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‘Britney’, o quién estuvo detrás del ascenso y debacle de la estrella del pop más icónica

Una biografía ilustrada ahonda en cómo la cultura de masas devora a sus creaciones y desvela quién es, de verdad, Britney Spears

‘Britney’, o quién estuvo detrás del ascenso y debacle de la estrella del pop más icónica

Foto de Juan Sanguino cedida por Bruguera

Cuando Britney Spears vino al mundo, en diciembre de 1981, lo hizo con la misión de salvar el matrimonio de sus padres, Jamie y Lynne, quienes durante años mantuvieron una relación bastante tóxica (y acabaron divorciándose). La cantante empezó a estudiar baile a los dos años y canto a los cuatro, y ganó varias veces el premio anual que su academia otorgaba a la mejor alumna. Con el tiempo, decidió que su talento sacaría a Lynne del infierno en el que vivía. En primavera de 1991, madre e hija se mudaron a Broadway, donde Britney consiguió trabajo como suplente de la actriz principal en el musical de Broadway Ruthless y, pese a su gran talento, apenas logró varias audiciones que no llegaron a dar frutos. Al final, la de Luisiana se cansó de llegar a su apartamento pasada la medianoche y de ser la suplente, y terminó regresando a su Kentwood natal, el típico pueblo pequeño que solo sale en las noticias cuando aparece allí algún cadáver.

La suerte de Britney cambió el día que Mickey Mouse llamó a su puerta, y los cazatalentos de Disney Channel quedaron prendados de su forma de cantar, bailar y actuar. Cuando la niña fichó como una de las nuevas mousqueteras del Mickey Mouse Club, el alcalde de Kentwood llenó el pueblo de carteles con la cara de la artista y declaró el 24 de abril de 1993 como el Día de Britney Spears. «Aquellas dos temporadas fueron una experiencia formativa para ella como artista pero, sobre todo, le sirvieron para aprender e interiorizar la importancia de mantener una imagen pública intachable: debía ser un modelo de conducta para sus espectadores. Si no se portaba bien, perjudicaría la imagen Disney, su propia carrera y su reputación», explica el periodista cultural Juan Sanguino en Britney. One more time, una biografía (con ilustraciones de Inés Pérez) que intenta ayudar a comprender a la estrella del pop más icónica del siglo XXI.

Ilustración: Inés Pérez | Bruguera

El libro cuenta que Britney tenía 15 años cuando le pidió ayuda a un abogado del mundo del espectáculo al que había conocido en la Gran Manzana. El tipo, que en ese momento llevaba los negocios de Backstreet Boys, le consiguió audiciones con cuatro compañías. Jive Records, la única discográfica que vio potencial en ella, le hizo canciones infantiles, pero aquel estilo cursi no terminaba de convencer a Britney, y el sello acabó pidiéndole al sueco Max Martin que hiciese por la muchacha lo que ya había hecho por Backstreet Boys: producirle varias canciones a medio camino entre el pop y el hip hop que la convirtiesen en un fenómeno para adolescentes. «Martin llevaba un año pensando qué hacer con Hit me Baby One More Time», comenta en el libro Sanguino. «TLC, el grupo femenino de R&B, había rechazado la canción porque creía que hacía referencia a la violencia de género: su significado literal es: ‘Pégame, cariño, una vez más’. La intención de Martin era decir: ‘pégame un toque’, en el sentido de ‘llámame’; sin embargo, su reducido dominio del inglés acabaría dando lugar a una de las frases más memorables de la historia del pop’».

Cuando tocó grabar el videoclip de aquella canción, rebautizada …Baby One More Time para evitar polémicas, Britney le sugirió a su director, Nigel Dick, que las chavalas que aparecían en él fueran con uniformes de colegialas y que, además, se anudaran las camisetas para darle un poco más de carácter. De esa guisa, y sin parecer consciente de su erotismo, irrumpía Britney en la cultura pop a finales de 1998. «La cultura de masas había ido creciendo de manera exponencial a lo largo del siglo XX», reflexiona Sanguino, «y justo cuando este llegaba a su fin apareció ella, culmen y producto de esa cultura; era a la vez Marilyn Monroe, Madonna y Laura Palmer. Iconos pop que permitían a la sociedad hablar abiertamente sobre temas tabú. Britney era a la vez Shirley Temple y Pamela Anderson. Y en una cultura popular cada vez más cínica, resabiada y autoconsciente, Britney Spears fue la última estrella del pop que se lanzó al show business sin saber dónde se estaba metiendo».

Baby One More Time fue el disco más vendido de 1999, con 25 millones de copias, y Britney, que obedeciendo a sus mayores había aceptado ser un referente moral para el público infantil, terminó convirtiéndose en una especie de mito sexual. En un momento dado, tal y como le habían enseñado, la artista llegó a la conclusión de que la única manera de mostrar su madurez era sexualizándose. También se dio cuenta de que no tenía ningún tipo de poder de decisión sobre su vida, y que pasaba el tiempo obedeciendo, trabajando sin parar y siendo un mero producto que generaba millones de dólares para mucha gente. Todo eso, unido a las críticas de la prensa, las noches encerrada en un hotel tras otro y el cansancio, agravó los síntomas de ansiedad de la artista, que se independizó comprando una casa de tres millones de dólares en lo alto de Hollywood Hills, y en 2002 rompió con Justin Timberlake, quien la dejó porque se enteró de que le había sido infiel con uno de sus coreógrafos.

Devastada por la ruptura, Britney empezó entonces a salir de fiesta para mantenerse ocupada. Por las noches se escapaba de su hotel sin avisar a sus guardaespaldas y, cuando el club de turno cerraba, la juerga seguía en su casa. En poco tiempo, la artista dejó de ser oficialmente un modelo de conducta y, en abril de 2004, avisó a varios paparazzi de que iba a dar un paseo por la playa. Un puñado de fotógrafos asistieron a la cita en la puerta del hotel Beverly Hills, del que la cantante salió sonriente y agarrada de la mano de un bailarín llamado Kevin Federline (al que había conocido pocos días antes en el club Joseph’s).

Aquel chaval corriente y Britney se casaron seis meses después de conocerse, en un paripé de boda organizado para vender la exclusiva a la revista People. Tras dar a luz a su primer hijo y celebrar la boda de forma legal, la cantante despidió a sus representantes tras casi una década de colaboración. «Kevin convenció a Britney de que él iba a echar a los gorrones de su vida y que iban a llevar su negocio juntos», confesó un amigo. «Su ‘negocio’, claro, era su vida (exclusivas en revistas, una cuota de 25 dólares al mes para los fans que quisieran acceder al blog personal de Britney…), porque entre 2004 y 2006, Britney Spears solo grabó tres canciones», apunta Sanguino.

En febrero de 2006, Britney fue fotografiada conduciendo con su bebé de cinco meses en el regazo. Al ver el escándalo que la publicación de esas instantáneas causó en su país, la cantante emitió un comunicado en el que insistía en que era «una buena madre» y que el incidente había sido resultado de «un aterrador encuentro con los paparazzi». A finales de aquel mismo año, dos meses después de dar a luz a su segundo hijo, Britney pidió el divorcio a Federline, que aceptó la petición y pidió la custodia completa de los niños.

Ilustración: Inés Pérez

Pero lo peor estaba aún por llegar. En febrero de 2007, Britney ingresó en un centro de rehabilitación y, al día siguiente, entró en un salón de belleza y, ante la negativa de la peluquera, se rapó ella misma la cabeza. Al acabar, se miró en el espejo y se puso a llorar. Después, se montó en su coche y lo condujo durante 48 horas sin parar. Varios días más tarde, atacó con un paraguas a un periodista que la acosaba, y luego pidió disculpas públicamente. Su estado de salud mental se convirtió entonces en un asunto de interés público.

En septiembre de 2007, la cantante presentó su nuevo single, Gimme More, en los premios MTV. Aquella noche, apareció sobre el escenario ataviada con un bikini de lentejuelas, con la mirada perdida y sintiendo miedo, vértigo e inseguridad. Días después, perdió la custodia de sus hijos y publicó su quinto álbum, Blackout, que curiosamente le ha dado las mejores críticas de su carrera. En enero de 2008, tras una visita de sus hijos, Britney, convencida de que no le dejarían volver a verlos nunca más, se negó a entregarlos. Sanguino relata en Britney que «cuando un guardaespaldas le arrebató a Preston y lo montó en el coche, ella agarró a Jayden y se encerró con él en el baño […]. Cuando la policía forzó la puerta, Britney entregó a Jayden y la sacaron de la casa atada en una camilla […]. Según el informe policial, estaba ‘bajo los efectos de las drogas’».

Britney ahonda en la crueldad que se desencadenó con su estrepitosa caída, y revela quién estuvo detrás de su ascenso, de su explotación y de su debacle. El libro explica que, a raíz del desafortunado episodio, la justicia concedió la custodia completa a Kevin, sin régimen de visitas, y Britney fue ingresada en una clínica mental bajo el código 5150, el cual determina que el paciente «es un peligro para ella misma y para los demás». El juez también determinó en 2008 que Britney quedaba legalmente bajo la tutela de su padre, James, y de su abogado, algo que impedía a la cantante tomar decisiones por sí misma. Cuando se cumplió el periodo de tutela temporal, Britney solicitó al juzgado que no la renovase o que, al menos, pusiese al cargo a alguien que no fuese su padre. Pero Jamie solicitó la extensión indefinida de la tutela y, tras marcar la casilla de ‘demencia’ en el papeleo, logró que la jueza Reva Goetz autorizase la tutela permanente (con ello, Britney solo podría ver a sus hijos si cooperaba).

«Britney vivía atrapada por una serie de paradojas que la maniataban», relata en su ensayo Sanguino. «Para empezar, no podía solicitar la terminación de la tutela porque no tenía abogado propio, y tampoco podía contratar un abogado porque se la consideraba incapacitada. Si se portaba bien, la jueza lo consideraba una prueba de que la tutela era necesaria. El abogado Sam Ingham, aunque nominalmente era el representante legal de Britney, colaboraba mano a mano con el padre de esta y lo informaba de cada movimiento. Y los psiquiatras que la evaluaban estaban a sueldo de Jamie. O, mejor dicho, cobraban del dinero de Britney».

Lo gracioso del asunto es que el secuestro legal de Britney estaba financiado en su totalidad por la cantante, que en los siguientes años siguió generando una fortuna con nuevos discos, giras mundiales y eventos publicitarios, y volvió a lidiar con el cansancio y la presión mediática (su padre se encargó de transmitir el mensaje de que la artista necesitaba trabajar porque era su pasión y lo que la mantenía estable). Con el tiempo, el New York Times publicó en exclusiva unos informes judiciales que revelaban que, mientras todo el equipo que trabajaba con la artista podía disponer de su tarjeta de crédito, ella solo recibía una paga de 2.000 dólares semanales.

Las apariciones públicas de Britney, que en octubre de 2016 rodó su último videoclip hasta la fecha, fueron cada vez más breves y guionizadas. En realidad, ella ya solo pensaba en retirarse, pero no lo hacía porque su equipo la obligó a seguir trabajando y la amenazaba con no dejarle ver más a sus hijos. En enero de 2019, la estadounidense canceló su nuevo espectáculo en Las Vegas por supuestos problemas de salud de su padre. Pero luego se descubrió que, en realidad, lo hizo porque volvía a ingresar en contra de su voluntad en una clínica de rehabilitación (según su padre, porque se negaba a tomarse la medicación; según la versión de Britney, porque ella se negó a hacer un paso de baile durante los ensayos).

Las cómicas Tess Barker y Barbara Grey empezaron entonces un pódcast en el que iban comentando cada nueva publicación de Britney en sus redes sociales, y acabaron investigando las condiciones de la tutela para poder explicar el contexto a sus oyentes. #FreeBritney terminó convirtiéndose en trending topic mundial, y también en un movimiento cuyos adeptos reclamaban que los tutores de la cantante la dejasen tomar sus propias decisiones. El Instagram de Britney se llenó de teorías de la conspiración, aunque Jamie se encargó de pagar un pastizal a una empresa de relaciones públicas para que desmintiera en la prensa los rumores de que su hija estaba descontenta con su tutela (difundiendo que Britney habría solicitado la terminación de la tutela de haberlo querido, y que estaba siendo manipulada por su novio el actor y entrenador personal Sam Asghari).

La cosa cambió cuando, en junio de 2021, Britney compareció durante 20 minutos ante el tribunal para solicitar poner fin a su tutela y señalar que los responsables de su secuestro legal deberían estar en la cárcel. «No estoy contenta. No puedo dormir. Estoy enojada y deprimida. Lloro todos los días […]. Antes creía que nadie me iba a creer. Creía que la gente se burlaría de mí. Pero ahora quiero recuperar mi vida. Ha sido suficiente», confesó aquel día la artista, quien tres semanas antes de soplar sus 40 velas volvió a saborear su libertad después de que el Tribunal Supremo de California pusiera punto y final a la tutela de su padre. Queda por verse si Britney se atreverá a contarlo todo en el libro de memorias que ya anda preparando, y si la sociedad habrá aprendido las lecciones básicas sobre lo mucho que ha sufrido la princesa del pop por culpa de la fama.

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