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María Bastarós muestra el terror de lo cotidiano en 'No era a esto a lo que veníamos'

María Bastarós disecciona los ambientes más familiares y evidencia lo siniestro de ciertas normalidades

María Bastarós muestra el terror de lo cotidiano en ‘No era a esto a lo que veníamos’

María Bastarós. | Imagen cedida

Desde el desierto de los Monegros a carreteras abandonadas, polígonos industriales o urbanizaciones por estrenar, María Bastarós despliega en No era a esto a lo que veníamos un universo envolvente e inquietante que conecta con nuestros miedos más primarios, el reverso del deseo y el terror de lo cotidiano. Poblados por mujeres, adolescentes y niñas, sus relatos, a veces crudamente perversos, no necesitan grandes efectos sobrenaturales, ni si quiera pequeños trucos paranormales, para sembrar la desazón en el lector. «Todo está tratado como si en un determinado momento cualquier cosa se pudiera convertir en algo sobrenatural, eso es lo siniestro y lo sobrecogedor de mis textos», comparte la escritora.

Autora de Historia de España contada a las niñas y coautora de Herstory: una historia ilustrada de las mujeres junto a Nacho M. Segarra y Cristina Daura, Bastarós disecciona los ambientes más familiares y evidencia lo siniestro de ciertas normalidades en las que a medida que avanza el texto el propio lector, como sus protagonistas, se encuentra también atrapado.

«Creo que hay momentos terroríficos más al uso y hay alguna reelaboración incluso de algún monstruo infantil, como puede ser el coco de las nanas. Pero para mí los instantes más terroríficos en realidad son esos momentos de crisis en los que las mujeres de los relatos se dan cuenta precisamente de lo que es el título del libro: no era esto a lo que veníamos. Y entonces descubren que se han metido en una vida en la que las elecciones que han tomado no les han pertenecido y se han ido produciendo por inercia», analiza.

Lo cotidiano como amenaza                                                                                         

Son las suyas historias cotidianas, fácilmente reconocibles, que nos hablan de mujeres embarazadas que no quieren tener el bebé, niñas que desean pasar más tiempo con sus padres, mujeres maltratadas que no saben cómo salir de sus vidas o que se mudan a una urbanización nueva con un marido que no soportan. «Hay muchos relatos que hablan de cómo acabamos asumiendo o interiorizando situaciones vitales que en realidad no deberíamos sobrellevar en absoluto», comenta Bastarós.

Por ejemplo, en «El día de la escopeta» narra la historia de la mujer que trabaja en una fábrica de despiece mientras su marido y su padre están en casa sin hacer nada y todos los días vuelve sabiendo que allí no le espera nada que merezca la pena. «Un día y otro ella vuelve ahí porque esa es su casa y es su normalidad —continúa—. Yo creo que en ocasiones tenemos muy poca capacidad de reacción para desligarnos de aquello que en realidad no debería constituir nuestra realidad en absoluto. En ese sentido los niños tienen una relación mucho más franca con sus deseos y con lo que quieren. Sin embargo, nosotras nos envolvemos en muchas excusas para continuar con vidas que no son lo que deberían ser».

Escritos todos durante la pandemia menos Huevas de trucha, los textos que integran No era a esto a lo que veníamos comparten la misma mirada de lo inquietante y tienen espacios en común. «Son espacios de Aragón, en realidad, porque ahora vivo en Valencia y estoy muy acostumbrada a volver a Zaragoza una vez al mes o así. El hecho de no poder ir, generó una especie de imaginario de todos los lugares de Aragón pero de una manera un poco onírica. Eran como lugares con los que yo soñaba y a los que quería volver porque los anhelaba. Al final escribir es también una manera de anhelar», explica la escritora.

El deseo y la maternidad, un pasaje del terror

Es en ese entorno onírico, soñado, donde los anhelos de los protagonistas se vuelven, de algún modo, contra ellos o contra los demás. «Son personajes que tienen deseos con los que se relacionan de manera muy distinta. Las niñas actúan. Desean escapar, desean que sus padres las quieran y van a por esos deseos cueste lo que cueste. Las mujeres, sin embargo, están mucho más desconectadas de sus deseos, la mayoría no sabe qué es exactamente lo que quiere». Solo un hombre, Óscar, da voz al último texto. «Acababa de ver una noticia sobre unas muñecas hinchables de niñas para pedófilos que vendían en Amazon. La noticia generó cierto impacto aunque lo vendían como algo terapéutico. A mí me inquietaba que la gente viera aquello como algo rechazable sin más, porque creo que el deseo es anterior al pensamiento y que la gente no es culpable de sus deseos. A partir de ahí, quise crear un personaje que tuviera un deseo terrible pero que generase empatía y resultara humano».

«Hay una mirada de terror que ahora es muy frecuente entre las escritoras porque al final una vida de mujer está muy relacionada con el miedo»

Por su parte, añade la escritora, todas las niñas de los relatos viven un aprendizaje. «La lección que van a recibir nunca es positiva, pues al final aprenden a tener miedo de alguna forma. Están en una etapa en las que aprenden cómo funciona el mundo porque tienen todavía un poco de pensamiento mágico y lo que marca su entrada, no en la edad adulta, pero sí en esa etapa de abandono de la infancia, es descubrir de una manera u otra que deben tener miedo de los hombres. Es lo que la mayoría acaba descubriendo». El miedo, otra vez. «Desde luego —puntualiza— hay una mirada de terror que ahora es muy frecuente entre las escritoras porque al final una vida de mujer está muy relacionada con el miedo». 

Y detrás de las niñas, muchas veces están las madres. Bastarós plantea una maternidad difícil, desagradecida y poco piadosa, que indaga entre los conflictos maternofiliales. «La figura del padre en los relatos, si existe, es terrible y si es una figura buena es porque está ausente: el padre que ha muerto o al que la niña solo ve una vez al mes. Son figuras que se pueden mitificar, pero cuando el padre está presente es un hombre terrible que da miedo. Con las madres lo que sucede es que nunca son suficiente para la mirada de los niños y muy posiblemente para la de la sociedad. Aun estando presentes, siendo las que sí que están con las niñas y quienes se ocupan de ellas, su capacidad de dar amor nunca parece cumplir con las expectativas. Son personajes que están muy condicionados por lo que se espera de ellas y por cómo no pueden librarse de esas expectativas sin fracasar a nivel emocional».

A merced de la naturaleza

Comisaria cultural e historiadora de arte, además de escritora, no parece casualidad que «Notre-Dame reducida a cenizas» sea su relato favorito. «Tiene mucho que ver conmigo. Cuando lo escribí, durante la pandemia, tuve una especie de obsesión muy invasiva por ir a la naturaleza, por volver a ella. Soñaba con ella, quería comprar una casa en el campo, hasta metía las manos dentro de los maceteros porque necesitaba el mundo natural. Estaba anhelando una vida que yo nunca había tenido y que no sabía cómo me podría afectar», recuerda sobre este periodo en el que muchos mitificaron el poder del entorno rural.

«Al final nuestro problema es tener una fe ciega en que determinados espacios, territorios, conceptos o ideas, nos van a salvar —analiza—. El personaje de este cuento confía al principio en todo lo creado por el hombre, en el amor romántico, en lo que tiene mucho que ver con la civilización, lo que hemos construido a nivel intelectual. Y cuando todo eso se le cae, quiere huir al bosque. Ella cree ciegamente en la naturaleza, que ahí no será traicionada, que ese lugar la va a aceptar tal y como es. Y al final la lección que no llega a aprender es que en todos los espacios hay depredadores y que el error es pensar que en alguno estamos a salvo».

«Todo lo que tiene que ver con el mundo audiovisual está muy presente en mí, no solo a la hora de escribir, sino también a la de pensar. Todos interiorizamos las narrativas y las estéticas cinematográficas y las llevamos siempre encima»

Con cierto bagaje cinematográfico, el cine forma parte de la escritura de Bastarós. «En Historia de España contada a las niñas estaban Pulp Fiction o El club de la lucha. Todo lo que tiene que ver con el mundo audiovisual está muy presente en mí, no solo a la hora de escribir, sino también a la de pensar. Todos interiorizamos las narrativas y las estéticas cinematográficas y las llevamos siempre encima». Por su parte, en lo literario, cita nombres como Agota Kristof, Raymond Carver, Roald Dahl o Jon Bilbao. «Incluso Sara Mesa, ya no solo porque piense en algún relato concreto, sino porque me gusta tanto y la he leído tanto mientras escribía este libro que me resultaría extraño que no estuviera un poco ahí», añade.

Una nueva historia de la sexualidad

En cuanto al género, reconoce que se siente cómoda con los cuentos breves. «Tengo una relación más franca con el relato porque enseguida me empieza a hablar, surge como un diálogo desde el texto, una conversación que te grita y te acaba diciendo qué es lo que quieres escribir en realidad —reconoce—. Me gusta mucho escribir relatos, aunque en España es verdad que no tienen el prestigio que tienen en otros lugares. En Estados Unidos, por ejemplo, los relatos son el súmmum de la literatura. Los grandes autores americanos son autores de relatos. Ahí está Carver. Y, sin embargo, aquí no tienen ese prestigio, pero al final tienes que escribir lo que te apetezca escribir», comparte la escritora, que renunció a publicar una novela para seguir el impulso creativo que le llevó a estos textos.

La publicación de No era a esto a lo que veníamos coincide además con la de Sexbook: una historia ilustrada de la sexualidad. Firmado junto a Nacho M. Segarra y la ilustradora Cristina Daura, con quienes repite en este segundo proyecto, este libro recorre la historia de nuestra sexualidad, desde la Edad Antigua hasta la época contemporánea. «Tenemos ya la práctica y cada vez nos vamos aclimatando mejor —nos cuenta—. Además nuestro primer encargo, Herstory, era un libro complicado de enfocar y de llevar a cuestas. Hacer una historia de mujeres era un compromiso a nivel político también que intimidaba un poco porque queríamos que tuviera una visión transfeminista y decolonial, que la variedad de los personajes fuera absoluto, priorizar lo colectivo sobre lo personal… había gran necesidad de ser muy rigurosos, ya no solo en el contenido, sino también políticamente».

 Sexbook, en cambio, «queríamos que fuera una celebración», añade. «Aunque tiene partes oscuras, la idea era que fuera un libro positivo y reconfortante, que no solo diera información sino que de alguna manera abrazara al lector. Pienso que consigue desmontar un poco ese canon de la sexualidad que nos han montado, tan monógamo, heterosexual, etc, y da cabida a muchos tipos de deseos y prácticas distintas», confiesa.

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