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Libros para desconfinarse o por qué 'tiempo libre' y 'wi-fi' son incompatibles

Estos cuatro libros son alegatos a favor del desconfinamiento del móvil, a favor del tiempo realmente libre, desestructurado, improductivo, «perdido»

Libros para desconfinarse o por qué ‘tiempo libre’ y ‘wi-fi’ son incompatibles

Rachel Martin | Unsplash

Verano, ¡ah! El momento del añorado viaje para desconectar, para entregarse a la hamaca con vista a la montaña, o a la playa infinita, al disfrute de protagonizar un cliché tras otro sin que nos importe que lo sean porque la consecución del ritual es parte fundamental del placer… y porque se verá chulísimo en Instagram acompañado del hashtag #sorrynotsorry. 

¿Realmente podemos sentirnos desconfinados, libres, despreocupados si nos acompaña ese [cada vez menos pequeño y cada vez más hiperestimulado] creador de contenidos en nuestro cerebro que quiere convertir cualquier tema -complejo o no- en un tweet ingenioso o cualquier momento -fotogénico o no- en un post, una story o un TikTok?

No. La respuesta es un contundente no.

En un artículo reciente de The New York Times, Catherine Price explica como los teléfonos inteligentes y sus numerosas aplicaciones sedientas de atención nos atrapan en un estresante loop que nos hace vivir con niveles crónicamente elevados de cortisol, algo que a largo plazo agudiza la gravedad de cualquier enfermedad y que a corto plazo afecta la corteza prefrontal, un área del cerebro fundamental para la toma de decisiones, el pensamiento racional y el autocontrol. Y cuando se combina la falta de autocontrol con un poderoso deseo de aliviar nuestra ansiedad, esto puede llevarnos a hacer cosas que pueden aliviar el estrés en el momento pero que son potencialmente fatales, como enviar mensajes de texto mientras conducimos.

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«Desconfinados» en Ribadesella, Asturias. | Foto: Ana Laya.

El ocio no era esto. El tiempo libre no era para nadar en piscinas de cortisol ni para estar preproduciendo futuros likes. Vivir el momento no era el eslogan vacío de una app de meditación. Y, sin embargo, cada vez parece que eso es todo lo que tenemos a mano. Lo lógico, lo normal, lo que ni siquiera nos cuestionamos. Cada vez hay menos intersticios -geográficos, temporales y mentales- para ejercer nuestro derecho a no decir, a no hacer, a no generar algo likeable, a no compartir un fragmento digital [y probablemente filtrado hasta la falsedad] de nuestra vida.

Estos libros son alegatos a favor del desconfinamiento del móvil, a favor del tiempo realmente libre, desestructurado, improductivo, «perdido», porque solo en los tiempos fuera, en las contemplaciones cuasi-hipnóticas de la nada, en el aburrimiento, se puede estar absorto en el presente, se puede mirar activamente y atender a consciencia, y en consecuencia, pensar, comprender, empatizar y amar.

Imagen vía Alpha Decay.

Atención radical de Julia Bell

Traducido por Albert Fuentes

Editorial Alpha Decay

«Nos mueve el afán de recibir atención. Está en nuestra naturaleza. Desde el día en que nacemos necesitamos el contacto con los demás (…) Si queremos torturar a alguien, lo encerramos en una celda de aislamiento. Hacer el vacío es una forma típica de maltrato. Hay algo profundamente atávico en que nuestros cuerpos necesiten ser percibidos por otros cuerpos humanos, aunque solo sea para confirmarnos que existimos. Tal y como señaló Hannah Arendt: ‘La presencia de otros que ven lo que vemos y oyen lo que oímos nos asegura de la realidad del mundo y de nosotros mismos’. Somos criaturas sociales, nacidas a una interpelación vital con otros humanos. Internet nos ofrece formas nunca vistas de conectar con los demás. ¿Cómo es posible, entonces, que en esta vorágine de conexiones, nos veamos inmersos en una epidemia de soledad?»

En Atención Radical, Julia Bell realiza una breve pero muy precisa exploración acerca de nuestra [des]atención, en la que además de evidenciar y ejemplificar lo que a nivel psicológico los móviles, las plataformas y sus algoritmos hacen -por diseño- con nuestros cerebros, se vale también de la filosofía, la literatura y el arte para profundizar en la esencia humana y en la atención (sin prefijos) en toda su poderosa energía y agencia.

Porque si bien es verdad que «las mejores mentes de nuestra generación» se han dedicado a diseñar mecanismos para atraparnos en un bucle cerrado de estímulo-recompensa del cual emerge poco a poco un nuevo tipo comportamiento humano, una «personalidad semi-automática con fines de lucro que siempre está siendo estimulada, notificada, siempre necesitada de atención, siempre disponible, a menudo ansiosa, a menudo molesta, temerosa, celosa, paranoica, insegura de qué o a quién creer», Bell se niega a reducir nuestro comportamiento simplemente a la consecuencia directa de estímulos biológicos y al ser humano en su conjunto a una serie de mecanismos que pueden ser hackeados, estimulados y moldeados.

Simone Weil argumentaba que los valores auténticos y puros −la verdad, la pureza, y la bondad− en la actividad de un ser humano son el resultado de un único acto: prestar completa atención a nuestro objeto. La atención se convierte entonces en el requisito indispensable para la comprensión, el respeto, la dilucidación, la reflexión y la atención llevada a su grado máximo presupone fe y amor. 

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Imagen vía Editorial Ariel.

Cómo no hacer nada, de Jenny Odell

Traducido por Juanjo Estrella González

Editorial Ariel

A pesar de que el título lo sugiera, este no es un manual de instrucciones prácticas para desconectarse de los que sugieren que apagues las notificaciones de tu móvil, te pongas horarios o te dibujes la cara cuando te apetezca hacerte un selfie. No. El de Odell es una defensa -personal, anecdótica, contemplada, paseada, ecológica- del no hacer nada como «acto de resistencia política frente a la economía de la atención», como un ejercicio de terquedad, como una práctica en la que deberían involucrarse todos los que consideren que la vida es algo más que una serie de habilidades que se pueden cuantificar y optimizar, y sobre todo, todos quienes aprecien que a nivel colectivo lo que hay en juego es aún más importante porque «vivimos en una época compleja que exige ideas y conversaciones complejas que, a su vez, necesitan de un tiempo y un espacio que no se encuentran por ninguna parte». Por diseño. No por error. Literalmente por diseño. Ansiosos, irritables, exhaustos e intransigentes por diseño, mientras nos privan de la soledad, la observación y la cordialidad, que «deberían reconocerse no solo como fines en y de sí mismos, sino como derechos inalienables que pertenecen a cualquier persona que tenga la suerte de estar viva».

Odell defiende ese «lugar bajo el sol» en el que podemos tumbarnos en el suelo de nuestro apartamento, observar pájaros, conversar con extraños, contemplar la Ley de la Gravedad en acción o asistir a sinfonías de John Cage en las que durante 4’33’’ no pasa «nada».

Además de ensayista, Jenny Odell es también artista, así que su libro estará lleno de referencias hermosas, interesantes e inesperadas principalmente del mundo del arte y de la ecología (Odell es también admiradora de Masanobu Fukuoka, ¿cómo no?), pero también de la psicología, la sociología, la neurociencia y la física, como esta reflexión del físico Hermann von Helmholtz que dialoga perfectamente con la Atención Radical de Bell: «La tendencia natural de la atención, cuando se la deja sola, es a vagar siempre hacia cosas nuevas; y tan pronto como el interés por el objeto remite, en cuanto ya no hay nada nuevo en lo que fijarse en un punto, la atención pasa, a pesar de nuestra voluntad, a otra cosa. Si queremos mantenerla fija en un mismo objeto, debemos perseguir siempre la búsqueda de algo nuevo en este, sobre todo si otras impresiones poderosas nos atraen y nos apartan de él.» La atención como un estado de apertura que asume que hay algo nuevo que ver y una manifestación del acto fundamental de voluntad.

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Imagen vía Blackie Books.

Hola mundo, de Hannah Fry

Traducido por Francisco J. Ramos Mena

Editorial Blackie Books

«La historia está llena de ejemplos de objetos e invencio­nes cuyo poder va más allá de su propósito declarado. En ocasiones este se halla deliberada y maliciosamente incorporado en su propio diseño, pero otras veces es el resultado de omisiones irreflexivas», o de consecuencias involuntarias (por lo menos en su comienzo) como por ejemplo la de Mark Zuckerberg, que al escribir el código de Facebook en su residencia universitaria «nunca imaginó que un día se acusaría a su creación de ayudar a manipular votos en distintas elecciones en todo el mundo».

En Hola mundo. Cómo seguir siendo humanos en la era de los algoritmos, la Dra. Hanna Fry (que tal vez alguno conozca por sus frecuentes colaboraciones en el programa matutino de BBC6Music de Lauren Laverne), nos invita a descubrir la gran gama de algoritmos de los que dependemos cada vez más, aunque quizá no seamos conscientes de ello. ¿Por qué? Porque estos algoritmos además de haberse dedicado a conocernos mejor que a nosotros mismos al punto de sugerirnos con eficacia desde música hasta ligues, «poseen el poder oculto de alterar lenta y sutilmente las pautas que dictaminan lo que significa ser humano».

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Imagen vía Editorial Paidós.

Minimalismo digital, de Cal Newport

Traducido por Montserrat Asensio Fernández

Editorial Paidós

La primera aclaratoria de Cal Newport en su libro es que él no tiene nada en contra de la tecnología (ni él, ni yo, después de todo esto está escrito en un periódico digital y usted probablemente ha llegado a este texto pinchando en el enlace que le ofreció alguna red social). La tecnología, ya se sabe, es como Suiza: relativamente neutral, aparentemente inofensiva. Sin embargo, aclara Newport, «la utilidad percibida de estas herramientas no es el terreno sobre el que se alza nuestro hastío creciente (…) El origen de nuestra intranquilidad no es evidente en estos casos tan puntuales, pero resulta visible cuando observamos la situación en conjunto y nos percatamos de cómo estas tecnologías en general han conseguido ir mucho más allá de las funciones menores por las que las elegimos originalmente y acaban dictando nuestra conducta y nuestras emociones».

Así, Newport reflexiona acerca de la imposibilidad de tener «una vida intencional» en el tiempo -cada vez más corto- que tenemos entre los espasmos nerviosos que nos hacen volver a chequear Twitter, refrescar Reddit o chequear quien ha visto nuestra historia en Instagram, pero a diferencia de Odell sí dedica parte de su ensayo a esbozar una serie de técnicas y estrategias que pueden contribuir a recuperar el sentido de autonomía del que cada vez más personas se sienten sutil o radicalmente despojados. Y lo hace basándose en una amplio surtido de ejemplos de minimalistas digitales, desde granjeros amish a programadores de Silicon Valley.

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Imágenes vía Editorial Paidós y Editorial Debate.

Otro par de libros recomendados más orientados a la tecnología:

La era del capitalismo de la vigilancia, de Shoshana Zuboff

Traducido por Albino Santos Mosquera

Editorial Paidós

En su exhaustivo ensayo, Zuboff presenta el capitalismo de la vigilancia como se lo ha ganado: una amenaza existencial, un sistema que además de abandonar las reciprocidades del capitalismo con las personas y la sociedad, exige libertad sin obstáculos y conocimiento total para imponer una visión colectivista totalizadora de nuestra vida con capitalistas de vigilancia y su sacerdocio de datos a cargo de toda supervisión y control. (En este punto dialoga con Julia Bell cuando esta se pregunta: «Si el mundo está siendo diseñado para un solo tipo de mente, ¿dónde quedamos el resto de nosotros?»). Aunque no implique el derrocamiento del estado, el capitalismo de la vigilancia, señala Zuboff, es más bien «un derrocamiento de la soberanía del pueblo y una fuerza prominente en la peligrosa deriva hacia la desconsolidación democrática que ahora amenaza a las democracias liberales occidentales». Y no, esto está lejos de ser una exageración.

El enemigo conoce el sistema, de Marta Peirano

Editorial Debate

«La industria aún no sabe cómo controlar las emociones, pero se ha especializado en detectar, magnificar o producir las que más beneficio generan: indignación, miedo, furia, distracción soledad, competitividad, envidia. Esta es la banalidad del mal de nuestro tiempo: los mejores cerebros de nuestra generación están buscando maneras de que hagas más likes. Y no es verdad que estemos libres de culpa. Todo empezó porque queríamos salvar el mundo, sin movernos del sofá».

En este ensayo, que afortunadamente se sigue agotando edición tras edición, Marta Peirano explora con rigor y profundidad la relación entre tecnología y poder, pero no solo la actual, esa que de vez en cuando ocupa titulares que luego de escandalizarnos por los 5 segundos que toma escribir un tweet incendiario poco después olvidamos, sino que hace un recorrido exhaustivo por la historia de la red -desde ARPA hasta nuestros vigilantes días- poniéndole nombre a todos sus protagonistas, aportando contexto a todos sus experimentos, creaciones e iteraciones, a las alarmas no escuchadas, y dejando clarísimo que, contrario a lo que muchos piensan, la red no es libre, ni abierta ni democrática y de hecho está controlada por un número cada vez más pequeño de individuos. 

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Imágenes vía Editorial Siruela y Editorial Capitán Swing.

Otro par de libros recomendados más orientados a la reflexión filosófica: 

La orilla celeste del agua, de Jordi Soler

Editorial Siruela

Compuesto por cuatro piezas breves, La orilla celeste del agua es ante todo una reflexión critica sobre la pérdida progresiva de los espacios para la introspección, el pensamiento, la mirada activa y el diálogo.

Como escribe Anna María Iglesia luego de su conversación con el autor: «Soler nos invita a replantear nuestra manera de vivir, a tomar conciencia de lo que significa vivir y, sobre todo, a construir una existencia de forma autónoma. En otras palabras: nos invita a vivir nuestra vida, escapando de los moldes y los mapas en los que, sin embargo, estamos atrapados».

Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnit

Traducido por Clara Ministral

Editorial Capitán Swing

Este ensayo de Solnit no va de tecnología, pero sí que va de desconfinamientos, geográficos, psíquicos y emocionales. De perderse como condición necesaria para ser capaz de estar sumergido en la incertidumbre, para descubrirse, para [re]encontrarse. Perderse como una rendición placentera, un embelesamiento, una invitación a estar tan «absolutamente absorto en lo presente de tal forma que lo demás se desdibuja». Y como señala Walter Benjamin y recuerda Solnit, no se trata de acabar perdido, sino de perderse, «lo cual implica que se trata de una elección consciente, una rendición voluntaria, un estado psíquico al que se accede a través de la geografía».

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