Divulgando, que es historia
El Condado de Treviño y su problemática político-geográfica-administrativa han vuelto a ser tema de actualidad, al estar de los nervios por las directivas COVID diferentes entre el País Vasco, donde está enclavado, y de Castilla y León, donde pertenecen administrativamente. Con él se han recordado otros enclaves en nuestro país con similares características, como Villaverde de Trucíos, un trozo de Cantabria en las Encartaciones vizcaínas; o Petilla de Aragón (donde naciera nuestro Nobel Santiago Ramón y Cajal); y los Baztanes, tierras navarras dentro de Zaragoza; o incluso traspasando fronteras estatales, Llivia, un pedazo de Gerona en territorio francés.
Hay quien piensa que todo esto es una reliquia histórica, fruto de aquellas contiendas entre los orgullosos reinos de Castilla, Navarra y Aragón, con sus diferentes usos, costumbres y fueros. Posiblemente tengan razón. Pero resulta que allende fronteras patrias, ¡oh sorpresa!, existen numerosos casos similares.
Según el DRAE, enclave es «un territorio incluido en otro con diferentes características políticas, administrativas y geográficas». Pues como les decía, ni siquiera en esto somos originales pues fuera de nuestras fronteras se dan también muchos casos. Y algunos sorprendentes.
Para empezar dos en los que nunca se piensa siendo nada menos que Estados en sí mismos: la República de San Marino, enclavada en Italia; y el Estado de la Ciudad del Vaticano, enclavado no ya en Italia, sino en la mismísima ciudad de Roma.
Pero hay más, muchos. Siguiendo en Italia nos encontramos con Campione (o Campione d’Italia, como redundantemente la llamó Il Duce, con perdón). Campione es un bonito pueblo italiano de unos dos mil habitantes, con unas vistas espectaculares al Lago Lugano y perteneciente a la región de Lombardía, pero que está íntegramente rodeado por territorio suizo. Lo cual debe hacer remover las cenizas de los legionarios romanos que fueron destinados al fuerte de Campilonum que fue levantado allí, precisamente, para contener a los Helvecios, es decir, a los abuelos de los suizos de hoy. Claro que los italianos actuales de Campione están encantados porque su territorio es un maravilloso oasis fiscal (quizás el más desconocido paraíso fiscal europeo) donde no existen los impuestos, ni los suizos ni los italianos, y porque viven y muy bien, de la explotación de un megacasino que presume de ser el más grande de Europa. En lo demás, un lío: el pueblo es italiano, es decir, está bajo soberanía de Italia, pero el sistema de telecomunicaciones es suizo, incluido el servicio de Correos, ostentando dos códigos postales, uno suizo y otro italiano. Los sellos han de ser italianos si la carta va dirigida a un primo de Turín. Pero el prefijo telefónico es suizo aún para el resto de Italia. Lo dicho, un bonito lío político-administrativo que todos dan bueno por el vil metal.
Sigamos ahora en Suiza, donde nos encontramos con otra ínsula, esta vez alemana: el pueblo de Büsingen, de unos mil quinientos habitantes. Situado en las orillas del Rhin, también vio pasar a las orgullosas legiones romanas defendiendo el limes exterior del Imperio contra los belicosos germanos. ¡Otra ironía! De hecho, su nombre proviene de un caudillo germano: Buosinga. Después, perteneció al cantón de Schaffhausen (que será Suizo pero suena alemán) hasta que los Habsburgo vieneses ocuparon toda la zona. Casi a finales del S.XVIII, Austria vendió al cantón de Zúrich todos su derechos señoriales sobre las villas y territorios que rodean Büsingen pero éste no entró en el negocio, por lo que siguió siendo austriaco y luego alemán. Y así sigue, a pesar de la Segunda Gran Guerra y de una intentona de acuerdo a finales de la década de los cuarenta entre Alemania y Suiza para delimitar sus fronteras.
Y esta situación provoca otro lío importante, pues Suiza no pertenece a la UE y aunque firmó el acuerdo de Schengen, no parece que vaya a continuar en él mucho tiempo, mientras que Büsingen sí pertenece a ambos. Sin embargo, su régimen aduanero pertenece al espacio económico suizo; en su territorio actúan las policías de ambos países (otro bonito acuerdo: se permite la presencia simultánea –obsérvese la precisión suiza– de diez policías helvéticos, y por parte alemana de un policía, por cada cien habitantes); en caso de guerra la defensa le toca a Suiza, así como el abastecimiento en casos de emergencia.
La mayoría de los servicios públicos son compartidos: teléfono, correos (las paradas de autobuses y las cabinas telefónicas están duplicadas entre las empresas suizas o alemanas); la moneda oficial es el euro, pero todo el mundo utiliza los francos suizos y, por último pero no menos importante, el F.C. Büsingen es alemán, pero juega en la Liga Suiza (y que nadie piense que doy ideas, ¿eh?).
Y para terminar por hoy (el espacio en un diario, aunque sea digital, manda), un curiosísimo grupo de enclaves que están en parajes de cuento y que son consecuencia de una de las fronteras más extrañas surgidas del nefasto Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Gran Guerra. En su virtud se concedía a Bélgica la soberanía sobre una línea de ferrocarril (la Vennbahn) que cortaba varias veces la nueva frontera entre Bélgica y Alemania. Y cada vez que lo hacía formaba un enclave alemán en suelo belga, separado del resto de su país por unos escasos metros: el ancho de la vía del tren. Lo que obliga a los habitantes de dichos enclaves a cruzar por territorio belga para ir a cualquier sitio de su propio país. ¡Menos mal que existen la UE y Schengen! Roetgen, Lammersdorf y Mützenich son los agraciados. Hoy el ferrocarril está desmantelado y sus vías levantadas… pero el suelo sigue siendo belga.
Un breve y final inciso sobre Mützenich, pueblecito que está muy cercano al idílico y carolingio Munschau. Su nombre significa «no quiero manta», o algo así. Y viene de la leyenda que cuenta que en un día de caza, Carlomagno usó una piedra como cama para descansar. La piedra se conserva y la llaman la «Kaiser Karl’s Bettstatt», es decir, la cama de piedra del Emperador Carlos. Pues bien, sigue contando la leyenda que un sirviente ofreció al aguerrido rey franco una manta, y éste la rechazó. De ahí el nombre.
En fin, lo dicho, enclaves sitos en parajes de cuentos y leyendas. Pero hay muchos más. Quizás otro día los podamos ver.