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Diego Hidalgo: «Pensamos que la tecnología nos empodera, pero el margen es escaso»

El emprendedor digital Diego Hidalgo ahonda en este ensayo en el modo en el que el uso creciente de la tecnología ha cambiado nuestra forma de pensar, actuar y relacionarnos

Diego Hidalgo: «Pensamos que la tecnología nos empodera, pero el margen es escaso»

Foto: Javier Arias | Cortesía Fundación Telefónica

Diego Hidalgo vive a caballo entre varios países y por eso nos citamos para hacer esta entrevista a través de una videollamada por una página llamada Whereby. Funciona bien, es rápida y no hace falta descargarse ninguna aplicación para su uso: ah, la tecnología, qué maravilla cuando está a nuestro servicio.

Precisamente esa es una de las claves de Anestesiados (Editorial Catarata, 2022) pues en la obra el autor deja claro que no se considera tecnófobo, sino tecnocrítico: «He llegado a fundar webs que hoy contabilizan millones de usuarios. Estaba -y sigo estando- convencido de que era posible utilizar la tecnología para unir a las personas y encontrar soluciones que contribuyeran con modestia a la resolución de problemas medioambientales y sociales».

El problema, desarrolla Hidalgo en su ensayo, es cuando la tecnología excede esas competencias y resulta cada vez más invasiva, algo que tiene mucho que ver con lo que define como «la desaparición del botón off»: «La mayoría de los riesgos expuestos en este libro no existirían o no resultarían tan preocupantes en un entorno en el que fuera fácil, o incluso posible, apagar la tecnología que nos rodea», algo que sí era factible cuando la tecnología estaba en su etapa sólida, y nos conectábamos a los ordenadores solo durante un rato al día; los smartphones, después, vinieron a colonizar todo nuestro tiempo al viajar siempre en nuestra mano, dando paso a la época de la tecnología líquida. Pero vamos por partes: ¿cuáles son esos riesgos de una tecnología cada vez más presente? 

Imagen de ‘Anestesiados’ vía Catarata Libros.

El credo solucionista de la tecnología: pregúntale a Google

En primer lugar, el hecho de que la tecnología sea cada vez más totalizante, como si pudiera solucionar todos los problemas que nos surgen y suplantar capacidades humanas como la memoria o la orientación (¿dónde quedó llegar a los destinos sin la ayuda del GPS?), nos vuelve más vulnerables ya que desaprendemos. Por otra parte, la tecnología se basa en una hiperracionalización de nuestra vida cotidiana: los seres humanos somos per se imperfectos, pero la tecnología trata de que entremos en el molde digital de la eficiencia.

En la charla que Diego Hidalgo impartió recientemente en la Fundación Telefónica en colaboración con Aspen Institute España, decía al respecto: «No se trata solo de llegar del punto A al B, sino que ese trayecto es lo que define lo que somos en nuestra vida». Por tanto, planteaba, ¿debemos aceptar ese credo solucionista para todo? ¿Que todo podamos preguntárselo a Google? ¿Que ya solo nos acordemos, por ejemplo, de felicitar los cumpleaños porque una red social nos los recuerde? 

«No se trata solo de llegar del punto A al B, sino que ese trayecto es lo que define lo que somos en nuestra vida»

Otro engorro importante de la tecnología, que seguro les suena, es que consigue que el resto de la vida a veces nos resulte lenta y aburrida; según para quien, hasta soporífera. Esto se debe a que la tecnología procura siempre que entremos en ciclos de recompensa emocional muy rápidos con sus notificaciones, autoplays y destellos por todas partes. Le pregunto por ello a Diego: ¿cómo podemos ayudar, a través de la lectura y otras actividades, a combatir esta adicción frenética a lo veloz? «La lectura creo que nos puede ayudar, pero un tipo de lectura que no fomenta tanto la sociedad; la lectura profunda, larga, no una lectura de tres minutos, y sin que nuestro cerebro tenga tentaciones de hacer zapping de un contenido a otro. Cuando nos acostumbramos a tener que entrar en un argumento que se desarrolla en doscientas o trescientas páginas y que no va a resolverse en un lapso de tiempo muy breve es algo que nos anima a esperar, a digerir esta recompensa».

Y no solo la lectura, cualquier actividad que nos ayude a tener la mente y las manos alejadas de la tecnología puede ayudar a que «nuestro cerebro acepte no tener un input de recompensa inmediata sino una recompensa más lenta y más profunda». Eso vale para adultos, y también para niños: «Lo que deberíamos hacer con los niños es enseñarles a digerir esta recompensa y así vivir un poco más allá del instante, no para escapar del momento presente sino al contrario, para entrar más en él», me cuenta el autor, que le dedica precisamente Anestesiados a sus tres hijos con ese deseo: que puedan seguir viviendo como seres libres.

En la Fundación Telefónica para una sesión de ‘Tech & Society’. | Foto: Javier Arias | Cortesía de la Fundación Telefónica.

Establecer barreras por tiempo, uso y edad contra la invasión tecnológica

Otra de las formas de blindarnos ante estos riesgos acarreados por la tecnología es establecer barreras que Hidalgo cataloga por tiempo, edad y tipo de uso.

En este sentido, refiere que son precisamente los directivos de Silicon Valley los que mandan a sus hijos a colegios en los que la tecnología no entra hasta que tienen, al menos, 12 años. Curioso, a todas luces. Además de limitar las horas en las que nuestros hijos entran en contacto con sus dispositivos, ¿cómo podemos autolimitarnos también nosotros, los adultos enganchados? «Hay gente que me está escribiendo tras leer el libro explicándome cambios en sus vidas: una persona que trabaja en el campo de la inteligencia artificial me decía que por ejemplo los domingos habían decidido en familia que serían libres de tecnología», explica el autor, quien me reconoce que le cuesta dar una receta única para todo el mundo, pues cada quien tiene que encontrar la fórmula para mantener a raya la tecnología y evitar que nos ocupe más parcelas de las debidas.

«Pero creo que por ejemplo a nivel de barreras físicas el hecho de a veces salir a algún lado sin el teléfono, o durante una comida con amigos o familia que el teléfono quede en otro sitio, ya que son momentos en los que ya sucede algo, estamos comiendo y estamos juntos, es algo por lo que a lo mejor podemos empezar». También apela a la responsabilidad de los directivos de las empresas, de quienes dice que «deben imponer normas que ayuden a la gente a que se libere de este imperio del día a día tecnológico por una cuestión de respeto hacia el trabajador». Y, en lo personal, aunque no quiere ser tildado de radical, da ejemplo: me enseña su teléfono móvil, que no es un smartphone sino uno de aquellos aparatos con los que sencillamente, oh, llamábamos por teléfono en la primera década de los 2000. 

Diego Hidalgo. | Foto cedida por el autor.

Nuestra mente como un dispositivo que salta entre pantallas

Hay algo en lo que llevo pensando un tiempo y que he comentado con preocupación con alguno de mis amigos: cada vez más, siento que mi pensamiento funciona como las pantallas del móvil o el ordenador, voy saltando de uno a otro y tengo la atención compartimentada, incapaz de centrarla en un solo asunto. Pienso, por ejemplo, en poner las lentejas, pero luego recuerdo que tengo que hacer una llamada y consultar una duda sobre una palabra en Internet. De pronto, me saturo y olvido qué diablos iba a hacer. ¿Esta es una consecuencia de cómo estamos usando la tecnología? Diego me responde: «La forma en la que usamos los dispositivos, con toda la inmediatez, con este zapping y esta interrupción constante -porque son medios caracterizados por la competencia de todos los servicios, aplicaciones y tipos de contenido-, al final se reproduce en consecuencia sobre nuestra forma de pensar. En el libro doy ejemplos claros y en el que acabas de comentar hay una relación total».

«Ya no aceptamos cepillarnos los dientes estando solo con nuestros pensamientos, tenemos a nivel cerebral que estar ocupados todo el tiempo, y esta sobreocupación nos impide planificar las cosas de forma más pausada»

La conclusión nuevamente es esa, que la tecnología provoca que la vida se nos vuelva aburrida y que nuestro cerebro no acepte estar haciendo una sola cosa durante más de unos pocos segundos. «En vez de cerrar un proceso, hacer tus lentejas y aceptar que hay tiempos muertos (que tienen una función neuronal además muy importante, que es la de reposar), buscamos una optimización constante que es ilusoria. Ya no aceptamos cepillarnos los dientes estando solo con nuestros pensamientos, tenemos a nivel cerebral que estar ocupados todo el tiempo, y esta sobreocupación nos impide planificar las cosas de forma más pausada». 

Ante tal panorama, la pregunta es obligada: ¿estamos a tiempo de despertar de la anestesia en la que los dispositivos nos están sumiendo? ¿Qué tiene que pasar para eso? «Pensamos que somos libres de usar la tecnología como queremos y que nos empodera, pero nuestro margen de maniobra ante la tecnología es muy escaso, incluso cuando queremos cambiar las cosas», empieza reflexionando Hidalgo.

«Yo creo que por eso es necesario que se intervenga a nivel colectivo y regulatorio público, pero estos cambios no van a suceder si no hay una fuerte demanda individual. Siempre me viene a la mente el paralelismo con el cambio climático, y creo que en ambos casos tenemos muchas razones para ser pesimistas. ¿Qué es lo que tiene que suceder? Que escuelas, grupos de presión y de todo tipo se junten y se den cuenta de que es imperativo cambiar nuestra relación con la tecnología y que eso tenga una demanda en la política». Su granito de arena para el cambio, por lo pronto, se llama Anestesiados.

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