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Cultura

El mapa literario de Ucrania: los clásicos que dejaron huella en un país en guerra

De Tolstói a Malaparte, de Chaves Nogales a Svetlana Alexiévich, grandes autores de toda Europa han retratado las ciudades y gentes de un país en constante disputa

El mapa literario de Ucrania: los clásicos que dejaron huella en un país en guerra

Foto: Max Kukurudziak | Unsplash

No hay país que no arrastre sus costuras (y costurones) por mor de una historia especialmente viva. Pero es cierto que la literatura, la concentración de la misma en un solo espacio, ofrece un espejismo de excepcionalidad. Si se piensa en la Antigua Grecia y, a su vez, en Herodoto, Tucídides, Homero, etc, pareciera que la historia del mundo se concentra en un solo punto y corre más aprisa y más intensamente en una región concreta. No es así, es solo un efecto semejante al de los planetas más cercanos al Sol. 

Mapa: Ana Laya

Con Ucrania resulta lo mismo. Su historia es ancha y triste en los últimos 200 años y la literatura lo ha reflejado con variadas y buenas obras. Muchos de los topónimos que hemos descubierto con la reciente invasión rusa, eran y son viejos conocidos para el letraherido, especialmente para esa secta animosa de los lectores de literatura rusa. Su lugar estratégico, disputado entre Rusia y Europa, especialmente Polonia, su variedad étnica y la huella devastadora de hecatombes como la Segunda Guerra Mundial o el Holomodor, perviven en un puñado de libros que podemos plantar sobre el mapa.

Imagen vía De Bolsillo

Kiev

La guardia blanca de Mijaíl Bulgákov

Kiev era la ciudad más cosmopolita y boyante de Ucrania en tiempos del Imperio de los zares, pero la Revolución de Octubre y la posterior guerra civil se cebaron especialmente con una capital codiciada por todos. Mijaíl Bulgákov, kievita de nacimiento, tomó las armas por los ‘blancos’, los monárquicos y anti-bolcheviques, al igual que Turbin, el protagonista de La guardia blanca.

Dinámica y con su punto de juvenil ardor, esta novela adentra al lector en una ciudad en súbita descomposición, arrasada por blancos, rojos y aventureros como el atamán Petliura. En tiempos de Lenin, Bulgákov trasladó al teatro esta historia bajo el título Los días de los Turbin. A pesar de su glorificación de la resistencia zarista, el éxito en el Moscú tímidamente aperturista de la NEP fue inmediato. Entre sus fans, un futuro carnicero: se dice que Stalin pagó más de una docena de veces la entrada. Esa sorprendente pasión salvaría a Bulgákov de acabar en el gulag años después, si bien el ‘padrecito’ no quiso ahorrarle la censura y el arrinconamiento.      

Imagen vía Editorial Alba

Crimea

Relatos de Sebastopol de León Tolstói

En 2014, ante un auditorio entregado, Vladimir Putin anunciaba que Crimea «había vuelto a casa”, a Rusia. Y no sólo Crimea. El autócrata ruso hizo especial hincapié en Sebastopol (también Sevastopol), la joya portuaria de la península anexionada. El valor simbólico era tremendo y remitía a la crudelísima guerra que enfrentó a Este y Oeste entre 1853 y 1856. A pesar de la sangría, el Imperio Británico sacó réditos propagandísticos. Aún se recita en los colegios el poema de Lord Tennyson La brigada de la carga ligera: «En el valle de la muerte cabalgaron los seiscientos…»   

Del lado ruso, la más interesante recreación vino de parte del más grande, León Tolstói, que guerreó en Crimea en su juventud. A caballo entre el diario y la crónica, en Relatos de Sebastopol asistimos al antimilitarismo del autor («La pólvora y la sangre no consiguen resolver una cuestión que los diplomáticos no supieron zanjar») y a la forja de su vocación: «En Sebastopol no me convertí en un general de las armas, sino de las letras».

Imagen vía Libros del Asteroide

Odesa

El maestro Juan Martínez que estaba allí de Manuel Chaves Nogales

El libro más ameno y agradecido sobre la Revolución Rusa y a la vez el caos que implica que un mundo relativamente ordenado se venga abajo en cuestión de semanas, lo escribió un sevillano, Manuel Chaves Nogales. El maestro Juan Martínez que estaba allí es una apasionante, tan divertida como estremecedora, crónica sobre un bailarín flamenco y su mujer atrapados entre las revoluciones de febrero y octubre y la guerra civil rusa. 

Odesa, puerto cosmopolita y famoso para los amantes del cine por El acorazado Potemkin, es el punto de partida del increíble periplo de Martínez y señora entre rusos blancos y bolcheviques. De ahí, transitarán por Kiev, Moscú, Minsk, Gómel en busca de una salida de la ratonera revolucionaria. Hacia el final del libro, y más de 3 años después, los protagonistas regresan a la capital del Mar Negro en el pico de la desesperación: «Había tanta hambre que cuando caía una caballería muerta en medio de la calle, los hombres, como chacales, se precipitaban sobre ella, y en quince minutos dejaban monda y lironda la osamenta de la bestia, como no lo hubiese hecho mejor una bandada de buitres». 

Imagen vía Alianza Editorial

Zaporiyia

Tarás Bulba de Nikolái Gógol

El día 28 de febrero el nombre de Zaporiyia sonó por primera vez para el común de los mortales y lo hizo en la más apocalíptica de las circunstancias: el bombardeo ruso en la central nuclear ubicada a las afueras de esta ciudad del sudeste, a orillas del Dniéper. Algunos, pocos, alzarían la mirada y se preguntarían «¿De qué me suena a mí este sitio?».

Zoporiyia fue durante siglos el centro de una hueste cosaca que Nikolái Gógol inmortalizó en su popular Tarás Bulba. Los cosacos han sido siempre una obsesión, entre temerosa y reverencial, para la gran literatura rusa: Pushkin retrató a los cosacos del Ural en La hija del capitán y Tólstoi a los del río Terek, en la actual Georgia. En el caso de Gógol, Tarás Bulba retrata las aventuras del viejo cosaco homónimo y sus dos hijos para combatir a los polacos en el siglo XVII. A este autor, nacido de hecho en Ucrania, le debemos buena parte de la imagen folclórica de los cosacos.    

Imagen vía Editorial Acantilado

Lviv

Fresas de Joseph Roth

Es la capital cultural y el corazón centroeuropeo de Ucrania. La ciudad de los mil nombres (Lviv, Leópolis, Lemberg, Lwow) delata la influencia de su variopinta herencia, que esconde trágicas idas y venidas fronterizas. Es altamente simbólico que el cronista de la desaparición del imperio austrohúngaro y patrón de los apátridas Joseph Roth naciera a un paso de aquí, en la pequeña ciudad de Brody, y comenzara sus estudios en Filosofía y Letras en Leópolis. 

En Fuga sin fin narró los intentos de un soldado por regresar de Irkutsk a Viena atravesando Ucrania para reencontrarse con su novia tras la Primera Guerra Mundial. Pero es en Fresas, un pequeño volumen evocador sobre su infancia donde describió aquella papilla entrañable de personajes de una región, la de Brody y Leópolis, entre dos imperios: el austohúngaro y el zarista.   

Imagen vía Galaxia Gutenberg

Dnipro

Kaputt de Curzio Malaparte

Curzio Malaparte, un tipo inasible, un divo de las letras, escribió el fresco más salvaje de la Segunda Guerra Mundial. De las recepciones diplomáticas a las inmensas batallas de carros de combate, el italiano, reportero de guerra, registró la locura bélica atravesada siempre de olor a caballo muerto. Kaputt se comenzó a escribir en el fragor de la contienda, en un pueblito del entorno de Dnipropetrovsk (actualmente Dnipro), Pishchanka, con su autor escondido en un cobertizo. 

El manuscrito atravesaría países y líneas de combate con su autor, que depositó los avances en tres manos distintas para evitar su destrucción: una cayó en poder de su amigo, el diplomático y escritor Agustín de Foxá. Desde el inicio, encontramos una evocación a los pájaros de Ucrania en un decadente salón escandinavo que abre el telón al teatro apocalíptico de las divisiones panzer avanzando sobre un país en llamas. 

Imagen vía Delphi Classics

Poltava

Poltava de Alexander Pushkin

En el imaginario ruso, Poltava es el pistoletazo de salida de la grandeza imperial. En 1709, Pedro I El Grande debeló al Reino de Suecia y afirmó su poder en el Báltico. El caudillo cosaco Iván Mazepa jugó un papel importante en la lucha ucraniana para liberarse, sin éxito, de la influencia rusa.

El propio Mazepa es uno de los protagonistas principales del poema narrativo Poltava con el que el padre de la literatura rusa, Alexander Pushkin se acercaba desde una perspectiva considerada imperialista a este triunfo de Pedro I. Corría el año 1828 cuando el genio ruso compuso esta obra de clara inspiración byroniana.  

Imagen vía Editorial Debate

Chernóbil

Voces de Chernóbil de Svetlana Alexiévich

El trágico accidente nuclear de 1986, ocultado primero y admitido después por la URSS, puso en el mapa este lugar y su capital, hoy fantasma, Prípiat. La guerra ha vuelto a traerlo más de actualidad aún, después de que las tropas rusas se hicieran al inicio de las operaciones militares con el control de la central, en la ruta entre Bielorrusia y Kiev. Decimos ‘más de actualidad’ porque un libro, Voces de Chernóbil, y la serie de HBO que se basó en él, despertaron en los últimos años un inusitado interés.   

La obra, a base de testimonios periodísticos, como todas las suyas, es un impresionante y minucioso trabajo de Svetlana Alexiévich, de la que no existían libros editado en España hasta que le otorgaron el Premio Nobel en 2015 y que hoy es un long seller indiscutible.   

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