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Lázaro Galdiano, el amor loco de Emilia Pardo Bazán

Lázaro Galdiano, de quien este domingo se cumple el 160 aniversario de su nacimiento, dejó tras sí muchas leyendas y la mejor colección privada de España

Lázaro Galdiano, el amor loco de Emilia Pardo Bazán

Emilia Pardo Bazán y José Lázaro Galdiano, hacia 1895. | Museo de Bellas Artes de La Coruña / Museo Lázaro Galdiano

En el centenario de Emilia Pardo Bazán se ha hablado mucho de su relación amorosa con Benito Pérez Galdós, uno de los detalles que la convierten en adelantada de la liberación de la mujer y precursora del feminismo. Pero Emilia Pardo Bazán se permitió aún más libertades sexuales: tuvo otro amante simultáneo, y se lo hizo tragar a Galdós. Fue un joven Lázaro Galdiano, luego famoso coleccionista de arte que legó a la nación un tesoro, el Museo Lázaro Galdiano, la mejor colección privada de España y una de las mejores de Europa.

En 1888 Barcelona celebró su Exposición Universal. Era el primer acontecimiento de esta clase que tenía lugar en España, la culminación del extraordinario desarrollo que había experimentado la ciudad y sirvió para consagrar el modernismo. La Pardo Bazán y Galdós no se podían perder un espectáculo así y decidieron viajar a Barcelona para la inauguración. Hacía años que eran amantes, aunque mantenían su relación –que duraría 20 años con discreción. No vivían juntos, sino cada cual en su casa, y mantenían su nido de amor en un piso de la calle de La Palma, en el centro de Madrid. 

Para respetar las apariencias la pareja viajó a Barcelona en el mismo tren, pero en departamentos separados. Además a ella la esperaba en la estación barcelonesa Narcís Oller, un amigo escritor que formaba parte del movimiento cultural catalanista de la Renaixença, quien sería su acompañante oficial y tapadera de Galdós. Lo pasaron muy bien los tres, aunque al cabo de más de mes y medio Galdós tuvo que volver a Madrid, aunque la condesa se quedó en Barcelona.

A los tres días de la marcha de Galdós pasó lo inevitable. En uno de los muchos actos a los que asistían, el joven periodista Lázaro Galdiano, que formaba parte de la comisión de Festejos de la Exposición, le «suplicó» a Oller que le presentara a la escritora, de la que dijo ser «fervorísimo admirador».

Llamar a Lázaro Galdiano «periodista» es una simplificación. Era mucho más que eso, entre otras cosas era rico, sin que nadie supiese de dónde provenía su riqueza

Llamar a Lázaro Galdiano “periodista” es una simplificación. Era mucho más que eso, entre otras cosas era rico, sin que nadie supiese de dónde provenía su riqueza, aunque esas situaciones se daban en la pletórica Barcelona de finales del XIX. José Lázaro Galdiano había nacido en 1862 en un pueblo de Navarra, en una familia hidalga pero pobre. A los 15 años tuvo que trabajar para ganarse la vida, empezando como empleado del Banco de España. Durante un destino en Valladolid intentó ir a la Universidad, pero sólo pudo cursar tres asignaturas con resultados nada brillantes. No tenía por tanto título universitario.

Tras 10 años en el Banco de España decidió que ya había aprendido bastante de finanzas, especulación y comercio, y con 25 años de edad se despidió del Banco y se estableció por su cuenta. Escogió Barcelona para iniciar su ascenso hacia la riqueza y la fama, la mejor elección en España, y estuvo trabajando en la Trasatlántica, la naviera del marqués de Comillas, otro personaje que se hizo a sí mismo. Allí se ganaba mucho dinero porque la Trasatlántica controlaba el transporte de soldados y material militar a Cuba, donde había una guerra endémica.

Por otra parte, Lázaro Galdiano ejercía el periodismo, aunque en muy diferentes facetas. Era crítico de arte y escribía artículos literarios para El Imparcial o El Liberal de Madrid, y a la vez tenía en La Vanguardia de Barcelona una sección llamada Damas y Salones, que era un precedente de la prensa del corazón. De esta manera conseguía tener relaciones tanto en el mundo cultural como en la alta sociedad barcelonesa. Como era listo, apuesto y encantador de trato, de carácter fuerte y carente de escrúpulos, logró vivir en la riqueza y el glamur.

Al día siguiente de ser presentado a la condesa de Pardo Bazán por Oller, cuando éste fue a recogerla a ella al hotel como hacía todas las mañanas, le dijeron que doña Emilia se había ido de excursión con Lázaro Galdiano. Ella era once años mayor que él, pero eso no impidió, sino todo lo contrario, que tuviesen una fogosa aventura en Arenys de Mar, donde «me  encontré enseguida apasionadamente querida, y contagiada», según escribiría la Pardo Bazán con desparpajo en una carta a… ¡Galdós! 

La España moderna

El asunto no terminó en la escapada de Arenys del Mar, porque Lázaro Galdiano decidió trasladarse a Madrid. Tenía en mente un proyecto para el que su relación con Emilia Pardo Bazán sería fundamental –podría pensarse incluso que la sedujo para eso–, la creación de una revista literaria de alto nivel, La España Moderna. Lo cierto es que la gestación de este proyecto fue una especie menage a trois entre Lázaro Galdiano, la Pardo Bazán y el resignado Galdós. Inspirada en el modelo francés de La Revue de Deux Mondes, La España Moderna publicó colaboraciones de los más grandes escritores de la época, además de Pardo Bazán y Galdós, por sus páginas pasaron Menéndez Pelayo, Echegaray, Campoamor, Zorrilla, Palacio Valdés, Leopoldo Alas Clarín, Rubén Darío y Unamuno, que consideraba que se había hecho escritor gracias a la oportunidad que le dio Lázaro Galdiano. También publicaba a las más destacadas personalidades del pensamiento político, como Castelar, Cánovas del Castillo o Giner de los Ríos, y a los grandes novelistas europeos, a veces por primera vez en español: Balzac, Flaubert, Zola, León Tolstoy o Dostoievsky, por citar sólo algunos.

La España Moderna habría quedado como la gran obra de Lázaro Galdiano si no fuese por otra faceta de su personalidad, la de coleccionista de arte compulsivo. A principios de siglo conoció en París a un joven argentino de buena familia, que tenía pretensiones literarias y al que le publicó unos versos. Pero quien le interesaba no era el joven, sino su madre, doña Paula Florido, a la que invitó «a ver su colección» en Madrid. Ella era tres veces viuda, y tres veces riquísima, y aunque era bastantes años mayor que él, eso nunca fue un impedimento para las relaciones de Lázaro Galdiano con las mujeres. Se casaron en Roma en 1903.

Lázaro Galdiano ya había comenzado a comprar obras de arte como un medio de alcanzar prestigio social, pero la inmensa fortuna de su esposa le permitió llevar al paroxismo su «colección de colecciones». Construyó en Madrid una magnífica mansión de estilo neorrenacentista, el Palacio de Parque Florido (hoy Museo Lázaro Galdiano), y la llenó de magnífica pintura, escultura, armaduras, orfebrería, cerámica, joyas y libros valiosísimos. Durante 15 años fue también un centro de la vida social madrileña, donde se daban fabulosas fiestas, hasta que la prematura muerte de dos hijos de ella les llevó a cerrar sus salones.

Cuando Paula Florida falleció en 1932, en su testamento le dejó a su marido el Palacio de Parque Florido y todo lo que había en su interior, una riqueza inmensa. Cuando en 1947 le tocó el turno a José Lázaro Galdiano, que no había tenido hijos propios, lo legó al Estado, gracias a lo cual disfrutamos de ese maravilloso Museo Lázaro Galdiano.

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