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Cómo conocí a vuestro padre o por qué los 'spin-offs' son tan difíciles

La nueva serie, que se emite en Disney+, se ha encontrado con la resistencia de la crítica y las audiencias. Y, sí, su calidad deja qué desear, pero la verdad es que, casi todos los spin-off, lo tenía muy cuesta arriba

Cómo conocí a vuestro padre o por qué los ‘spin-offs’ son tan difíciles

Fotograma de la serie 'Cómo conocí a vuestro padre' | Disney+

¡Ah los spin-offs! Ese complicado género en que insiste la televisión a pesar de haber salido mal tantas veces… ¿Por qué? ¿Qué hace que una oficina llena de ejecutivos piense que es una idea genial copiar (pero sin los factores que han hecho un éxito) una serie de éxito? Sabemos lo obvio: quieren dinero, quieren triunfar y las fórmulas ya probadas dan ciertas garantías. Pero, ¿realmente lo hacen? A veces (muy pocas) hay spin-offs que se convierten en fenómenos casi iguales (o iguales) a su original. Frasier o Better Call Saul son dos buenos ejemplos de cómo aislar a un personaje de otra serie, construir una historia a su alrededor y tener un enorme éxito (y calidad). Pero, en la mayoría de los casos, los spin-offs resultan ser versiones peores que nadie necesitaba.

Mírese el caso de Cómo conocí a vuestro padre. Esta serie se inspira en Cómo conocí a vuestra madre y revierte el género de su protagonista. En nada más se parecen: ni en el encanto del reparto, ni en el rapport, ni en ese halo de retrato generacional, ni en el humor, ni en la capacidad de introducir frases en el vocabulario callejero, ni siquiera en el distintivo estilo narrativo que hizo especial a esa serie… nada del encanto original se le contagió a un spin-off que parece sacado de los años 90, en su look y en su humor.

Imagen promocional de ‘Cómo conocí a vuestro padre’ | Disney +

El reparto es soso, por decir lo menos, y, en ocasiones, malo, por decir lo más… y ni hablemos de las referencias, sentido del humor o la existencia general de sus protagonistas (que tienen 30 años en 2022, pero claramente deberían estar en sus 40, porque sus gustos son de millenials mayores que nacieron a mediados de los 80 y habrían cumplido 30 diez años antes). En el original, la pandilla de amigos que pasa sus noches en el bar MacLaren’s es el retrato de una generación y de un momento y el estilo narrativo se convirtió en distintivo y revolucionario (todo esto tomando en cuenta que el final de Cómo conocí a vuestra madre es uno de los peores de todos los tiempos). En este spin-off parece como si los guionistas se hubiesen subido a una máquina del tiempo que los llevó a la peor versión de la televisión de principios de los 2000, todo para escribir chistes desfasados sobre Tinder, Uber o vídeos virales.

Y es que este es uno de los grandes peligros de los spin-offs: que la comparación está ahí, entretejida en su nacimiento. Y, en general, se les va a comparar con algo que ya tiene calidad y una audiencia fiel… y eso es una cuerda floja muy difícil de caminar.

Otro problema es qué gancho se utiliza para hacer la conexión entre el mundo de la primera serie y el spin-off. Es delicado y complicado. Puede ser una excelente idea (como sacar al Dr. Frasier de la barra de Cheers) o una terrible (como seguira Adisson Sheperd hasta L.A. Al irse de Anatomía de Grey). O puede ser, sencillamente, una sentencia de muerte. ¿Quién pensó que Joey, sin los demás amigos, sería un personaje al que nadie querría seguir? Lo pensó el canal, el actor, los productores… ¿el público? No tanto y la razón era obvia. Friends funcionaba como una serie de ensamble, donde todos eran igual de importantes (de ahí la legendaria negociación de sueldos iguales y millonarios de los actores) y lo que atraía a la audiencia semanalmente era su dinámica. ¿Sacar a Joey de esa dinámica? ¿Un Joey sin amigos? Absurdo.

Imagen promocional de la serie ‘Joey’ | Warner Bros Television

Por otra parte, copiar la premisa sin nada del encanto original puede que sea uno de los peores pecados de un spin-off. Porque a veces se elige un personaje, pero, a veces, como es el caso de Cómo conocí a vuestro padre, se copia la idea. Y si quienes copian no son expertos en reproducir el original (digamos que con la pericía de un falsificador de arte) las probabilidades de fracaso son astronómicas. Véase Fuller House o That 80’s Show, dos spin-offs completamente innecesarios y que dejaron de existir en el recuerdo en cuanto fueron cancelados.

Y luego está otro problema recuerrente: copiar la premisa y no saber qué hacer con ella (en este también encaja Cómo conocí a vuestro padre). Casi se puede ver cómo a alguien se le ocurrió That’s 80s Show: «Es lo mismo pero en los ochenta». Pero, ¿qué es lo mismo? ¿Irse a otro periodo de tiempo? ¿Usar el mismo nombre? Nada de lo mismo tiene esa serie versus su original. Le pasa lo mismo a CSI: Cyber, pero en este caso es más un ejercicio de: ¿qué no hemos hecho aún con esta premisa? ¿Crímenes cibernéticos que van a mantener al reparto aislado, mirando pantallas el 90% del tiempo y sin salir de su oficina? ¡Perfecto!

Imagen promocional de ‘Aquellos maravillosos 80‘ | Fox Broadcasting Company

Todos estos pecados parecen reducirse, en muchos de los casos, a la arrogancia de pensar que una fotocopia mal hecha va a convencer a las audiencias, solo por el hecho de que amen la serie original; también, a la avaricia de ganar dinero pronto, fácil y produciendo televisión a manera de churros.

No todo son fracasos, hemos puesto ejemplos de lo contrario. Tampoco es culpa, casi nunca de quienes escriben los shows. Pero lo cierto es que un spin-off es un truco complicado del que pocas veces sale magia. Las expectativas, las comparaciones inevitables, el descaro de la copia… todo juega en su contra y, casi siempre, tiene las de perder.

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