Reivindicando la figura de Suzanne Noël, pionera de la cirugía estética del siglo XX
Suzanne Noël participó activamente en la creación de la cirugía plástica como especialidad médica, y operó a muchos soldados desfigurados durante la I Guerra Mundial
Suzanne Noël pertenece a ese amplio grupo de heroínas del siglo pasado injustamente olvidadas debido al machismo imperante de la época. La doctora, mujer libre y feminista, comprometida con el asociacionismo femenino y con la reivindicación del derecho al voto de las mujeres, es recordada principalmente por participar de forma activa en la creación de la cirugía plástica como especialidad médica.
Nacida en 1878 en el seno de una familia de clase media de Laon, al noreste de Francia, Suzanne se casó a los diecinueve años con un dermatólogo parisino llamado Henri Pertat, quien, convencido de las cualidades de su esposa, la animó a estudiar bachillerato por libre. Tras graduarse, se sacó la carrera de Medicina (con la cuarta mejor nota de su promoción), entró en el servicio del célebre dermatólogo Louis Brocq, en el Hospital Saint-Louis, y también empezó a trabajar en la consulta de su marido (del que se separaría a principios de 1911).
Su exalumna y biógrafa Jeannine Jacquemin contó que el punto de inflexión de la carrera de Suzanne llegó en 1912, tras conocer el caso de la entonces sesentona Sarah Bernhardt. A su regreso de un viaje por América, la popular actriz francesa se convirtió en la comidilla de los periodistas que aseguraban que «había recuperado una sorprendente juventud» tras someterse a una operación en el cuero cabelludo. «Me llamó mucho la atención esta historia y, en mi propia cara, intenté con mis dedos pellizcar la piel en diferentes direcciones para rectificar los pliegues. Estaba asombrada por los resultados», apuntaría luego Suzanne, que fue a buscar a la protagonista de La dama de las camelias para que le contara los detalles del lifting que le habían hecho al otro lado del charco. A partir de entonces, Suzanne se puso al servicio del doctor Hippolyte Morestin, director del primer centro de cirugía bucal y maxilofacial de todo el mundo, que despertó en ella una vocación apasionada por la cirugía.
La novela gráfica Con las manos desnudas (Liana Editorial), donde la escritora francesa Leïla Slimani y el dibujante Clément Oubrerie rinden homenaje a su figura, revela que la opinión pública de la época consideraba la cirugía estética una práctica peligrosa e innecesaria. Suzanne, en cambio, la veía como una herramienta para la emancipación de la mujer. A través de sus técnicas quirúrgicas, la francesa quiso corregir los efectos de la vejez, la pobreza, la enfermedad o el agotamiento.
Suzanne Noël y la mujer moderna
«Vivimos una nueva era, la de la mujer moderna que toma el control de su vida y de su cuerpo», comentó una vez. «Las mujeres que envejecen y que se afean no encuentran trabajo y pierden su independencia económica. Devolviéndoles su belleza les devolvemos el poder. Los ‘estragos del tiempo’, la ‘resignación’, la ‘arruga es bella’… Son ideas que deben desaparecer del vocabulario moderno. A los ricos se les permite ser guapos. Para ellos, es un lujo, pero para la clase trabajadora es una necesidad. Más allá de las vanidades, el aspecto es indispensable para los seres sociales que somos. Debemos poder trabajar durante todo el tiempo que la inteligencia y la salud nos concedan».
Suzanne Noël desarrolló protocolos quirúrgicos revolucionarios para devolver la forma humana al rostro de todos aquellos combatientes conocidos como bocas rotas
Suzanne Noël trabajaba en Val-de-Grâce cuando estalló la Primera Guerra Mundial, etapa donde la cirugía reconstructiva empezó a cobrar importancia. Aquel hospital militar se llenó entonces de soldados que, pese a sobrevivir a la sanguinaria contienda, quedaron con los rostros completamente desfigurados por la metralla y los productos químicos, y se enfrentaron al cruel rechazo de sus familiares y vecinos. Pese a no haber completado su tesis doctoral, Suzanne, como todos los demás médicos internos, fue autorizada a ejercer la medicina. Junto a Morestin, desarrolló protocolos quirúrgicos revolucionarios para devolver la forma humana al rostro de todos aquellos combatientes conocidos como bocas rotas.
Como la mayoría de los hospitales se resistía en esa época a tener un médico especializado únicamente en cirugía estética, Suzanne optó por establecer en su casa una clínica en la que realizaría estiramientos faciales y correcciones de párpados. También compaginó durante años esa práctica profesional con su faceta feminista. De hecho, se apoyó bastante en la causa para lidiar con tragedias personales como la muerte de su primer marido, envenenado con gas mostaza en 1918, o el fallecimiento de su hija Jacqueline, víctima de la gripe española con apenas trece años. En octubre de 1919, la doctora se casó con André Noël, un colega al que había conocido en la universidad. Dos años después, se instaló con él en la Rue Marbeuf, cerca de los Campos Elíseos. Pero André fue incapaz de superar la muerte de Jacqueline y, completamente deprimido, se quitó la vida tirándose al Sena desde el Pont-au-Change, delante de ella.
Desgracias aparte, Suzanne Noël se convirtió durante los locos años veinte en una celebridad en París y en todo el mundo. Las mujeres no gozaban entonces de ningún tipo de libertad personal, y las que intentaban impulsar la liberación eran objeto de burla y recibían el apelativo de ‘sufragistas’. «Yo fui una de las más señaladas, llevando en mi sombrero una cinta con letras doradas que decían: ‘Quiero votar’», señaló Suzanne, que animó a las mujeres trabajadoras a iniciar una huelga de impuestos (dado que en Francia no tenían reconocido ningún derecho), inauguró el primer grupo soroptimista de Europa en París, y viajó por muchos países dando a conocer las bondades de aquella red internacional de mujeres profesionales sin ánimo de lucro y a favor de los derechos humanos.
En 1926, dos años antes de recibir la Legión de Honor por «su contribución a la reputación científica de Francia», Suzanne publicó el libro La cirugía estética, donde abordó las técnicas (cada vez menos invasivas) que había aprendido, y los errores médicos que había ido observando durante su carrera (algo muy poco común entre doctores). La intención era compartir con otros sus conocimientos y, sobre todo, dar prestigio a una práctica aún denostada por la sociedad. Hasta la Iglesia católica demonizaba la cirugía estética, aunque en 1958 cambió su postura después de que el Papa Pío XII hiciera un reconocimiento público de la especialidad durante el X Congreso Nacional de la Sociedad Italiana de Cirugía Plástica.
Algunas celebridades de la época visitaron la clínica privada de Suzanne, que a petición de sus clientas se fue especializando en la remodelación de la forma de los senos y en la reducción de grasa en la zona de la tripa, las piernas, los brazos y los glúteos. Su vena solidaria llevó a que no dudara en intervenir gratuitamente a aquellas mujeres que contaban con pocos recursos económicos y no podían pagarle. Tampoco dudó en operar de forma clandestina a algunos residentes judíos que quisieron modificar su morfología nasal para evitar así ser detenidos por la Gestapo en plena Segunda Guerra Mundial. Con los años, la francesa perdió la visión a causa de una catarata y, aunque llegó a ser operada con éxito, no pudo seguir ejerciendo. Pero esto no impidió que continuara dando conferencias y luchando por su independencia y por el reconocimiento de su trabajo.
«Estoy convencida de que las cosas avanzan lentamente porque no pensamos en el importante papel que las mujeres podrían desempeñar en la construcción de la paz»
Suzanne Noël en un discurso pronunciado en Copenhague en 1952
«La humanidad al completo ha cambiado radicalmente», apuntó Suzanne Noël en un discurso pronunciado en Copenhague en agosto de 1952, un año y medio antes de morir en París a los 74 años. «En estos cuatro años, un vínculo particular ha de unir a las mujeres con el mundo. La mayor parte de los hombres no piensan sino en la unificación por la política, los ejércitos, la economía,… Pero estoy convencida de que las cosas avanzan lentamente porque no pensamos en el importante papel que las mujeres podrían desempeñar en la construcción de la paz […]. La política, los ejércitos y la tecnología son cosas necesarias, pero por encima de ellas hay algo más importante: el alma común y los valores espirituales. Es a las mujeres, a vosotras, queridas mías, a quienes corresponde cumplir con este deber. Sed el corazón del mundo, y latid. Sed el esplendor de vuestros países; las inspiradoras, las antígonas de los hombres».