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Clift versus Clift: El astro de Hollywood que padeció una multitudinaria soledad 

Alberto Conejero visita, a través de un monólogo, una leyenda del cine, una estrella que conoció el éxito y la autodestrucción en dosis idénticas

Clift versus Clift: El astro de Hollywood que padeció una multitudinaria soledad 

Alberto Conejero. | Cedida por la editorial

Tenía apenas 11 años en 1989 cuando en el programa De película, en TVE, emergió una presencia fulgurante que aún atesora en su memoria. «Recuerdo el impacto de aquella figura magnética, misteriosa y el asombro de un solo cuerpo en vidas tan distintas», dice Alberto Conejero, Premio Nacional de Literatura Dramática por su obra La geometría del trigo y director del Festival de Otoño. El autor andaluz acaba de publicar ¿Cómo puedo no ser Montgomery Clift? (Dos Bigotes), un monólogo que ya ha sido representado en Madrid, con dirección de Alberto Velasco, y en Buenos Aires, en una puesta de Alejandro Tantanian. 

«La de Clift es una soledad poblada, una soledad de multitudes. No  considero este texto un biodrama, es una obra de ficción, casi diría que una autoficción especulativa o cómo habitar una vida tan ajena como propia. No es un soliloquio. Más o menos latentes, más o menos presentes, Clift está rodeado de vivos y fantasmas en su apartamento», se refiere al autor a ¿Cómo puedo no ser Montgomery Clift?

«Ambos, Marilyn y Monty, fueron caretas que Norma Jean y Edward se pusieron para ser admirados pero por las que pagaron un precio tan alto que los convirtió en protagonistas de su propia tragedia shakesperiana»

Jota Linares en el prólogo de ‘¿Cómo puedo no ser Montgomery Clift?

Autodestructivo, vulnerable y melancólico, Montgomery Clift (1920-1966) integró el Olimpo de Hollywood en una era dorada donde Elizabeth Taylor, su gran amiga, era la reina y Marilyn Monroe, la diosa. «Ambos, Marilyn y Monty, fueron caretas que Norma Jean y Edward se pusieron para ser admirados pero por las que pagaron un precio tan alto que los convirtió en protagonistas de su propia tragedia shakesperiana», escribe Jota Linares en el prólogo de ¿Cómo puedo no ser Montgomery Clift?

«No hay registro audiovisual de las participaciones de Clift en el teatro. Sí que sobrevive su voz en la versión radiofónica de El zoo de cristal. En la pantalla hay una cualidad rarísima en un intérprete y es la de transparencia. Todo lo que ocurría le ocurría sin necesidad de extremarlo, se dejaba tocar, alcanzar. Hay veces que deja asomar por los ojos una tormenta inconmesurable y lo hace de modo preciso y delicado», sostiene Conejero sobre la técnica y el aura del actor que brilló en Río rojo, Los ángeles perdidos, Un lugar en el sol, De aquí a la eternidad y Vidas rebeldes, entre otras producciones. Clift padeció el alcoholismo y las drogas y falleció a los 45 años víctima de un infarto, después de abusar de estas sustancias. 

Imagne vía Editorial Dos Bigotes.

Conejero comienza el libro con versos de Tu infancia en Menton, de Federico García Lorca [Conejero es autor de La piedra oscura, inspirada en la vida de Rafael Rodríguez Rapún, compañero del poeta andaluz en los últimos años de sus vidas]. En la primera escena asistimos a una tristemente famosa fiesta celebrada el 12 de mayo de 1956 en la casa de Elizabeth Taylor, el preludio de un accidente que marcaría para siempre la vida del actor. Clift quiere marcharse de aquel evento. Se aburre, se asfixia y cuando logra quitarse aquellas cadenas e irse, su coche se empotra con un poste de teléfono. Conejero acude al espejo como un elemento clave de este texto. El actor, en el hospital, quiere ver su rostro desfigurado, un esfuerzo cubista por construir aquellas piezas, no solo las de su rostro, sino las de su sufrimiento y las de su existencia. 

En ¿Cómo puedo no ser Montgomery Clift? la acción dramática no está dispuesta de modo cronológico. A modo de leitmotiv, esta criatura torturada se hace la pregunta del título y asistimos como lector/espectador a una lucha interior, a corsets de la industria, de la sociedad –intolerante con la homosexualidad–, a obstáculos internos, «al suicidio más largo en la historia de Hollywood», como lo definió Robert Lewis, el fundador del mítico Actors Studio, donde se formó Clift. Además de dramaturgo, Conejero es poeta y esta destreza con el lenguaje se advierte en un texto plagado de musicalidad, de belleza, de armonía. La poesía está impregnada en este texto: las escenas comienzan con poemas de Novalis, John Donne, Hart Crane o E.E. Cummings.

Conejero crea un escenario amplio y profundo de la psique del actor, como un forense empático, sin quedarse en la superficie y sin caer en el juego del glamour. «Mi querida mamá, has hecho tanto por mí que me va a costar la vida deshacerlo», dice el protagonista en el cuarto acto. Clift tuvo una compleja relación con su madre, quien conoció la opulencia, pero también, después de la Crisis de Wall Street de 1929, fregó suelos. «Sunny –así llamaba Clift a su madre– descubrió que era adoptada y que sus verdaderos padres provenían de familias acaudaladas. Luchó toda su vida por ser reconocida y que sus hijos ingresaran en esa aristocracia económica y cultural. Por ejemplo, viajó con Clift y sus hermanos a Europa para que vieran teatro y aprendieran francés. En cierto modo, la carrera de Clift era también la esperanza de redención de su madre. El accidente de coche, las adicciones, la homosexualidad de Clift, desbarataron el plan maternal. La relación entre el hijo y la madre tuvo tanta luz como oscuridad», explica el autor. 

El actor es capaz de componer en el cine a un boxeador, a un cowboy, al mismísimo Freud, su labor es elogiada, recibe cuatro nominaciones al Oscar, pero sueña con pisar las tablas, con ser un actor de teatro. Conejero, quien tanto conoce de teatro, hace hincapié en la obsesión de Clift por volver a interpretar a Tréplev, en La gaviota, de Chéjov, luego de que en su primer intento, en 1954, la crítica lo destrozara. Hay varios puntos en común que advierte Conejero entre la criatura chejoviana y el actor de Hollywood y que, nuevamente, a modo de espejo, aparecen de modo interesante en este texto: «En la obra, exploro el deseo de Clift de volver al teatro, de volver a ser Tréplev: una madre tan presente como ausente, su deseo de convertirse en un creador, el amor no correspondido, el estar atrapado entre dos tiempos. Es lógico que Clift se reconociera en Tréplev. En la obra, las réplicas de Chéjov se confunden o sirven tanta para dar voz a Tréplev como Clift». 

En un mundo más tolerante, ¿Montgomery Clift habría logrado imponerse ante los demonios y fantasmas que lo acosaban? Conejero considera que hay hombres y mujeres que viven con una herida luminosa en el costado desde la infancia hasta el final de sus días: «Lo cierto es que la homofobia –la de los demás y la interiorizada– pobló de sombras la vida de Monty, como la de infintiud de personas. No hay que romantizar ese dolor, no hay que celebrar sus frutos. Las vidas con más libertad, con más alegría, con más asombro, con más gozo, son aun más fértiles para la creación». 

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