Elsa Morante conjuró en 'Araceli' los demonios que le acompañaron hasta su muerte
Galardonada con el premio Médicis Étranger, ‘Araceli’ es la obra de madurez de una de las escritoras italianas más admiradas de todos los tiempos
Un buen autor sabe que su escritura será más efectiva en tanto no cuente, punto por punto, la anécdota tal cual la vivió, sino la emoción que vivirla le produjo. Eso es justo lo que hizo Elsa Morante en la que se considera su novela más desgarradora, Araceli, en la que explora el vínculo maternofilial y que ahora reedita la editorial Lumen. El nombre propio que le da título lo tomó de la hermana de María Zambrano, con quienes mantuvo una extraordinaria relación de amistad cuando estas se exiliaron en Italia durante la guerra civil española. Y el lugar donde se desarrolla, el desértico pueblo almeriense de El Almendral fue, tanto para la autora como para el protagonista que más tarde crearía, el elegido para conjurar sus demonios y dejar que estos camparan a sus anchas.
Sucedió de este modo: Elsa Morante eligió al azar un lugar en el mapa y, días después, se plantó en el punto resultante, Almería, acompañada de un amigo. Al coger el taxi en el aeropuerto de la ciudad, le rogó al conductor que los llevara al lugar más solitario que conociera, y de este modo una de las escritoras italianas más conocidas y valoradas de todos los tiempos desembocó en El Almendral, un pueblo de la comarca de Los Filabres cuyos últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, pertenecientes al pasado año 2021, confirman que allí viven dos únicas personas.
Cuando Morante llegó, corrían los años setenta y aquel rincón de nuestro mapa ibérico ofrecía lo mismo que ahora: una abrumadora soledad que, en cambio, despertó en la autora una cautivadora sensación. Por fin sentía que un lugar reflejaba con una crudeza certera su propio estado de ánimo, depauperado terriblemente tras haber cosechado una larga serie de enfermedades, depresiones, y pérdidas tan sentidas como la de su amigo Pier Paolo Pasolini, el también escritor y director de cine italiano, asesinado brutalmente en 1975.
Su protagonista, Manuele, vive a su modo este desgarro, solo que por motivos distintos a los de la autora. De él puede decirse que es uno de los personajes más desarraigados de la literatura contemporánea. Vive mudándose constantemente, huyendo de todo lo que tenga el mínimo aura de hogar: «Desde hace meses cambio a menudo de alojamiento, llevándome en cada mudanza todas mis propiedades, contenidas en un petate en bandolera. Últimamente me había mudado a un hotelito cerca de Porta Ticinese, al que no quería volver a mi regreso», escribe en uno de sus pasajes Morante. Sin embargo, sus fantasmas van con él en todas sus rutas. Sobre todo, en la mayor que emprende, tal y como reza su contra: «Dejar Milán y aventurarse hasta un pueblo perdido de Almería, de donde procede la familia materna». Es así como termina en el mismo lugar recóndito que su creadora, en su caso, buscando el rastro de su madre fallecida.
De este modo, Araceli (Lumen, 2022) reproduce el viaje del héroe, solo que el héroe que Elsa creó en la que se considera su obra de madurez no hace por ganarse la admiración, ni siquiera la complicidad, del lector. Al contrario, despierta una cierta repugnancia en quien lee, al igual que en la novela el personaje se granjea la animadversión de todo aquel con el que se topa. Manuele no hace más que espantar, a conciencia, a quien está a su lado. A uno de sus amantes, al que define como su «segundo extremo amor», lo agrede con esta fiereza verbal: «¿Por qué no te vas a Vietnam? ¿O a la India? Bueno ve a donde cojones te dé la gana, pero lárgate de aquí. ¡Lárgate! ¿No comprendes que me das asco? Tienes ojos de bacalao podrido, la barriga grande y las piernas secas como una vieja, los pies planos…».
Y esa es precisamente la grandeza de la que es considerada como la mejor novela de Elsa Morante: la hondura psicológica que permite relacionar un duelo no superado con la semilla de maldad y de desprecio que germina en los adentros de su protagonista. Y, también, la doble vertiente que deja en él el recuerdo no sanado de su madre: por un lado exacerba su amor; por otro, muchas veces la repudia.
Por ejemplo, a sus 43 años, a Manuel le asaltan de continuo ensoñaciones muy vívidas de cuando mamaba: «Su leche tiene un sabor dulzón, tibio, como el del coco tropical recién arrancado del cocotero. De vez en cuando, mis ojos enamorados se alzan para dar gracias a su rostro que se inclina enamorado hacia mí, entre los racimos negros de sus rizos de desigual longitud que le llegan a los hombros (ella no quería cortárselos. Era una de sus desobediencias)». Tal es la devoción que su madre y él se profesaban que, tras perderla, ningún otro amor le es suficiente ni válido. «Desde que perdí a mi primer amor Araceli, nunca más nadie me dio un beso de amor». Manuele lamenta sin descanso que el nacimiento fuera su primera separación: «Ya debo haber sabido que a aquella nuestra primera separación sangrienta le seguiría otra y otra hasta la última, la más sangrienta. Vivir significa aprender la experiencia de la separación y yo debo de haberlo aprendido aquel 4 de noviembre con el primer gesto de mis manos, que fue el de buscarla a tientas».
Los extremos de amor suelen llevar a situaciones enloquecidas, y Morante lo plasmó en su última obra con una prosa voluptuosa y, por momentos, opresiva; tal es la rabia que le impregna a algunos de sus párrafos cuando, en vez de palabras de amor, le dedica a su progenitora malos deseos: «Malas noches a ti, Araceli, que recibiste la semilla de mí como una gracia y la incubaste en tu vientre calentito como si fuera un tesoro y luego te liberaste de mí con gozo para entregarme, desnudo, a tus sicarios. (…). Habría sido mejor que me abortaras o me ahogaras con tus manos al nacer, antes que alimentarme y criarme con tu amor infiel, como un animalito que se cría para el matadero».
El carácter de Manuele se completa con una profunda misoginia, pues solo a su madre respeta y ensalza. «Nunca había visto, ofrecido a mi vista tan de cerca, un sexo de mujer, y el que ahora se me desvelaba me pareció un objeto de ruina y de pena horrenda, semejante a una boca de animal degollado», dice del sexo de una prostituta con la que intenta, sin éxito, iniciarse. Y cuando ya empieza a relacionarse con hombres, estos son en su mayoría, como describe, adolescentes que aman, a su vez, a las mujeres. «De ellos no podía esperar amor ni la última y deseada herida. La máxima gracia que podían concederme era la de dejarse chupar por mí. Previo pago. Ellos, semejantes a estatuas reales. Yo, como si fueran santos, de rodillas a sus pies».
Así, Araceli es la historia de un viaje repleto de frustración en el que aparece también el recuerdo de su tío (el hermano de Araceli), fallecido en la Guerra Civil, su hermana Encarnación Carina, que murió también, en su caso al poco tiempo de nacer y de su padre, un noble piamontés que se convierte en el eterno rival de Manuele. Eso, a pesar de que su peor enemigo, no deja nunca de ser él mismo. La propia Morante también fue su peor enemiga y murió en el año 1985, encerrada en la habitación de una clínica, tras haberse intentado arrebatar la vida dos años antes.