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Cultura

Gascón: «Tengo dudas de que en Cataluña no vayan a pedir más si les damos lo que quieren»

El escritor y editor de Letras Libres habla con David Mejía sobre su trayectoria como escritor, traductor y columnista

Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de la revista Letras Libres. Recientemente ha publicado el ensayo El golpe posmoderno (Debate, 2018) y las novelas satíricas Un hipster en la España vacía (Mondadori, 2020) y La muerte del hipster (Mondadori, 2021). Es columnista del diario El País y del Periódico de Aragón. En noviembre publicará Fake news. Cómo acabar con la política española (Debate), una antología de sus artículos y viñetas.

PREGUNTA. Por lo que has escrito, me imagino tu infancia en un paisaje agreste, asilvestrado y rodeado hermanos. ¿Hasta qué punto esto se corresponde con la realidad?

RESPUESTA. Fue así en parte. Mis primeros años los pasé en Zaragoza, pero mi madre, que es médico, no tenía plaza, y durante el verano hacía sustituciones por pueblos, entonces el verano sí era muy rural. Luego hubo unos años, al final de la infancia y al comienzo de adolescencia, que vivimos en pueblos del Bajo Aragón, del Maestrazgo. Y era como dices, muchos hermanos, mucho deporte… En el pueblo siempre éramos los de fuera, los hijos de la médica. Pero yo disfruté mucho de esa etapa.  

P. ¿Y volviste a Zaragoza para estudiar la carrera o un poco antes?

R. Volví para hacer el instituto. Me fui a vivir con mis abuelos porque, como vivíamos en un pueblo en el Maestrazgo, solo podía irme interno a Teruel o volver a Zaragoza. Y en esa época quería hacer cine, y quería vivir en una ciudad con cines, así que me fui con  mis abuelos, que a su vez eran emigrantes de pueblos de Teruel. Mi abuelo consiguió comprar una casa trapicheando con la chatarra de la base americana de Zaragoza (ríe).

P. Tú eres un aragonés ejerciente. No sé hasta qué punto es una broma recurrente que tienes, pero te gusta mucho resaltar eso.

R. Sí, bueno, mi padre es gallego, ha vivido más de la mitad de su vida en Aragón, pero sin embargo es muy gallego, parece que es una identidad fuerte. Yo tengo muchos amigos aragoneses, he leído a muchos escritores aragoneses, y es parte de mi formación, y me gusta, me divierte. Hay autores como Buñuel, como Sender, que son de allí y me gustan mucho también. Aunque la literatura que he estudiado más es la inglesa y siempre hay cosas de muchas lenguas que me gustan. Pero sí que hay una conexión especial, a veces es una conexión real y otras tiene un punto irónico.

P. Dices que la identidad gallega de tu padre es fuerte.

R. Él se crió en gallego. Mi abuela, por ejemplo, no hablaba castellano. Murió en Aragón y no sabía hablar castellano. Mi abuelo sí, por la mili y por la emigración. Y mi padre, cuando éramos pequeños, trabajaba en un bingo y escribía poesía en gallego, en la parte trasera de las tarjetas del bingo. Era muy seguidor de Rafael Dieste, de Cunqueiro… esa literatura estaba mucho en casa. Pero como después ha trabajado como periodista cultural en Aragón, pues ha leído mucho sobre ese mundo y se lo ha explicado a los aragoneses (ríe). Siempre ha tenido mucha curiosidad por todo, y nosotros nos hemos criado entre esos dos lugares. Por ejemplo, él se lamenta de no habernos hablado en gallego, pero yo lo entiendo y lo puedo leer, y de niño lo leía bastante, porque admiraba mucho a mi padre y me quería acercar a él.

P. Tu padre es escritor y crítico cultural. ¿Hasta qué punto su ascendencia ha sido determinante para que te decidieras a estudiar filología? ¿Siempre te llamó más el mundo cultural que el de la medicina?

R. Sí, por un lado influirá que uno tendrá más habilidad para una cosa que para otra. Nosotros somos cinco hermanos, casi todos hemos hecho carreras de letras menos el tercero que es neurólogo, que es el que ha seguido la senda de mi madre. Cuando yo era niño, mi padre no trabajaba de escritor, ni de periodista. Era una aspiración que tenía, porque mis padres me tuvieron muy jóvenes y mi madre no había acabado la carrera. Mi padre era un objetor de conciencia que había acabado en Zaragoza y trabajaba en la vendimia, o vendiendo cosas de artesanía… cuando yo nací trabajada de camarero, y de hecho le despidieron el mismo día que nací.

P. La conciliación no estaba tan desarrollada.

R. Desde luego, en lugar de con un pan debajo del brazo, llegué con una carta de despido. Y cuando fui creciendo, creo que lo que me pasaba es que asociaba el escribir y leer con algo que hacía mi padre cuando no estaba trabajando, era algo que hacías para divertirte, para jugar, entonces fue algo muy natural. Desde muy pequeño quise ser escritor; por momentos hay otras cosas que quieres ser, futbolista, dibujante de cómics, pero desde muy pequeño esa vocación estaba fijada. Y estudiar Filología fue algo casi accidental, porque en Zaragoza en ese momento no había Filosofía, que también habría querido, o Comunicación Audiovisual. Pero la vocación sí que es por una influencia de mi padre, de las cosas que me contaba, de los autores de los que me hablaba, de su propia biblioteca… y de esa idea asociada al disfrute. Después, cuando yo tenía seis o siete años, empezó a trabajar en periódicos, y vi cómo la vocación se transformaba en profesionalización.

P. Y estudiaste Filología porque no podías estudiar Comunicación Audiovisual.

R. En ese momento sí, tenía una vocación absurda, que era ser guionista. Y esa carrera no estaba en Zaragoza en ese momento, así que hice Filología Inglesa, por la idea de aprender otro idioma, acercarte otra literatura, y porque lo había hecho Cristina Grande, que es una escritora que admiro y ella misma me lo aconsejó. Y después hice Filología Hispánica, como segundo ciclo, y ese sí que era un departamento más enfocado a la literatura.

P. ¿Y cómo valoras tu formación universitaria?

R. Pues el departamento de Hispánicas en el que estuve era muy bueno, me dieron clases personas como Mainer, Aurora Egido o Agustín Sánchez Vidal. Entonces sí aprendí mucho, y además era ya un poco más mayor, y creo que un poco más humilde, así que lo aproveché bien. Y en Filología inglesa, hubo un poco de todo porque había gente muy brillante y otros que lo eran menos. Recuerdo, por ejemplo, a un profesor, José María Bardavío, que aplicaba el psicoanálisis a la literatura estadounidense y aprendí mucho. Pero claro, te obligaba a hacer un análisis formal que era muy bueno y te obligaba a detenerte mucho. Los problemas de endogamia y rigidez de la institución sí que los he visto. Luego, cuando estuve de Erasmus, vi que nosotros teníamos una formación teórica en general mejor que los estudiantes de la universidad inglesa, pero no sabíamos aplicar nada. Y luego no he tenido más carrera académica, aunque me habría gustado, pero me puse a traducir y digamos que la energía mental siempre la he querido usar para escribir. Pero a veces he fantaseado con ser profesor.

P. Cuando terminas la carrera, ¿empiezas a ganarte la vida como traductor?

R. Sí, siempre he vivido de afluentes, traduciendo y con algunas colaboraciones. Después estuve varios años trabajando en Televisión Española, en un programa con Pepa Bueno que se llamaba Esta mañana. Y cuando el programa terminó, volví a Zaragoza y estuve un tiempo trabajando en Aragón Televisión.

P. ¿Cómo valoras esa experiencia en televisión?

R. Pues trabajé en magazines y, claro, tienes que ir un poco al sensacionalismo, depende mucho de que tengas una imagen, porque si no, no lo puedes contar. Pero sí fue una buena escuela porque te obliga a resolver muy rápido, y eso te da recursos, aprendes a titular, a contar. También muchas veces pasa con la revista, porque en cierta manera son trabajos similares: hay momentos en los que no tienes número y eso pasaba cada día, no teníamos programa y sin embargo siempre salía. Luego también había tertulias, y recuerdo que preparaba para los tertulianos argumentos a favor y en contra de cada cosa, y era un buen ejercicio porque te obligaba a documentarte. Con el tiempo lo recuerdo con más simpatía que estando allí, porque trabajar en una redacción siempre es cansado.

P. Fue una manera de tocar esa vocación de guionista que tenías.

R. Es muy distinto, porque ya para entonces había escrito la primera película de Jonás Trueba, que es Todas las canciones hablan de mí. Y claro, es un lenguaje bastante diferente. Lo veo más parecido al periodismo. Pero es cierto que en cierta forma estaba trabajando en eso. Luego lo dejé porque me salió una traducción de Christopher Hitchens; yo era muy fan, y con gran imprudencia dejé el trabajo para irme a traducir a casa.

P. Antes de hablar de Hitchens, cuéntanos tu experiencia como guionista de cine, trabajando con Jonás Trueba.

R. Fue muy buena experiencia. Jonás y yo somos amigos desde los 15 años o así, aunque nos conocimos un poco antes, trabajando de extras en La buena vida de David Trueba, y habíamos hecho cortos. Habíamos desarrollado una amistad donde siempre queríamos hacer algo, y muchas veces lo hacíamos y otras tantas terminaba solo en borracheras. Y lo pasábamos muy bien. El guion de esta primera película salió de una manera muy natural y lo recuerdo como una buena experiencia. Una cosa que aprendes es que estás al servicio del director, sobre todo porque él es quien tiene que defender eso delante de mucha gente. Al final un guion sirve para conseguir el dinero. Y claro, cuando terminas de escribirlo, ahí se termina el trabajo, mientras que el que dirige tiene que explicar a partir de ese guion cada elemento de la película. También puede tener que ver con la forma de dirigir de Jonás, que es un director muy autor, pero el director tiene mucha responsabilidad y tiene que estar convencido, porque tiene que persuadir a mucha gente de que las cosas deben ser como él ha pensado.

P. Esta película es de 2010, tú ya habías publicado dos libros de relatos: La edad del pavo y Fumador pasivo. ¿Estos son relatos que escribes a lo largo del tiempo, y a los que decides dar unidad o los pensaste como libros unitarios?

R. Esos libros son mitad y mitad. Empecé por ahí porque me gustaban los cuentos. Y con La edad del pavo de repente vi que tenía tres o cuatro cuentos que más o menos tenían el mismo tono, porque cuando empiezas tienes otros que pueden tener un estilo más realista, menos humorístico, otros que son más fantásticos. Pero estos tenían un mismo estilo y con esa idea tracé un arco narrativo. Y con El fumador pasivo fue también así. Siempre los he visto, más que como libros de cuentos puros, como ese tipo de novela fragmentada, y un poco accidentales en cierta manera. Y pensaba mucho en discos, el tipo de disco que me gusta, que es una especie de cuento. Ahora ya eso es absurdo, porque el disco es un concepto que prácticamente no existe.

Foto: Carmen Suárez

P. ¿Y cuáles eran tus autores de referencia en el relato corto?

R. En esos primeros libros, era muy de Raymond Carver, de Richard Ford, de Sam Shepard, esos autores americanos, y también por supuesto de Chejov. Y también me gustaban de siempre los cuentos de Woody Allen. Me gustaba mucho Catherine Mansfield y esa tradición anglosajona. Y también autores que tenía más cerca me influyeron mucho, como Ignacio Martínez de Pisón, aunque quizá más como novelista que como cuentista. También Enrique Vila-Matas, un autor que también leí mucho y sigo leyendo.

P. Es importante tener referencias cercanas.

R. Sí, creo que esa transmisión es muy importante, ver que alguien cercano está haciendo cosas similares y que hay un mundo literario que no está muy lejos y que no es sólo pastiche. En ese sentido, mi padre hizo mucho por mí, pero también Félix Romeo. Yo creo que la primera persona que leí nombrar a Carver o a Philip Roth fue a él. Pero sí, creo que las referencias cercanas son importantes para hacer unas dimensiones de tu mundo. Por ejemplo, Ignacio Martínez de Pisón habla mucho de José María Conget, que es un escritor de la generación de Marías. Pisón pensaba que para ser un escritor serio no podías escribir de una ciudad como Zaragoza, y de repente ve que hay un escritor muy bueno, que emplea las técnicas de Faulkner, que crea un mundo cercano al suyo. Y entonces eso te ayuda, porque te permite construir un imaginario más fácilmente.

P. Háblanos de Félix Romeo.

R. A Félix lo conocí de bastante pequeño. Mi padre coordinaba varios suplementos en prensa y él era una especie de niño prodigio y enfant terrible al mismo tiempo. Cuando lo conocí me pareció como muy grande, vestido de negro, muy atrabiliario a veces, y era a alguien que conectaba muchísimas cosas de generaciones y sensibilidades diferentes. Era una persona muy estimulante para mucha gente, intentaba crear conexiones entre la gente y ayudar. Para mí es una persona muy importante, pero en eso no creo que sea yo nada especial, lo curioso de Félix es que fue importante para decenas de personas. Era además un crítico muy bueno, y un polemista valiente, además de escritor: publicó cuatro libros muy interesantes. Y se hizo en cierta manera alguien de la familia, porque comíamos con él al menos un día a la semana, con mi padre y mi hermana Aloma. Pero creo que mucha gente tenía esa sensación de gran cercanía con él. Fue decisivo para mucha gente.

P. ¿Y crees que su obra ocupa el lugar que se merece?

R. Bueno, es que la posteridad literaria es muy absurda e injusta. Aunque como escritor, sus libros están muy bien, su figura era tan arrolladora que casi cualquier obra se queda un poco corta. Y quizá esa personalidad ha eclipsado los libros. Yo me alegro de que están los cuatro libros juntos, los publicó Plot, y pueden llegar a quien quiera leerlos. Lo triste sería que no se pudiera leer porque no se pudieran encontrar sus obras. Y luego sucede que los escritores, cuando mueren, pasan por un purgatorio del que a menudo no vuelven.

P. ¿Cuál crees que será la posteridad de Javier Marías?

R. Yo creo que va a tener unos cuantos años de buena salud. Después, es difícil saber, pero creo que quedará como un escritor muy importante, muy influyente y con un recorrido internacional.

P. Hablemos de Christopher Hitchens, ¿qué es lo que más te atrae de él?

R. Una cosa que me gusta es su coraje, no tener miedo a sostener una opinión minoritaria frente al consenso. Además, escribía muy bien, tenía mucho sentido del humor, y una apreciación por la literatura muy particular. Esa idea del polemista, pero no exactamente por lo gratuito. Y también es alguien que defiende la ironía, el matiz, que lucha contra lo literal, y que distingue lo esencial, que en su caso sería la defensa de la libertad de expresión. Luego tiene una cosa muy divertida, ha tenido grandes aciertos muchas veces, pero también tuvo unas equivocaciones espectaculares.

P. El humor constituye una parte muy importante de tu expresividad literaria y periodística. ¿El humor siempre te ha venido de manera natural?

R. El otro día estuve en una charla pública con mi padre, y dijo «me ha sorprendido el sentido del humor de mi hijo». Y me sorprendió él a mí, como si no me conociera (ríe).Siempre me ha gustado el humor. Por ejemplo, los guiones de Woody Allen, de los hermanos Marx o Billy Wilder, siempre me han gustado mucho. Creo que no era un niño que hiciera muchos chistes; era el hermano mayor, y me parece que el gracioso tiende a ser el más pequeño porque es una forma de llamar la atención. Yo veo en mis hijos que el pequeño hace más payasadas. Pero en mi forma de ver el mundo, tiendo a fijarme en las contradicciones, que siempre están muy unidas al humor. No sé si es una virtud o un defecto, pero intento aprovecharlo porque creo que de los defectos hacemos nuestra poética. Hay una frase que me gusta de Martin Amis, que dice que alguien que no tiene humor impugna su seriedad. Alguien que no hace humor tampoco puede ser una persona seria, porque no puedes distinguir.

P. ¿En qué momento aparece Letras Libres en tu vida?

R.  Tenía en casa el primer número de  Letras Libres porque se presentó en Zaragoza, en la librería Antígona, con su primer editor de la edición española, Ricardo Cayuela, y con Ignacio Martínez de Pisón, que decía que la leía en la bicicleta estática. El fundador y director de la revista es el historiador mexicano Enrique Krauze, y para mí Letras Libres ha sido una educación. Primero como lector, por la cantidad de autores y temas, el universo intelectual que encontré allí (de Revel a Lilla, de Zaid a Sen, de Klima a Vitale, por el Mesías tropical o análisis de Berlin y el populismo, o los textos de Manea) y luego ya trabajando en la revista. Cuando estaba al frente Ramón González Ferriz, me escribieron para invitarme a colaborar en la web, después fui redactor y desde hace unos años el editor. Era fan de la revista y me hizo mucha ilusión trabajar ahí, y creo que tiene cosas que son muy valiosas, como la conexión de España y México, la mezcla de politólogos y poetas, la búsqueda de tratar la política desde el pensamiento más que desde la actualidad. No hay tantas revistas que combinen la literatura y la política. Y además, es un medio independiente.

P. ¿Qué es lo más difícil de editar una revista?

R. Lo más difícil es a veces cómo canalizarlo, porque puedes no tener suficientes páginas para todas las publicaciones que quieres incluir, y eso que la web ha ayudado en ese sentido; sólo en España tenemos una o dos actualizaciones al día, y en México aún más. Pero siempre nos falta espacio. Y otra de las cuestiones es cómo conseguir llegar a más gente. Pero en líneas generales, para mí es un trabajo de mucho placer porque es muy libre. Disfruto todos los pasos: me gusta pensar los números con los compañeros (tanto los de aquí, como con mis compañeros de México, porque es una redacción bicéfala), decidir qué artículos encargar… Siempre se sufre porque alguien te dice que no a un artículo. Es muy bonito hacer una revista, tiene lo bueno de editar un libro, pero lo acompañas más, y no tienes el agobio del periódico.

P. ¿Cuál es tu relación con la columna?

R. Con la columna siempre he tenido una relación de lector, porque he sido siempre lector de periódicos. Por ejemplo, en la época en que vivía en los pueblos no había internet, y nos traían el periódico todos los días a las tres de la tarde. Y el fin de semana iba con mi padre al quiosco y los comprábamos todos. He sido lector de periódicos desde los 12 años y muchas veces la columna es el género por el que entras al periódico. Empecé a escribir algunas columnas en Heraldo, también en un blog que tenía, y en Letras Libres, columnas más largas. Y luego, cuando me llamaron de El País, me adapté a su formato de columna, que también tiene muchas ventajas. Para mí tiene algo de musical y de poético, y nunca sabes si la columna está bien, ni siquiera después de publicada, pero tienes una intuición de la extensión y la forma.

P. ¿Cómo surge la idea del hipster en la España vacía? ¿Qué está satirizando?

Empecé a publicar en Letras Libres textos que trataban la política española desde un punto de vista humorístico: uno de Vox que se enamoraba de una indepe, un país dividido brutalmente entre partidarios de Tolstói y lectores de Dostoievski. Veía a menudo a amigos urbanitas que tenían una visión idealizada del campo, como una especie de remanso, a menudo con esas ideas posmodernas. Y conocía los pueblos. Y se me ocurrió ese contraste: un urbanita ecologista, feminista, pos15M, que se va al pueblo a salvarles, sin que los habitantes se lo pidieran. Era un poco a la manera de Un yanqui en la corte del rey Arturo, o una especie de Quijote, porque en vez estar intoxicado por la literatura de caballerías está intoxicado por la teoría posmoderna. Luego vi que ese pueblo era como la aldea gala: podía dar una versión paródica de muchos temas de la cultura y política española, exagerando las contradicciones. Por una parte satirizaba la relación entre nuestras ideas y las cosas, partiendo de la oposición campo/ciudad y de la idea de que cambiar el lenguaje basta para transformar la realidad), por otro me permitía mucho jugar, hacer una especie de western o novela de aventuras. Volvía al paisaje de mi niñez, había algo de infancia recuperada en eso.

P. Antes escribiste un ensayo sobre el procés que titulaste El golpe posmoderno. ¿Te gustaría volver al ensayo político o este caso fue una excepción?

R. Sí, me gustaría. Además de leer mucho los periódicos, textos como los Diarios de Arcadi Espada, los libros de Jean-François Revel o los de Orwell, también me interesaron mucho y me despertaron el interés no solo por la escritura de no ficción, sino por el análisis de la política y su lenguaje. Y por eso escribí El golpe posmoderno y lo disfruté. Y tengo ideas para otros ensayos. Es verdad que el procés tenía muchos elementos que hacían que fuera interesante, hubo tanta producción de textos buenos que en mi libro explico mis cosas, pero también uso muchas fuentes. Creo que fue un momento muy deprimente, muy desasosegante, pero también un momento de efervescencia en la esfera pública muy curioso.

P. ¿Cómo titularías un libro sobre el post-procés?

R. En cierta manera hay un intento de retorno al pasado, es lo que se busca. No sé si se conseguirá, porque no sé si va a ser retorno al pasado, o regreso al futuro. Me gusta mucho 2017, el libro de David Jiménez Torres. Explica muy bien cómo queremos creer en la idea que dice de que llegaremos a un acuerdo y el nacionalismo ya no volverá a romper nunca los grandes acuerdos. Haremos lo mismo y esperaremos un resultado distinto, que no sé quién decía que esa es la definición de la locura (ríe).

P. ¿Y te preocupa que se insista en repetir el error?

R. Sí, claro que me preocupa. También es verdad que hay posiciones que yo entiendo. Hace unas semanas Miguel Aguilar escribió un artículo diciendo que los indultos, aunque podamos discutirlos por muchas razones, sí que han contribuido a aplacar la tensión. Me parece que es importante, y cómo no voy a reconocerlo. Pero al mismo tiempo, siguen, por ejemplo, sin respetarse los derechos lingüísticos de los castellanoparlantes en las escuelas. Además, hay razones para dudar de la idea de que si les damos lo que quieren, no van a pedir más.

P. Para terminar te voy a pedir dos cosas: que nos recomiendes una novela que te haya gustado, y consideres que no ha tenido el eco que merece, y que nos digas a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas.

R. Pues recomiendo las cuatro novelas de Félix Romeo: Dibujos Animados, que es una especie de novela de aprendizaje fragmentaria, Discotheque, que es su novela posmoderna, muy loca, noventera, muy divertida. Amarillo, que es la historia de Chuz Uzuel, que se suicidó. Y Noche de los enamorados, que cuenta la historia del compañero de celda de Félix (era insumiso y fue encarcelado) que había matado a su mujer, y cuenta toda la investigación. Es un libro bastante pionero porque está hablando de una violencia de género y de cómo se contó en los medios.

Y respecto a la segundo, estaría muy bien que entrevistarais a Ismael Grasa, que es un escritor de Huesca que ha vivido en China, que es también profesor de filosofía, y creo que es un gran prosista, un hombre muy inteligente, defensor de la libertad y de la Ilustración. Él dice que tiene una fe irracional en la razón.

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