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Thibaut Deleval, herramientas para una autocrítica paciente contra el adoctrinamiento

Conversamos con Thibaut Deleval por ‘Distraídos. Si tú no piensas, alguien lo hará por ti'(Editorial Aguilar, 2022)

Thibaut Deleval, herramientas para una autocrítica paciente contra el adoctrinamiento

Super Snapper | Unsplash

Zzzzzzzzzzzz… Concéntrate. zzzzzzzzzzz… Tú ni caso, a lo tuyo. Concéntrate. zzzzzzzzzz… Argh, ¡maldita sea! Tienes que concentrarte. zzzzzzzzzz… ¡Dios! ¿Cómo va a concentrarse alguien con ese endemoniado zumbido en la cabeza? zzzzzzzz… Se acabó. O mato a la mosca, o me mato yo, pero no hay sitio para los dos. zzzzzzzz… No hay manera de encontrarla, y el zumbido sigue. zzzzzzzzzz… No me puedo concentrar. Me distraigo sin remedio. zzzzzzzz… ¡Me voy! ¡Al carajo! Esta no es forma de trabajar, así que no voy a hacerlo. Largo. ¡Me piro! ¡Me las piro!

El pequeño relato anterior es una metáfora de una situación cotidiana. ¿Quién es capaz, sin ser monje budista nivel senior o sordo, de concentrarse sometido al impertinente vibrar de una mosca? Una de esas que, muy acertadamente, se llaman cojoneras. Nadie. Hay un efecto de invasión totalitaria en la mente de aquel que está doblegado a la voluntad de un bicho volador. La distracción es, más que una consecuencia, una obligación, casi un injusto derecho en una situación así. Thibaut Deleval ha sabido leer en la sociedad contemporánea una gran mosca negra, peluda y jodelotodo. Un bicho que extiende su zumbido sobre los habitantes occidentales y despacha la incapacidad de la concentración. Su vibrante silbido amenaza con decapitar la paciencia, eviscerar el espíritu crítico y manipular a su antojo el sentimiento en detrimento de la razón.

Por eso Deleval, como buen progenitor comprometido, padre de las herederas del mañana, se decidió a calzarse la valentía, ir a la cocina, coger un enorme matamoscas y disponerse, sin temer hacerlo a cañonazos, a matar al maldito bicho. Escribe así un libro, Distraídos (Aguilar), para batallar contra las plagas de la post-postmodernidad. Thibaut no pierde, eso sí, y a pesar de su compromiso, la humildad. Su matamoscas, su cañonazo si nos ponemos, es poca cosa cuando se enfrenta a la gran bestia de la distracción. Pero, como dijo Galeano, «mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo» y un libro, para qué engañarnos y por desgracia, no deja de ser una cosa pequeña. Pero, en fin, aunque no cambie el mundo, al menos, puede ayudar a hacerlo. 

«El ruido y la bronca política invitan al ciudadano a sentir una úlcera cínica que lo decepciona sin remedio. Pero no está todo perdido»

Thibaut Deleval

«Mi compromiso con este libro» afirma su autor, «era atar cabos para favorecer una línea hacia el diálogo alejada del ruido, los gritos y la caricaturización constante que se produce en la escena pública. El ruido y la bronca política invitan al ciudadano a sentir una úlcera cínica que lo decepciona sin remedio. Pero no está todo perdido». Tal vez porque Deleval aún guarda la esperanza de que el camino del hombre recto, como decía Jules Winnfield, se presente ante la mayoría, Distraídos está escrito desde una ligera pedagogía. Su levedad, caracterizada por un lenguaje ameno, sin grandes ejercicios de narrativa barroca, lo hacen accesible pero no superficial.

Imagen vía Editorial Aguilar.

«La idea era que cualquiera pudiera leer el libro y sacar muchas cosas en claro. Abandonar las distracciones y verse a sí mismo con la templanza de la reflexión. No he querido, eso sí, montar ninguna clase de sistema. Simplemente, he querido transmitir mi conocimiento a otra generación que no iba a tener la paciencia que he tenido yo con Distraídos. Sin ir más lejos, pienso en las relaciones sociales. La gente no se da cuenta de que ahora solemos verlas, no como un medio para aportar al otro, sino como un buffet libre en el que estamos a la expectativa de saber qué podemos obtener del otro u otra. Esto tiene mucho que ver con nuestras dinámicas de consumo. Consumimos mucho más de lo que aportamos», afirma. 

Estas son la clase de revelaciones a las que invita Deleval. Hechos claros y contundentes, cotidianos, que está en nuestra mano cambiar si lo deseamos. Pero no sólo el consumismo constituye el eje de la obra. Como dice Thibaut, quien me invita a tutearlo a pesar de que la tradición francófona es más reacia a esta clase de confianzas, «otro de los objetivos del libro era fabricar las herramientas para esquivar el adoctrinamiento y la falta de perspectivas individuales, al tiempo que evitar la percepción de nuestro pensamiento como una verdad absoluta e indebatible». Una meta que no peca precisamente de conformista. Aspirar a una individualidad cooperativa, a una humildad sapiencial, es más difícil que pillar a Santiago Abascal en una mezquita… bueno, si no es para manifestar el padrenuestro a las puertas.

 «Pretendemos una armonía social cuando desde la política la estrategia amigo-enemigo es la que triunfa, porque es la que permite mantener a un electorado fiel. Son ejercicios de puro marketing en los que se pretende separar mucho, para que la propuesta de valor sea muy clara. O azules fachas, o rojos comunistas»

Thibaut Deleval

Y, hablando del barbas, Distraídos no queda ausente de un eficaz rapapolvo a la crispación política. Si los últimos informes del CIS afirman que el 90,4% de los españoles ya está cansado del polvorín estatal, el autor de este ensayo encuentra que esa estrategia, por muy insoportable que sea, se mantiene como parte del juego. «Pretendemos una armonía social cuando desde la política la estrategia amigo-enemigo es la que triunfa, porque es la que permite mantener a un electorado fiel. Son ejercicios de puro marketing en los que se pretende separar mucho, para que la propuesta de valor sea muy clara. O azules fachas, o rojos comunistas». Cosa que suena a menú diario (de los que incluyen cerveza y vino, ¡válgame Dios!) y que parece difícil de resolver. Pero Deleval confía en el slogan de la empresa Deloitte: «Por un futuro mejor, juntos», (ya tiene tela que ese sea el lema de una de las auditoras más infernales de nuestro país) y afirma, de nuevo con esperanza, que, «podemos aprender a convivir con los matices. Sin ir más lejos, en los entornos familiares esa clase de hechos se producen. Pensemos en el tipo ultraconservador homófobo que de pronto tiene un hijo, o un familiar cercano, que resulta ser gay. Es una nueva realidad que entra en su vida y, claro, ya no lo verá de la misma manera y habrá de aprender a adaptarse, a tolerar, o se condenará a sí mismo. Lo mismo ocurre con la política. Debemos exigir mayor diálogo y confluencia de matices comunes, más allá de electoralismos».

Pero, ¿cómo podríamos exigirles a nuestros políticos lo que no nos exigimos a nosotros mismos? Al fin y al cabo, la democracia representativa no es sino el reflejo personificado de los designios y aspiraciones de la masa. Si somos lo que comemos, también somos lo que votamos, y viceversa. En ese caso, si como Deleval diagnóstica en su libro estamos dominados por el efecto Dunning Kruger, según el cual tenemos una tendencia natural a sobrestimar nuestras habilidades, sobre todo cuando nuestro conocimiento del tema es superficial, la política de nuestro Estado debería estar condenada a una valiente ineptitud.

«Las redes y la dictadura de la opinión», dice Deleval, «nos han hecho creer que podemos proyectar la voz sobre cualquier tema. Ahora, con la guerra de Ucrania, vemos muy claramente como personas que no tienen ninguna formación sustancial que las legitime para emitir un juicio de valor lo hacen en una barra libre de artículos de opinión. En YouTube, o Twitter, cualquiera puede emitir sus ideas sin que estas tengan el menor sentido y, lo peor, ser escuchadas e interiorizadas».

Thibaut Deleval | Foto vía Twitter.

El mundo digital ha alcanzado, sin saberlo, el paraíso de los dioses filósofos. El sueño de Platón de convertir la sociedad en una estructura perfectamente jerarquizada de sabios se ha tornado realidad. Y, por si fuera poco, con el inesperado lujo de la ¡horizontalidad! ¿Quién, en su sano juicio, habría podido esperar semejante triunfo de la razón y el saber frente al miedo? Todo juicio de valor es válido en la actualidad. Pero, lejos de ironías, luego llega Einstein y te suelta que «el primer paso de la ignorancia es presumir de saber», cosa que Distraídos nos invita, reiteradamente, a no hacer. Como escribe Deleval, a no quedar Perdidos en la masa, no cayendo en la Simplificación Irresistible y el Autoengaño: «Esto tiene mucho que ver con el relativismo. En muchos campos abstractos el relativismo nos permite defender posiciones erróneas como si fueran válidas y nos impide constatar que no tenemos ni idea. Damos nuestra opinión; una opinión muy poco sólida, y los de nuestro alrededor también. Como, habitualmente, nadie suele ser un gran especialista en la materia, no existe posibilidad de rebatir con autoridad y eso nos da la falsa sensación, relativista, de poder sobrevalorar nuestros conocimientos en esos ámbitos». 

«Se debe abordar la humildad y la coherencia desde la paciencia. El futuro brindará, seguramente, un gran bonus para la gente que se haya tomado la molestia de planificarse, de pensarse y establecer una línea de actuación que le permita huir de los bandazos constantes y los sinsentidos; de no predicar con el ejemplo»

Thibaut Deleval

He aquí una de las tesis, a mí entender, principales de la obra; la autocrítica se ha revelado como una quimera cancerígena. Una potente patada a la entrepierna del ego del que depende toda autoestima. Sin un Yo fuerte, inquebrantable, capaz de exponerse a torturas guantanameras, la logística emocional entra en pánico. Inyectado un pico de adrenalina al torrente sanguíneo del sentimentalismo, asumir la debilidad del desconocimiento provoca, o bien la necesidad de ponerse a pegar tiros metafóricos, o de metérselos literalmente. Según para quien, directamente de pegárselo. Tamaña puede llegar a ser la intolerancia al error que este no se reconoce nunca, lo cual puede convertir las ocurrencias en creencias y las estupideces en leyes.

«Se debe abordar la humildad y la coherencia desde la paciencia. El futuro brindará, seguramente, un gran bonus para la gente que se haya tomado la molestia de planificarse, de pensarse y establecer una línea de actuación que le permita huir de los bandazos constantes y los sinsentidos; de no predicar con el ejemplo», afirma Deleval. Y para llegar a eso, existe un único camino. Además de la reflexión y la pausa, el bonus del futuro lo firma una frase poco común: no lo sé. «Lo que más choca ahora es que alguien afirme ‘¡no tengo ni idea!’» expresa inquieto Thibaut, «por eso he evitado el concepto de pensamiento crítico hasta el final del libro, porque existe una sobre importancia de la crítica y una minusvaloración del pensamiento que se basa en la premisa de creer que lo sabemos todo». 

Pero, como hemos dicho, Distraídos es un libro que encierra una cierta pedagogía y, por definición, toda pedagogía, además de enseñar la teoría, debería abordar la práctica. Así lo hace Deleval quien, en su último capítulo, aborda las Soluciones a los problemas que presenta. «En primer lugar, debemos actuar más que reivindicar. También tenemos que conocernos, ser antes expertos en nuestras debilidades que en las de los demás. Y, sin duda, lo que ya hemos dicho, la paciencia. La falta de paciencia es algo que arrastramos desde hace décadas, pero ahora nos hemos pasado de rosca. Para aquellos que vayan a cambiar su microrealidad, deben asumir que, tal vez, su vida cambie, pero hasta que se produzca un cambio general aún va a pasar un tiempo». Un tiempo del que desconocemos su duración, pero que, con suerte, Distraídos acelere. 

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