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Cultura

Inés Martín Rodrigo: «Si tengo que quedarme con una forma del querer, elijo la amistad»

La periodista ha pasado de realizar, año tras año, la cobertura del Premio Nadal, a alzarse con el galardón por su novela ‘Las formas del querer’

Inés Martín Rodrigo: «Si tengo que quedarme con una forma del querer, elijo la amistad»

Lucía Faraig

Inés está contenta. Todo lo contenta que puede estar una persona, diría yo. Y como hoy, en la jornada de promoción de Las formas del querer, la mascarilla no le deja mostrar su sonrisa abierta, su jersey -con el estampado de unos labios de colores cálidos-, sonríe por ella. «Quiero disfrutar de este momento, porque es lo más bonito que me ha pasado nunca. El premio Nadal es un sueño cumplido, y yo quiero valorar todo lo que está pasando porque además tengo la sensación de que vivimos instalados en una vida demasiado rápida, y yo me quiero parar y disfrutar de esto, que es un regalo». Por lo pronto, celebra también que, en solo un día (llegó a las librerías el 2 de febrero y hacemos esta entrevista el día 3), su novela ya va por la segunda edición. 

Imagen vía Editorial Destino.

Noray es la protagonista de su obra, un nombre que es un ancla a tierra, pues se refiere, según define la RAE, al «poste en el que se aseguran las amarras de los barcos». Oxidados pero siempre firmes, en los puertos los noráis procuran descanso a las embarcaciones. Cuando lean Las formas del querer sabrán el precioso motivo por el que Inés bautiza así a su prota, pero yo de momento le pregunto cuánto de ella hay en Noray, y viceversa: «Noray no soy yo, en la novela no hay nada de autoficción ni nada que se le parezca, porque además odio las etiquetas, pero sí comparte muchas cosas conmigo y yo comparto muchas cosas con ella. La primera y fundamental es el amor hacia los libros, hacia la Literatura, hacia las palabras. Y cómo esas palabras, esa Literatura y esa escritura son para nosotras nuestro mayor refugio».

«El viaje que supone esta novela comenzó hace veinticinco años, cuando falleció mi madre, y ha terminado ahora»

Así, del mismo modo que Noray empieza a escribir su novela a raíz de la dolorosa muerte de sus abuelos, Inés empezó a gestar la suya también con un duelo: «El viaje que supone esta novela -pues es un viaje de ida y vuelta- comenzó hace veinticinco años, cuando falleció mi madre, y ha terminado ahora. Es un viaje en el que yo he sobrevivido a muchas cosas y gracias a su escritura me he reconciliado conmigo misma, con mi pasado, y he sido capaz de contarme la historia que probablemente llevaba tiempo queriéndome contar, como le pasa a Noray». El aterrizaje como tal en el papel comenzó en marzo de 2019 y sufrió los vaivenes pandémicos que a todos nos han sacudido y, aunque Inés confiesa que llevaba tiempo rehuyendo del ejercicio de introspección que ha supuesto, pues sabía que le iba a doler afrontarlo, ha salido «más reforzada de él, y muy orgullosa». También Noray lo dice muchas veces en estas páginas: las palabras curan. A través del relato de la historia de toda su familia, despliega un «mapa emocional» para descubrir todas las formas en las que el amor se manifiesta. Y en él, el lenguaje tiene una parada importante. 

Foto: Lucía Faraig

Las formas del querer: una oda de amor al lenguaje

Mestresiesta (el periodo comprendido aproximadamente entre las dos y las cinco de la tarde, horas en las que nos echamos la siesta), sincio (intenso deseo o apetito de algo), pindio (inclinado, en cuesta)son palabras que recorren sus páginas y nos sorprenden, por evocadoras y desconocidas. ¿De dónde provienen? «A mí me gusta mucho jugar con el lenguaje y las palabras: son nuestra herramienta, el instrumento del que nos valemos los escritores para contar historias, y quería que determinadas palabras que han formado parte de mi niñez y también de mi adolescencia estuvieran presentes porque me suenan muy bonitas y porque mi identidad se ha conformado alrededor de ellas y junto a ellas, y porque me da mucho miedo que se pierdan. Ponerlas en boca de unos personajes a los que quiero de una forma muy especial era el mejor homenaje que podía hacer». Inés habla con orgullo de sus raíces, hendidas en el pueblo cacereño de Peraleda de la Mata, donde esta madrileña pasaba los veranos: «La novela también es ese viaje de la ciudad al pueblo y del pueblo a la ciudad. A veces nos dejamos impresionar y obnubilar por las grandes luces de la ciudad sin darnos cuenta de que realmente la autenticidad, la verdad, está en esas pequeñas cosas que nos hemos dejado en nuestros orígenes. Por ejemplo, prenda es un término que utilizaban mucho mis abuelos y todavía usan mis tías en el pueblo. Ni cariño ni nada, ¡prenda!», exclama Inés, y ríe con sencillez. 

«El lector, a medida que se sumerja en la novela, va a ir descubriendo muchas cosas con las que no contaba»

Si el lenguaje es la lucida fachada de Las formas del querer, la claridad expositiva y el juego a dos voces (la del narrador, en tercera y la de Noray, en primera) son su sólido andamiaje. El interior de este edificio narrativo, además, trae sorpresas: «Mi sensación es que el lector, a medida que se sumerja en la novela, va a ir descubriendo muchas cosas con las que no contaba. La historia que al principio cree que le puede estar contando va a ir cambiando completamente, y va subiendo y bajando, subiendo y bajando, recorriendo esa especie de mapa emocional. La novela es un viaje de ida y vuelta, y nunca mejor dicho, porque al final el lector vuelve al principio, y solo vamos a decir eso». Solo, apostillo yo, y confirmo que, cuando llegué al final, necesité con urgencia regresar al principio para comprender cómo se había dado el viaje.

Las formas del querer: el amor a uno mismo y, después, el amor por los demás

Hay un aspecto del querer que es, si acaso, el más importante, pues gracias a él podemos amar de otras maneras: el amor por uno mismo. La historia de Noray es también la lucha por quererse a sí misma y superar su anorexia. Inés aborda con una hondura descarnada esta enfermedad, y tiene claro por qué: «Yo siempre digo lo mismo: lo que no se nombra, no existe, y considero que hay determinados temas que todavía por desgracia la sociedad los vive de espaldas, por lo que creo que era importante ponerlos sobre la mesa. En el caso de la anorexia, cuando yo la padecí, que fue hace veinticinco años, podía entender que se viviera como un estigma, que no se supiera muy bien lo que era o cómo atajarla y con qué tratamiento; o podía incluso entender que la gente pensara que era una fase tonta por la que pasaban las adolescentes por querer imitar a las modelos, que se achacara a algo estético… Pero ahora ya no lo puedo entender. ¿25 años después de aquello? No», afirma tajante. Escribir sobre ello es su modo de poner el foco en la importancia de la salud mental: «Si esta novela sirve para eso, me doy por satisfecha»

Foto: Lucía Faraig

«Yo a lo largo de mi vida he aprendido que la familia no es solo la que tienes, la que te toca, por el árbol genealógico, sino la que tú te haces, la que tú te construyes»

«También tu novela vindica otras muchas formas del querer: el amor valiente de lo prohibido (como el de Blanca y Trini, o el de Manolín), por supuesto el amor romántico, el amor hacia los hijos, el amor de los abuelos por los nietos y viceversa y, también, el amor entre amigos», le digo a Inés, y le pongo en un brete preguntándole con qué forma del querer se queda ella: «A mí me pasa un poco como a Carmen (la abuela de Noray). Yo he tenido la suerte de encontrarme con personas que me han regalado su amistad y que estarían incluso dispuestas a dar su vida por mí sin tener ningún tipo de ‘obligación’, y pongo la obligación entre comillas, sanguínea. Yo a lo largo de mi vida he aprendido que la familia no es solo la que tienes, la que te toca, por el árbol genealógico, sino la que tú te haces, la que tú te construyes. Y para mí mis amigos y amigas son mi mayor tesoro. Entonces si tengo que quedarme con una forma del querer, me quedo con la amistad».

A través de la historia de Noray, que es la de su familia, viajamos también por la historia reciente de España y los dolores que aún punzan pero que en estas páginas, de algún modo, sanan: «Yo creo que tiene mucho de reconciliación. El trabajo de reconciliación lo tiene que hacer cada uno, a nivel personal, en su casa, etc., pero si no tenemos presente nuestro pasado es imposible que podamos afrontar nuestro futuro», concluye Inés, que tiene por delante disfrutar de la recompensa a tantas jornadas dedicadas a la escritura compaginadas con su oficio de periodista. Horas y horas robadas al sueño para dibujar este círculo concéntrico de quereres que le ha concedido, a sus 38 años, el Premio Nadal. Gracias por tu pluma, prenda.

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