Vicente Vallés: «No debe extrañarnos que Putin quiera recuperar el concepto de superpotencia de la URSS»
El periodista incursiona en la ficción con ‘Operación Kazán’ (Espasa, 2022), una primera novela que aborda la injerencia rusa en el poder norteamericano y que le ha valido el Premio Primavera de Novela 2022
Vicente y yo nos reunimos, digitalmente, para hablar de su primera novela. Nos hemos citado a las 11, pero los dos entramos a la reunión programada por Google Meet un minuto antes. Puntualidad propia del audiovisual. Creo que es la primera vez que lo veo sin traje, y al principio me parece escucharle bajito, pero enseguida subo el volumen del móvil y emerge con rotundidad su voz clara y tan reconocible.
«La tuya ha sido una incursión en la novela por todo lo alto», le digo después de saludarnos, «con más de 400 páginas y merecedora del Premio Primavera de Novela de este año, ¿por qué decidiste dar este salto?». Vallés empieza explicándome que no se trató de «algo premeditado», sino que la idea surgió mientras escribía un ensayo anterior, El rastro de los rusos muertos (Espasa, 2019), que en parte se centra también en «la injerencia rusa en las elecciones de 2016», el año en el que subió al poder Donald Trump. «Cuando estaba en la investigación de ese asunto pensé que aquella historia podía ser el guion de una película de espías. Y pensé que si elevaba un poco el nivel de suspense sobre esta injerencia se podría convertir tranquilamente también en una novela». Y dicho y hecho, a ello se puso hace ahora tres años, que es lo que ha tardado en alumbrarla, habida cuenta de que no le sobra el tiempo, claro está, y de que la llegada de la pandemia -y la consiguiente vorágine informativa- supuso también un escollo.
La contra de Operación Kazán reza: «En 1922, el nacimiento de un niño en Nueva York cambiará la historia del mundo un siglo después. Los servicios de inteligencia soviéticos diseñan para ese bebé el más audaz plan de espionaje». Sin destripar nada, la novela reflexiona sobre el afán expansionista de Rusia, que pretende recuperar la condición de superpotencia y llegar, incluso, a «controlar Estados Unidos desde el Kremlin».
Dejando ahora la ficción momentáneamente aparcada, vuelvo a la realidad para preguntarle a su autor si Putin está tratando de relanzar la Unión Soviética: «Él es un espía del KGB, se educó en la Unión Soviética de los años 60 y después en la cultura del espionaje soviético de los años 70 y 80 en plena Guerra Fría, de manera que no debe extrañarnos que en su mecanismo mental esté ese intento de recuperar para Rusia, para la Rusia que él preside, el concepto de superpotencia que llegó a tener en los años de la Unión Soviética», desarrolla el presentador, y alude a una intervención que el mandatario ruso realizó cuando alcanzó el poder en el año 2000: «Dijo que la disolución de la Unión Soviética había sido uno de los grandes desastres del siglo XX y claramente él intenta repararlo en la medida de sus posibilidades, que son bastante limitadas, porque más allá de que efectivamente Rusia tiene armamento nuclear, y eso es lo que le hace ser un país temible, todo lo demás allí no funciona muy bien».
En este sentido, Vallés recuerda que su ejército no está consiguiendo, o al menos «no al ritmo que ellos desearían», la conquista de Ucrania, del mismo modo «que no es un país especialmente destacable en el ámbito tecnológico ni en el económico» y que dista mucho de otras grandes potencias. «Tiene armas nucleares y tiene petróleo y gas, y eso es lo que le convierte en un país con un cierto poder y una cierta capacidad para amedrentar y tratar de asustar a sus vecinos y en general a la comunidad internacional, pero más allá de eso no es un país que sea equivalente a potencias como Alemania o el Reino Unido. Y por supuesto no tiene nada que ver tampoco con EE.UU. o China».
A Putin, precisamente, se le encuentra en la novela a través de episodios y diálogos que Vallés ha recreado basándose «en hechos reales suyos, desde luego en los tiempos del KGB pero también cuando ya era presidente de Rusia». Eso sí, el mandatario ruso aquí aparece siempre bajo el nombre de Ivan Karlov, de igual manera que Biden lo hace bajo el de Williams y Trump, bajo el de Banks. «Sin embargo Stalin es Stalin», le comento: «Sí, porque en términos generales el criterio que se ha seguido es que aquellos personajes que ya no viven aparezcan con su nombre real, y aquellos que siguen vivos aparezcan con un nombre ficticio. Solo hay una excepción con el personaje espejo de Boris Yeltsin, que aparece con un nombre ficticio porque en las escenas en las que tiene protagonismo lo comparte con otros personajes que sí están vivos todavía, como Bill Clinton». El autor lanza, a propósito, un guante para el lector: que averigüe a quién representa el personaje que él ha bautizado como Sorokin. Ahí queda.
Eliminación del adversario y espionaje ilegal: una ficción muy de actualidad
Leyendo la novela me crucé con una serie de afirmaciones que me resultaron demoledoras, a la luz del presente. Una de ellas dice así: «La fascinación por la eliminación física del adversario político era el paisaje común en la Unión Soviética». «Hay cosas que no cambian», comento, lacónica. «No, y es muy difícil que cambien mientras Putin sea presidente de Rusia, porque él ha heredado esa tradición de los servicios de inteligencia soviéticos. En realidad podemos decir que es una tradición que viene de un tiempo aún anterior, porque eso ya ocurría en los tiempos de los zares, la eliminación física del adversario: se le considera que un traidor no tiene derecho a vivir. De hecho, El rastro de los rusos muertos es un relato de personas que son eliminadas físicamente en los últimos años, y en Operación Kazán se traslada esa sucesión de hechos de otra manera, novelada, pero lo que refiere al espíritu de la eliminación física como algo normal en Rusia ahí está reflejado».
La novela, reflexiono, tuvo que escribirse necesariamente antes del comienzo de la guerra, y Vicente me lo confirma: «Terminé de escribirla en diciembre del año pasado y estaba entregada a finales de enero; en esas fechas no sabíamos que se iba a producir la invasión de Ucrania el 24 de febrero».
Otro de los pasajes del libro nos vuelve a llevar, de forma inevitable, al presente: es aquel en el que Teresa Fuentes, un miembro del CNI, le explica a Pablo Perkins, su compañero, que no pueden grabar conversaciones sin la pertinente autorización judicial: «Ya me he saltado dos o tres normas para darte los números de teléfono con los que se comunica tu amigo ruso, pero grabar o escuchar esas conversaciones es ilegal», le dice poniéndose seria. Cuando se lo comento a Vicente, ríe por lo que implica: «Tal cual, sí, ahí se explica, se necesita de una autorización judicial que además tiene que estar explicada, tiene que estar motivada. Esa escena en concreto está escrita desde finales de 2020, hace más de un año, pero lo que demuestra es que la novela, siendo una historia de ficción, está cargada de hechos reales y de explicación de situaciones reales». Y tan reales. Que se lo digan al presidente del Gobierno.
Nuestra charla está llegando al final y quiero conocer qué opiniones ha recabado, hasta el momento, el presentador y director de los informativos respecto a su pinito literario. Humilde, me contesta que, «en términos generales, la respuesta está siendo buena» y que le ha resultado interesante algún feedback de lectores avezados que le han dicho que, a veces, parece que no les tome «muy en serio» al hacer «un pequeño resumen de lo que ha sucedido antes» en determinadas páginas. «¡Pero eso es deformación profesional!», le digo yo, y está de acuerdo: «Exacto. Hay dos motivos para esto. Uno es el que dices: un periodista siempre intenta que le quede muy claro o bien a su lector, o a su oyente o a su espectador lo que le está contando, y por eso de vez en cuando intenta repetirlo». El segundo, me dice, es que se «solidariza» con aquellos lectores que, como él, no pueden «leerse un libro en cuatro días» y, al retomarlo tras un periodo de ausencia, les puede costar recobrar el hilo.
Su estilo, le comento, tiene también mucho de televisivo, en tanto que recrea las escenas como si de una cámara se tratara, aportándole viveza a la narración. Uno no puede despegarse de su oficio, ni debe, cuando de este pueden surgir conceptos interesantes que aportarle a otras disciplinas. En su caso, a la literaria.
Por cierto, ¿va a volver Vicente Vallés por derroteros novelescos? «Ya hay quien me está tentando para que haga una segunda parte de Operación Kazán, porque la novela deja la posibilidad de retomar algunas historias, pero bueno, de momento estoy en un proceso de descompresión», termina diciéndome con simpatía.