¿Cómo podemos resguardarnos en nuestros muertos para poder vivir mejor?
Cada día mueren más personas de las que nacen, por eso esta rabina nos pone delante la vida y la muerte gracias a lo que ha aprendido al oficializar funerales
Cuando alguien cercano muere nos quedamos sin palabras, en el dolor del vacío. Y es que, a pesar de que tengamos la certeza de que todos vamos a morir, ese mismo hueco y esa incertidumbre invaden nuestro paso por los días que caminamos sobre la tierra.
Es a partir de esta falta de palabras y las dudas que nos azotan que la rabina francesa Dephine Horvilleur (Nancy, 1974) ha escrito Vivir con nuestros muertos (Libros del Asteroide, 2022), un libro autobiográfico donde explica, a partir de sus propias experiencias como sacerdotisa judía, cómo la muerte nos une y que dentro del vacío de la ausencia hay trazas que nos conectan con los que ya no están. Es a partir de esta premisa narrativa que la autora reflexiona sobre por qué este paso por la vida nos genera «aprensión y vergüenza», no solo por los sobresaltos terribles de una posible pérdida física, tanto propia, como de alguna persona cercana, sino por «el miedo a dejar de ser la persona que fuiste», si es que la parca decide sacarte de este mundo a través de una enfermedad.
Horvilleur va hilando una serie de historias, de muertes y muertos a los que conoció o llegó a conocer. A través de los relatos de primera mano o de la información que llegó a recopilar del fallecido gracias a sus familiares, comienza esa conexión de la palabra y la muerte que se dan cita en el velatorio que la autora oficia. En muchos casos, por ser rabina, ha llegado hilar nuevas vidas en los relatos de los muertos de los velatorios que oficia, proporcionando un bonus track, un tiempo de descuento a la vida de estos muertos, elucubrando, quizás, cómo los conoció, cómo rompieron un vínculo con sus familiares, como serían las futuras peleas entre hermanos que ya no se verán o, simplemente, qué sentimientos llegaron a compartir con otras personas.
El más famoso de sus oficios como rabina es con el que comienza la narración del libro, el que tuvo que hacer para Elsa Cayat, una de las fallecidas en el atentado de Charlie Hebdo. Ese primer relato es una sentencia para romper con los mitos de la inflexibilidad de las religiones, ese que fue el detonante del atentado. Aquel día, mientras Horvilleur recitaba una liturgia ancestral judía frente a los supervivientes del atentado, entendió que no se había convertido en una «rabina laica», sino que siempre lo había sido y que, aunque pareciera «una expresión absurda», era una verdad que a ella misma le costaba formular.
Quizás es por esa verdad que Vivir con nuestros muertos ha vendido más de 200.000 copias en Francia, porque su premisa como rabina está profundamente ligada a los preceptos básicos de ser francés, esos mismos que están en la grabación de la lapida de Elsa Cayat: «Libertad, Igualdad y Fraternidad». Según afirma, su laicidad pertenece a ese lema francés porque lo respeta todo. La laicidad defiende que «el espacio de nuestras vidas nunca se satura de convicciones» sino que siempre garantiza un «vacío de certezas», porque, en el fondo para Horvilleur, «la laicidad es trascendencia». Sus creencias jamás serán hegemónicas y bajo el sol -sea francés o no- habrá suficiente espacio libre «para que cada cual recobre el aliento».
Delphine Horvilleur se ha convertido en la tercera rabina ordenada en Francia. Sin embargo, antes de ello estudió Periodismo, Filosofía y Medicina. No es de extrañar que los relatos que impregnan este libro contengan algunos datos anatómicos o fisiológicos pero, sobre todo, lo que se entiende en Vivir con nuestros muertos es la capacidad de escucha de su autora, quizás esa que le ha dado la filosofía y el estudio del judaísmo.
Sin la escucha, el diálogo no sucede, es por eso que la autora invita a hablar con nuestros fantasmas porque «a veces nos cuentan una historia, la nuestra, y nos revelan que no es más que una repetición de la suya», afirma.
La narración de todos los relatos en este libro de no ficción nos remiten a los residuos del pasado, que son nuestras historias individuales transmitidas de generación en generación, pero también de nuestras historias colectivas como sociedad, que aún hoy se expresan a través de nosotros y que nos susurran al oído. La cuestión, afirmaría Horvilleur, es: ¿qué hacemos con esas historias? ¿Qué diálogo decidimos entablar con el pasado a partir de algo que se escapa de las palabras como lo es la muerte?
Es ahí donde se encuentra esa relación del dejar las cosas estar, de hablar con los sentimientos y las certezas personales que podamos darle. Según la autora, esa relación debe venir desde la falta de miedo, porque no hay que rechazarlo, hay que vivirlo. Es aquí cuando en unos de los relatos finales del libro entra el personaje del judaísmo mítico por excelencia: Moisés.
En el relato bíblico, este héroe le tenía pánico a la idea de morir. La solución que se le dio para aceptar la muerte fue hacerle comprender que algo de su enseñanza seguiría viviendo, creciendo como un árbol, dejando huellas detrás de él. Mientras subía la montaña, se dio cuenta de que su vida no estaba frente a él, sino detrás y que lo que estaba en juego era cómo interpretarían sus huellas las generaciones siguientes. «¿Es posible aprender a morir? Sí, con la condición de que no rechacemos el miedo, de que estemos dispuestos, como Moisés, a darnos la vuelta para ver el porvenir».
El capítulo llamado Moisés cierra con una certeza que cobija a la autora y a sus lectores: «Los judíos afirman que no saben lo que hay después de la muerte. Pero podrían formularlo de otro modo: después de la muerte hay algo que no sabemos. Hay algo que todavía no se nos ha revelado, algo que otros harán, dirán y contarán mejor que nosotros, porque hemos existido».
Vivir con nuestros muertos desvela la destreza única de su autora al invitarnos a escuchar lo que sentimos, antes, durante o después del duelo y, a creer, en eso que los otros que ya no están nos dejan para poder construirnos.