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La vida está hecha de amor y muerte: una conversación con Sara Torres

La poeta Sara Torres (Gijón, 1991), tras una exitosa carrera en el mundo de la lírica, irrumpe en la novelística con ‘Lo que hay’ (Reservoir Books, 2022), una novela que cuenta la conflictiva relación entre una madre y una hija

La vida está hecha de amor y muerte: una conversación con Sara Torres

Foto: Alba Ricart | Cedida por la entrevistada

Lo primero nunca es lo primero. Y, así, aunque se presente Lo que hay como la primera novela de Sara Torres, hubo (hay) otra antes: Vida mínima (que, empero, resta todavía inédita). Se trata de una novela al estilo de Las Olas, de Virginia Woolf, de El bosque de la noche, de Djuna Barnes. Esto es, un texto narrativo forjado con el magma de la prosa poética. Y es importante decirlo porque la furia poética que suele traer una poeta a la narrativa, ese magma lenticular característico de estas novelas no es la fuerza motriz de Lo que hay (Reservoir Books, 2022). Precisamente la propia narratividad de la prosa está en la novela en constante conflicto, diálogo y duda y le confiere uno de sus más singulares atractivos.

Tampoco lo primero que se cuenta en la novela es lo primero. Escribe la protagonista en la primera línea: «Mientras mamá moría yo estaba haciendo el amor. La imagen me asombra y me perturba. Mi madre se iba y yo me agarraba a algo desbocado, que persevera cuando lo que más amamos, lo que nos es más familiar, comienza a suspenderse y ya no nos abandona». 

Esto sucede un 06 de diciembre. Y, aunque no se especifique el año, por referencias posteriores, podemos entender que es en 2019, pues más tarde aparecerá la pandemia en la novela. Pero volvamos a esa imagen no fundacional, pero sí que reformula el origen: se trata de una imagen de amor y muerte. Nos cuenta Sara Torres, en los sofás del Hotel Colonial de Barcelona, que a la narradora, en ese momento, le viene muy bien enamorarse porque «no tiene herramientas para enfrentarse a la pérdida de su madre y creo que lo que acaba descubriendo de sí misma es que lleva enamorándose de manera cíclica, no como excusa para no vivir el dolor y los conflictos, sino como punto de fuga para conseguir una vida propia». Y aquí sí ya está el origen. Nos lo explica también Sara Torres, al decir que «creo que cómo nos aman determina la forma en la que amamos y especialmente cómo nos aman los cuerpos que nos cuidan cuando más vulnerables somos porque ahí es donde se generan la mayoría de dependencias». He aquí el quid de esta novela: la herencia (envenenada) de los afectos y la resignificación de esa misma herencia que porta el cuerpo muerto de quien nos los generó. 

Imagen vía Reservoir Books.

La belleza y el terror

«Creo que el libro muestra por un lado la fascinación por la belleza y, por el otro, el terror más absoluto; aunque parezca imposible que se puedan dar a la vez, se da», nos dice Sara Torres. Y esta dualidad se balancea durante toda la novela. También del lado de la realidad y la narración, pues «la narradora sabe que está construyendo la realidad constantemente desde la narrativa, pero paradójicamente luego no sabe narrar en el texto; es algo curioso», afirma Torres sobre la praxis narratológica de Lo que hay. Y ello tiene que ver con la manera en la que la narradora (Sara) experimenta la vida: en tanto que una especie de composición, de búsqueda de belleza e intensidad. Sara analiza las situaciones viviéndolas exaltadamente, fantaseándolas, ficcionalizándolas, idealizándolas. El gran problema, nos dice la escritora, es que «cuando eso llega al texto parece más mediocre porque el texto, de pronto, lo muestra tal y como es». De ahí que Lo que hay se constituya en tanto que búsqueda de un lenguaje, en particular del lenguaje del deseo femenino.

«La parte más consciente de esta novela para mí -nos dice Torres- es el desarrollo de lo erótico y utilizar el espacio de lo sexual para poner sobre la mesa conversaciones más complejas a nivel teórico, que poniéndolas así parece que se entienden muchísimo mejor». Ello incluye un debate sobre la mirada externa, sobre la fantasía y los cuerpos en el presente. Un diálogo que es el que establece la narradora de la novela con la (futura) lectora del libro, con el propio lenguaje del deseo y, en última instancia, con su propio pasado.

De ahí que en el libro tenga el tacto un papel fundamental. Ya en la propia portada, en la que aparece el agua tocando un cuerpo, las manos tocando la cara, pero no hay mirada. De alguna forma, la mujer que aparece en la cubierta del libro se tapa su propia mirada y se cubre de la mirada de los demás. Esto tiene reflejo en el libro, pues que así «cuando se narra, siempre lo que importa es la relación de posibilidad de acción o relación entre cuerpos, pero al tener que contar esas escenas, creo que la narradora hace referencia a cómo una mirada normativa la atraviesa y, al mismo tiempo, cómo ella la encarna en su deseo», nos dice Torres. En este sentido, Lo que hay es una lucha por encontrar formas legítimas y auténticas de resignificar el deseo femenino, pero, por sobre todo, del amor entre mujeres. 

Foto: Alba Ricart

La oscuridad de las pasiones

«Al final, creo que uno de los objetivos del libro es contar que, aunque estemos en un momento social en el que queremos respuestas claras, limpieza emocional, que no queremos personas tóxicas, que queremos personalidades limpias, diferenciales y racionales, pues que, aunque ahora demandemos esto, la realidad de las pasiones es mucho más oscura y la realidad del amor y de los vínculos apasionados en el amor están mucho más revueltas», nos dice Torres.

«El ser humano es muy perverso en su forma de vivir lo emocional»

Y añade: «Somos muy perversos, el ser humano es muy perverso en su forma de vivir lo emocional; y perverso, en mi forma de entender, significa que da rodeos, que da rodeos por lugares innecesarios y a veces chungos». Torres no quería con esta novela dar una visión en exceso optimista de cómo se resuelven los conflictos del amor. De hecho, nos dice que «aunque la narradora da muchas vueltas a sus dolores y sus amores, no resuelve nada, no es una narradora que evoluciona de manera progresiva durante la novela». La clave está en la enunciación de los deseos; nos dice Torres: «Si pudiésemos nombrar lo que necesitamos y nombrarlo, no habría tanta perversión ni tanto rodeo, pero también hay un problema de poder, pues hay sujetos que no pueden acceder a esta posición». 

En este sentido, la relación madre/hija es muy ambivalente, hay momentos en los que parece que haya una conexión perfecta, pero «enseguida se desatan iras, rabias que rompen, y creo que estas irrupciones repentinas que vive Sara con la madre y que no es capaz de prever es lo que le genera toda la dependencia a ese volver a la madre y tratar de resolver la situación, en plan «por qué te molesto tanto», «por qué si me amas tanto yo te molesto tanto» y seguramente la respuesta es yo te molesto tanto porque me amas precisamente de esta manera», argumenta Sara Torres. 

Conviene destacar, no obstante, que las violencias que ejerce la madre sobre la hija provienen de una «cadena de transmisión, la madre está como transmitiendo los miedos y las violencias que ha sufrido en su contexto y tiene la sensación de que es su labor como madre prevenir a la hija para que a ella no le sucedan todas estas cosas, pero, al tiempo, también utiliza la sociedad como excusa, y las convenciones, para poder ejercer su poder y violencias contra la hija»; nos dice. La hija, por su parte, reformula (o refina) estas violencias hacia sus amantes, que tienen que ver con la idea del amor incondicional, de la adhesión sin fisuras, que ésta busca a través de la ternura y escogiendo perfiles de mujeres melancólicas. Ambas, de cualquier forma, comparten una preocupación: el miedo al rechazo del cuerpo cuando éste pierde su capital simbólico.

Foto: Alba Ricart.

El cuerpo enfermo

Y es que uno de los temas importantes de Lo que hay es el del cuerpo enfermo. El de la madre, que lleva diez años de sufrimiento por culpa de un cáncer de mama, y a quien hubieron de extirparle uno de los pechos y reconstruírselo. El cuerpo enfermo que necesita del cuidado de otros cuerpos. Un cuerpo que depende de otro cuerpo. Y esto puede suceder en la edad adulta o de pequeños. Pero también la posibilidad del cuerpo enfermo (que a Sara, la hija, le aterra), del cuerpo que se rechaza. 

La escritora lo plantea así: «El miedo a la enfermedad no es tanto el miedo a lo que se sienta cuando se está enfermo, porque el cuerpo tiene, a veces, sus propios placeres en la enfermedad, sino que es un miedo a que traumatice a los otros el cuerpo enfermo». Apenas vemos cuerpos no sanos, no normativos. Nos dice Sara Torres que tenemos pendiente un debate sobre la muerte, sobre los cuidados, sobre encontrar formas del buen morir. Que todo eso, nos dice, se deja por hacer para cuando ya es demasiado tarde. Pues sucede que «los cuerpos cuando cambian se recluyen, van a morir aparte, como avergonzados», nos dice. De ahí que no tengamos esa consciencia de los cuerpos enfermos y que no sepamos cómo lidiar con ellos. Porque nos obliga a reconectar con ellos, porque nos obliga a repensar y resignificar nuestra vida (y no solo nuestro futuro, sino, aún más, nuestro pasado). Ese debate, precisamente, es el que plantea esta valiosa novela.

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