El gran final de la saga wagneriana arde en el Teatro Real
Una puesta imponte de ‘El ocaso de los dioses’, la cuarta y última parte de ‘El anillo del nibelungo’, de Richard Wagner, se presenta en el Teatro Real, con dirección de orquesta de Pablo Heras-Casado y dirección escénica de Robert Carsen
La magia, el poder, la furia, la venganza, la traición y el fuego, sobre todo, el fuego impregnan El ocaso de los dioses, la última parte de la tetralogía de Richard Wagner (1813-1883) también integrada por El oro del Rin, La valquiria y Sigfrido. El compositor alemán le brindó voz y música a los personajes —héroes, dioses, seres del inframundo, humanos y criaturas de diversa naturaleza— a una epopeya que marcha hacia el apocalipsis tras la avaricia y la torpeza de los dioses. Las fuentes que integran esta ópera, una obra de arte total, son El cantar de los nibelungos, el poema germano por antonomasia, y La saga de los volsungos, donde se atesora la mitología islandesa.
El ocaso de los dioses (Götterdämmerung, en su idioma original, es decir, sin artículo, motivo por el cual también en español aparece el título Ocaso de los dioses) fue estrenada en el Festpielhaus de Bayreuth, Alemania, en agosto de 1876 y en el Teatro Real, en 1909. Madrid vuelve a recibir esta ópera que se estrenó el miércoles en el Teatro Real, con dirección de orquesta de Pablo Heras-Casado y dirección escénica de Robert Carsen, quien creó esta puesta para la ópera de Colonia en 2000. Culmina así una meta titánica, aunque suene exagerado, por parte de este coliseo que, a pesar de la crisis sanitaria, ha redoblado todos sus esfuerzos para continuar brindando una programación de excelencia a lo largo de temporadas sucesivas y para poder completar en 2022 esta tetralogía.
Un prólogo da la bienvenida al espectador –al exquisito, al estudioso, y también a aquel que no ha asistido a las piezas anteriores de la saga– y pone en contexto la acción. «¿Qué es ese resplandor?», se introduce al público a este drama con la pregunta que le hace una norna a las demás. Estos tres espíritus femeninos representan tres instancias de la historia y el destino: una, al pasado; otra, al presente; la tercera, al futuro. Hilan, tejen –una narración es un texto, término que proviene de tejido– el destino y una de ellas recuerda al Fresno del Mundo. Aquel árbol sagrado se ha muerto y solo persiste una de las ramas que Wotan, el máximo dios de la mitología nórdica, arrancó para convertirla en una lanza, lanza que jugará luego un papel central en el relato. La naturaleza ha sido herida y este desequilibrio tendrá sus consecuencias en el mundo, un universo solo destinado a la destrucción. Los dioses, en su furia y ambición, marchan hacia el ocaso.
Tras esta interpretación melancólica y serena del preludio se da inicio a El ocaso de los dioses cuya tensión irá in crescendo de la mano de 11 solistas: Ricarda Merbeth (Brünnhilde) Andreas Schager (Siegfried), Lauri Vasar (Gunther), Martin Winkler (Alberich), Stephen Milling (Hagen), Amanda Majeski (Gutrune), Michaela Schuster (Waltraute), Elizabeth Bailey(Woglinde), la española María Miró(Wellgunde),Claudia Huckle(Flosshilde/norna) y Kai Rüütel(norna). Además, 115 músicos –no solo ubicados en el foso, sino también en algunos palcos laterales, donde se encontraban las arpas–, 62 miembros del coro y 17 actores figurantes completan este virtuoso elenco.
Los acordes más célebres de la saga wagneriana, aquellos con los que comienza el segundo acto de La valquiria, la famosa cabalgata de las valquirias, también recorre El ocaso de los dioses. Este leitmotiv fue reinterpretado en otro vuelo rasante de la muerte en Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola. Pero si al comienzo de la tetralogía actuaban con convicción, en el final de la saga estas damas que transportan las almas al Valhalla, los Carontes femeninos de la mitología nórdica, lamentan: «Cabalgamos errantes y desorientadas». Tanto el preludio, donde hay tres voces, tres nornas, como el principio del tercer acto, donde aparecen las ondinas –similares a las sirenas por su voz y por su hábitat– o ninfas del Rin, esta producción logra un nivel excelso de belleza y magnetismo.
El orden del comienzo del primer acto, la pasión entre la valquiria Brünnhilde y el héroe, el mortal Siegfried (ha matado al dragón que guardaba el tesoro de los nibelungos, y de esta cueva solo ha traído consigo un anillo y un yelmo mágico que le permite cambiar de fisonomía), será puesta a prueba. En El ocaso sobre los dioses Wagner, a través de su libreto, enfatiza el modo en el que la voluntad y el poder colisionan. ¿Se puede elegir el Bien sobre el Mal? ¿Estamos condenados al Mal?
Se debe destacar el inicio del segundo acto donde Alberich, el nibelungo que robó el anillo a las hijas del Rin, le recuerda desde el más allá, en una pesadilla, a su hijo Hagen que debe recuperar este objeto: «Te eduqué con un odio tenaz». Hagen lo obedece, pero otros personajes actúan con libertad, como es el caso de Gunther, que le aporta en esta versión algunos ribetes cómicos. En El anillo de la verdad (Acantilado), Roger Scrutton escribe: «Alberich instaura el poder del que dependerá la civilización; el poder que sustenta tanto la ley como el placer, pero que se muestra más directamente como esclavitud, trabajo y ‘acumulación’ de riquezas».
Los mitos, con los siglos, si bien permanecen vigentes, se han desacralizado y aparecen en otras manifestaciones culturales. J.R.R.Tolkien (de modo notable en la biopic del escritor, protagonizada por Nicholas Hoult, se evidencia la influencia de Wagner en su obra) bebió de esta fuente para elaborar su saga ubicada en la Tierra Media. El anillo del nibelungo sigue ofreciendo sus interpretaciones y una de las más recientes es la ecologista, aquella que postula el impacto que tiene en el mundo, de los mortales y de los dioses, el daño producido sobre la naturaleza.
Esta versión de El ocaso de los dioses el escenógrafo y figurinista Patrick Kinmonth invoca una estética de mediados del siglo XX para los trajes y los vestidos de gala de las mujeres de la boda del segundo acto; Siegfried lucirá un atuendo de camuflaje militar y un traje marcial. La sala en la corte de los gibichungos, una bicicleta, y una hélice de un avión de guerra dan pistas del contento de esta obra clásica, y, por lo tanto, dúctil para ambientar en los tiempos y escenarios más disímiles.
El Teatro Real completará en estas nueve funciones de El ocaso de los dioses la grabación audiovisual de la tetralogía para su distribución internacional y emisión en la plataforma My Opera Player. Radio Clásica, de Radio Nacional de España, retransmitirá en diferido la ópera. Sin embargo, quien pudiera asistir a esta producción, de cinco horas y media de duración, no se arrepentirá: el final del tercer acto es apoteótico y no solo por el libreto y la partitura, así como por la perfección de la Orquesta Titular del Teatro Real. El fuego, una vez más, esta vez en la pira funeraria de Siegfried, una propuesta de Kinmonth para la última escena, la del sacrificio de Brünnhilde, y una lluvia posterior, crean un efecto hipnótico y nos cautivan casi como el Anillo a quienes tiene a su alrededor.