lo que él cree»

Pero es que, además, cuando dices «nos matan», yo pienso: «Oye, que a mí no me han matado. Que los hombres de mi vida me han tratado muy bien. Que tengo grandes amigos, he tenido grandes parejas, mi padre, mi abuelo… Quiero decir, estoy rodeada de hombres maravillosos». Entonces, yo no quiero que señalen a los hombres de mi vida como culpables directamente.

Y, yendo un poco más allá y siendo un poco más egoísta, yo no quiero que ellos sean culpables porque no quiero ser víctima. No quiero que los señalen como culpables de serie, porque eso me convierte a mí en víctima por defecto. Y si me señalas como víctima, me inhabilitas, me tachas de incapaz, de mermada. No tengo mérito, porque todo me pasa a mí. Además, ser víctima es una mierda, porque ni siquiera tiene mérito. A ti, víctima, te hace otro, te hace el victimario. Entonces, yo no quiero que me conviertan en eso.

P.- Otra de sus asuntos es la batalla cultural, esto que se ha denominado el movimiento woke. No si estamos viendo la agonía del movimiento, porque además con la llegada de Trump al poder, ha habido varias empresas tecnológicas de entretenimiento, como Disney que han moldeado algunos aspectos de su política interna.

R.- Bueno, pero es que los modificaron antes para adaptarse al anterior movimiento. Quiero decir, es natural. De las grandes empresas lo que no podemos esperar es que no quieran rentabilizar económicamente, porque al final es su trabajo. Ahora se adaptan a la siguiente tendencia. No lo veo tan escandaloso. O, en todo caso, me escandaliza tanto como cuando se adaptaron a las políticas de igualdad en la anterior legislatura.

P.- ¿Pero considera que hay un pendulazo?

R.- Odio la palabra péndulo. Creo que es un peligro, y lo llevábamos avisando desde hace mucho tiempo. La batalla cultural hay que darla, porque es así. Pero primero, la batalla cultural no se acaba. No es que no se acabe nunca, es que viene de mucho más atrás. No es algo que empiece ahora con la «batalla cultural». Al fin y al cabo, no es más que el viejo debate de las ideas. Siempre hay ideas enfrentadas, y siempre hay que ponerlas sobre la mesa y hablar de ellas.

Lo que pasa es que, con el nuevo paradigma tecnológico, la barra de bar se ha ampliado. El grito entre dos personas ahora es mucho más expuesto. Pero la batalla cultural viene de antes y seguirá después de Trump.

Entonces, sí creo que hay signos inequívocos de cierta agonía de lo «woke», pero creo que cantar victoria tan rápido, como he visto a algunas personas hacerlo, anunciando la muerte de lo «woke», vamos a parar, esperad un momento. Nos falta la última batalla. No va a ser tan fácil, porque hay muchos intereses de todo tipo en algo que está muy enraizado y que ha calado hondo.

«Los Oscar y los Goya me sirven como el Premio Planeta: para saber qué no ver ni leer»

Por eso, creo que hay que ser prudentes. Y, sobre todo, no tenemos que caer en lo que yo odio llamar «el péndulo», pero tampoco en la reacción contraria. También odio esa expresión de lo woke de derechas. No, va a venir otra cosa, se llamará de otra manera y probablemente comparta algunos preceptos, pero será algo diferente.

Entonces, sí creo que tenemos que resistirnos, pero no es tan fácil como decir: «Joder, algunos estamos manteniendo las mismas ideas medulares desde siempre». Los que hemos defendido siempre las libertades y los derechos para todos no tenemos que movernos ahora. Tenemos que seguir. Ellos las defendían solo para los suyos. Ahora vendrán los que las defiendan solo para los suyos. Pues nuestra postura tiene que seguir siendo la misma: nosotros siempre las hemos defendido para todos por igual.

Incluso, más te diría, con los que estábamos en desacuerdo. Porque de eso trata la tolerancia. Ser tolerante no es serlo con quien piensa como tú. Yo puedo ser muy tolerante contigo, porque coincidimos en casi todo. Pero la tolerancia la tengo que ejercer con quien no piensa como yo. Porque, si no, en realidad no estoy siendo tolerante; simplemente estamos yendo de cañas.

La periodista durante la conversación – Foto: Víctor Ubiña

P.- Hablando de tolerancia, ¿cómo fue aquello con Pablo Iglesias?

R.- A mí me llamó Javier Gallego del podcast Carne Cruda, y bueno, no diré que fue una encerrona, porque yo sabía dónde iba. Él me llamó y me dijo: «Ven, queremos que vengas. Se nos ha caído la persona que estaba prevista, en el último momento no puede. Como sé que a ti no te importa pisar charcos, te íbamos a llamar en algún otro momento, pero mira, si puedes venir ahora…». Fui un plan B absoluto, pero un plan B con sinceridad. Se lo agradecí, además, se lo dije, «te cubro dos cuotas: la de facha y la de mujer. O sea, soy un partidazo».

Entonces, él me invitó, pero bueno, me invitó el día de antes. Además, le dije: «Bueno, pásame de qué vamos a hablar». Me pasó la lista de temas a última hora de la tarde, casi de noche. Vamos, que serían las 22. Pero luego, encima, cuando llegué, me los cambiaron. Es decir, fui a un debate en el que todo el mundo estaba de acuerdo en todo, excepto yo. Y además, me cambiaron los temas sobre los que íbamos a hablar. Hablamos, por ejemplo, de Palestina y el conflicto palestino-israelí. Y, sobre todo, era muy guay porque todos pensaban igual. Entonces, yo dije: «Yo soy un subterfugio. Si a mí me habéis llamado simplemente para que vuestros espectadores, seguidores o lo que sean piensen: ‘¡Qué plural es nuestra tertulia!’» Y de plural nada.

Ellos iban ahí con consignas. Era muy agotador, porque las consignas eran: «Palestina buena, tiene derecho a defenderse». Y entonces, cuando tú intentabas dar una argumentación un poco más larga, para ellos era muy cansado. Y ellos decían: «Sí, pero Palestina tiene derecho a defenderse». Entonces, era todo un poco teatrillo. A mí, Pablo Iglesias me dio la sensación de que, primero, es bastante menos listo de lo que él cree. Y, segundo, tiene unas cuantas consignas muy aprendidas, y no sale de ahí. Cuando tiene que salirse porque le acorralas un poco, entonces se va a lo emocional: «Ah, bueno, yo tengo hijos, yo soy súper sensible, yo lo siento mucho más que el resto. ¿Me has ofendido? Por favor, un respeto».

Lo que sí es verdad es que tiene muy medido ese papel. Él es consciente todo el rato de que hay una cámara, y es consciente todo el rato de qué tecla emocional del que le está escuchando tiene que tocar. Te reconozco que, cuando llamaron a un experto en política internacional, y su intervención fue: «Israel lleva en su hoja de política exterior hacer la vida imposible a los palestinos». Y yo pensé: Esto no es serio. Quiero decir, si este señor es el más listo que va a intervenir, y su intervención se reduce a «Israel quiere hacer la vida imposible a los palestinos», me parece un análisis de mierda.

Entonces, ahí sí que es verdad que me relajé y me dediqué a llevarles la contraria. Pensé: «Bueno, tengo que estar aquí un rato más. Pues me voy a pasar bien, ¿qué voy a hacer? Estoy sola, hay aquí cuatro señores diciéndome que yo soy mala porque resulta que creo que la inmigración tiene que estar regulada».

Y entonces, la inmigración era como: «Racistas, España racista». Y yo pensaba: «Oye, que aquí ha venido inmigración durante mucho tiempo. Ahora, de lo que se están quejando es de una inmigración no regulada, que está trayendo problemas de seguridad en según qué barrios. A lo mejor deberíamos escuchar primero a esta gente, ver qué tiene que decir y qué propuestas tiene, cuando se está sintiendo así».

P.- Iglesias, por dar mi opinión, es un tío inteligente, con lecturas, a veces con lecturas equivocadas, bueno, vale, pero con lecturas, pero que después tiene muchos truquitos de tertuliano que quedan muy bien. Pasó también en el programa Carne Cruda con otra tertuliana, estaba debatiendo de Venezuela, y le pidió a la periodista Marta Nebot que le dijera cinco ciudades de Venezuela. Ella no las sabía, pero cuando le preguntaron a él que las dijera, tampoco supo.

R.- Él lo que pasa es que sí que es verdad que está acostumbrado a debatir en unos ámbitos muy controlados, entonces en cuanto no controla a quien tiene enfrente o en cuanto le sale por donde él no espera que le que le salgas, o cuando ya piensas que es que tú no tienes nada que perder. Quiero decir, a mí es que me daba igual, o sea, yo sabía dónde iba, yo sabía que a mí me iban a poner a caldo en redes todo el que admira a Pablo Iglesias, independientemente de lo que yo dijera o no dijera.

Lo que pasa es que a mí todo eso me da exactamente igual, porque yo si estoy en el debate público de una manera o de otra, por mi trabajo, estoy para defender unas determinadas ideas y esas determinadas ideas, precisamente donde yo creo que tenemos que decirlas o que expresarlas, es en esos lugares donde no nos quieren y donde es incómodo que las digamos.

«Cuando dices que todos los hombres son violadores», estás diciendo es que mi padre es violador»

P.- Cuando uno comprende que en España importa más el «quién lo dice» que el «qué dice».

R.- Es desolador. O sea, te relajas, sobre todo cuando te das cuenta de que te tiene que dar igual lo que piense, por ejemplo, un señor de Murcia. Tú eres consciente de que la opinión de ese señor sobre ti no tiene nada que ver con tus ideas, sino con su lealtad supuesta a Iglesias, a una ideología, a un voto o a lo que sea, te das cuenta de que es algo impermeable.

No hay nada que hacer, no hay un debate nutritivo pendiente. O sea, hay gente con la que no puedes hablar. Entonces, lo único que puedes hacer es, ya que estás ahí, reírte. Pero es muy relajante que te dé igual lo que puedan decir de ti. Sí, a mí me da igual lo que puedan decir de mí. Las etiquetas no me las van a poner los demás.

P.- No ha venido aquí a hacer amigos.

R.- No, yo los amigos los hago en otro sitio. Aunque, es cierto que a veces he hecho amigos gracias a mi profesión. Mi trabajo me ha facilitado conocer a gente maravillosa que, de otra manera, me hubiese costado mucho conocer o quizás nunca habría conocido. Y yo eso lo agradezco un montón. Pero yo no he venido a hacer amigos. Entonces, si tengo que llevarle la contraria a alguien, si tengo que defender una idea que no es la popular, lo hago. Me da igual.

Pero no es una postura premeditada ni algo adrede. No es que piense: «Voy a saltar en este charco» o «Voy a meterme en este jardín». No, es simplemente que creo que escribo de manera bastante desprejuiciada, porque yo sigo escribiendo pensando que solo me va a leer mi madre. Y mi madre ya está curada de espanto. Ya ha desistido de llamarme para decirme que no utilice tal palabra, que por favor lo diga de otra manera. Me dice: «No digas tantas palabrotas, no digas esto, no digas lo otro. ¿Qué necesidad tienes de meterte con…?».

P.- ¿Alguna vez has pensado qué pasaría si le cancelasen?

R.- Me parecería una tontería, pero qué vas a hacer contra eso. Yo la verdad es que me siento muy protegida, en el trabajo mis jefes nunca me han marcado, o sea, nunca me han dicho hasta aquí puedes llegar. Opino libremente, hago lo que sea, escribo, o sea, dentro de que uno, tú lo sabes, cuando estamos en nuestro trabajo, nosotros sabemos cuál es la línea editorial del medio en el que estamos trabajando y sabemos qué cosas no vas a hacer. Yo no utilizaría nunca mi columna para una venganza personal, para insultar a una persona o para solucionar una rencilla.

Ni siquiera, fíjate, me da hasta mucho pudor cuando a veces has tenido una conversación interesante con un amigo que es más o menos relevante y te da la idea para una columna y tal. Me da mucho pudor porque no quiero que mi columna se convierta ni en mi diván de terapia, ni en mi púlpito de resolver mis problemas. Que no sea la calle y aguantarlo si hace falta. Pero no quiero convertirlo en eso porque no es necesario. Y luego tampoco quiero caer en esa cosa de entre columnistas nos escribimos y nos decimos ya hablamos. Esto llamarlo por su nombre y no doy el apellido, pero sí que sepan que somos. Me pone nerviosísima. Te lo juro. Entonces yo trato de que mi columna esté dentro de los límites del decoro.

P.- Por hablar de gente cancelada, aunque ya está en proceso de des-cancelación, ¿le gustaría tomarse una cerveza con Karla Sofía Gascón?

R.- Yo es que una cerveza me la tomo con cualquiera. Otra cosa es que vaya a repetir. Pero incluso con la gente que me cae fatal. O sea, a mí con Monedero, por ejemplo, ahora me encantaría tomarme una cerveza. Me gustaría saber qué está pasando en esa cabeza. Si se arrepiente de algo, si ha cambiado de opinión, si le ha servido de algo lo que ha hecho, qué está pensando ahora… O sea, yo creo que una cerveza me la puedo tomar casi con cualquiera. Incluso me la puedo tomar sola.

Y además, la gente que piensa diferente a mí me parece interesantísima. Es decir, «¿Cómo llegas a esa conclusión?». Me parece fascinante. O sea, yo creo que el problema que tenemos es que, de manera casi intuitiva o como defensa, cuando alguien cuestiona una de nuestras ideas más arraigadas, esas en las que estamos muy seguros, pensamos que esa persona es tonta, mala o está desinformada. Entonces, yo trato de evitar eso.

A mí me interesa mucho más cuál es el proceso que ha llevado a esa persona, a la que le presupongo leída, lista y buena gente, a llegar a una conclusión tan diferente a la mía. Me interesa saber qué tipo de realidad ha vivido para que, estando los dos frente a la misma verdad, después de un periodo más o menos honesto de reflexión, documentación e interés por el tema, haya llegado a una conclusión tan distinta a la mía. Ese proceso me interesa mucho, y ese proceso solo me lo puede explicar alguien que piensa diferente. A mí no me lo va a explicar el que piensa igual.

Entonces, a mí me agota mucho cuando directamente me dicen: facha. Pero es que estamos hablando… ¿No te interesa saber por qué no pienso como tú? Porque a mí me interesa mucho saber por qué tú no piensas como yo.

P.- ¿Desconfía de la gente que no toma alcohol?

R.- Sí, y de los que no comen queso. Esas son mis líneas rojas.

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