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Tahar Ben Jelloun nos trae su particular cura para el insomnio: el asesinato

‘El insomnio’ es una obra inteligente, que rebosa finura y humor negro y que nos muestra todos los estratos de la sociedad marroquí actual

Tahar Ben Jelloun nos trae su particular cura para el insomnio: el asesinato

Foto: Alexis Fauvet | Unsplash

La editorial Cabaret Voltaire publica El insomnio, la última novela del escritor Tahar Ben Jelloun. Una obra inteligente, que rebosa finura y humor negro y que nos muestra todos los estratos de la sociedad marroquí actual.

El protagonista del libro, un guionista marroquí que vive entre Tánger y París, sufre de insomnio crónico desde su traumático divorcio. A pesar de los diversos tratamientos que trata de seguir, las innumerables tabletas que ingiere, las muchas consultas con chamanes y otros hipnotizadores esotéricos, no logra encontrar descanso, hasta que un día se da cuenta de que para conseguirlo sólo hay un camino: tiene que matar.

La primera víctima será su propia madre, que se encuentra muy enferma. En un intento por ahorrarle el calvario de los hospitales públicos de Marruecos, la asfixiará con una almohada. Esa misma noche, después de muchos meses en vela, dormirá a pierna suelta. Al poco tiempo comprende que, cuanto más importantes sean las personalidades para las que él precipite la muerte (banqueros, políticos), más aumentará su capital en noches de sueño placentero. Cada muerto le proporcionará un número determinado de PCS (puntos de crédito de sueño) que, una vez agotados, le obligarán a volver a matar.

«Esa noche, a pesar del calor y de las voces gangosas de los recitadores del Corán, dormí como un bendito sin que nada me molestase. Era más que probable que iba a obtener de mi fortait varios meses de sueño. Pero debía, a partir de ahora, encontrar una solución radical a mis insomnios. No era cosa de convertirme en un asesino en serie para librarme de este problema».

En enero de 1968, Tahar Ben Jelloun regresó a Tánger después de haber sufrido 19 meses de detención junto a otros estudiantes que habían participado pacíficamente en una manifestación que reclamaba una apertura democrática del país. El autor confiesa que, desde entonces, ha sufrido de insomnio. Con esta novela, el Tahar Ben Jelloun vuelve a poner sobre la mesa una fábula que nos permite observar desde un lugar privilegiado a la sociedad marroquí de nuestros días.

Algunas de sus obras más destacadas son El niño de arena (1985), La noche sagrada (1987), que le valió el Premio Goncourt, Papá, ¿qué es el racismo? (1997), Mi madre (2008) o El castigo (2018). Tahar Ben Jelloun es, desde el año 2008, miembro de la Academia Goncourt.

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Imagen de ‘El insomnio’ de Tahar Ben Jelloun vía Cabaret Voiltaire.

La novela arranca bajo una premisa clara: nuestro sueño nos define y nuestra calidad de vida depende de la calidad de nuestro sueño. El insomnio es un trastorno común a millones de personas. Es la antesala de numerosas enfermedades mentales y el origen de innumerables desavenencias conyugales. De hecho, aún sin alcanzar la condición de insomnes crónicos, todos hemos experimentado dificultad para conciliar el sueño en alguna época de nuestra vida (con merecida mención especial para estas tórridas noches veraniegas).

En el caso del protagonista de El insomnio, esta circunstancia es mucho más recurrente, distorsionando todos y cada uno de los aspectos de su existencia. Pero ¿cuál es el origen de este trastorno universal? Si acudimos a los expertos, parece que su origen está relacionado con el estilo de vida de la persona afectada y con su situación vital. Así nos presenta un momento de tregua, ciertamente sui géneris, Tahar Ben Jelloun:

«Mi dormitorio se había convertido en un pequeño paraíso. Todo estaba en orden. Las sábanas se cambiaban cada dos días. La almohada, impecable. Las paredes, blancas. […] Me libré de todos los objetos electrónicos, teléfono móvil, ordenador, televisión, radio. Tiré a la basura las cajas de somníferos y de calmantes. Sólo me quedé con el aparato de medir la presión arterial, un termómetro, una caja de Paracetamol, tapones de cera para los oídos, un vaso y una botella de agua, una novela de Robbe-Grillet, por si el sueño tardaba en aparecer, una caja de kleenex y una pequeña libreta donde anotaba las ideas que se me ocurrían por la noche»

La novela adquiere mayor interés cuando somos testigos del debate interno del protagonista, que evita reconocerse como un asesino en todo momento y que se define a sí mismo como un simple «precipitador» de la muerte. Según sus palabras, él solo es culpable de adelantarla unas horas cuando su llegada es ya irremediable. 

La elección de las víctimas será también de gran importancia en ese litigio interno del personaje, que no revelará su nombre en ningún punto de la narración. Cuando se adueña de él un afán justiciero, sus víctimas serán torturadores del anterior régimen, prestamistas, usureros, exministros o banqueros octogenarios que se han hecho millonarios a costa del sufrimiento del pueblo marroquí… Todos ellos le darán un buen puñado de puntos de sueño. Sin embargo, cuando se muestra más compasivo, sus víctimas predilectas serán personas que buscan poner fin a una larga y dolorosa enfermedad.

Así, convertido en una especie de «ángel exterminador», el insomne nos mostrará el tema la eutanasia descrito de forma originalísima y destacando como uno aspectos más interesantes del libro. Sin embargo, no tardaremos en comprobar que, para el insomne, también forman parte de sus planes otro tipo de personas, mucho más cercanas, que, de uno u otro modo, le complican la existencia. 

Tahar Ben Jelloun
Tahar Ben Jelloun, autor de ‘El insomnio’. | Imagen vía Cabaret Voiltaire.

El cine ocupa un lugar central en la historia. Hay constantes referencias a clásicos de la época dorada: La condesa descalza, Vértigo, Extraños en un tren, Cuando el destino nos alcance, El sueño eterno…De hecho, las películas son la principal herramienta de la que se sirve insomne para descifrar su caos cotidiano.

«Sólo en el cine la gente muere sin dificultad», se dice en un momento de lucidez. Pero su mayor obstáculo es que, como guionista de cine y trabajador de la «fabrica de sueños», la realidad no le alcanza para poder contar sus historias. Necesita soñar por las noches. Se encuentra en mitad del proyecto más importante de su carrera, ya que su próximo guion podría convertirse en una película dirigida por el mismísimo Martin Scorsese. A falta de una idea mejor, decide contar su propia historia: ese tour de force de crímenes variopintos que le permiten asegurarse el descanso por las noches, aderezándolo con algunos asesinatos a sueldo instigados por la mafia. 

«Noches en vela, noches yermas, sin sueños, sin pesadillas, sin aventuras. Noches tristes. Noches estrechas, mezquinas, reducidas a sufrimiento. Noches inútiles, sin interés, sin gracia. Noches para olvidar, para tirar a la basura. Noches traidoras. Noches sin pudor. Noches de bandidos, de canallas, de cabrones. Noches sucias, perversas, crueles, repulsivas. Noches indignas del día, del sol, de la luz y de la belleza del mundo».

Si la corrupción es el mecanismo predilecto del autor para mostrar las estructuras marroquíes, la decadencia será el elemento principal para describir a los europeos. Es inolvidable el pasaje en que el protagonista pasea por los rincones del hospital Mohamed V. Allí, los europeos son presentados como personas solitarias, abandonados por sus hijos, que han elegido Marruecos como destino para su jubilación. Al principio, sus hijos acuden a verlos, pero poco a poco las visitas y los vínculos van espaciándose hasta desaparecer por completo. «Nosotros, los musulmanes, no abandonamos a nuestros enfermos», afirma uno de los enfermeros.

El libro contiene muchos más ejemplos de esa decadencia europea: el caso del personaje amigo de Paul Bowles que dilapidó toda su fortuna manteniendo a familias enteras para complacer a los muchachos con lo que se acostaba, o el encargo que recibe el protagonista por parte de una asociación de fumadores de puros para liquidar a Joachim, un hombre que está de paso por Marruecos, cuyo crimen es ser insoportablemente aburrido.  

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