Primavera Sound 2022: caos vs. amor por la música
La vuelta a la normalidad del Primavera Sound ha traído mucha música, pero también muchas dudas sobre el futuro de los festivales
La audiencia es la que fija los límites del humor, decía el cineasta John Waters en una conversación con Samantha Hudson durante el Primavera Pro, esa cita dentro del festival Primavera Sound donde se encuentran productores, músicos, agentes y periodistas para hablar sobre la música.
Esta frase de Waters resonó en mi cabeza luego de llevar días asistiendo al Primavera Sound donde, a pesar de varias jornadas de caos en la organización con la venta de bebidas, la gente seguía yendo. A pesar de las quejas en redes sociales, el público del festival, que asistió durante casi 10 días a los dos fines de semana en el Parc del Fòrum y los demás escenarios y salas de la ciudad condal, no dejó en entredicho a los organizadores.
Al parecer los críticos están más en Twitter que entre el público que siempre asiste a ver las cabezas de cartel. Sin embargo, si algo se ha ratificado en esta vigésima edición del Primavera Sound ha sido el medio millón de personas que se han acercado a ver un cartel musical que prometía la vuelta a los escenarios después de dos años de pandemia.
De todas formas el covid dejó su marca en el lugar. Grupos tan emblemáticos como Bikini Kill cancelaron por este motivo, al igual que la presentación de The Strokes el primer viernes de festival. Sin embargo, muchos de los cabezas de cartel -Gorillaz, Tame Impala, The National- que parecen monopolizar el festival desde hace más de una década, se mantuvieron sin poner nerviosos a los organizadores a pensar de las cancelaciones de otros grupos famosos y no tan famosos.
Lo más vistoso del festival posiblemente se gestaba fuera los escenarios grandes, donde era mucho más fácil de llegar cerca de la tarima, teniendo buen sonido e interactuando con la música y el artista, a diferencia de donde se presentaban los cabeza de cartel, donde la posibilidad estar lejos y ver al artista en pantalla era casi del 100%.
Una de las presentaciones más interesantes sucedieron el primer fin de semana del festival con la banda de adolescentes The Linda Lindas: cuatro chicas de ascendencia asiática y latina entre los 11 y los 17 años que se hicieron famosas por hacerle cara al bullying que le hacían en el instituto. No es de extrañar que hagan punk y que expliquen desde su punto de vista de lo que significa crecer y ser adolescente, así como tampoco extraña que tengan una canción cantándole a aquel niño que le hacía bullying. Sí, como también digo John Waters «la música es un instrumento político».
Grandes escenarios, mujeres referentes y futuro de la música
Alejarse de los grandes escenarios era política para mí y para no caer en las aglomeraciones de personas decidí asistir a los conciertos fuera del Parc del Fòrum, llamados Primavera a la ciutat, donde algunos de los cabezas de cartel se dejaban ver más apaciblemente.
En la sala Razzmatazz no solo volví a ver a Beck, ese que sigue siendo el loser más loser genial de la historia, sino que pude ver a esa otra artista que debería de ser acogida por el feminismo español en vez de la teta de Rigoberta, Jehnny Beth (ex líder de Savages).
La sexualidad de Jehnny Beth quizás le gustaría a las mujeres que criticaron a Chanel, porque no se viste con atuendos atrevidos sino con una actitud sexualizada que solo la pueden llegar a sostener hombres muy viriles sin necesidad de demostrarlo: como su esposo, el tecladista de su banda y el fotógrafo, Nicolas Congé. Jehnny Beth podría formar un partido político y darnos latigazos a todos mientras se lanza a los brazos del público, nos explicaría el feminismo con su canción I’m a Man y nos llevaría a Cannes con sus películas y sus vestidos antítesis de lo que es en un escenario. Porque en el fondo si el feminismo es feminista entiende que una mujer puede ser muchas cosas a la vez, no solo un absoluto.
En la semana, fuera del Primavera a la ciutat se gestaba el Primavera Pro en el CCCB, espacio para debatir sobre la industria musical y donde se escucharon muchas exposiciones y charlas sobre el futuro de la música, pero poco sobre la problemática de la música, esa que hace a los músicos más pequeños, muchas veces más precarios. A pesar de eso, y como han podido leer en lo que llevo escrito, lo mejor fue John Waters, ese ícono del cine que dictó cátedra sobre sus gustos musicales y sobre la vida sin caer en activismos ni literalidades. «No tienes que sentirte mal porque algo no le guste a alguien, no tienes porque sentirte avergonzado» ya que «a veces en un bar gay pinchan mucha música horrible».
El último fin de semana del festival cerró con la vuelta de grupos que no habían tocado en primer fin de semana por culpa del covid y con otros grupos como Tame Impala que sí habían estado en el primer fin de semana. También el espacio del Boiler Room, dedicado para la electrónica y los djs, cedió y se cayó varias veces por lo que el aforo se tuvo que limitar desde el segundo jueves de festival.
Quizás y más allá del caos que representa hacer uno de los festivales más grandes de Europa, lo que eché en falta fue la participación de grupos latinoamericanos y africanos. Los pocos que había eran relegados a escenarios periféricos y horarios casi invisibles. Quizás, uno de los grandes triunfadores fue Dj Playero, uno de los dj’s más famosos de Puerto Rico por empezar a mezclar éxitos clásicos y muy viejos del reggaeton.
El problema del Primavera Sound sigue siendo el de cualquier festival grande: ¿vale la pena seguir ampliando escenarios cuando los cabeza de cartel harán que la audiencia se quede únicamente donde estos se presenten? Para el organizador todo es escalable porque seguirá ganando dinero, pero la pregunta real es para el público: ¿vale la pena seguir invirtiendo 250 euros o más en ver desde lejos y en pantallas a los grupos de música por lo que se compra la entrada?
Si la audiencia define el producto musical, sus pro y sus contra, ¿no estaremos en una etapa instagramer donde la música ha quedado de lado y lo importante es la experiencia? ¿No será que la digitalización ha cambiado la forma de acercarnos al disfrute y el placer de lo real? En 2023 Madrid podrá probar el número 21 de festival condal por excelencia y sabremos si el cartel del beso entre Colau y Ayuso es real o puro populismo del festival para ganar más dinero, poder y visualizaciones en redes sociales.