José María Merino: «Este libro fue mi salvación durante el confinamiento»
El Premio Nacional de las Letras vuelve con La Novela Posible: una obra en la que trenza su vivencia del confinamiento con la vida de la pintora Sofonisba y con un relato sentimental real y amargo
En la penúltima página de su novela, el propio Merino lo afirma con su prosa limpia: «En todas las ficciones que tramo me gusta ensayar algo que no haya hecho antes, o en el tema, o en la voz narrativa, o en la estructura… Esta tríada me ha permitido un nuevo enfoque dentro de los interminables recursos de la literatura, pues he intentado conjuntar una novela histórica, una autoficción -con cuentos intercalados- y un relato sentimental». Y, efectivamente, así lo hace en La novela posible (Alfaguara, 2022), en la que conjuga la historia real de Sofonisba -una pintora del siglo XVI, tan brillante como noble de espíritu-; con el relato de los inicios de esta pandemia que aún nos envuelve y con el discurrir de una relación harto particular entre Tere, una bibliotecaria, y su novio Fortu, pintor también, durante el mismo tiempo del confinamiento.
Con esos mimbres arma José María Merino un cesto sólido, sin rotos a pesar del reto. Tiene la maestría de quien ha merecido el Premio Nacional de las Letras, y el temple de aquel que ha saltado innumerables veces del trampolín encontrando siempre agua en el fondo. Frente a frente en las oficinas de su casa editorial, le hago la primera pregunta: ¿Se llama La novela posible porque en ella cabe lo, aparentemente, imposible? Humilde, bromea: «Bueno, pues sí, porque lo que me parecía difícil era conseguir con todos esos elementos una novela. No sé si lo conseguí, pero es (en su título) La novela posible; por lo menos no soy petulante». Juzgo sobre la marcha: es una novela porque tiene trama, ritmo y conflicto. Y ha sido posible porque estamos hablando de ella.
El libro, que lleva en la cubierta el rostro de Sofonisba, arranca sus páginas con ella (la novela está estructurada en capítulos alternos, siempre en el mismo orden sucesivo: uno de La vida de Sofonisba, otro de Notas de confinamiento y un tercero de La terapia de Tere). Sofonisba, nacida en Cremona en 1535, fue un talento extraordinario, una mujer que -como reza la contra- «sin formación pictórica ni conocimiento académico de la anatomía, se especializó en el retrato y el autorretrato, alcanzó un gran éxito en su época e, instalada en España, estuvo vinculada a la corte de Felipe II», donde se granjeó el sincero afecto de todos los dignatarios, incluido el del propio rey.
El autor dice en la obra que la percibe como un personaje «presente y cercano en su vida», aunque esta habitara cinco siglos atrás. Llega incluso a bromear diciendo que no sabe si la fascinación que siente por ella puede ser «una forma de amor». El caso es que su idilio platónico con Sofonisba viene de lejos: «Yo la conocía desde hace años a través de la enciclopedia Espasa, con algunos de sus cuadros reproducidos en blanco y negro», me cuenta. Merino trajo también del olvido, en obras anteriores, a otras dos grandes mujeres del siglo XVI: a Lucrecia de León (en Las visiones de Lucrecia, Alfaguara, 2008) y a Oliva Sabuco (en Musa Décima, Alfagura, 2016).
«La literatura es una forma de viaje»
Aunque ya conocía a la pintora, su recuerdo le asaltó una vez más durante los días de crudo encierro, y entonces llegó a una conclusión: «Dándole vueltas pensé que sería interesante mezclar mis notas de confinamiento; Sofonisba, por otro lado y un personaje que sea exactamente lo opuesto a Sofonisba, no en lo artístico porque lo artístico no tiene nada que ver con lo psicológico y moral, sino un personaje que en vez de ser como ella -abierta, generosa- sea un personaje mezquino». Y ese es Fortu, la pareja de Tere. Efectivamente, Sofonisba y Fortu funcionan en La novela posible como perfectos antagonistas: generosidad frente a iniquidad, prudencia frente a grosería.
¿De qué modo, le pregunto a Merino, el recuerdo de Sofonisba vino a rescatarle durante ese tiempo incierto del confinamiento? «Yo creo que escribir es un modo de sobrellevar la realidad. Este libro fue mi salvación porque aquello era una pesadilla, los días se repetían… Por eso ahora la quiero tanto (a Sofonisba), porque fue una compañera increíble en ese tiempo. Tenía mucha documentación sobre ella, el libro de Daniella Pizzagalli y el de Beatriz Porqueres, y además entré en la Espasa y en Wikipedia, y con todo ello viví en otro mundo. Mientras vivía en este, yo estaba allí en Sicilia, o en Cremona, escuchando los violines…», dice, ensoñado. «Fue de los pocos que obtuvo un salvoconducto para viajar durante esos días, entonces», le respondo yo, y sus ojos garzos se abren aún más para confirmar: «Sí, yo creo que la literatura es una forma de viaje».
Y en la travesía que Merino propone en esta ocasión la memoria tiene un papel relevante: por un lado, es una novela histórica que narra los avatares vividos por su protagonista, una pintora consagrada desde niña al talismán de su talento y a la que su familia decidió enviar a España para que impartiera clases de pintura a la reina Isabel de Valois. Por otro, deja plasmada su propia vivencia, la del autor, de una situación tan insólita como fue el estado de alarma y el consiguiente confinamiento: «Sí, había un propósito de testimonio también. Que quedase escrito lo que fue el encierro de esos meses y el inicio de esta epidemia que no sabemos cuándo va a acabar. Había una voluntad de crónica para que el lector que algún día pueda encontrarse este libro vea una reflexión personal». Así, durante estas páginas descubrimos cómo Merino acontecía a los albores de la pandemia desde su encierro, cómo vivía él la incertidumbre y la rareza propias de aquellos meses. Y salpica sus apuntes -en los que narra sus paseos y sus costumbres- con algunos cuentos que nacieron al desabrigo del confinamiento.
Con la vista puesta en el futuro del planeta
La mirada de Merino tiene dos direcciones: el pasado y el futuro. Hace solo unos meses mereció el Premio Nacional de las Letras, un reconocimiento que supuso para él «el mejor regalo de 80 años» que podían hacerle, tal y como me dice, con honestidad y ternura. Ahora va a enrolarse en barcos nuevos: «He acabado un librito que quiero que sea un regalo para mi nieta Ana, que ha cumplido los siete años y está con un diente que se le mueve, así que he escrito una novela sobre el Ratón Pérez y su mundo. Y tendré que meterme con cuentos, porque si no la novela no la olvido, sigue dentro de mí dando vueltas y vueltas y vueltas. Descubrí aquello que decía Lope de que ‘para olvidar un amor hay que enamorarse otra vez’».
Merino es un gran defensor del cuento, contra viento y marea y también contra aquellos que denuestan este género creyéndolo más pequeño que el de la novela: «Hay algunos compañeros que desprecian profundamente el microrrelato, por ejemplo, cuando el relato y el microrrelato son los padres de la literatura: la literatura empieza con las fábulas, con historias diminutas. ¿Cómo pueden meterse con eso?», se pregunta con fastidio. Y añade: «Me encantan los viejos cuentos como Las mil y una noches... Borges ya lo decía: ‘Cuando dejen de escribirse novelas, no dejarán de escribirse cuentos’. Y creo que tenía razón: el cuento va a vivir siempre».
La temática que le ronda para una nueva singladura, de momento, va por los mismos derroteros de su Noticias del Antropoceno: el desastre al que estamos abocando al planeta. «Yo el planeta lo veo… no lo veo bien. Mire, a mí me gusta mucho bucear con tubo y voy mucho al Cabo de Gata, y un día, en aquella limpieza absoluta, empecé a ver en la arena piedrecitas… que resultaron no ser piedrecitas, sino plástico ya absolutamente desgastado y erosionado formando una especie de lentejitas. Tengo cientos y cientos de ellas. Así que qué quiere que le diga… Me da miedo. Hemos llegado al siglo XXI y pensábamos en la globalización, pero ¿qué se ha globalizado, si en África no ha habido vacuna, si la gente se marcha de sus países porque no pueden comer ni vivir en ellos? ¿Pero en qué mundo vivimos? Qué sé yo, igual vuelvo otra vez por cuentos en ese sentido, porque eso es una pequeña obsesión: ¿de qué mundo me despido? ¿Qué le queda a mi nieta?».
Las preguntas se quedan flotando en la espesura incómoda de las incógnitas. Esperemos que pronto aterricen en el papel y se plasmen en nuevas historias que vengan a sumarse a su larga trayectoria, pues larga vida le deseamos al cuento. Y a la prosa limpia de Merino.