Las siete muertes de Maria Callas, según Marina Abramovic
La artista, pionera en la performance, presenta en Madrid su primera exposición individual en la última década con 11 fotografías y un film donde representa las diferentes muertes por amor de la soprano
Parte del éxito de Marina Abramovic nace también del fracaso. Pionera en el uso de la performance como una forma de arte visual, la artista de 75 años ha manifestado en más de una ocasión que no tiene miedo a equivocarse. «Si fracasas, no pasa nada. El fracaso es parte de ser experimental», asume. Conocida por explorar la relación entre artista y espectadores, desafiar los límites del cuerpo y de la mente en su búsqueda por franquear las fronteras del autodescubrimiento y sondear conceptos como el tiempo, el agotamiento y el dolor, la creadora serbia disfruta con cualquier desafío que implique un cambio.
De viaje en Madrid para presentar su primera individual en la capital desde hace una década comparte en rueda de prensa que cuando empezó con sus performances hace cincuenta años, «los museos tenían miedo». Es por eso, explica, que se desenvuelve bien en los espacios pequeños «para veinte o treinta personas» como La Nave Sánchez-Ubiría, donde Bernal Espacio Galería expone desde mañana hasta el 19 de marzo algunos de sus retratos y un film, Seven Deaths (2021), en el que reinterpreta las siete muertes prematuras de la soprano Maria Callas.
Modernizando la ópera
Y es que desde que tenía 14 años, cuando en la cocina de su abuela la escuchó por primera vez, la artista reconoce que se quedó fascinada por la voz de la belcantista hasta el punto de que se echó a llorar de la emoción. «Callas fue mi inspiración –mantiene-. Como yo, ella era Sagitario; como yo, ella tuvo una madre terrible. Compartimos una similitud física la una con la otra». Atormentadas ambas, sufrieron por algún desamor, continúa contando. «Ella murió por tener el corazón roto. Yo casi lo hago. Creo que en mi caso me salvó mi trabajo artístico».
«Maria Callas murió por tener el corazón roto. Yo casi lo hago. Creo que en mi caso me salvó mi trabajo artístico»
Marina Abramovic
En esta pieza que dura aproximadamente una hora, cada aria está acompañada por el final trágico del protagonista, aunque agregando un nuevo giro o una nueva interpretación en cada caso. Lo suyo es, además, una nueva interpretación de todas esas óperas donde todos los protagonistas mueren por desamor. «Cogí esos finales e hice una ópera. Si alguien me lo hubiera dicho hace diez o quince años habría pensado que estaba loco. Odiaba la ópera, me parecía un medio anticuado. Pero pensé que podía usarlo y hacer algo diferente y algo nuevo», sostiene.
No es la primera vez que la artista reconoce que basta con pensar que no puede hacer algo para querer hacerlo. En pantalla, la impactante voz de la soprano envuelve a la propia Abramovic -que a lo largo de los años se ha desprendido de cualquier distracción para centrarse solo en lo esencial en sus performances-, en una escenografía solemne que devuelve el eco de los amores perdidos y la experiencia de la tragedia y la muerte.
Junto a la proyección de Seven Deaths, acompañan a esta cita once fotografías que recorren, desde sus inicios en Belgrado a principios de la década de 1970 hasta sus últimas intervenciones de 2019, la trayectoria de la artista, último Premio Princesa de Asturias de las Artes, en diferentes etapas y momentos de su obra.
Abramovic en once retratos
Aunque sus inicios no fueron fáciles – «no me podía imaginar que llegaría a donde estoy hoy. Estas formas del arte no eran aceptables», reconoce-, ya desde entonces Abramovic irrumpió en el mundo artístico con fuerza, rompiendo con todo límite e indagando en su propio cuerpo sobre los extremos del dolor, la propia seguridad y la interacción con el espectador. Sus proyectos se popularizaron en 1974 con Ritmo, donde colocó sobre una mesa 72 objetos, entre ellos tijeras, un cuchillo, una pistola y un látigo, y se ofreció como objeto de experimentación para el público. Desde entonces, ha resistido al dolor, el cansancio y el agotamiento en sus diferentes intervenciones. A veces, no pocas, rozando el peligro. «Cuando actúo –mantiene ahora- tengo que estar segura de que una parte de mi cerebro está bajo control y la otra libre».
En Portrait as Biography nos recibe una Marina Abramovic igual de combativa. De entre las instantáneas que conforman su exposición, en Coming and Going, una de sus primeras performance documentadas, se aleja del objetivo poco a poco hasta desaparecer para reflexionar sobre la propia mortalidad a partir de la desaparición, paulatina, del cuerpo. Se trata esta de una pieza que dialoga, a su modo, con el vacío que la propia artista sostiene entre sus manos en Holding Emptiness.
En estos retratos, Abramovic, a la que observamos mientras se baña desnuda en Brasil, país con el que mantiene un especial vínculo, vuelve la mirada a la naturaleza y levanta un cordero sobre su cabeza en Holding the Lamb o mantiene una absoluta tranquilidad mientras un pulpo se arrastra sobre su cabeza en Portrait with Octopus.
Pero quizá, su lado más personal lo refleje The Kitchen VII, como parte de una serie como homenaje a Santa Teresa que la artista llevó a cabo en España en 2009, en los espacios abandonados de La Laboral en Gijón. «Durante mi infancia –expresó en su momento-, la cocina de mi abuela era el centro de mi universo: todas las historias se contaban en la cocina, todos los consejos para la vida se daban en la cocina, y todas las adivinaciones con tazas de café negro tenían lugar en la cocina, de forma que realmente era el centro del mundo, y todos mis mejores recuerdos vienen de allí».