«Las crisis propician el antisemitismo, y ahora hay señales de un pico de intensidad»
Alberto Sucasas reflexiona en ‘Claude Lanzmann’ (Cátedra) sobre la filmografía y el pensamiento del autor de ‘Shoa’, la película más influyente sobre el holocausto
La cuestión judía no vuelve. Nunca se fue. Pero cuando se agitan las aguas de la política en la vieja Europa, sus peores fantasmas salen a pasear. En un ejemplo inquietantemente actual, miles de judíos han huido de Rusia desde que estalló la guerra en Ucrania. El creciente autoritarismo de Putin les trae recuerdos desagradables. Su adn vibra como al canario en la mina, que dirían los ingleses. No parece buena señal. Para descifrarla se antoja especialmente útil el libro Claude Lanzmann, que publica Alberto Sucasas, profesor de Filosofía de la Universidad de La Coruña.
La vida y obra del director de cine encumbrado por la película Shoah (1985), reconocida como el documental por excelencia sobre el holocausto judío a manos de los nazis, se despliega en el libro con la acostumbrada pulcritud de las ediciones de Cátedra y la profundidad y el rigor de un experto que demuestra, además, un estilo literario notable. El ángulo es el propio de un especialista (no se trata de un best seller: a un lector ligero le costará digerirlo) que desmenuza los detalles técnicos de la filmografía de Lanzmann, pero con el análisis siempre orientado a su contextualización en términos filosóficos.
¿Qué nos dice hoy la figura de Lanzmann? Sucasas responde en dos tiempos. Por un lado, tenemos «la actualidad constante del tema del exterminio judío, que desde hace décadas ocupa un lugar central en el interés del ser humano: se trata de una problemática planetaria. Y Shoah, la obra maestra de Lanzmann, pasa con justicia por ser su expresión cinematográfica más honda e influyente».
Últimamente, además, resuenan los ecos del documental Ziva Postec, la montadora de Shoah, que lanzó Filmin hace cuatro años. En ella, Postec reclama la autoría de los aspectos más sobresalientes de la película… que Lanzmann se apropió: «Dice que fueron suyas ideas como la de combinar las imágenes de los testigos con las filmaciones en los lugares del exterminio en Polonia». Sucasas no quiere pronunciarse sobre la polémica. Por un lado, «el perfil de Lanzmann, un personaje de un narcisismo muy acentuado, lo hace verosímil, pero también es sospechoso que Postec lo hiciera público justo en el año de la muerte de Lanzmann [el 5 de julio de 2018]».
Una polémica jugosa porque Lanzmann, explica Sucasas, «no solo se convirtió en él celoso guardián de su obra artística, sino que pretendía imponer la perspectiva estética elegida en Shoah como el único tratamiento válido del holocausto». Una postura curiosa cuando menos, sobre todo a la vista de la contradicción en la que navegó el cineasta como sionista e intelectual de izquierdas.
Biográficamente, primero vino el izquierdismo: «Provenía de una familia de izquierdas y, siendo aún adolescente, militó en la resistencia durante la ocupación nazi de Francia. Después se convirtió en allegado de Sartre y su círculo -incluso mantuvo una relación amorosa con Simone de Beauvoir-, apoyó la independencia de Argelia y la lucha contra la pena de muerte…». Pero, en 1952, su primer viaje a Israel le provocó una «sacudida emocional que puso su identidad en entredicho. Descubrió su judaísmo y estableció su sionismo», convirtiéndose en uno de los abanderados del proyecto nacional de Israel. Sin embargo, nunca dejó de considerarse de izquierdas.
La contradicción parece evidente. «A pesar de la obvia simpatía hacia la comunidad judía exterminada, la izquierda es mayoritariamente pro-Palestina. Pero, para Lanzmann, el sionismo era innegociable». Sucasas cree que, «trasladada a la situación contemporánea, la cuestión sigue siendo muy espinosa y compleja. Es difícil resumirla en cuatro líneas. Yo diría que el primer paso debería ser considerar el Estado de Israel como un hecho político, para distanciarnos de las ideologías de pretensión omniexplicativa».
Ideologías que se sitúan en dos extremos. «Por un lado tenemos el antisemitismo, que argumenta que el judío es el mal y, por lo tanto, Israel, sucursal norteamericana en Oriente Medio, es el origen de todos los males que sufre el planeta. Una idea que no se limita a la comunidad palestina». Por otro lado, en la otra punta del espectro aparece «la ideología sionista, que es un ejemplo claro de nacionalismo exacerbado y defiende una dura realpolitik escudándose en que la nación israelí tiene que luchar por la supervivencia».
En este último punto, Sucasas admite la evidencia de la situación geopolítica de Israel: «Si miras el mapa, resulta ciertamente inquietante. No sé qué ocurriría en España si tuviéramos que vivir con una hostilidad manifiesta de Portugal, Francia, Marruecos, Italia… No quiero justificar la política de Israel, sino ponerla en su contexto». Además, añade, «su tradición ética, religiosa, espiritual contiene elementos, como el ideal de igualdad, que ponen en entredicho esa política. De hecho, dentro de Israel hay una contestación periodística, literaria, intelectual, ideológica… hacia su actuación como Estado».
Volviendo a la herida del antisemitismo –una constante histórica en los dos últimos milenios–, se antoja inevitable acudir a la actitud de la beligerante Rusia actual. «Probablemente sea el país de Europa del este con mayor presencia histórica del antisemitismo», recuerda Sucasas. Pero la clave del problema tiene más que ver con el contexto concreto: «El odio al judío experimenta picos de intensidad y tiene mayores consecuencias en momentos de crisis –en la Edad Media, por ejemplo, era típico de las épocas de epidemia–, que demandan un chivo expiatorio».
¿Como ahora? «Desde luego, atravesamos una crisis económica, pero también de política internacional, y también ecológica, algo que quizá habría que poner en el primer plano. Sin duda, esta situación puede despertar unos estereotipos de odio que no han desaparecido. Y a esto hay que unirle el auge de los movimientos de extrema derecha o neofascistas. Hay un caldo de cultivo propicio y ya se ven muestras del renacer del antisemitismo, de un pico en su intensidad».
La otra cara de ese odio la representa la tremenda resiliencia del pueblo judío, endurecido tras una historia cargada de tragedia. En su libro, Sucasas describe el núcleo paradójico de la obra cinematográfica de Lanzmann (filósofo de formación, un matiz importante): de la tragedia y la muerte surgen la épica y la vida. «En el judaísmo contemporáneo hay, sin duda, dos focos principales de atención que se suceden casi inmediatamente en el tiempo: el holocausto nazi y la creación (o refundación, si se prefiere) del Estado de Israel. En ambos casos, la vida humana late de una forma acentuadísima. Además, los israelíes siguen viviendo en una amenaza permanente», sostiene Sucasas.
Significativamente, la primera película de Lanzmann se titula Por qué Israel (1974). La siguiente es Shoah, palabra hebrea que significa literalmente «catástrofe». Parece una respuesta a la pregunta de la anterior… «La tragedia de la Shoah le da una dimensión ética a la experiencia de los muertos en cuanto que expresa la necesidad de la continuidad de la comunidad judía. Esto pasa por lo que Lanzmann denomina reapropiación judía de la violencia: el judío debe dejar de ser la víctima pasiva de la violencia del gentil para utilizarla como un medio de autoafirmación».
En este sentido, Sucasas recuerda un aspecto interesante de la historia reciente de Israel: «En los primeros años tras la fundación del Estado se prefería omitir cualquier referencia a la Shoah porque representaba la aniquilación de una comunidad de víctimas pasivas, y al imaginario épico de la nueva Israel lo que le interesaba no era el judío víctima, sino el que se autoafirma en la reapropiación y defensa incondicional de un territorio».
El truco aquí tiene que ver con el montaje. En todos los sentidos: «Israel exagera el heroísmo de los que resistieron y pusieron en jaque durante un tiempo al poderoso Ejército del Tercer Reich, y Lanzmann subraya cinematográficamente, por ejemplo, la rebelión del tema del gueto de Varsovia, dándole una relevancia que, en el contexto puramente histórico, quizá no tuvo. Pero esto lo hacen todas las naciones: el pasado se escribe conforme a unas necesidades determinadas».
Israel parece haberlas cubierto. Dejando aparte consideraciones como el trato a los palestinos –a los que Lanzmann ignora de forma brutal en sus películas, por cierto–, el estado de Israel puede considerarse un éxito, por ejemplo, en lo económico. Fruto quizá de ese algo indefinible y fascinante de los judíos, que mueve tanto a la admiración como al rechazo, la repulsión incluso. Sucasas intenta explicarlo con la metáfora de la circuncisión. «Es el momento de identificación del varón judío, y no consiste en añadir algo, sino al contrario: una ablación. El judío afirma a partir de la carencia, del vacío, de la negación. Se trata de un pueblo sin territorio ni estado que se afirma a través de la lectura, el comentario y la transmisión del libro. Es un huésped más o menos tolerado que tiene que hacer un sobreesfuerzo para afirmarse. Aplicado al colectivo, quizá explique el llamado Milagro Israelí. Por supuesto que también tienen mucho que ver otros factores, como la financiación que vino de fuera o la extraordinaria formación de buena parte de la población inicial y su pasión nacionalista por el regreso a la tierra perdida. Pero es cierto que hay algo especial en el carácter. En España se hablaba de ellos como ‘el pueblo de dura cerviz’. En términos históricos, su supervivencia se antojaba muy improbable… Y ahí los tienes, acumulando premios Nobel».