María Gainza, el arte de escribir textos entre columnas
La escritora argentina, autora de ‘El nervio óptico’ y Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2018 por ‘La luz negra’ publica su primer libro de poesía, ‘Un imperio por otro’, escrito hace diez años
Tiene fama de escritora esquiva, poco accesible y menos proclive a conceder entrevistas. «La exposición pública me resulta antinatural», se excusa. Ella misma se define como «solitaria, huidiza y un poco rara, como un okapi». Mitad cebra, mitad jirafa, lo cierto es que María Gainza es una rara avis única en su especie. Crítica de arte durante años, en 2014 su nombre acaparó la atención de los críticos literarios cuando publicó su primera novela, El nervio óptico, donde mezclaba sus propias vivencias con píldoras de historia del arte.
Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2018 por su segundo título, La luz negra, -algo que ella achaca a «una buena alineación de los astros»- la escritora argentina huye de la prisa en los tiempos de la inmediatez y se permite el lujo de escribir con pausa. «Tengo cosas sin publicar y cada tanto se me ocurre lanzar alguna al mundo como una botella al mar. No siento urgencia, espero el momento, y sobre todo trato de no sobresaturarme de mí misma», confiesa al respecto.
«Tengo cosas sin publicar y cada tanto se me ocurre lanzar alguna al mundo como una botella al mar»
María Gainza
Antes de nada, de hecho, fue el verso. Atemporal, durante más de diez años, ha dejado que los poemas que dan forma a su último libro, Un imperio por otro (paripébooks), maceraran. «Lo cierto es que un día, mientras hablaba por teléfono con un amigo, se me cruzó la peregrina idea de escribir ‘algo encolumnado’. ‘Lo veo, lo veo’, me dijo él que es un gran amigo porque siempre me alienta en mis empresas, como la vez que le dije que quería criar pavos reales y sin dudarlo me dijo: ‘lo veo, lo veo’. Y como yo soy insegura y necesito del combustible ajeno para entrar en acción, su impulso me envalentonó y bajo la copa de mi arce escribí mi primer texto encolumnado», cuenta la propia Gainza en la páginas de este libro compuesto por lo que ella ha definido precisamente como ‘textos encolumnados’.
Versos en terra infirma
«Siento que habitan en una terra infirma -argumenta sobre su rechazo a llamarlo poemas-. No quiere decir que tenga a la poesía en muy alta estima ni a mis textos en baja, si no que hay cosas que no entran en los limitados estantes que hemos creado para la literatura. En eso las artes plásticas son más sabias, más fluidas y abiertas, menos conservadoras incluso».
Así, en Un imperio por otro nos encontramos ya con El nervio óptico. «De chiquita/ ve la cosa y su doble/ pero no sabe de Platón», compone en lo que tiempo después dará pie a su primera novela. Recorren estos versos sucesos y noticias que desprenden un humor ácido, cierta ironía, una voz que resuena en las respuestas de la propia Gainza: «Desde hace una década lo único que vivo con expectación son las tomografías de control anual», comenta ante la perspectiva de la actual publicación de Portrait of an Unknown Lady en Estados Unidos.
Más íntima y personal, se confiesa en Un poema, donde escribe sobre su propio deseo de componer poesía: «Pero cada vez que trato,/ las cosas se corren de lugar/ se van lejos,/ hacia el fondo oscuro del jardín/ donde no me gusta pisar». Ahora, reconoce que lo pisa, aunque sea de puntillas. «La gracia es tocarlo sin saber que uno está ahí –advierte-. De lo contrario el hechizo se rompe. La excesiva conciencia no me parece interesante en el arte».
Romper con el bozal
Gainza, que es de la opinión de que «somos más libres ahora pero aún seguimos atadas a viejas formas, más de lo que nosotras mismas pensamos», recuerda estos poemas con cierto cariño en la nota que añade a modo de introducción en el libro. «No son sonetos de Góngora, pero fueron mi cantera inicial», reconoce. Y muestra su lado más reivindicativo en versos como El bozal:
Nací con un bozal
de fino encaje, resistente
como el hilo de una araña.
Fue algo que aprendí a llevar
con salsa comodidad. Me repetían
que a los hombres no les gustan
las mujeres opinionadas
y que tanto mejor
es darse a conocer
con una sonrisa fascinante.
En ciertos círculos pequeños,
aún me cuido de abrir mi mente
y las palabras se amontonan
en mi boca como una gárgara
que no puedo escupir.
Nací con un bozal
de fino encaje, resistente
como el hilo de una araña.
Fue algo que aprendí a llevar
con falsa comodidad. Me repetían
que a los hombres no les gustan
las mujeres opinionadas
y que tanto mejor
es darse a conocer
con una sonrisa fascinante.
En ciertos círculos pequeños,
aún me cuido de abrir mi mente
y las palabras se amontonan
en mi boca como una gárgara
que no puedo escupir.
Durante años crítica de arte, además de corresponsal en New York Times y ArtNews y colaboradora habitual del suplemento Radar del diario Página/12, ha comentado en más de una ocasión que no se identifica con la etiqueta de escritora al uso. «Que yo no me sienta escritora no quiere decir que no crea que a veces pueda escribir bien –aclara–. Lo que pasa es que no creo que ser escritora me defina. Tampoco me desvela hacer ‘literatura’. Me gusta contar historias como lo hacía a la hora del almuerzo sentada a la mesa familiar. Cuentos tan largos que mis hermanos se iban levantando y solo quedaba mi padre. Quizás de ahí provenga mi gusto por lo breve ahora. No me gusta aburrir», sostiene.
La vida sobre la literatura
Tal vez, por seguir ese nuevo instinto, Gainza no se extiende tampoco demasiado en sus respuestas. Es directa y visual, como escribe entre estos textos con forma de columna: «Buscaste tu lugar al sol/ porque el aire de la mañana/ traía navajas». Con todo, si tuviera que recurrir a una pintura para explicar su vida, como ya hiciera su narradora en la obra que la dio a conocer, comparte que sería una pintura manierista. «Hay algo artificial en la vida después de los 40. Algo de aburguesamiento y pérdida del elán vital, que decía Bergson. Es una etapa que copia a una pasada pero que empieza a agotarse», recapacita.
«La tristeza y la belleza sobretodo, esos extremos han dejado huella en mí, lo del medio es superfluo»
Autora, además, de Textos elegidos, una selección de sus notas y ensayos sobre arte argentino, cuenta, no obstante, que la vida, los hechos cotidianos, le han marcado mucho más que el arte en todo lo demás. «La tristeza y la belleza sobretodo, esos extremos han dejado huella en mí, lo del medio es superfluo», analiza. De hecho, añade: «Cuando viajo lo último que hago es ir a un museo. Para escribir me interesa la calle, la gente, las casas, el paisaje. La pintura es un Mcguffin».
Su próximo proyecto, conocer Italia, tiene que ver con esto último. «¿No es insólito que alguien obsesionado con la pintura no conozca Italia? –se pregunta-. Será un poco una decepción como le pasó en su primera noche con una mujer a Julian Sorel: ‘¿Era entonces sólo esto el amor?’».