Españoles frente a Rusia (II): el general Prim en la guerra ruso-turca
España luchó contra Rusia en la Guerra de Crimea porque el zar apoyaba a los carlistas y no reconocía a Isabel II
España padeció durante el siglo XIX el cáncer de las Guerras Carlistas, tres guerras civiles y varios alzamientos y guerrillas en menos de 50 años. Pero por una de esas piruetas que realiza la historia, a mitad de siglo el teatro de las Guerras Carlistas se trasladó a la otra punta de Europa, a la Guerra de Crimea.
El zar Nicolás I era el campeón de las ideas más conservadoras en Europa, y por supuesto apoyó la rebelión carlista. 20 años después de que Isabel II subiera al trono, Rusia seguía sin reconocerla, para Nicolás I no había más rey de España que don Carlos, y luego su hijo «Carlos VI». Rusia era por tanto un enemigo de la España liberal, pero estaba tan lejos…
Sin embargo, había un caudillo del progresismo español para quien el mundo se le quedaba pequeño, el general don Juan Prim. Alcanzaría gran fama en la Guerra de África de 1859, e incluso encabezaría la expedición a México de 1861, pero vamos a centrarnos en una fecha anterior, 1853, el momento en que estalla la guerra entre Rusia y Turquía, y el zar invade el Imperio Otomano por Rumanía con la pretensión de tomar Constantinopla. Prim se encuentra en París, en un exilio encubierto, intentando dar un «braguetazo» con una joven mejicana de gran fortuna, pero inmediatamente huele la pólvora y decide ir a esa guerra lejana. Él ha empezado la carrera militar como soldado raso voluntario en la Primera Guerra Carlista, ascendiendo por méritos de guerra hasta coronel, de modo que ve a Nicolás I como a un enemigo.
El Gobierno español del momento, todos los gobiernos en realidad, prefieren tener a Prim lo más lejos posible, porque es un conspirador político nato, de modo que acepta la iniciativa del general y le nombra jefe de la Comisión Militar en la Guerra Ruso-turca, creada por Real Orden el 12 de junio de 1853. La Comisión que se agrega al ejército turco es numerosa, 13 oficiales, 37 asistentes, 47 caballos y un furgón, con su propia escolta de un sargento y 12 soldados españoles.
Siguiendo las costumbres de la época, los oficiales extranjeros están obligados a luchar junto a sus anfitriones, aunque su gobierno sea neutral. El bautismo de fuego de estos españoles frente a los rusos le corresponde al capitán Carlos Detenre, que el 2 de noviembre de 1853, estando de patrulla con la caballería turca, es atacado por un destacamento de cosacos. El capitán mata a dos rusos con sus pistolas, y pone en fuga a los cosacos, por lo que lo reciben como un héroe en el campamento turco, paseándolo a hombros. A continuación tiene lugar la batalla de Oltenitza en la que la participación española es general, pero su contribución más notable le corresponde al propio Prim, que en la batalla de Tutrakan dirige la artillería turca con éxito. El sultán le otorga la Orden de los Medjidie y un sable de honor, pero cuando en julio de 1854 llega al frente del Danubio la noticia de la Vicalvarada, el pronunciamiento progresista que triunfa en Madrid, Prim regresa precipitadamente a España.
Crimea
La ausencia de Prim no supone el final de la participación española en lo que los periódicos llaman «la Guerra de Oriente», que en esas fechas cambia radicalmente de escenario y de protagonistas. Francia e Inglaterra quieren impedir que Rusia logre una salida al Mediterráneo, por lo que envían a Constantinopla sendos cuerpos expedicionarios (véase A la guerra por Crimea, en THE OBJECTIVE de 27 de febrero pasado), que en septiembre de 1854 desembarcan en la Península de Crimea. Es prácticamente un nuevo conflicto, la Guerra de Crimea, entre Rusia, Francia e Inglaterra.
Otra vez el fantasma de las Guerras Carlistas impulsa al gobierno español. Francia e Inglaterra han enviado cuerpos expedicionarios a España para luchar junto a los liberales contra los carlistas, y España siente la necesidad de corresponder. En enero de 1855 decide crear una Legión Española en Crimea de 20.000 hombres, al frente de la cual pone al prestigioso general Juan Zavala, futuro presidente del gobierno. Zavala se entrevista con el emperador francés Napoleón III, aunque la formación de un cuerpo expedicionario de esas dimensiones ofrece tales dificultades que la guerra terminara antes de que pueda llegar.
Sin embargo, hay muchos militares españoles en Crimea. Por una parte se forma una nueva Comisión Militar oficial para el frente de Sebastopol, por otra numerosos oficiales se van a la guerra «como particulares», una costumbre que todavía era normal en la Europa del siglo XIX. Entre ellos se puede destacar, por su carácter excepcional, A Jose María de Murga, alias «el Moro Vizcaíno», impenitente aventurero que fue uno de los poquísimos cristianos de esa época que logró entrar –disfrazado de musulmán- en La Meca.
Murga, veterano de la Guerra Carlista, escribe muchas cartas desde el sitio de Sebastopol, y aunque al principio le parece que es una guerra que no va en serio, su testimonio del asalto al bastión de Malakov, que de hecho dará lugar al armisticio, es impresionante: «La matanza ha sido espantosa y hay sitios en que hoy no se puede marchar sin pisar cadáveres a millares… cuando se dio el asalto se me manchó la levita con la sangre de un coronel de Estado Mayor, al que una bala de cañón quitó a mi lado la mitad de la cabeza».
La participación española más extravagante es, no obstante, la de los propios carlistas. Los restos del ejército carlista derrotado que han pasado a Francia, territorio hostil, han terminado en gran parte alistándose en la Legión Extranjera francesa. Tras sus campañas en Argelia, que le dan la reputación que tiene este cuerpo mercenario, la Legión Extranjera marcha a Crimea como fuerza de elite del ejército francés. De sus 4.500 hombres, 900 son españoles.
La Comisión Militar española redacta una Memoria sobre el viaje militar a la Crimea, en la que da solamente cifras de uno de los regimientos legionarios, en el que luchan tres oficiales y 471 soldados españoles, con 91 muertos y 103 heridos. Ganan dos Legiones de Honor y 8 Medallas Militares, y el capitán Antonio Críspulo Martínez asciende a teniente coronel –llegaría a general en el ejército francés-. Pese a ser carlista, el gobierno español le concede la Cruz de San Fernando, porque una de las características de los españoles en la Guerra de Crimea es que allí se olvidan las diferencias políticas, y liberales y carlistas conviven cordialmente, añorando juntos a España.