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Amor más allá de la muerte: la novela de la autoproclamada hija del Marqués de Sade

En el 20 aniversario de su muerte, la editorial Cabaret Voltaire publica una nueva traducción, a cargo de Lydia Vázquez Jiménez, de este clásico de Gabrielle Wittkop, que incluye seis collages realizados por la propia autora

Amor más allá de la muerte: la novela de la autoproclamada hija del Marqués de Sade

Collage de Gabrielle Wittkop | Cedida por Cabaret Voltaire

A pesar de su lesbianismo (o precisamente por ello) la escritora francesa Gabrielle Wittkop (Nantes, 1920 – Frankfurt, 2002) se hubo de casar, en 1946, al terminar la Segunda Guerra Mundial, con un desertor nazi (y homosexual), Justus Wittkop, quien era dos décadas mayor que ella. Gabrielle habría de definir el vínculo en tanto que «un enlace intelectual», y que duró hasta 1986, cuando su marido murió aquejado de Parkinson.

Publicó su primer libro, en alemán, en 1966. Un texto sobre el escritor E.T.A Hoffman. Su primera novela, El Necrófilo, saldría la venta en 1972, en francés. Tenía 52 años. Además de traducir a Adorno o a Handke, entre otros, al francés, escribió sobre arte para el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Publicó, en total, 14 libros. Solo cuatro de ellos se han editado en castellano: Bajo la bandera negra (Grijalbo, 1975), Serenísimo asesinato (Anagrama, 2002), Cada día es un árbol que cae (Cabaret Voltaire, 2021) y El Necrófilo (cuya primera traducción en castellano salió en Tusquets, en 1995, en la célebre colección «La sonrisa vertical», y en traducción de Joaquin Jordá).

Gabrielle Wittkop | Foto cedida por la editorial.

La hija del Marqués de Sade 

Para entender mejor El necrófilo, pero también La mort de C. (de quien Wittkop dijo que era «mi libro más bello») se ha saber que ambos están dedicados a Christopher, el hombre que Wittkop amaba, también homosexual (por lo que su relación no pasó de lo platónico), muerto a los 36 años en la India; asesinado en Bombay. El necrófilo está pensada como novela- regalo hacia su amigo muerto, en tanto que La mort de C. integra una sucesión de variaciones sobre el asesinato real, al estilo de Rashomon, la película de 1950 de Akira Kurosawa.

Asimismo, es interesante destacar que Wittkop pronto quedó huérfana de madre y se educó en casa, con los libros de la biblioteca de su padre, donde no había nada prohibido (y es ahí donde se familiarizará, por primera vez, con los escritores franceses decadentes, así como con los escritores de la Ilustración, pero, sobre todo, con el Marqués de Sade). De hecho, tiempo después, Wittkop se autoproclamaría «hija del Marqués de Sade» y la crítica no ha vacilado en considerar su novela El necrófilo como el primer ejercicio de femineidad sadiana en la literatura francesa, barroca y queer.

La crítica no ha vacilado en considerar su novela El necrófilo como el primer ejercicio de femineidad sadiana en la literatura francesa, barroca y queer

A pesar de ser una figura popular (aunque elusiva) y legendaria de las letras europeas, sus libros circularon mayormente en Francia y Alemania. No fue hasta el 2011, traducida por Don Bapst y editada por la editorial ECW Press, que El necrófilo comenzó a leerse en el ámbito anglosajón. Nueve años antes, en el año 2002, hubo de producirse un resurgimiento del interés del público francés por su obra y, apenas seis meses antes de su suicidio, en diciembre de ese mismo año, la autora hubo de estar en Barcelona presentando la edición castellana de Sérénissime assassinat. Desde entonces y hasta el año pasado, nada. Silencio (en el ámbito literario en castellano).

En una carta dirigida a su editor, en la que se despedía, poco tiempo antes de morir, Gabrielle Wittkop le habría de anunciar a este que «pretendo morir de igual manera que viví, como un hombre libre».

Imagen Editorial Cabaret Voltaire.

Sadismo, fetichismo y psicopatía

El necrófilo es una novela epistolar en forma de diario. Quedan fechados los días y los meses, pero no así los años. Solo sabemos que comprende varios años del s.XX. El diario comienza un 12 de octubre y termina un 31 de octubre, tres años después, con una apelación al mes de noviembre en claro guiño flaubertiano. El necrófilo nos cuenta la historia de Lucien N., un anticuario de París al que le gusta poseer cadáveres.  

El libro comienza con la descripción de una niña muerta que «tiene la sonrisa irónica y astuta de quienes se las saben todas». Y así será el resto del tono del libro. Un tono ingenioso, que mezcla la sofisticación de una prosa bella con la descripción minuciosa del tabú último: las relaciones sexuales con cadáveres humanos.

Algunos comentaristas, como el crítico literario de The Guardian Nicholas Lezard, han llamado la atención sobre la relación entre Lucien N. y Humbert Humbert, el protagonista nabokoviano de Lolita. En el sentido de que ambos son meticulosos en extremo y snobs. Y ambos se dedican a los amores prohibidos. No es mala conexión. Pues, en última instancia, se puede decir que El necrófilo es una fábula gótica (y, a su vez, metáfora) sobre los gozos solitarios y el aislamiento social que sufre el connoisseur. No en vano, dice el narrador en un momento dado que «los necrófilos eligen la incomunicabilidad».

El necrófilo opera en dos sentidos: como novela chocante, llamativa, indecorosa y sucia, que transgrede el tabú y escandaliza al lector y, en segundo lugar, como relato moral, que nos habla de la incomprensión del esteta, pero también de la tragedia de los traumas de la infancia. Y es que la causa para su necrofilia, nos cuenta Lucien, se retrotrae a la edad de ocho años, cuando, mientras se masturba en su cuarto, es descubierto por su abuela quien entra a anunciarle que su madre ha muerto. Al rato, y al lado del cadáver de esta, y sintiendo «ese olor fino, seco, almizclado, de hojas, larvas y piedras [que] emanaba de los labios de mamá» eyacula por primera vez. Serán muy importantes los olores en esta nouvelle. Y una segunda cosa importante (y que singulariza a nuestro narrador): contra la anosmia (falta de olfato) que sufren en general los necrófilos, no lo sufrirá el protagonista de la novela de Wittkop, Lucien N.

Collage de Gabrielle Wittkop | Cedida por Cabaret Voltaire.

Un vivo que ama a los muertos

A pesar de la repugnancia del tema, no se puede afirmar que El necrófilo no sea un libro lleno de amor y pleno de decoro (un decoro a la manera del que ama a los muertos, claro; piénsese que en su vocabulario ético no entra el sacrilegio). Y es un amor ecuménico y, como dijimos antes, queer, pues Lucien N. no hace distingos entre los muertos «que le caen en suerte» y a todos los encuentra hermosos y bellos, desde a una niña a una anciana, un niño muerto de escarlatina a la edad de 6 años (Henry), una mujer de treinta y seis años bajita y delgada (Suzanne), graciosa, pero no guapa o acaso una fea mujer de pueblo con un bigote extraordinario.

El necrófilo sucede fundamentalmente en dos ciudades: París y Nápoles. Y en dos espacios: los cementerios parisinos, a donde Lucien N. va a buscar por la noche a sus difuntos y su casa. Cada uno de los amores necrófilos se dispara cuando el anticuario tiene noticia de éste, se desplaza hasta el cementerio en el que se halle el cadáver, profana la tumba, iza el cuerpo ayudado por una cuerda sobre la reja del cementerio, los introduce en su Chevrolet y se los lleva a casa.

Allí el ritual es siempre parecido: durante un periodo variable que oscila entre unos pocos días o varias semanas, Lucien N. sitúa a sus cadáveres sobre la cama, los limpia, acicala, cuida y ama, realiza diferentes actos sexuales con los mismos y duerme con ellos. Siempre, eso sí, manteniendo la casa lo más fría posible, y el fiambre recubierto de ingentes bolsas de hielo.

El periodo compartido entre ambos se conceptualiza al modo de los esponsales. Y, como sucede que «la alegría suele ir de la mano del dolor», tal como afirma el anticuario parisino, pasado un tiempo razonable, en el que ya los cadáveres sufren un estado tal de descomposición que los hace insufribles, el anticuario los arroja al Sena. Todo es, para él, rito y goce. Aventura y deseo. 

En este sentido, se nos presenta el amor necrófilo como el amor puro, ya que, a diferencia del resto de amores, que esperan algo a cambio, «no hay contrapartida para el necrófilo enamorado», escribe Lucien N. Así, la vida del anticuario es la de ir de funeral en funeral.

En última instancia, se podría decir que El necrófilo es un profuso aunque breve catálogo de anotaciones de las peripecias amorosas de Lucien N., el almanaque sentimental de un libertino que registra hechos y sentimientos para recordar más tarde sus aventuras, siendo consciente de que su mayor tragedia es la de saber que toda carne carga con el fermento de su destrucción.

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