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El cónclave secreto que eligió presidente a Adolfo Suárez

Descubrimos los detalles de la reunión que permitió al rey Juan Carlos nombrar presidente a Suárez

El cónclave secreto que eligió presidente a Adolfo Suárez

Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos. | Archivo

Uno de los hechos más trascendentales de la historia reciente de España sigue siendo hoy uno de los más secretos. El 2 de julio de 1976, diecisiete hombres se reunieron a puerta cerrada en una sala del Palacio de las Cortes. Su misión, presentar al joven rey Juan Carlos I una terna de nombres de entre los que este debería escoger al futuro presidente del Gobierno. Pues bien, de aquel cónclave saldría el pontífice que trajo la Transición y la democracia: Adolfo Suárez.

La reunión tuvo lugar después de que el hasta entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, fuera dimitido tras dos años y medio al frente del Ejecutivo. Al Rey, convencido de la necesidad de un cambio político en España, se le había agotado la paciencia con Arias ante el titubeo de este de apostar decididamente por la democracia. Unas semanas antes de la dimisión, el monarca le encargó a su hombre de confianza, Torcuato Fernández-Miranda, que le buscara un sustituto que pilotara el proceso de transición.

Lo que acabó por decantar la decisión fue el debate de la Ley de Asociaciones Políticas, desarrollado el 14 de junio de 1976. Ese día el ministro secretario general del movimiento, un joven y ambicioso político llamado Adolfo Suárez, defendió el proyecto del Gobierno ante las Cortes. Las palabras que pronunció aquel día en la tribuna de oradores, que sonaban a tiempo nuevo y a cambio, acabaron por convencer a Torcuato y al Rey de que Suárez era el hombre adecuado.

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El desarrollo del ‘cónclave’

El reto de Torcuato, presidente del Consejo del Reino, el órgano encargado de presentar al Rey la terna de candidatos a liderar el Gobierno, era pues el de arreglárselas para que el nombre de Suárez figurase en la propuesta final.

Volvamos, entonces, a la tarde de aquel 2 de julio. Como hemos dicho, la reunión del Consejo del Reino estaba presidida por la mano poco inocente de Fernández-Miranda. Tras siete horas de deliberaciones, que se prolongaron hasta la mañana del día siguiente, Torcuato salió del Congreso y pronunció ante los periodistas una enigmática frase que pasaría a la historia: “Estoy en condiciones de llevar al Rey lo que me ha pedido”.

Pero, ¿cómo se desarrolló esa crucial sesión a puerta cerrada? Las deliberaciones del Consejo del Reino eran secretas, por lo que, una vez pronunciado el particular ‘extra omnes’, debemos fiarnos de los testimonios que dejaron los protagonistas, empezando por el del propio Torcuato.

Adolfo Suárez (i) y Torcuato Fernández-Miranda (d), en 1977.

De su relato se desprende que la reunión empezó con una discusión entre los consejeros sobre el perfil que debía presentar el nuevo presidente. Después de esta deliberación en abstracto, Fernández-Miranda sugirió a los próceres que cada uno escribiese tres nombres en una papeleta para irle tomando la temperatura a las posibilidades de los distintos candidatos.

Aquel primer elenco de nombres estaba compuesto por treinta y dos aspirantes. En sucesivas rondas eliminatorias, la cifra fue descendiendo. Dos de los mayores pesos pesados de la política española del momento, José María de Areilza y Manuel Fraga, se cayeron pronto de la lista, allanando el camino de Suárez.

Torcuato fue guiando hábilmente la reunión para que el nombre del político de Cebreros fuera pasando de forma natural los distintos cortes. Rápidamente, el cariz de las votaciones fue dibujando un panorama donde se hallaban representadas las tres grandes familias del régimen: los democristianos, cuyo candidato final fue Federico Silva Muñoz; los tecnócratas opusdeístas, que auparon a Gregorio López-Bravo; y el Movimiento, que eligió a su por entonces secretario general, Adolfo Suárez.

El futuro presidente esperaba en su casa de la calle San Martín de Porres como un león enjaulado. Finalmente, suena el teléfono. Es el Rey, que le pide que vaya a Zarzuela sin darle más detalles. Suárez coge el Seat 127 de su mujer, Amparo, y conduce hasta palacio sin tenerlas todas consigo. Una vez allí, el monarca le confirma en su misión: acceder a la presidencia del Gobierno para traer la democracia a España.

A contracorriente

Lo cierto es que la noticia dejó helado a casi todo el mundo. El historiador Ricardo de la Cierva escribió en el diario ‘El País’ un contundente artículo de título elocuente: ‘Qué error, qué inmenso error’. También fue famosa aquella viñeta de Forges en la que se veía a dos personajes metidos en un búnker —por ese sustantivo se conocía al ala dura del régimen— y uno diciéndole al otro: “Se llama Adolfo. ¿No es maravilloso?”. Todo en clara referencia a cierto dictador alemán del mismo nombre.

Sin embargo, Suárez acabaría por sorprender a propios y extraños. Aquel hombre ambicioso, que había ido trepando por el escalafón de la dictadura primero al calor del Opus Dei y después de la Falange, demostró ser un convincente actor protagonista en aquella película de producción juancarlista y guion torcuatista. Su legado, con sus luces y sombras, bien podría resumirse en el título de aquella canción tan popular en la época: libertad sin ira.

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