Santa Croce di Magliano, el pueblo italiano que se ha convertido en una residencia de artistas
Santa Croce di Magliano es un pueblo al sur de la región del Molise, la más venteada de Italia, que colinda con la punta de la bota italiana, Apulia. A una media hora del mar, en un lugar lo bastante inhóspito como convertir lo que allí ocurre cada verano en una cosa extraordinaria. Tiene poco más de cuatro mil habitantes y, en este momento, unas cuarenta obras de arte dispersas por fachadas de casas, escaleras, pistas de tenis o plazas.
Allí nació en 2013 el proyecto Premio Antonio Giordano que pretendía llevar al pequeño pueblo a convertirse en una residencia temporal de artistas que permitiese a los ciudadanos estar en contacto con un lenguaje contemporáneo, el street art, habitual en ambientes urbanos.
Han pasado casi diez años y en una tarde de tormenta de verano de este mes de julio un grupo de unos 10 niños escucha las instrucciones de dos artistas que llegan desde Turín, Guerrilla Spam, y que les indican cuál es su proyecto y cómo será su trabajo común en los próximos días: pintar un laberinto visual en un campo abandonado. Los niños se mueven como hormiguitas, trabajan, pintan, comparten y la que podría ser una aburrida época estival se convierte en un campamento de arte improvisado.
Aunque de improvisado nada. Marianna Giordano trabaja incansablemente para que todo encaje. Busca a los artistas nacionales e internacionales, las casas de los vecinos en las que se hospedarán cuando lleguen a Santa Croce, les encarga la pizza y se la lleva a la zona cero de su obra, donde trabajan, les busca vecinos, adultos y niños, que les den una mano. En definitiva: pone en marcha el engranaje para que su sueño de convertir este pueblo en un lugar en contacto con el arte sea compartido por todos. Pero en ello le va el alma.
Cuando en 2013 su padre, Antonio Giordano, fotógrafo, pintor y escultor del pueblo, muere de forma inesperada decide que la exposición de sus obras era demasiado banal para equiparar la labor que él mismo había hecho para divulgar el arte. Decidió así que el mejor homenaje era un festival de street art que construyese el legado del futuro con pinturas y diseños nuevos, que atrajese artistas de todas partes que construyesen un vínculo con los propios vecinos. Su sueño, si ahora lo viese su padre, se hizo realidad.
Mientras los niños diseñan, la tormenta ha pasado. Hay trabajo que hacer ahí fuera y Wolfango y Olga, que llevan 30 años casados, se preparan para echarles una mano a los otros dos artistas que estos días «ocupan» el pueblo. Los romanos Motore Fisico han venido por tercera vez al Premio Giornano, varias de sus obras ya lucen en fachadas del pueblo y ahora preparan un diseño de arte óptico en un campo de tenis abandonado.
Iolanda, otra vecina que ayuda, ha venido a limpiar el terreno y a dejar todo a punto porque cuando aquí se empieza a trabajar pueden darse las 3 o las 4 de la mañana cuando se termina. Mientras su marido colabora dando una de negro sobre el diseño de los dos artistas, Olga se distrae un momento para compartir un momento de confesión: «Es una cosa maravillosa, hasta ahora no había participado, pero veía siempre a los artistas inmersos en su trabajo y me provocaba una gran atracción. Ahora pensar que pasaré por este campo todos los días y que yo he colaborado para que esto se crease, es una cosa única», dice mientras esconde su emoción en unas grandes gafas negras de sol. Es ama de casa, le gusta el arte y el cine coreano, ha hecho teatro hace unos años y ahora es la ayudante de unos artistas y, cuando ellos se marchen, de los próximos que vendrán este verano.
Todo el mundo ayuda, echa una mano en lo que puede, los vecinos que no participan directamente ofrecen sus utensilios, las fachadas de sus propias casas, alguna habitación libre en caso haya que hospedar a alguien. Si falta una mosquitera en la casa de los artistas rápidamente alguien se moviliza para que no falte de nada. «Los fondos vienen del propio patrimonio de la familia, de la ayuda del ayuntamiento, de los vecinos y empresas de la zona con una recogida de fondos y, cuando conseguimos, de las subvenciones públicas», relata Marianna.
La fusión entre vecinos y artistas es tal que en muchas ocasiones toman como referencia historias locales que inspiran sus pinturas. Es el caso del artista Nemo’ che dibujó para rendir homenaje a un vecino fallecido mientras trabajaba en el campo. «Este fenómeno del street art es difuso en Italia pero el enfoque es diverso que en Santa Croce di Magliano. Nuestra idea es poder legar la cultura del lugar a lo que ellos traen y ofrecen y conseguir un intercambio cultural con artistas incluso internacionales, como por ejemplo una vez que vinieron unos holandeses, con los vecinos que sino sería impensable», dice.
La noche cae en Santa Croce di Magliana. Los artistas apuran las horas del día para continuar con su labor. Ya se ha cenado pizza y una birra, se ha hablado y se ha compartido el silencio. Mañana a la hora de comer Olga tendrá de invitados en su casa a los artistas, su marido Wolfango dejará la casa, escondida en una callecita encantadora, a punto para el domingo compartido alrededor de una mesa. En el menú albóndigas caseras y pasta al forno, como no podría ser de otra forma. Lo que significa profundamente el Premio Antonio Giordano se encierra en esa mesa compartida, en un brindis final, en las nuevas obras de arte que este invierno acompañarán a los casi cuatro mil vecinos de este pequeño lugar en el mundo.