Kabul, un paseo por el amor y la muerte
El escritor y militar Luis Salvago cuenta en su última novela, ‘Los lugares verdes’, la historia de una búsqueda en tiempos de odio situada en la capital afgana
Kabul. Afganistán. 06:54. Una paloma alza el vuelo hacia el cielo. A ras de suelo, tumbado sobre una alfombra, Ismail se cuestiona su naturaleza y se permite dudar de todo en un lugar en el que todo está ya escrito. A su lado yace Najimulah, respira, desea rozar su piel, se impregna de su olor en una vana esperanza de conservarlo en su interior. Siente que le es familiar, pero no es esa persona. ¿Qué siente? ¿Quién es? ¿Acaso sabe algo?
Luis Salvago (Valencia, 1964) es suboficial del Ejército del Aire. Posee una licenciatura en Geografía e Historia y ha estado destinado durante cuatro duros meses en la capital afgana. Con una trayectoria como esa, a uno no le cuesta fiarse de su criterio para entender el día a día de una persona en Kabul. A través de esta obra, nos relata con una sensibilidad pasmosa cómo, hasta en las ruinas de un país roto por la guerra, el amor se abre paso y florece en aquellos que se detienen a contemplar lo que está oculto. Describe los momentos hermosos que puede encontrar quién desafía los límites de su propia naturaleza y de las construcciones sociales que lo definen y lo rodean. Tras Lloverá en septiembre (finalista Premio Azorín 2017 y finalista del premio Nadal 2018), Bârân y En el nombre del padre (Premio de Novela Cátedra Vargas Llosa 2019), Los lugares verdes (Colección Hespérides, editorial La Huerta Grande) es su cuarta novela y, probablemente, la más cuidada de todas ellas.
La historia de Ismail ilustra el sentimiento de culpa en alguien sensible, que vive en un lugar emocionalmente cercenante. Los lugares verdes es un desafío de la ternura a lo grotesco, a lo impostado, es la contienda entre la emoción y el dogmatismo. Una batalla moral con consecuencias muy prácticas y devastadoras, cuya narración transmite la sensación de conocer los lugares en los que esta se desenvuelve. Es uno de esos libros que uno imagina en su mente como cuando ve una película de un gran director: los personajes, las escenas, la simbología, la forma, todo está pensado para que el lector se zambulla de lleno en la obra y viva en sus propias carnes algo que difícilmente podría vivir así sobre el plano de la realidad.
Afganistán es un lugar más verde a los ojos de Ismail. En sus carnes transitamos un Kabul desolador, desprovisto de toda esperanza de futuro, sangrante como una herida abierta que nunca se llegará a cerrar y cuyo suelo, rojizo y herrumbroso, es la perfecta metáfora de su macabra condición. Sin embargo, las ambigüedades pueblan este relato y también hay sitio para el cariño y otras emociones positivas. Los contrastes, delicadamente esbozados, sugieren pensar en muchas realidades distintas e invitan a dudar de si lo que se nos narra es verdad o sólo una ilusión de Ismail.
De la mano de Ismail, conocemos una ciudad que el autor ha retratado con exquisito detalle, tanto los más desagradables y escabrosos, como los más fútiles y hermosos. Una de las sorpresas más gratas de este libro es, probablemente, la aventura sensorial tan minuciosamente hilada por Salvago, que confiesa haberse inspirado de hechos reales, vistos por sus propios ojos y de la cultura local, que se ha preocupado por investigar. Marcado por la ausencia de sus padres, a los que no recuerda, y bajo el paraguas moral del ulema, que también es su abuelo, Ismail vive buscando llenar un vacío que lo atormenta casi inconscientemente.
«Salvago ofrece una visión única de la ciudad de Kabul, más allá de lo que vemos en las noticias»
No parece encajar y a veces se siente un extraño en su propia vida, pero algunas personas consiguen devolverle el sentido, destacando una por encima de las demás. El ulema dice mucho más de lo que habla, aunque es enigmático con las conclusiones que saca. Ha criado a Ismail y se conocen, o eso parece. La joven Saira es todo lo contrario, joven, bella y siempre tan en su sitio. Najimulah, siempre en su mente, en todas las cosas del día a día, en el tabaco, en las colinas de la ciudad y en las palomas. La vida de Ismail discurre entre las vicisitudes de la vida cotidiana de la capital afgana, con sus extremismos y sus barbaries, con la atrocidad del que no siente empatía por aquel al que despoja de su condición humana.
La crítica es constante para el que lee entre líneas y el retrato de Kabul no deja indiferente ninguno de los cinco sentidos. Al acabar este libro, sabemos muchas cosas más: sabemos a qué huele Kabul, sabemos qué aspecto tiene, sabemos de qué hablan sus gentes, conocemos el ínfimo valor que tiene una vida cuando se rompen las leyes sagradas y cómo las desgracias de cada uno viven aún en las paredes y en el suelo en forma de sangre y metralla. A través de Ibrahim descubrimos a qué huelen las amapolas, el efecto de su salvia y el puente de Pol-e-Shotka, donde los parias de la ciudad van a soñar.
Con esta novela, Luis Salvago ofrece una visión única de la ciudad de Kabul, una ciudad más allá de lo que vemos en las noticias, tras cualquier ataque suicida de gran magnitud. Hay vida más allá de las ruinas, hay una persona distinta tras cada burka y hay vidas más allá de las caras que vemos fugazmente a través de nuestro televisor. Salvago también le pone nombres a estas caras y, gracias al relato de sus vivencias entendemos que hay sitio para el amor hasta en el más oscuro de los abismos. Comprendemos que hay gente que se ha acostumbrado a convivir con realidades desgarradoras, pasados macabramente tallados y ciertas descripciones podría haber sido sacadas de los pasajes más cruentos de Canción de hielo y fuego. Es en esa funesta oscuridad en la cual surgen destellos de ternura, en ocasiones furtiva, que brillan sobre un fondo de vacío.
De fondo, pero muy presente, observa el talibán. Salvago no pierde la ocasión de poner cara a uno de los grandes males que asolan el mundo de Ismail, retratándolo con frialdad y dándole su lugar exacto, sin caer en el gancho facilón. Imaginamos a los talibanes violentos, barbudos y que imponen su versión de la sharía a base de crueldad y hermetismo. «Hay que estar allí para entender de verdad lo que supone vivir bajo un régimen así», afirma el escritor y soldado. Los cotilleos de los vecinos son un riesgo importante en una sociedad así, todo el mundo tiene que ser ejemplar y la vida es peligrosa para aquel que no encaja. Ismail está dentro, lo tiene en su pasado, lo piensa en su día a día y el lobo cada vez está más cerca.
Uno podría recrearse imaginando metáforas y comparaciones que Los lugares verdes le sugieren, pero es más inteligente adentrarse por sí mismo y descubrir qué son los lugares verdes, dónde están y si existen de verdad. Si quieren un consejo, sigan a la paloma.