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Historias de la historia

Españoles a favor de Rusia

Los carlistas sentían gran afinidad con los zares de Rusia, arquetipo de gobierno ultra-reaccionario. Sus ‘reyes’ terminaron luchando por el zar

Españoles a favor de Rusia

El pretendiente carlista “Carlos VII” (sentado) con sus ayudantes. A la izquierda está el vizconde de Montserrat, ambos lucharon en la Guerra Ruso-turca de 1877.

El primer carlista notable que decidió combatir por el zar fue un guerrillero famoso en su tiempo, Marcelino Gonfaus, alias Marsal, un catalán tejedor de oficio que llegó a general. Prisionero en la Segunda Guerra Carlista (1846-49), un consejo de guerra lo condenó a muerte, y estaba ya ante el piquete que le iba a fusilar cuando le llegó el indulto.

No escarmentó sino que volvió a tentar la suerte. Al producirse la rebelión carlista de 1855 pasó de Francia a Cataluña, como comandante en jefe de esa región, que fue casi el único foco de insurgencia. La intentona fracasó, como siempre, y entonces Marsal decidió irse a la Guerra de Crimea, donde ya había tantos españoles (véase el artículo ‘El General Prim en la Guerra Ruso-turca‘, publicado en THE OBJECTIVE), pero para combatir a favor de Rusia. Sin embargo fue capturado  antes de atravesar los Pirineos, y esta vez nadie le libró del pelotón de fusilamiento.

Si Marsal tenía el grado de comandante general de Cataluña, mucho mayor era el rango del siguiente español que fue a luchar junto al zar en la siguiente guerra ruso-turca: nada menos que ‘Carlos VII’, el pretendiente carlista a la corona de España. Don Carlos de Borbón y Austria-Este había venido a España para ponerse al frente de sus tropas en la Tercera Guerra Carlista (1872-76), pero el rotundo fracaso de su intentona le devolvió al exilio donde había nacido. Por cierto, había venido al mundo en el Este de Europa, en Liubiana, actual capital de Eslovenia, entonces parte del Imperio Austro-húngaro.

Rey sin corona y sin nada que hacer, cuando en 1877 estalló la enésima Guerra Ruso-turca le pidió al zar un empleo en el conflicto. Ya no reinaba en Rusia el caudillo de la ultraderecha europea Nicolás I, que nunca reconoció a Isabel II como reina de España, sino su hijo Alejandro II, que era todo lo contrario, un liberal. Alejandro II realizó reformas radicales, entre ellas decretó la liberación de los siervos, la mayoría de la población rusa que vivía en semi-esclavitud. Sin embargo su espíritu progresista no le sirvió a Alejandro II para librarse de los ataques revolucionarios, y murió en un atentado, pero eso es otra historia.

El caso es que aunque ya no hubiese comunión ideológica entre el zar y el carlismo, Alejandro II le concedió a ‘Carlos VII’ lo solicitado por cortesía de reyes. El 17 de julio de 1877, el zar recibió cordialmente al pretendiente don Carlos en su cuartel general de campaña en Ploesti (hoy Rumanía) y lo agregó al Estado Mayor del XIII Cuerpo de Ejército. El pretendiente no viajaba solo, sino con un pequeño «séquito real» formado por dos ayudantes de campo y por José de Suelves y de Montagut, marqués de Tamarit, a quien había otorgado el título carlista de vizconde de Monserrat (el título fue reconocido por el Estado Español en tiempos de Franco, y casualmente una biznieta del vizconde de Montserrat se casó con un nieto del Generalísimo, Francisco Franco Martínez Bordiú).

Don Jaime de Borbón, pretendiente carlista hijo de ‘Carlos VII’, en uniforme ruso de Húsares de Grodno.

Debieron encontrar aburrido los españoles un puesto lejos de primera línea y Don Carlos pidió acción. Entonces lo pasaron a los cosacos, caballería ligera que siempre estaba realizando incursiones y escaramuzas. En la batalla de Plevna el pretendiente ‘Carlos VII’ cargó al frente del 34º Regimiento de Cosacos, flanqueado por el vizconde de Montserrat y sus ayudantes, y ganaron la Medalla de oro al Valor Militar. Montserrat volvería distinguirse en el asalto al Gran Reducto de Grivitza, cuya conquista puso fin al sitio de Plevna, siendo citado en la orden general del ejército, y don Carlos lo ascendió a coronel.

La guerra ruso-japonesa

El heredero de ‘Carlos VII’ fue su primogénito Jaime de Borbón y Borbón-Parma, llamado por los carlistas ‘Jaime I de España’ o ‘Jaime III de Aragón’. Muchos títulos para quien no tenía ninguna tierra. Había nacido en Suiza, fue a colegios jesuitas en Francia e Inglaterra, y siguió la carrera militar en la Academia Militar Teresiana de Austria. Con el título de oficial del ejército austriaco en el bolsillo se dirigió al zar, que en esa época era ya Nicolás II, el último Romanov. No quería asistir a una guerra para matar el tiempo, como su padre, sino un empleo fijo, y Nicolás II se lo dio. En 1896 fue admitido como alférez en el ejército ruso, en el que serviría durante 13 años, primero en un regimiento de dragones, aunque enseguida pasó a la élite donde se alistaba la alta nobleza, la Caballería de la Guardia Imperial, concretamente el regimiento de Húsares de Grodno.

Realizó misiones en Asia Central, en las fronteras de Afganistán y Persia, y estuvo de guarnición en Varsovia, pues en aquella época Polonia había sido anexionada por Rusia, pero en 1900 alcanzó lo que cualquier joven militar desea, el bautismo de fuego. Fue en una guerra peculiar, la expedición a China de la Alianza de las Ocho Naciones. En China había surgido un movimiento xenófobo, los Boxers, que torturaban y mataban a los extranjeros, fuesen misioneros, comerciantes o diplomáticos, y a los cristianos chinos. La amenaza de los Bóxers, que recibieron el apoyo de la emperatriz de China, llevó a los representantes diplomáticos en Pekín a fortificarse en el Barrio de las Embajadas, donde sufrieron un terrible asedio durante 55 días.

Siete potencias europeas que tenían intereses en China, más Japón, formaron la Alianza de las Ocho Naciones, e invadieron China con un ejército de 55.000 hombres. El contingente mayor era el japonés, 20.000 soldados, pero el segundo era el ruso, con 13.000. Entre ellos estaba don Jaime de Borbón, que fue condecorado por su valor en la liberación de la Iglesia del Salvador de Pekín, que había resistido los ataques Boxers con sólo 40 marineros franceses e italianos bajo la dirección del enérgico obispo Favier.

Mucho más seria fue la siguiente guerra que don Jaime de Borbón libró por el zar, la guerra ruso-japonesa de 1904. En la batalla de Liaoyang permaneció tres días a caballo bajo el fuego enemigo, y en la de Vafangón desobedeció la orden de retirarse que le dio su general, temeroso de tener que informar al zar de la muerte de un príncipe de sangre real. «¡Capitán Borbón, vuestra vida no os pertenece, puede ser necesaria a España», argumentó el general Sansónov, a lo que respondió: «Si yo mostrara miedo no sería digno de mi patria», y se lanzó a la carga. Por esta acción fue ascendido a comandante.

En 1909 murió ‘Carlos VII’ y don Jaime se convirtió en el pretendiente carlista al trono de España. Decidido a asumir la jefatura del carlismo pidió la baja en el ejército ruso, aunque el zar no quiso perder el vínculo, le autorizó a marcharse de Rusia para que realizase su programa político en España, pero lo nombró coronel del regimiento de Húsares de Grodno.

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