THE OBJECTIVE
Cultura

'Good Bye, Salazar': el dictador que murió pensando que gobernaba

El italiano Marco Ferrari narra en una biografía con tintes novelescos el engaño al que fue sometido el dictador de Portugal tras ser relevado de su cargo por sus condiciones físicas

‘Good Bye, Salazar’: el dictador que murió pensando que gobernaba

António Oliveira de Salazar en 1940 | Wikipedia

Augusto de Castro llevaba décadas sin pisar la redacción del Diário de Notícias. Dado su enorme prestigio, era más un director honorario que efectivo. Sin embargo, en 1968, redactores que no sabían casi de su existencia física, lo vieron acudir a diario, reunirse con los capos y bajar a las rotativas. ¿A qué se debía tan extraña y súbita diligencia? No a una cuestión periodística, por cierto, ¡sino a razones de Estado! A partir de entonces, el lisboeta Diário de Notícias, no tendría una sola edición, sino dos: una para el mundo entero; otra, sólo para los ojos de António Salazar, dictador de Portugal.   

Como Franco, al otro lado del Guadiana, Salazar se mantuvo en el poder cuarenta años; como el dictador español, el luso murió en la cama. La diferencia sustancial es que, mientras Franco estuvo ‘firmando sentencias de muerte hasta el final’, Salazar vivió sus últimos dos años sin poder efectivo, aunque pensando tenerlo todo aún bajo su control. La historia de su declive es puro argumento de farsa y de tragedia shakespeariana. Los cinéfilos que recuerden Good Bye, Lenin, e incluso El show de Truman, encontrarán enormes semejanzas entre la historia de aquella madre de Alemania oriental a la que, tras un coma, sus hijos ocultan que el Muro de Berlín ha caído, o la del pobre currito teledirigido de la cinta de Peter Weir, con la de este ‘caudillo’ portugués al que todos a su alrededor convencieron de que seguía detentando el poder. 

Imagen vía Editorial Debate.

Con el relato de esta maniobra de Estado arranca Marco Ferrari su biografía La increíble historia de António Salazar, el dictador que murió dos veces (Debate). Como Antonio Tabucchi, autor de Sostiene Pereira, su amigo y colega, Ferrari ha cultivado en varios libros su pasión por Portugal. En el 74, cuando estalló la incruenta Revolución de los Claveles, se fue en barco de Génova hasta Barcelona, en autoestop («en aquella época se podía», rememora para THE OBJECTIVE) hasta Madrid, y tomó un tren a Lisboa. «Aquello fue una maravilla. Después del golpe al mundo progresista con la caída de Allende en Chile, vivir una revolución tan cerca de casa era apasionante. Fue un año decisivo y todos estaban interesados en ese laboratorio político para la izquierda que se estaba desarrollando en Portugal». Ferrari narró aquella experiencia en A la revolución en un dos caballos, que, una vez llevada al cine, fue la última cinta en la que participó Paco Rabal. «De hecho, te voy a dar un titular: Yo maté a Paco Rabal». De vuelta de un viaje promocional a Montreal, el intérprete sufrió una insuficiencia respiratoria y falleció.

Marco Ferrari | Imagen cedida por la editorial.

Ahora, Ferrari ha compilado su largo interés por la figura de Salazar en esta obra que arranca con un instante decisivo: la fatídica caída al sentarse en una silla de lona que sufrió el dictador el 3 de agosto de 1968, cuando se disponía a pasar cita mensual con su callista. A los pocos días, Salazar comenzó a sufrir problemas de memoria y movilidad, complicados luego con otras afecciones que derivaron en una crisis que casi lo llevó a la tumba. Es ahí cuando el Consejo decidió inhabilitarlo y relevarlo en el cargo; poco después, sin embargo, el hombre de Vimieiro se recuperó asombrosamente y se mostró preparado para volver a su puesto. Pero, ¿qué puesto? Ahí arranca el magno engaño. «A partir de entonces –cuenta Ferrari en su libro- todos los días recibió a dos o tres personalidades, sobre todo a última hora de la tarde. Eran ministros, gobernadores, amigos, confidentes, jefes de la PIDE [la policía secreta del Estado Novo] y de los gremios. Todos cumplían la orden impartida por el nuevo presidente del Consejo y el viejo presidente de la República: fingir que todavía era él quien dirigía los territorios portugueses. Para dar más verosimilitud a la farsa, a veces los interlocutores hablaban mal de Marcelo Caetano o Américo Tomás, lo que alimentaba el ego del antiguo déspota». 

Parte fundamental del montaje era la edición unipersonal del Diário de Notícias. El sistema ideado por el director, explica Ferrari, «se basaba en una concienzuda relectura y reescritura de las páginas del periódico. Como primera medida, cada reunión con el expresidente tenía que quedar debidamente registrada para poder reconstruir la primera página. Luego había que tapar todos los artículos que mencionaban a Marcelo Caetano como presidente del Consejo y a las nuevas personalidades del marcelismo, si acaso con publicidad o sucesos. Ahora De Castro acudía a la redacción todas las noches, y en cuanto estaban listos los ejemplares destinados a los quioscos, acompañado por el jefe de tipógrafos, escribía con esmero un ejemplar y solo uno, destinado a su amigo Salazar».                

Las calles de Portugal en 1974 | Europa Press / ContactoPhoto

El dictador era ahora víctima de la censura que llevaba décadas instalada en Portugal. Una censura encaminada a maquillar su realidad concreta. Con el tiempo, aquella farsa salió a la luz en la prensa extranjera, merced a la astucia de un periodista francés, pero en el Palacio de Sao Bento, Salazar siguió pensando hasta el final que la metrópoli y sus colonias estaban a buen recaudo por su persistencia. El dictador falleció finalmente el 27 de julio de 1970, tras dos años siendo un cadáver político. El Estado Novo aún resistió otros cuatro años antes de que, a la contraseña de Grandola, vila morena, radiada de noche, le siguiera la Revolución de los Claveles. El viejo aparato salazarista, garante del imperio luso, se vino abajo y las bayonetas quedaron caladas con flores. 

Revolución de los claveles en Portugal. | Foto: Europa Press / ContactoPhoto

En la otra mitad (o tres cuartos) de la Península, Juan Carlos I asumía la jefatura del Estado de forma interina por las complicaciones de Franco, que le llevarían un año después a la muerte. La trayectoria de ambos autócratas corre paralela: ambos afianzaron su poder en los años 30, sortearon la Segunda Guerra Mundial (Salazar templó los ánimos de Franco en este sentido) y murieron en la cama, un final mucho más apacible que el de los grandes tiranos del siglo. Sin embargo, en fondo y forma diferían notablemente: «Eran como el gordo y el flaco», ironiza Ferrari. Salazar vestía de manera atildada y gastaba una ironía inglesa; el caudillo se sentía más a gusto con los presidentes de la República, todos militares. El portugués vivió como un monje, muy refractario a aparecer en público y al culto a la personalidad, inasequible a la soltería. Salió del poder y de la vida sin un duro. En su casa natal de Vimieiro, una lápida recuerda que fue «un señor que gobernó y nunca robó».           

Más allá de eso, la represión y el control totalitario, mediante la temible policía secreta de la PIDE, fueron las señas de identidad del Estado Novo. Más de 20.000 personas fueron torturadas y muertas. Como Franco, Salazar se vio como un garante de las esencias y llegó a pensar que su misión esencial consistía en evitar el desmembramiento del más grande imperio europeo junto al español. Ambos fracasaron en su misión histórica. En el caso portugués, la guerra de Angola desangró todas las esperanzas coloniales justo en los años en que el hombre de Vimieiro vivía una realidad paralela. Una distopía unipersonal. 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D