Una biografía rescata la vida de la Baronesa de Wilson, la primera 'influencer' española
‘365 relojes’ reivindica la figura de Emilia Serrano, una mujer emprendedora que reformuló todos los estereotipos tradicionales de la sociedad decimonónica
La vida errante de Emilia Serrano, conocida como Baronesa de Wilson, llenó toneladas de páginas en la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del XX. Sus aventuras y desventuras la convirtieron, en palabras de sus coetáneos, en «la mujer más célebre de América» y, según cuenta ahora Pura Fernández en su libro 365 relojes (Taurus), su colección de relojes la acompañaba «en cada travesía como la metáfora perfecta de una exploradora impenitente que cartografió y midió los mundos conectados cuando aún no se habían consensuado los meridianos».
Profesora de investigación del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, Fernández ha dedicado varios años de su vida a escribir una biografía contra la autobiografía tantas veces repetida de una mujer que se construyó a sí misma para la mirada de los otros. Se desconoce dónde y cuándo nació exactamente la Baronesa de Wilson, aunque está documentado que la novelista y periodista creció en un entorno familiar privilegiado, poseía una refinada cultura y un buen manejo de lenguas y, con solo diecinueve años, desembarcó sola en Londres para asombro de muchos.
También se sabe que Emilia huyó a París en 1853 seguida de su madre y de un amante, José Zorrilla, autor de Don Juan Tenorio, a quien su esposa abandonada persiguió a través de las embajadas y consulados europeos y americanos. Con el poeta y dramaturgo vallisoletano vivió la Baronesa un apasionado romance, y con él tuvo una niña, Margarita Aurora, cuya prematura muerte (con solo cuatro años) provocó que la pareja se distanciara.
La muerte de Margarita Aurora (a la que su madre dedicó un manual de conducta femenina titulado El almacén de las señoritas) supuso un duro golpe para la Baronesa, quien, a partir de ese momento y durante varias décadas, decidió transitar sola el continente americano a pie, a lomos de caballo, en canoa, carruaje, vapor o tren. «Ni la enfermedad ni la falta de recursos ni los muchos años apagaron la sed de conocimiento y de libertad que solo saciaba en tierras americanas y que la acompañaba desde antes de que su figura hiciese aparición en la boyante París del Segundo Imperio», señala en el ensayo su biógrafa.
La Baronesa llegó a convertirse en una gran empresaria cultural en el París de Eugenia de Montijo y de Napoleón II. En la llamada ciudad de la luz, llegó a trabar una estrecha relación con Alejandro Dumas, del que se convirtió en su representante y traductora para el ámbito hispánico, y fundó La caprichosa, una revista femenina de moda y crónica social (aunque también acabó teniendo ambiciones políticas) que llegó a contar con el apoyo de socios capitalistas franceses y hasta consiguió recibir fondos del Ministerio del Interior francés (la publicación se dirigía a los lectores españoles, y al país galo le interesaba difundir su influencia cultural y política en América).
«Emilia se convierte en una influencer de moda, pero también de lecturas, de cosmética, de higiene, etc. Ella descubre la capacidad que tiene la prensa para ganar lectores, pero también para ganar compradores»
La española alcanzó el éxito a través de un sabio manejo de las redes sociales del momento y de un concepto muy moderno de la celebridad contemporánea. En realidad, podría decirse que la Baronesa fue la primera influencer española de la historia. «Francia era en ese momento el país que decidía qué es lo que se llevaba o no, y las tendencias de belleza», comenta Fernández a THE OBJECTIVE. «Emilia se convierte en una influencer de moda, pero también de lecturas, de cosmética, de higiene, etc. Ella descubre la capacidad que tiene la prensa para ganar lectores, pero también para ganar compradores. Se convirtió en mediadora de las grandes firmas de cosmética, relojería y colonias francesas. No solamente anunciaba los productos sino que permitía a sus lectoras comprar cosas a través de ella; ella las compraba y las enviaba».
También fue en Francia donde la española forjó su gran proyecto americanista. «América era como el sueño de la libertad», cuenta la autora. «También es una tierra donde tienes un potencial de millones de lectores, y un potencial de veintitantas repúblicas que están creando su historia, sus planes pedagógicos, y su literatura. Ella sabe que es una escritora conocida, y que ha sido una periodista que ha conseguido tener una trayectoria en España y en Francia. Tú imagínate eso para una mujer, y encima con las relaciones que ha ido haciendo a través de su revista. Un periódico es una red de relaciones, y eso es algo que, junto a la masonería y el mundo social en el que se mueve, a ella le sirve para superar el aislamiento que supone entonces el ser mujer. América es el lugar en el que ella se puede construir libremente y puede viajar sin tener que dar explicaciones».
«Emilia asesora a Porfirio Díaz sobre la educación y la formación profesional de las mujeres, sobre todo, como futuras maestras»
La Baronesa se jactaba de haber conocido personalmente a la mayoría de las figuras que pululaban por las páginas de sus numerosos artículos, novelas y libros de viajes (fue autora de las primeras guías turísticas de viaje para americanos por Francia, Bélgica, Inglaterra, Irlanda y Escocia). Durante el tiempo que residió en México, Emilia fundó periódicos, se convirtió en una defensora de la educación de la mujer y entabló amistad con el presidente Porfirio Díaz, quien gobernó allí durante tres décadas. «Emilia asesora a Porfirio Díaz sobre la educación y la formación profesional de las mujeres, sobre todo, como futuras maestras. Es extraordinario, porque también le propone crear el catastro de México, y además le propone a topógrafos para hacerlo. Le dice que es un sistema para controlar las propiedades y para regular los impuestos. Además, está haciendo la historia de México para la celebración del centenario de la independencia, y también la historia de todos los dirigentes mexicanos. Se convierte en una impulsora de la asociación de periodistas mexicanos y da conferencias de todo tipo».
Emilia gozaba de una gran relevancia cultural en México y, en algunas entrevistas que concedió en esa época, confesaba su intención de promocionar la imagen de esa nación, tanto en Estados Unidos como en Europa, para que los emigrantes europeos acudieran sin miedo al país azteca y lo vieran como una tierra de grandes oportunidades y enorme patrimonio histórico y cultural.
Aunque se ha publicado que Emilia estuvo casada con el barón de Wilson, no existe evidencia de dicha relación. Ni siquiera de que la mujer llegara a contraer matrimonio alguna vez en su vida. Lo que sí está probado es que una de sus grandes aficiones consistió en fantasear sobre sus orígenes familiares y su turbio pasado, y en alimentar su personaje. «Se convierte en una escritora para madres, y en una escritora para formar a jóvenes, a señoritas. Por eso necesitó crear una biografía moral e intachable. ¿Cómo vas a educar si no a futuras madres, a jóvenes casaderas, y cómo vas a entrar a los colegios religiosos con tus libros? Ella utiliza las reglas sociales en su beneficio, sin renunciar a esa libertad que quiere para su vida. Es muy moderna y performativa», opina Fernández, quien también señala que, aunque la Baronesa era un personaje complejo y paradójico, su legado feminista está fuera de toda duda.
«Ella usaba lo que se conoce como las tretas del débil (…) no iba contra el sistema, pero sí utilizaba sus normas para moverse con habilidad por él».
«Ella usaba lo que se conoce como las tretas del débil. Tú no puedes controlar el sistema, porque el sistema te va a hundir y apartar, como pasó con tantas escritoras. Aparentemente, ella no iba contra el sistema, pero sí utilizaba sus normas para moverse con habilidad por él. Decía que las mujeres solo podrían salir del estado en que se encontraban (la miseria, la prostitución, la sumisión…) con la educación. Lo tiene que hacer de una manera muy sutil para que no asuste y para que no la tachen de feminista, amazona de las letras, histérica, y todos los insultos que había para las mujeres de la época. Su camino siempre es la educación, el conocimiento del progreso y que la mujer tenga espacios de relación (la beneficencia, los espacios culturales y, sobre todo, la prensa). Lo que ella hace siempre son libros y artículos sobre lo que hacen otras mujeres. Crea una red muy fuerte para hacer ver que ella no era una excepcionalidad, y que las mujeres no solo están en las letras sino también en los políticos. De hecho, creó una red muy potente con las esposas, las madres y las hermanas de los políticos de América Latina, que son las que muchas veces le abren las puertas cuando llega allí».
A finales de los años ochenta del siglo XIX, la Baronesa optó por instalarse en Barcelona, que entonces empezaba a despuntar como gran motor industrial, crecía como potencia editorial y comenzaba a desarrollar proyectos comerciales con América Latina. «Ella ve que, por su conocimiento de las labores comerciales, puede ser útil como conector con esos países americanos. Había recorrido aquel continente de arriba a abajo y, cada vez que viajaba, se fijaba en cuáles eran los puertos más fructíferos para el intercambio comercial y para la llegada de los barcos. A partir de entonces, cada vez que se va a América vuelve siempre a Barcelona, porque su madre ya ha muerto (motivo por el que volvía a Madrid), sus relaciones han ido desapareciendo y desde Barcelona era más fácil viajar a Francia, país al que va frecuentemente».
Pero la Primera Guerra Mundial y el agravamiento de sus dolencias destruyeron sus propósitos de embarcarse de nuevo rumbo a América, cumplidos los ochenta años. Sola, con la cara avejentada y las manos temblorosas, la Baronesa tuvo que seguir escribiendo hasta su último aliento. Por desgracia, intentó sin éxito que en 1918 Antonio Maura, presidente del Gobierno, le otorgara una pensión por sus méritos como escritora y americanista, y fue una víctima más de la precariedad económica que sufrían sus colegas de profesión, quienes vivían al día.
El 1 de enero de 1923, tres días antes de cumplir los noventa años, se apagó la voz sonora de una mujer emprendedora que logró reformular todos los estereotipos tradicionales de la sociedad decimonónica, y que acabó tan arruinada que fue enterrada en una fosa común en el cementerio de Montjüic. «Emilia tuvo enfermedades y, como había que pagar a esos médicos pero ella no tenía hijos ni familiares directos, la fueron expoliando», apostilla Fernández. «Tenía una colección magnífica de antigüedades, con minerales, cartas, retratos de escritores franceses, etc. Fue donando cosas al Ayuntamiento de Barcelona, y fue vendiendo lo que pudo. Creo que se expolió el archivo que tenía y que quería cederle al biógrafo de Zorrilla para que él consiguiera que su nombre no muriera. Su ambición era que la historia no la olvidara, pero la olvidó».