THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Un fragmento de vida

«’Los buenos vecinos’ parece un título de poema de Philip Larkin y esto es bueno pero mejor aún porque su sensibilidad es digna de Natalia Ginzburg y de Tanizaki, así mezclados»

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Un fragmento de vida

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El mundo editorial es femenino y no porque ahora sean las autoras y no los autores –como ocurría antes– quienes copen novedades, secciones de Cultura y suplementos literarios, o porque sean las mujeres quienes más narrativa lean. Lo es porque hay más editoras que editores, menos agentes literarios que agentes femeninas, más encargadas de prensa que encargados, más lectoras de originales que lectores y como cada uno cuenta el baile según le ha ido y va –excepción hecha de Mario Muchnik, que fue mi primer editor, y de Mauricio Bach y José Manuel Martos, breves y cultas escalas–, siempre he tenido y tengo editoras y he estado y estoy muy contento entre y con ellas. Sólo puedo decir cosas buenas, pero no es de recibo hablar en plural. O sea que aquí me referiré a una editora –Clara Pastor– que no es mi editora y al mismo tiempo lo ha sido de manera tangencial. Lo explico.

Hace años, cuando todavía no se habían puesto de moda los libritos, descubrí en las mesas de una librería de Palma, unos libros breves, de tamaño discreto y edición elegante que trataban de estética y arte. Luego se añadieron otros del mundo biográfico y de la literatura. La editorial que los publicaba se llamaba Elba y su editora, Clara Pastor. Hasta aquí, nada más. O sí: escribí alguna reseña sobre uno o dos de ellos, ella me envió otros con un tarjetón y fina caligrafía y un día, estando en París con mi amigo el dibujante Pierre Le-Tan –que el año anterior me había regalado un libro sobre jardines de Umberto Pasti, ilustrado por él–, me comentó que una editorial de Barcelona iba a publicar aquel libro en España. Al llegar a Mallorca hice mis averiguaciones y estas me condujeron hasta Elba, no la isla napoleónica sino la casa editora de Clara Pastor.

A Pasti no lo conocía personalmente, pero le había encargado, años atrás, uno de los textos para el catálogo de la exposición antológica de Le-Tan que comisarié en 2004 en el MNCARS. Umberto Pasti es un escritor esteta, hacedor de jardines y gran coleccionista: tanto su casa de Tánger como la de Milán son maravillosas. Su amistad con Pierre era nuestro punto de unión. Así que cogí el teléfono e hice algo que nunca había hecho antes y eso que ya tenía más de cincuenta años: ofrecerme a Clara como prologuista del libro, lo que otros, después, habrían contado diciendo: ‘estaba en casa leyendo, sonó el teléfono y era Clara Pastor que me llamaba para pedirme un prólogo…’ Pues no: fue al revés. Fui yo quien la llamé para ofrecérselo y ella fue no sólo amable sino alegremente educada: ‘me hubiera gustado pedírtelo, pero no me atrevía’, me dijo. No la creí: aquello era diplomacia de una escuela que apenas existe; es decir: humanidad y buenas maneras, algo que está en los libros que edita. No la creí pero se lo agradecí mucho y pensé, por la manera de hablar que tiene, tan limpia, que debía de ser una mujer en la que una frase como aquella también fuera verdad.

Meses después presentamos Jardines, en Madrid –ahí nos conocimos los tres (y la pareja de Pasti, el diseñador Stefan Janson, un tipo encantador) en un restaurante especializado en hongos y setas– y aquel día y aquella noche fueron estupendos, aunque Pasti mostrara su desacuerdo con mi teoría sobre el jardín proustiano –las flores como personajes– en la adaptación cinematográfica de Un amor de Swann, de Volker Schlondorff. Esto fue el inicio de una amistad y la estación donde nos encontramos ahora fue su aceptación a publicar el libro de Daniel Capó y Nadal Suau, donde ambos críticos literarios charlan conmigo sobre literatura y vida. Pero en esta estación no está solamente este libro sino que hay otro de relatos de Clara Pastor, escritora: Los buenos vecinos, editado por Acantilado, que es la editorial que también ha publicado el último libro de Pasti –Perdido en el paraíso– a quien va dedicado, por cierto, el de Clara: ‘A Umberto Pasti, fratellino’. Todo son círculos que se cierran para seguir flotando en el espacio, ahora que Pierre ya no está.

Los buenos vecinos parece un título de poema de Philip Larkin y esto es bueno pero mejor aún porque su sensibilidad es digna de Natalia Ginzburg y de Tanizaki, así mezclados. Todo pasa en estos relatos como la mano que acaricia una pieza de seda, mientras la vida está ahí, plena de dones y de dolor. Aunque sea lógico que una editora que tiene la sensibilidad de publicar obras de Patrick Leigh Fermor, Kenneth Clark y Bernard Berenson participe de ese refinamiento, cada uno de los relatos que forman Los buenos vecinos enriquece al lector con sutilidades inéditas. Yo sigo con la mujer del vestido verde en un hotel de Venecia, con Flavia en la cocina de una Roma nevada y con la mujer que lee frente a la lápida de un cementerio. No creo que se me olviden nunca. Mi disfrute es que me quedan otros tantos relatos por leer aún, pero tenía prisa por dar la bienvenida a la escritora Clara Pastor. ¡Vaya delicia de libro!

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