Nélida Piñon, las grandes gestas portuguesas en la voz de la miseria
La escritora brasileña presenta en España su última novela, ‘Un día llegaré a Sagres’, una emotiva y metafórica epopeya sobre los años gloriosos de Portugal
Afable, con una sonrisa siempre dispuesta, Nélida Piñon nos recibe en la antesala del apartamento donde se aloja durante su estancia en España. A sus 84 años la escritora mantiene aún su inquietud, ese brillo en la mirada de quien disfruta de lo bonito de un oficio que siempre la ha acompañado, y cierta curiosidad que entre viaje y viaje —de Brasil a España, de España a Portugal, de Portugal a donde haga falta—, despiertan en ella las inquietudes de lectores y periodistas.
Acompañada de sus dos inseparables perritas, la escritora brasileña, ahora también española, confiesa que está atravesando un buen momento. Y eso a pesar de que escribir su última novela, Un día llegaré a Sagres, fue para ella toda una epopeya literaria. Pero a Portugal, parafraseando el título, llegaremos un poco después. Antes, Piñon celebra con ilusión la reciente nacionalidad española que el gobierno le ha otorgado. «Cuando me lo comunicaron oficialmente, tuve la sensación de que yo estaba dando vida a mis muertos, mis parientes gallegos», recuerda hoy. Hija de inmigrantes con ascendencia paterna de Cotobade (Pontevedra), es así, bajo esa condición de brasileña-española, como regresa hoy a nuestro país, con el que la escritora mantiene una especial relación desde su infancia.
«Viví en España, sobre todo en Galicia, de los 10 a los 12 años y fue quizás una de las experiencias más fecundas de mi vida (…) me enseñó el privilegio de la soledad y de la reflexión que viene con ella, la imaginación»
«Viví en España, sobre todo en Galicia, de los 10 a los 12 años y fue quizás una de las experiencias más fecundas de mi vida —comparte—. Allí dominé la vida del campo y lo aprendí todo. Iba a la montaña con las ovejas y me sentía dueña del mundo, escuchaba el viento del Norte y los aullidos de los lobos y me encantaba. Me quedaba ahí durante horas sin miedo. Aquello me enseñó el privilegio de la soledad y de la reflexión que viene con ella, la imaginación», tercia.
Autora de títulos como La república de los sueños o Voces del desierto, ya desde muy pequeña, cuenta, solía pedirle a su padre, cuando viajaban, que en las fichas de los hoteles apareciera por escrito que ella era escritora. «Yo creía que la literatura era un derecho mío y que todo lo que existe puede ser narrado. Y en verdad todo el mundo puede ser narrado. Eso es fantástico», contesta mientras evoca las lecturas que, de niña, la embarcaron en su propio viaje vital por la literatura.
Una epopeya literaria
Pero si en Un día llegaré a Sagres, Nélida Piñon narra la heroica historia de Mateus, un joven campesino nacido en el siglo XIX en una aldea del norte de Portugal que decide viajar al sur del país para encontrar reminiscencias del gloriosos pasado del país, en la vida real su viaje no fue menos virulento. «Estaba ya en Portugal escribiendo esta novela cuando vine a Madrid a dar una conferencia en el Museo del Prado y tuve una caída fea. Me rompí un brazo. No sé ni cómo lo logré, porque tuve que escribir el primer gran manuscrito a mano y además tenía la sensación de que como no veía muy bien no lograba leer la frase anterior. Entonces tenía que hacer un esfuerzo de memoria, de intensa reflexión, para seguir adelante durante muchas horas sin levantarme hasta terminar prácticamente un capítulo».
«Para hacer una novela como esta hay que sacrificar tu vida entera (…) Fue una doble epopeya, la del libro y la mía»
Así hasta reunir ocho versiones, el equivalente a un metro de altura de papel, que luego quedarían reducidas a las 350 páginas de la novela definitiva, que ahora publica Alfaguara. «Eso te lo da la experiencia —advierte—. Para hacer una novela como esta hay que sacrificar tu vida entera, todo se suspende y pasas a vivir en el libro. Fue una doble epopeya, la del libro y la mía. Pero al final las dos se unen en un mismo beneficio».
Ambientada en el siglo XIX, Un día llegaré a Sagres es un recorrido además por las grandes gestas históricas del país luso. «No solamente de Portugal —interviene la escritora—, del mundo entero». Aunque sus páginas transcurran en tierra firme, en ellas la escritora evoca la época dorada del «Navegante» infante Enrique, y los logros de la Escuela de Sagres, que llevaron a Portugal a alcanzar los africanos Cabo Blanco y el Cabo Verde. «Esas navegaciones sucesivas, atrevidas y peligrosas abrieron caminos que nunca antes fueron recorridos de alguna manera. Fue una de las grandes aventuras humanas que transformó la imaginación por completo y abrió veredas nuevas. Imagínate lanzarse al mar en unos barquitos de ese tamaño, sin rumbo, sin ruta… Me parece extraordinario», se admira.
La voz de los miserables
Narrada en primera persona en la voz de un campesino en sus últimos años de vida, hijo de una prostituta, Piñon reconoce que ha sido una voz muy difícil de trabajar porque «de alguna manera es una voz insidiosa» en tanto que se muestra como una voz «insegura y solo se tiene a sí misma para opinar». Fascinada «por ese estrato de los miserables, víctimas del clero y de la monarquía», la escritora brasileña narra desde ese punto de vista un mundo con dos realidades paralelas profundamente desconectadas entre sí: la de la nobleza y la del campesinado.
Mientras que «para el poderoso, el miserable no existe, es un esclavo más y puede disponer de él como quiera, para el pobre —señala— la idea de alcanzar un nuevo peldaño, una mínima ascensión, es una dádiva de Dios, es como sacarlo del infierno. Pero las clases dominantes no se dan cuenta, ellas solo se dan cuenta cuando pierden sus prerrogativas. En el caso de Mateus cuando descubre que fuera de su pueblo pequeño y de su miseria existieron grandes gestas extraordinarias, pasa de miserable y pequeñito a transformarse en un país de enormes gestas y epopeyas. Es entonces cuando se da cuenta de que él no es una persona pobre, tiene detrás una herencia, la herencia de la grandeza, sabe que en algún momento han conquistado la gloria y quiere esa gloria».
La literatura en la historia
Como una especie de Don Quijote, son las historias que le llegan, la literatura, las que logran ese cambio en la mentalidad de su personaje, en cuyo testimonio cobran protagonismo los relatos y las palabras de otro escritor, Luís de Camões. «De alguna manera Mateus va buscando la gloria de su país, la epopeya, ilusionado por una utopía —describe la escritora—. Yo pienso que la utopía no es un favor que se concede a los héroes y a los poderosos, es el pan, es el vino, es una casita de un personaje humilde, porque se aferra a ella para sobrevivir. La utopía es de todos. Nos falla, pero fallan también los héroes que se mueren, aunque tienen la esperanza de quedarse en la memoria de la gente. Quizás esa es la diferencia».
Inmerso en esa idea de grandeza «que le deja perplejo», su protagonista pronto «se da cuenta de que existió ese hombre, Camões, que hizo un compendio lingüístico absolutamente extraordinario y lleno de aventuras. Él también refuerza la grandeza de Portugal porque cuenta los maravillosos hechos históricos con un lenguaje absolutamente revolucionario. Como los cronistas de la época, ofrece una lengua deslumbrante que sobrevivirá para siempre. Entonces de alguna manera lo que él dice y lo que él piensa es un pedacito de Camões».
«El beneficio del lenguaje no es para la escritura literaria, es para lo humano, para ser lo que somos, para comunicarnos y también para no frenar la libertad del otro»
Por eso, escribe entre sus páginas, «a lo largo de la vida aprendí que la palabra es aquello que hacemos con ella». Con cierta distancia, la escritora lo matiza. «No hablo como escritora que tiene un ejercicio fundamental en la palabra, hablo como alguien que fuera de mi escritura sé de los efectos y la influencia del idioma de las personas. Somos muy poco sin el idioma. Es un reconocimiento de que nos empobreceríamos si no pudiéramos hablar. Estoy convencida de que el beneficio del lenguaje no es para la escritura literaria, es para lo humano, para ser lo que somos, para comunicarnos y también para no frenar la libertad del otro. Tú das prueba de lo que piensas a través de la palabra que emites. El pensamiento no puede quedarse en tu cabeza sin una exposición. Si estoy contigo callada, ¿cómo sabes lo que pienso?».
El misterio de la historia
Conocedora de la importancia de la historia y de las geografías que determinan la existencia del ser humano, Nélida Piñon escribe también: «Mañana hablaremos de los mapas. Cada línea contiene una historia y sus personajes». En este sentido, reconoce, «siempre hablo un poco de eso, de la historia humana. La historia de la civilización puede concentrarse entera en una página, en una hoja en blanco. Quizás una frase pueda esclarecer la historia del mundo y eso tiene que ver con que cada línea geográfica, cada línea que fue propasada por un hombre, esconde en sí una historia secreta, es un misterio que podrá ser traducido o no, pero estamos allí, nada pasó sin un registro o sin una huella. Estudiar la historia es fascinante, conocer por ejemplo los discursos de Pericles o de Marco Antonio escritos por Shakespeare, cuando dice aquello de «vengo a enterrar a César no a alabarlo» —cita—. La malicia de esa frase, ese inicio de discurso, no puede pasar desapercibido».
Eso sí, ante la duda de si habría o no que reinterpretar la historia, la intelectual lo tiene claro. «Tenemos grandes historiadores que se pasaron sus vidas enteras entre documentos y papeles haciendo como pueden sus versiones de la historia del pasado. No hay cómo certificar lo que fue vivido, no hay cómo espaciar los siglos pasados. Somos hijos de los grandes equívocos del pasado. Pero ahí están y vamos a certificar lo que podemos en el momento que estamos viviendo».
Los falsos brillos de la literatura actual
Licenciada en periodismo, primera mujer que llegó a ser presidenta de la Academia Brasileña de las Letras, en 1996, y Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2005, Nélida Piñon publicó en 1961 su primera novela, Guía-mapa de Gabriel Arcanjo, cuya primera edición, junto al manuscrito de La república de los sueños y algunas fotografías, textos y discursos, ha pasado a formar parte hace apenas unos días de los tesoros de la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, en la cámara acorazada 1261.
Desde entonces, solo en una ocasión de toda su vida dejó de escribir. Fue durante un breve periodo de la dictadura militar de Brasil, que tuvo lugar entre 1964 y 1985. «Me dio un desaliento súbito, me detuvo un poco —comparte—. Y pensé irme al Amazonas y dedicarme a enseñar a los niños que viven allí. Imagínate la locura. Como no quería ser más una escritora iba a enseñarles qué es crear, cómo es el don de convertir todo en otra cosa. Yo quería enseñar esa magia. Pero aquello pasó rápido y empecé a escribir de nuevo. Me acuerdo que vine a Barcelona y me quedé un año y pico concluyendo esa novela. Fui salvada inmediatamente. Siempre digo que la literatura no me debe nada, soy yo la que debo todo a la literatura. Ella me ha hecho quien soy», se sincera.
Con más de veinte libros publicados, de hecho, la escritora solo tiene palabras de agradecimiento hacia el oficio al que ha dedicado su vida. «Yo no registro sufrimientos en mi literatura. Yo registro sueños, premios, no digo ventajas que la palabra es peligrosa, pero premios, regalos, generosidades, sí. Aprendí muchísimo siendo escritora, no he sido negligente en ese aprendizaje. La literatura fue una guía, una teología, los libros que he leído son como una experiencia vivida que he tenido todos los días. Y tengo la sensación de que todos los riesgos que he asumido fueron también pautados por el conocimiento que la literatura me concedió».
«Hay una supervalorización del contemporáneo en detrimento de la gran tradición literaria (…) No puedes ser un contemporáneo si no eres un arcaico. La tradición sustenta tus innovaciones, sin tradición no hay literatura»
Jurado en muchos premios literarios, reconoce que talento hay de sobra y no le preocupa la renovación generacional. «Y menos mal —celebra—, aunque mientras muchos están viviendo una trayectoria muy buena, otros veces temo que muchos jóvenes padezcan de una urgencia por la gloria. No conviene esa urgencia. La literatura —incide— pide un inmenso sacrificio en el mejor sentido, hay que trabajar el texto exhaustivamente. Y además entre un libro y otro muchas veces necesitas tener tiempo. Es como un armario. La ropa está ahí. Terminar un libro es sacar todo, y luego hay que llenarlo otra vez. Un libro vacía tus sentimientos, ya no tienes mucho más, tienes que rellenar tu corazón, por así decirlo, tus sentimientos, tus reflexiones, tu materia nueva de una manera viva y profunda que permita empezar algo nuevo».
Son otros tiempos, y también otros peligros. «Es una época de urgencias —admite—, quieres ganar todo, quieres tener todo, quieres aparecer en todos los sitios, eso es una tragedia. Es una época de gran frivolidad en el arte en general. Es un arte que no tiene volutas de catedral. O sea hay que pensar lo que estamos viviendo. Hay mucha tecnología, muchas improvisaciones, pero todo eso hacen brillos falsos. Es difícil ver a un nuevo autor que siga una huella con un valor y una determinación sin miedo».
Aunque cercana a sus lectores, Piñon no engaña. Más próxima a una época donde las obras se tenían que vender por sí solas, la escritora asume que las relaciones entre estos y los autores han cambiado en parte gracias a las redes sociales. «Pero yo no soborno a los lectores —deja caer—. Hay una honestidad profunda por mi parte con respecto al lector, yo no quiero seducirle de una forma insidiosa», matiza.
Tras casi una hora de conversación, a Piñon no se le apaga la sonrisa ni se le endurece la voz. Ni siquiera cuando habla de los tiempos actuales. «Siento lagunas y vacíos —lamenta—. Siento que la gente no presta mucha atención. No hay tiempo para crear. Yo me doy cuenta de que las grandes consideraciones son para los jóvenes, los de más edad están siendo abandonados. Siento eso. Es como si la gente quisiera renovar el stock lingüístico inmediatamente. Y llegará un tiempo en que no se leerán a los grandes clásicos como Cervantes, hay una supervalorización del contemporáneo en detrimento de la gran tradición literaria. Y creo que la tradición literaria tiene que estar detrás de todo lo que se hace. No puedes ser un contemporáneo si no eres un arcaico, si no tienes formación que provenga de la tradición. La tradición sustenta tus innovaciones, sin tradición no hay literatura», profetiza antes de despedirse.