THE OBJECTIVE
Política

‘El manual del dictador’: Cómo ser un tirano y no morir en el intento

Siruela reedita este clásico de los politólogos norteamericanos Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith que desentraña los patrones de conducta del poder para perpetuarse a costa de lo que sea.

‘El manual del dictador’: Cómo ser un tirano y no morir en el intento

Ilustración del libro 'El manual del dictador' (fragmento de portada) | Ediciones Siruela

Todos los dictadores se parecen, aunque cada uno lo sea a su manera. Precisamente en lo más accesorio es en lo que se diferencian: el modo de irrumpir en el poder y de morir. Pero es en la capacidad de perpetuarse donde se labra la reputación de un ‘buen’ tirano, donde se revela efectivo. Por más que los tiempos corran en una apariencia de progresión y progreso, siempre nos sorprenderemos al constatar cómo los autócratas, los ‘malos’, se sobreponen y afirman sobre el pueblo oprimido o la comunidad internacional impotente y biempensante. De Babilonia hasta hoy, no han cambiado mucho las cosas. ¿Cómo es posible que, pese al mal que hacen, sobrevivan? 

Para los politólogos norteamericanos Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith no hay más secreto ni palanca que el propio mal que hacen. Este es el resorte de la política. «La mala conducta es la mayoría de las veces buena política», aseguran los autores de El manual del dictador al inicio de este libro ya clásico de 2011, reeditado ahora en España por Siruela. Siguiendo y actualizando la escuela realista de Maquiavelo, esta obra indaga en los motivos y resortes para la supervivencia que hacen al poder ser lo que es. De hecho, además de presentar todo un Paseo de la Fama de grandes tiranos de ayer y hoy (de Luis XIV y los temibles emperadores otomanos a nuestros contemporáneos Gadafi, Mobutu, Kim Jong-un o, más de rabiosa actualidad, Vladimir Putin), los autores extractan los mismos patrones de conducta en ámbitos tan diversos como la empresa, la mafia, Wall Street y la FIFA. Todos confluyen en una misma aspiración, incluidos los gobernantes democráticos: «La lógica de la supervivencia políticas nos enseña que los líderes, ya manden en países, empresas o en comités, por encima de todo quieren alcanzar y conservar el poder».

Imagen vía Siruela.

¿Cuáles son esos resortes? De la obra de Bueno de Mesquita y Smith podemos colegir unas reglas de oro para mantenerse en calidad de autócrata (o incluso gobernante democrático) en lo alto: «El mundo de la política está dictado por unas reglas. Poco durará el gobernante que sea lo bastante necio para gobernar sin someterse a estas reglas», señalan los autores. Entender este código implícito, nos ayudará a ‘nosotros, el pueblo’ a tratar de manera más práctica con este animal omnímodo y antediluviano que es el Poder.

1. Hazte con el poder y hazlo rápido

Es una obviedad, pero es un paso sine qua non. Para hacerse con el poder, hay que estar en disposición de lograrlo. Hay mil maneras de llegar a ello: deponiendo una dictadura, como Fidel Castro, por sufragio electoral (Hitler), ante la crisis general de un régimen (Kerenski), por herencia (Kim) o cambio institucional (Yeltsin)… Si quienes viven y medran al calor de un gobernante detectan que la fuente de ingresos flaquea o peligra, es muy posible que busquen reemplazo. El propio Ejército, en incontables ocasiones, ha abierto la puerta o condescendido con los revolucionarios que antaño reprimía si las cosas dejan de estar claras. Eso sucede a menudo cuando todos saben ya que quien detenta el poder está a un paso de la muerte: solo cuando se filtró que el Sha de Persia se estaba muriendo de cáncer, el régimen autocrático empezó a flaquear y Jomeini a ganar peso; tres cuartos de lo mismo en el caso de Mobutu Sese Seko en el Zaire.    

Ante esta circunstancia, para llegar a encaramarse al poder, la rapidez es crucial. «Esperar es arriesgado. No hay premio por llegar segundo», advierten con ironía Bueno de Mesquita y Smith. A pesar de que, en el largo plazo, la pervivencia en la cúspide de un político en regímenes democráticos es baja, a corto plazo es más fácil perder el poder en uno autoritario. Ahí es donde entran en juego los mecanismos de poder que asientan de manera efectiva a un tirano tras unos inicios convulsos.       

Bruce Bueno de Mesquita, autor de ‘El manual del dictaror’. Foto: Cortesía de Siruela

2. Depende solo de unos pocos y tenlos contentos

Una de las grandes aportaciones de El manual del dictador es superar el tradicional binomio democracia-dictadura en favor de un escenario político dividido en tres grupos de personas: selectorado nominal, selectorado real y coalición ganadora. 

El primero son los «intercambiables», la masa de votantes o ciudadanos que individualmente tiene solo un espejismo de poder de decisión, pero que puede ser usado sagazmente por los de arriba; las dictaduras son muy afectas a simular elecciones democráticas en las que estos intercambiables no tienen peso real. El selectorado real (los «influyentes») sí tiene un peso específico: es el grupo, más reducido, que elige más efectivamente al gobernante, como lo son los miembros del Partido Comunista en China. Por último, están los «esenciales» o la coalición ganadora: las camarillas, los grupos e individuos con poder y acceso a los medios de poder que realmente pueden sostener o derrocar a un gobernante.  

La gran diferencia entre democracia y dictadura, según los autores, está en este juego de dependencias. En democracia, los esenciales son mucho más amplios. En las autocracias, en cambio, la aspiración es reducir al máximo la coalición ganadora. Por más que la imagen popular sea distinta, «nadie gobierna solo, nadie tiene una autoridad absoluta». De manera que para ser un ‘buen’ tirano hay que saber depender de la gente justa, cuanta menos mejor, y tenerlos contentos para que no exista la tentación de traicionar al líder. Esa, y no el bienestar de su pueblo, será la misión del autócrata.   

3. Accede a la fuente del dinero y no la pierdas de vista

¿Cómo tener contentos a los esenciales? Con dinero. El apoyo de estos solo existe «si un líder proporciona a los esenciales más beneficios de los que podrían esperar obtener bajo otra dirección o gobierno. Cuando los seguidores esenciales tienen expectativas de lograr una posición económica mejor bajo la tutela de algún contendiente político, desertan».

La caja, siempre la caja. Antes de que Prince Johnson procediera a cortarle la oreja al sargento Doe, dictador derrocado de Liberia, le preguntó repetidas veces: «¿Dónde está el dinero? ¿Cuál es el número de la cuenta bancaria?» El dinero no es importante exclusivamente para el enriquecimiento de un autócrata, sino para contentar a su camarilla; muchos, de hecho, son más modestos que sus esenciales.

En los regímenes autoritarios, los impuestos suelen ser más elevados que en los democráticos. Si un dirigente anda necesitado de dinero para sostenerse, el pueblo paga los platos rotos. Sin embargo, no hay mayor maldición para un pueblo que vivir en un país con recursos naturales. Las naciones con acceso a gas, petróleo, diamantes, etc, son paradójicamente más pobres y con menos libertades. Se debe a que la fuente del dinero mana constantemente para bendición de los que mandan y la controlan. La Rusia de Putin y los oligarcas es el último ejemplo. 

Esta misma lógica explica el fracaso de la ayuda exterior de países sobre todo occidentales a regímenes del Tercer Mundo o las enormes corruptelas con los paquetes de emergencia ante catástrofes naturales. La corrupción misma es un instrumento de poder: mientras se permita al funcionario raso buscarse las habichuelas, eximirá al gobierno de pagarle como debería. Por eso, cuando el modesto policía Alexei Dymovsky denunció la corrupción generalizada en Rusia, y a pesar del aplauso del público general, el régimen de Putin reaccionó mandándolo a prisión.    

Alastair Smith, autor de ‘El manual del dictador’. Foto: Cortesía de Siruela.

4. Sustituye al que se mueva y corta de raíz las protestas

Siguiendo con Rusia, muchos analistas internacionales consideran que la única manera de deponer a Putin sería mediante un golpe palaciego. Poco pueden hacer quienes protestas con cartulinas blancas en la calle. El manual del dictador, aunque publicado hace diez años, apoya esa teoría. De ahí que un autócrata deba tener contenta a su «coalición ganadora» pero también plantar la semilla de la inquietud en ellos y avivar el miedo a ser sustituido por algún «influyente». Stalin fue un maestro en la purga interna y es así como se mantuvo en el poder hasta morir en la cama, en la moqueta del suelo más bien.

Es un hecho contrastado que en las dictaduras más férreas y sanguinarias prosperan y se mantienen mejor los gobernantes. Batista, en Cuba, cayó por su debilidad; la URSS en tiempos de Gorbachov se desmontó a la velocidad de la luz precisamente por su aperturismo. Si el pueblo estima que su sacrificio vale la pena, actuará en las calles; de lo contrario, si su vida corre peligro con solo moverse, tolerará con todo el dolor de su alma al tirano.

Por eso, El manual del dictador es taxativo en este punto: «Un dictador prudente corta la rebelión de raíz». Lo hemos visto en mil ocasiones y aún hay quien se pregunta cómo nadie logró pararle los pies a Hitler: «Si el dominio ejercido es verdaderamente duro, disuade eficazmente a la gente de la idea de rebelarse». Si, además, la camarilla y las fuerzas armadas no tienen motivos para abrir las puertas a la masa, poco más puede hacerse: el dictador morirá de viejo.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D