Pasolini antes de Roma: guerra, fascismo y poesía en la Italia rural
Se traducen al español las primeras poesías de Pasolini, escritas en el pequeño pueblo del norte de Italia en el que pasó los años de la Segunda Guerra Mundial
Los mejores hijos de la capital vienen a menudo de fuera; toman un día el tren en la provincia, bajan en el centro de la gran ciudad y ya no la abandonan hasta que todos olvidan que un día nacieron en otra parte. Al igual que es imposible desligar a Umbral de Madrid, no se entiende a Pasolini sin Roma. Su imagen ha quedado vinculada a sus calles y descampados, a las partidas de fútbol en los suburbios, los amores fugaces con los ragazzi di vita, las manifestaciones en Valle Giulia, las transformaciones de la Ciudad Eterna, y el aldabonazo final en Ostia, la playa de Roma.
Todos estos ingredientes forman parte de la leyenda del poeta, el «producto pop» –señala el escritor y traductor Mario Colleoni- confeccionado a la medida de este santo laico que clamó contra la pérdida de la pureza y la inocencia, el embate uniformador del capitalismo. Sin embargo, para entender al Pier Paolo Pasolini de Roma (y su desencanto) es necesario tomar el tren de vuelta a la provincia, hacia el norte, y buscar en el mapa un pequeño paesino del Friuli, Casarsa della Delizia, donde el poeta adolescente forjó su carácter entre un puñado de cosas esenciales: el sol, la lluvia, la madre, la tierra…
En Casarsa, Pasolini, que fue tantas personas -el cineasta, el polemista, el activista, el dramaturgo-, se bautizó poeta. Ochenta años han tenido que pasar para que vea la luz en español su primera colección de poemas, titulada de manera elocuente y sencilla Poesías en Casarsa (1942). La publica ahora Somos Libros, con edición y traducción a cargo de Mario Colleoni, que lo ha vertido al español del dialecto friuliano original, acompañado de la versión italiana preparada por el propio Pasolini. El volumen recoge, además, los añadidos y modificaciones de sendas reediciones en el año 54 y 75, lo que permite comprobar la «potente voluntad poética», señala Colleoni, de un chico de 20 años y su evolución a lo largo del tiempo. Si esta obra ha permanecido sin traducir hasta el día de hoy, asegura, es por la «vaga, pobre o escasa atención que se ha prestado a su trabajo» frente a su figura pública y política. La leyenda se ha comido al poeta.
En ella, Pasolini apuesta por una línea clara y popular como reacción al decadentismo de corte d’annunziano y al hermetismo aún preponderantes en Italia. Y, curiosamente, a las influencias de otros poetas italianos se suman varios ecos españoles: «Se sabe que lo marcaron Lorca, el Juan Ramón de Arias Tristes, el Machado de Soledades y Campos de Castilla», apunta Colleoni. Escribe Pasolini: «Ay de mí, jovencito, la memoria/ nace del olor que la lluvia/ hace exhalar a la tierra./ Nace la memoria/ de hierba viva y de canales».
No hay mención a la guerra en estos versos escritos en los años en que la Italia de Mussolini se lanzó primero a jugar al ‘risk’ en Europa y África y acabó luego desmembrada y con el reducto ‘galo’ de la República Social Italiana que luego recrearía Pasolini en su terrible Saló y los 120 días de Sodoma. Pero mientras el poeta adolescente forja su temperamento literario, todo eso está pasando más o menos cerca de Casarsa, una burbuja frente a los bombardeos. De esta localidad friuliana era originaria la madre del escritor, por lo que la familia pasa todos los veranos en la zona. En torno al año 40, Pasolini, que estudia en Bolonia, acaba refugiándose en Casarsa junto a su madre mientras el padre sufre condena en Kenia, apresado junto a otros compañeros de armas mussolinianos.
El padre era un fascista convencido, militar proveniente de una familia noble venida a menos. La relación con él siempre fue conflictiva, frente al amor incondicional y edípico según algunos por la madre. Colleoni, que prepara una biografía sobre Pasolini que saldrá el año que viene, mantiene no ser «muy amigo de teorías freudianas; pero es verdad que esa ambigüedad del conflicto sexual latente e inconsciente con la madre era promovido por el propio Pasolini, le gustaba la idea, le cuadraba para su lucha; la idealizaba tanto que no era consciente de ello y ese conflicto le da juego y justifica su conducta frente al padre»
¿Fue fascista Paolini?
Sin embargo, frente a la figura del padre fascista contra la que articular su discurso posterior, hay sombras sobre la propia relación de Pasolini con el fascismo en los años precisamente en que vivió en Casarsa y estudió en Bolonia. ¿Fue de alguna manera fascista el joven poeta? Los hechos más controvertidos pasan por su incorporación como una especie de redactor jefe a Il Setaccio, revista oficial de la Juventud Italiana del Litorio, dependiente del Partido Nacional Fascista. Además, en el 42, Pasolini viajó a Alemania a un encuentro de jóvenes intelectuales fascistas en el que asistieron a un discurso de Goebbels. El italiano preparó una reseña sobre el evento y se codeó con figuras de marcado carácter fascista en la época como los españoles Dionisio Ridruejo o Agustín de Foxá.
Pero, más allá de lo evidente y atendiendo al contexto de la Italia de la época, ¿es posible pensar que Pasolini coqueteara con el fascismo? «Mi impresión es que no tiene mucho sentido hablar de coqueteo, sobre todo por el conflicto con el padre. Sin él, hubiera sido posible especular algo más», señala Colleoni. Respecto a Il Setaccio, y aunque «la huella ideológica era fortísima en esas publicaciones», considera que «es el único órgano en el que podía escribir si tenía aspiraciones de hacerlo». Un ejemplo interesante de que Pasolini, como mínimo, no estaba bien ubicado en el régimen, es que sus Poesías en Casarsa no fueron reseñadas en periódicos de importancia sino todo lo contrario. El filólogo Gianfranco Contini quiso elogiar la obra en la revista Primato, dirigida entonces por un hombre de confianza de Mussolini, pero se le cerraron las puertas. El hecho de glosar un libro en verso dialectal frente a la idea monolítica y unitaria de Italia no era bien visto. La reseña acabó en una pequeña publicación del Ticino suizo. Con todo, las posibilidades son inabarcables cuando se habla de una figura tan controvertida y vasta como la de Pasolini y sus familiares. Por aquellos años, su hermano Guido murió masacrado por los partisanos venidos de Yugoslavia precisamente cuando iba a unirse a la resistencia y, a poco de acabar la guerra, fue el propio Pier Paolo quien se unió al Partido Comunista, de donde sería expulsado no muchos años después por otro de esos pliegues de su biografía que tanto han dado que hablar: su condición homosexual y su relación con chichos más jóvenes que él.
En los 50, Pasolini hace las maletas y viaja a Roma, de donde ya será imposible distinguirlo del paisaje urbano. Volverá de manera siempre pasajera a Casarsa della Delizia y la memoria de Italia cuando aún era un país rural, no contaminado por la cultura del espectáculo, la propaganda de los mass media y el desarrollismo desaforado, permanece en su obra posterior. «Cuando la noche cae sobre las fuentes/ mi pueblo es de un color perdido», escribió en el año 42. ¿Quién sabe si algo de ese color se filtró en su última y oscura noche en la playa de Ostia?