Costagliola o cómo superar el abandono de un padre
La editorial sevillana Extra Vertida publica una nueva edición de la novela debut del escritor Maximiliano Costagliola
Con El arponero del aire, su ópera prima, el escritor argentino Maximiliano Costagliola (Berazategui, 1975) ganó el Premio Fondo Nacional de las Artes en 2011 y quedó finalista del Premio Emecé en su país natal. Finalmente, la novela acabaría siendo publicada por Seix Barral, en 2016, y recibida con mucha calidez por la crítica.
Aunque anunciada para 2018, su segunda novela, Complejo de dios, verá finalmente la luz este próximo mes en Argentina bajo el sello La docta ignorancia. Asimismo, su primer libro de cuentos, Posdatas sobre la muerte, será publicado en español por la editorial Elvo.
«Estamos atravesados por el tiempo, es una variable constitutiva y sin embargo inasible»
Maximiliano Costagliola, autor de El arponero del aire
Es, pues, un momento idóneo para recuperar esta primera novela de Costagliola, que surge por el interés del autor en convertir en material literario la idea del no-tiempo. Como nos cuenta el propio autor via email, «el no-tiempo es en realidad un concepto abordado por muchos autores y que está indisolublemente ligado a la idea de no lugar, definida por Marc Augé. Creo que es una inquietud que es inherente al ser humano, a la condición de su existencia. Estamos atravesados por el tiempo, es una variable constitutiva y sin embargo inasible». El problema, sin embargo, radica en el hecho de que «el ser humano es finito y, no obstante, puede concebir la noción opuesta, la del infinito, que no es más que una intuición», nos dice Costagliola, quien añade que «lo que es más asombroso aún, puede fantasear con la idea del no-tiempo, aunque sea consciente de que ese estado es imposible por definición. Entonces es inevitable que surjan las preguntas: ¿Qué es el tiempo?, ¿podemos detenerlo, es decir, sustraernos a él, a la condena que encarna?, ¿existen «lugares» que nos refugien de su inexorabilidad?, ¿existen espacios donde podamos experimentar el alivio que supone la disolución momentánea de la identidad?».
Con el fin de evidenciar esta idea de manera poética, Maximiliano Costagliola crea un personaje que, a su vez, se despliega en un alter ego. Gastón (pues así se llama el narrador de esta novela, pero de lo que no nos enteramos prácticamente hasta el final) se escinde en Frank Tireur («El francotirador») quien, de alguna manera, es el que lleva a la práctica algunas -pero no todas- las ideas de Gastón.
El arponero del aire se fundamenta en una contingencia, una epifanía y un abandono, bases de lo que serán sus desdoblamientos narrativos. La primera tiene que ver con el hecho de que el protagonista nació en un vuelo comercial entre Buenos Aires y Madrid, en 1975, en el viaje que sus padres realizaron con vistas a exiliarse de la Argentina. El abandono tiene que ver con el padre y se produce unos pocos días después de que los tres aterrizaran en Madrid y mientras madre e hijo estaban en el hospital: el padre dice ir a comprar tabaco y desaparece para siempre. Finalmente, la epifanía tiene que ver con el viaje que el narrador realizará veinticuatro años después, en 1999, replicando aquel realizado en 1975 por sus padres.
A consecuencia del viaje, el narrador cae en la cuenta de que, a causa de los diferentes husos horarios «me robaron parte de un día, me quitaron mi madrugada del 14 de julio de 1999», escribe. Esto es: que por mucho que se viaje adelantando y atrasando las horas, jugando con el calendario, hay un lapso de tiempo que se provoca con los desplazamientos que nos es hurtado. Tal revelación, la de que, aunque se piense así no es cierto, esto es, que «si se viaja hacia el este se viaja hacia el futuro y si se lo hace en dirección al oeste se viaja hacia el pasado», le lleva a darse cuenta de que aunque se avance y se retroceda nunca a uno se le deposita en el lugar de vuelta. O dicho de otra manera: que los aviones son máquinas del tiempo fallidas.
¿El resultado de estos tres vectores? La alienación.
El protagonista decide abandonarse a su inclinación autodestructiva para «revolcarme en una especie de turbulencia temporal», nos dice. Y a partir de aquí, afirma que «realicé 194 viajes, surqué alrededor de 40 rutas aéreas -que yo sepa, seguramente fueron más y no me enteré, dado que pueden variar según las condiciones climáticas o técnicas-, monté 10 modelos de aviones diferentes y conocí más de 20 aeropuertos».
Pasa un año y medio viviendo en esos aviones sin alas que son los aeropuertos, decidido a vivir en «un conjunto de presentes, una serie de «ahoras» que se agolpaban sin sentido». Lo puede hacer gracias al hecho de que, por haber nacido en el aire, y por la voluntad marquetiniana de la compañía para publicitar el suceso, Maximiliano Costagliola había sido nombrado «el bebé de Aerolíneas Argentinas» y obsequiado con billetes de viajes de por vida.
¿Es el destino cruz, designio o simple azar?
«Frente al abandono, el ser humano puede inclinarse por dos reacciones opuestas. Una es la búsqueda de una reparación, es decir, la búsqueda de la persona que nos abandonó o de un sustituto que salde ese vacío. La otra, es más ‘degenerativa’ y consiste en huir y acentuar ese abandono primario», nos cuenta Costagliola. En el caso de su novela, su protagonista reacciona de la segunda manera, «convencido de que, de alguna manera, el resentimiento puede ser una fuerza si no edificante, al menos tan potente como la reconciliación. De hecho, él crea su propio caos y descubre que eso le da un sentido a su vida anodina. Y encontrar un sentido para nuestra existencia no es poca cosa, porque eso puede constituirse en un refugio frente a la intemperie que implica el absurdo de la existencia».
Apático, cínico, resentido y sin ser capaz de superar el trauma de haber perdido irremisiblemente cinco horas de su vida en ese viaje a Madrid que habría de servirle de apertura a una nueva vida, el narrador de la novela toma la opción de llevar a la realidad (aunque de una manera menos violenta) los deseos que ha vivido en la ficción de un videojuego que se hizo construir (llamado El arponero del aire, y que da título a la novela), un videojuego que consiste únicamente en disparar a aviones comerciales para derribarlos; un videojuego simplón, sin mayores dificultades más que elegir entre tres ángulos de disparo, en el que uno nunca muere, ni se acaba y puede ir sumando puntos de manera interminable. Su plan consiste en lo siguiente: en «evitar la gangrena haciendo que mi rencor supure hacia afuera y salpique a otros en lugar de seguir haciendo metástasis solo en mí». Dicho en otros términos: trata de convertirse en una suerte de Casanova mortal que vaya infringiendo dolor a cuanta mujer se plante en su camino. Su arma: el desplante amoroso.
«El amor no siempre salva y los traumas no siempre se convierten en un destino»
Maximiliano Costagliola, autor de El arponero del aire
Una forma de ver esta disposición del narrador tiene que ver con la repetición de roles de aquellos a quien en la infancia se les ha provocado la terrible aflicción del abandono. Preguntado por el particular, nos dice Maximiliano Costagliola que su narrador «está convencido de que puede haber tanta belleza en el mal como la hay en el bien, que el odio puede dar lugar a una creatividad tan fértil como la que se asocia al amor, e incluso más potente. Sé que es una idea antipática, pero en parte la suscribo. Por poner un ejemplo: Mstislav Rostropóvich apoyó la masacre en Chechenia y Pablo Casals se negó a tocar para el Fürer cuando éste invadió Vichy. Humanamente, la actitud de Casals es maravillosa y la de Rostropóvich deleznable; pero musical y técnicamente, prefiero la interpretación que hace éste de las suites para violoncello de Bach que las de Casals. Esta idea es el germen de Estrella distante, esa novela genial de Roberto Bolaño».
El arponero del aire termina como comienza, con un viaje a Madrid. Solo que esta vez los roles están cambiados. Ahora Gastón es el padre de la criatura que acaba de nacer (y no ya el hijo) y, además, está enamorado. No obstante, se trata de un final equívoco, en forma de oxímoron, en el sentido de que «todo lo experimentado por él puede no ser más que una fantasía, una secuencia de sucesos que nunca tuvo lugar. Y hay más, porque aun cuando todo haya sido real, no sabemos si Gastón se «salva» de su trauma o termina aferrado a él como un mártir», nos dice Maximiliano Costagliola. Y añade que: «Quería que la novela concluya con un final abierto, con forma de interrogación más que de sentencia. Y creo que ese remate ambivalente abre ambas posibilidades y es el lector quien elige con cuál quedarse. En definitiva, el amor no siempre salva y los traumas no siempre se convierten en un destino. Personalmente, prefiero pensar que el personaje acaba, rodeado de la soledad del cielo, que es donde comienza la novela».