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'Sapo S. A.', celebración del delincuente

«Dividida en cuatro capítulos de una hora y pico cada uno, la hagiografía de este ladrón apodado Sapo recorre la España que más nos emociona, la del dinero negro»

‘Sapo S. A.’, celebración del delincuente

Una escena de 'Sapo S.A.' | Amazon Prime

España cuenta con un servicio secreto, unas fuerzas especiales, un cuerpo diplomático y varios millones de funcionarios y de asesores de todo tipo, pero cuando secuestran un buque pesquero hay que llamar a un atracador de bancos y ladrón de obras de arte para que lo solucione. Es lo que aprende uno viendo Sapo S.A. (Prime y Cuatro), la serie sobre Jon Imanol Sapieha Candela: que los delincuentes están para ayudar. A lo mejor lo he entendido mal.

Dividida en cuatro capítulos de una hora y pico cada uno, la hagiografía de este ladrón apodado Sapo recorre la España que más nos emociona, la del dinero negro. Si algo tienen en común las historias que con egolatría propia de una gran estrella del Rock and Roll nos va contando el propio delincuente en su serie exclusiva es que todo el dinero que no se ve, que no se cuenta, que nadie sabe dónde está es el dinero que importa, sea dinero de empresarios o sea del contribuyente. El dinero no huele, decía Vespasiano; y, si es negro, mejor todavía: no tributa.

Sapo S.A. cuenta con una producción excelente. ¿Cómo sé yo que la producción es excelente? Me lo acabo de inventar. Su excelencia no es otra que mi incapacidad para encontrar diferencias entre lo que veo hecho en España y lo que hemos visto procedente de Estados Unidos, sea McMillions (HBO), Wild wild country (Netflix) o Espejismos digitales (Netflix). En todos estos precedentes brillantes sucede lo mismo: se localiza un caso inaudito de la historia reciente del país, se acumulan cortes de telediario y periódico como para hacer descarrilar un Talgo, se contacta con los protagonistas de la historia y se tiene la inmensa suerte de que son simpatiquísimos y parlanchines. Se empieza con un vertiginoso briefing de lo acojonante que es todo lo que nos van a contar. Se tiene éxito.

Sapo S.A. sigue milimétricamente estas condiciones exitosas, y sólo falla en que, en sus primeros dos capítulos, el guión no está a la altura. Por poner un ejemplo: en El último baile (Netflix) vemos cómo a Michael Jordan le pasan un ipad para que escuche lo que dice alguien contra él, y luego Jordan contesta. Fácil. En Sapo SA oímos lo que dice un tipo, un comisario, luego el creador de la serie repite lo que dice el comisario para que Sapo ponga caras, lo repita a su vez («¿ah, que dice esto o lo otro?»), y le contradiga. Perdemos ritmo, somos redundantes, ponemos cosas de más. Esto sucede varias veces a lo largo de la serie. Conclusión: es mucho más fácil producir bien que escribir bien.

Sapo S.A. tiene otro problema, del que ya avisamos más arriba: se nota que el productor o creador está enamorado de su personaje. Lo adora. Le consiente unos veinte chistes malos, no le corta decenas de chorradas y su figura criminal linda en la caricatura. ¿Has matado?, ¿has torturado?, ¿me dices el nombre?, suplica el entrevistador cada media hora, inflando el ego, ya de por sí planetario, de Sapo. Le pregunta si ha torturado como quien pregunta a un amigo si se acuerda de aquel partido del Atleti.

«Sapo consigue liberar a los pescadores, después de mil sobornos y llamadas por media África, pero a los ciudadanos se les cuenta una historia muy diferente»

Pero hay que reconocer que, fuera de estos derrapes, la serie es entretenidísima. Empezamos viendo el dinero negro que los fabricantes de muebles de Yecla guardaban en cajas de seguridad (2.700 millones de pesetas dice Sapo que robó), y que no podían reclamar porque, en rigor, no existía. Tantas sillas y mecedoras para acabar así, se lamentan en Murcia.

Hay algo deliciosamente español en el robo del banco en Yecla: uno de los compinches no tiene mejor idea que ir cuatro días después del asalto a un concesionario de Ferrari y comprar un coche de 30 millones de pesetas pagando en metálico con billetes manchados de barro (generó mucho barro butronear la pared de la entidad bancaria). Entonces el tipo coge su Ferrari, acelera y muere estrellado. A su entierro acude toda la banda (menos Sapo), y la policía los graba en vídeo.

Yo creo que con eso se dice todo del futuro del crimen organizado en España: lo tiene.

El segundo caso gordo de Sapo fue robar los Goya y Brueghel de Esther Koplovitz. Aquí la lección que hemos de sacar es que en España hay que robar más cuadros. Sucede que los robas, la policía te detiene, entonces dices que te suelten (y pagándote varios millones de euros, además) a cambio de devolver lo que has robado. Y así sucede. Luego la prensa vende todo como un éxito policial.

Algo parecido vemos con el Alakrana, el buque pesquero con el que empezábamos. Sapo consigue liberar a los pescadores, después de mil sobornos y llamadas por media África, pero a los ciudadanos se les cuenta una historia muy diferente que les deja tan tranquilos sobre la eficacia y contundencia de todo el aparato estatal cuando te secuestren mar adentro. No, amigos, cuando te secuestren mar adentro no va a venir el Estado a salvarte, sino un tipo llamado Sapo que se precia de estar diagnosticado como «psicópata«.

«Los piratas no juegan limpio, yo no juego limpio, el Estado no juega limpio, nadie juega limpio», dice nuestro amigo. Sale Garzón, sale el abogado Rodríguez Menéndez. Solo falta Villarejo para que ya estemos todos.

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