Aloma Rodríguez explora el relato de lo cotidiano
En ‘Siempre quiero ser lo que no soy’ (Milenio), la escritora reflexiona sobre la influencia de los hechos cotidianos en los grandes cambios de nuestras vidas
En Siempre quiero ser lo que no soy (Milenio), Aloma Rodríguez se entretiene contorsionando las diferentes versiones de la vida de sus personajes. Su protagonista nunca es la misma y, sin embargo, lo es. Es una niña pequeña que no acaba de adaptarse a su nueva vida en un pueblo de Zaragoza, es una madre primeriza, son dos amigas que se acercan y se distancian con el paso de los años, es una hija que visita a su madre y a su tía en el hospital, son una pareja que quieren cambiarse de piso en Madrid. Es la vida, que viene y va. «Son cuentos que más o menos dibujan un arco del hipotético mismo personaje —describe ella misma—. De alguna manera es la evolución del personaje sobre el paso del tiempo y cómo eso afecta a las relaciones personales», sostiene.
Autora de otros cuatro títulos París tres, Jóvenes y guapos, Solo si te mueves o Los idiotas prefieren la montaña, Rodríguez es además traductora de francés, escribe de manera habitual en Letras Libres y colabora en Radio 3. «Todavía estoy descubriendo qué tipo de escritora soy —reconoce—. De alguna manera yo llego a la literatura de una manera muy intuitiva y muy naif, y poco a poco me he ido construyendo intentando no perder ese impulso fresco y desprejuiciado. Con el paso de los años he intentado liberarme de mis miedos y salir cada vez más de los terrenos conocidos, atreviéndome un poco más a construir cosas. Uno también se construye leyendo. En ese sentido mis lecturas me han ayudado mucho y me han llevado a esos sitios», sostiene mientras cita nombres como Natalia Ginzburg, Lucia Berlin o Cristina Grande.
«Yo llego a la literatura de una manera muy intuitiva y muy naif, y poco a poco me he ido construyendo intentando no perder ese impulso fresco y desprejuiciado»
La vida fuera de lugar
Sin perder el sentido del humor, Rodríguez retrata en sus relatos la esencia de lo cotidiano y cómo esas pequeñas modificaciones que introduce en la vida de sus personajes cambian por completo la narración de la historia. «Me interesa mucho la cotidianidad y la cosa aparentemente pequeña porque uno siempre piensa que las grandes decisiones y los grandes momentos de tu vida van a venir anunciados con fuegos artificiales y con una orquesta y en realidad no es así. Puede pasar pero las decisiones que te llevan a un momento se toman muchas veces como si fueran decisiones sin importancia y son en realidad lo que constituyen una vida. En esos destalles está la vida y las otras vidas. Si tú cambias estas pequeñas cosas cambias la historia entera», reflexiona la escritora que con su título, Siempre quiero ser lo que no soy, alude además a esa sensación de no encajar, de estar siempre fuera de lugar.
«Una de las constantes de los cuentos es que hay algo que no encaja, como una especie de desajuste que a veces tiene que ver con una insatisfacción y a veces con otras cosas», tercia Rodríguez. Por ejemplo, señala, en el cuento de El congreso, que narra el relato de una periodista que va a cubrir un congreso literario con un bebé, todo el tiempo se siente fuera de lugar. «Pero no solo porque vaya con el bebé —apunta— sino porque siempre deseamos lo que no tenemos y no nos damos cuenta de lo que sí tenemos».
«Uno siempre piensa que las grandes decisiones y los grandes momentos de tu vida van a venir anunciados con fuegos artificiales y con una orquesta y en realidad no es así»
También fuera de lugar se sienten los personajes que protagonizan los primeros cuentos de este volumen. Con una mirada menos idílica y amable, Rodríguez retrata las dificultades de adaptación en el entorno rural. Una experiencia que bien podría ser la de la propia escritora, arrastrada en su infancia a vivir de pueblo en pueblo cada vez que su madre, médico de profesión, se trasladaba. «No es que yo quisiera voluntariamente desidealizar el mundo rural sino que simplemente esa circunstancia me pasó a mí también —comparte—. No era tanto una voluntad de ir a la contra y no me di cuenta, no fui tan consciente de la visión tan dura que había hasta que ya estaba corrigiendo galeradas y me asusté un poco. En realidad hay de todo. Hay cosas buenas y cosas no tan buenas. Lo que sí que pasa es que nosotros éramos como el forastero, pero vivíamos ahí. De alguna manera forzamos como una tribu y eso genera tensiones que nosotros sí que vivimos», recuerda.
«Apegada a lo tangible» en lo literario, la escritora reconoce que los lugares siempre le condicionan a la hora de escribir el relato. «Si escribes por ejemplo sobre un paseo, solo con ese paseo ya tienes una historia, en realidad. Eso me gusta mucho. El cuento de Madrid —El hueco— es una serie que me encargaron de paseos por Madrid. Luego me di cuenta de que en esa serie en realidad lo que estaba haciendo en realidad era buscar a mi amigo Félix sin saberlo». ¿Y el cuándo? ¿Qué importancia tiene el tiempo para Aloma Rodríguez? «Gran parte de la historia del cine y de la literatura es captar el paso del tiempo, que es esa cosa que no se ve pero nos afecta tanto y nos transforma —responde—. No me interesa tanto el cuándo en el sentido de una época o enmarcar la historia en un momento concreto, no me atrevo, pero sí en el sentido de que al final es lo más importante, es la vida».
Una familia de escritores
Hija del escritor Antón Castro y hermana del también escritor Daniel Gascón, Aloma Rodríguez creció rodeada de escritores en un ambiente en el que conoció a Ignacio Martínez de Pisón, Félix Romeo, Cristina Grande o poetas como Ángel Guinda. Ya de adulta su vida se cruzó también con Ismael Grasa o Eva Puyó hasta el punto de que ambas publicaron por primera vez un libro el mismo año. «Digamos que en Zaragoza yo vivía muy cerca de ese ambiente que era muy interesante y muy divertido también», rememora ahora. Aficionada a la lectura de Natalia Ginzburg, Annie Ernaux , Marguerite Duras o Lucia Berlin, dice de la autora de Manual para mujeres de la limpieza que le gusta «que sus cuentos sean como una especie de novela en marcha. Se corresponden más o menos con sus situaciones vitales aunque no necesariamente sean su biografía», matiza.
Tampoco se olvida de su «primer lector» y «cómplice», su hermano Daniel Gascón —autor de Un hipster en la España vacía—, ni del poeta y cantante de El Niño Gusano y La Costa Brava, Sergio Algora, sobre el que ya escribió Rodríguez su libro Los idiotas prefieren la montaña. «Trabajé con él en su bar. Si no se hubiera muerto en 2008 su influencia sobre mí habría sido mayor porque me pasaba muchas cosas para leer que me determinaron», rememora.
En cuanto a su padre, el escritor Premio Nacional de Periodismo Cultural Antón Castro, reconoce que siempre les ha apoyado a ella y a su hermano aunque de una manera «muy discreta». «Yo creo que a veces los padres cometemos el error de proyectarnos en los hijos. Entonces como que no quieres que cometan tus mismos errores. Al final siempre te protegen. Pero no, siempre ha sido muy discreto, nos ha dejado hacer siempre todo y no se mete en nuestras cosas. A mí solo me dice que invente más pero no se da cuenta que ya hay muchas cosas que están inventadas. Él cree que todo lo que cuento es verdad. He conseguido engañar a mi propio padre», bromea.
«Hay gente que le resta valor a lo autobiográfico, que cree que si te ha pasado, no tiene ningún mérito, como si trasladarlo a la escritura fuera tan fácil»
En este sentido, precisamente sobre la autoficción, Rodríguez reconoce que es un recurso literario más del que se aprovecha como fin. «Como mucho de mi trabajo está escrito en primera persona, mucha gente piensa que es autobiográfico. Yo eso lo utilizo de manera bastante tramposa y a favor. Es decir, no me importa que la gente crea que es autobiográfico si con eso se da una sensación de verdad. Sé que hay gente que le resta valor a eso, que cree que si te ha pasado, no tiene ningún mérito, como si trasladarlo a la escritura fuera tan fácil», reivindica la escritora que aconseja «no empezar a escribir nunca antes de tiempo».
«Antes yo hacía eso y es un error —reflexiona en el presente—. Ahora los paseo mucho y los llevo mucho en la cabeza, los voy pensando hasta que ya es casi como un vómito. Es una imagen desagradable pero como que te sale del tirón. Luego vas corrigiendo y vas puliendo», comparte sobre su proceso creativo.
No obstante, la escritora, que conoce el mundo cultural desde dentro porque trabaja como traductora de francés y colabora con diversos medios, reconoce que saber cómo funciona más que ayudar, desanima. «Sobre todo por la cantidad de cosas que se publican, piensas que vas a contribuir a generar más ruido y a lo mejor lo que tengas que decir tampoco es tan importante ni tan novedoso. Lo que pasa es que no puedes evitar hacerlo. Cuando uno escribe lo hace a pesar de sí mismo y de las circunstancias . Hay gente que dice: «Yo voy a ser escritor para tener dinero, éxito y fama», y lo consigue. Yo no tengo ni idea de cómo se hace eso. Yo escribo porque no sé no hacerlo. Al final publicar es una manera de cerrar el libro, realmente. Por supuesto es genial que te lean, pero en realidad si lo pienso honestamente, lo normal es que tu libro pase absolutamente inadvertido en el torrente de novedades».