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Cultura

Manuel Vilas: «El alcohol hace lo mismo que la literatura, es una droga que exalta la vida»

El poeta y narrador oscense publica una suerte de autobiografía poética mezclando poemas históricos e inéditos

Manuel Vilas: «El alcohol hace lo mismo que la literatura, es una droga que exalta la vida»

El escritor Manuel Vilas | Lisbeth Salas

Manuel Vilas narra en poemas, pero su narración no es ficticia, sino más bien una suma de verdades líricas, porque sus ojos así las vuelven. Hasta un cubo lleno de agua sucia (que en la 42 de Nueva York portaba un chino que le miró a los ojos con los suyos abrasados) puede llevarle a reflexionar sobre la vida grande, o la vida sucia. Le seduce incluso el olor a mozzarella y orégano de las pizzerías -«todas las formas de la vida son buenas»-. Y la mismísima actualidad purulenta, como la de la guerra en Ucrania, le lleva igualmente al amor o a la vida:

La historia se derrumba sobre mis hombros,

la tiranía se acerca, el nuevo Zar quiere matarme

y yo, como el viejo Dostoyevski,

solo quiero estar enamorado.

Portada de ‘Una sola vida’

Hay en la autobiografía poética que ahora firma Manuel Vilas, Una sola vida (Lumen, 2022), una llamada constante al erotismo como lupa de aumento de lo que la vida ofrece, algo así como el plus que da una piel cuando se eriza. Vilas le eriza la piel a la cotidianidad y lo hace porque quiere y porque puede; porque cumple una de las premisas más altas del género, la de mostrar la realidad desde un punto de vista distinto, sin necesidad de engolar el lenguaje ni oscurecerlo adrede. Admira a Whitman porque supo arrancarle la poesía a la academia y repartirla por la calle. A imagen del estadounidense, él vaga por las ciudades y los mundos tratando de evitar «la gran muerte de vivir en una sola forma». En THE OBJECTIVE le hemos cazado entre Valencia y París, a modo suo, como acostumbra, voluntariamente errante:

¿Podría escribir sin viajar?

Realmente no sé qué relación tengo con los viajes, tendría que ir a un psicoanalista porque no alcanzo a entender por qué viajo tanto. Es como si en el movimiento estuviera más tranquilo que en la pasividad. Mientras me muevo no caigo en vacíos existenciales porque me estoy moviendo. Si me quedo quieto, caigo en un abismo.

Algo de eso hay también en sus poemas. Dice al comienzo del libro: «El trabajo de mi vida, porque vivir es un trabajo, ha sido ella, la poesía. Toda la vida intentando ver poesía por todas partes. Porque si no sentía poesía por todas partes no sabía vivir». Vaya una declaración de intenciones… De hecho, he leído que lo de la novela fue porque tiene usted la mala costumbre de comer tres veces al día, pero que se siente poeta y elige la poesía para contar la propia vida.

En realidad a mí ahora me cae más cercana la novela, pero siempre he escrito poesía. Sé que hay géneros literarios, lógicamente, pero en mi cabeza hay una sola idea, que es la literatura. Por instinto sé qué cosas que veo en la vida van hacia la novela y cuáles hacia los poemas. La novela es infinitamente más agradecida porque tiene lectores, la poesía es casi una utopía ya, es una especie de ideal de belleza. 

Es terrible esto para los poetas… 

¿Eres poeta?

Me temo.

Yo empecé siendo poeta, de hecho hay un poema en el libro que se titula Juventud y poesía, uno de los inéditos, que cuenta un poco cómo los afanes del poeta joven acaban solo en eso, en afanes. De repente un buen día empecé a escribir novelas sin dejar de ser poeta. A mí me gustaría que la poesía extendiera más sus alas sobre la realidad y sobre el mundo, de modo que la gente la identificara como un género capaz de hablar de la vida.

Sobre eso, ¿por qué no es un pecado que la poesía sea narrativa y comprensible?

Yo lo que he buscado siempre ha sido hacerme entender. Creo que se puede hacer una poesía con el lenguaje de la calle sin renunciar a las grandes utopías de la misma. Toda mi obra es el intento de escribir poesía, con todos los abismos y densidades que el género entraña, pero con un lenguaje absolutamente cercano al lector. 

Se puede dar a conocer la realidad de un modo nuevo, sin deformar tanto el lenguaje de tal modo que nadie lo entienda. ¿Es eso?

Todo tiene sus peligros, tampoco puedes caer en un realismo estrecho o elemental. Pero sí, mi obsesión siempre ha sido dotar al género de capacidad para que hable de la vida actual, porque he visto que la poesía se quedaba reducida al ámbito académico. De ahí mi obsesión con Whitman, porque fue el primero que la sustrajo del medio académico y se la dio a todo el mundo. Tal vez por eso acabé yéndome a la novela, porque la poesía estaba solo en la universidad, en las cátedras, en la teoría de las literaturas, en todos esos sitios siniestros donde no había vida. Yo ahí no podía estar, claro. 

«Me daba consuelo y auxilio ver que había una afirmación de la vida a través de la poesía que fuese popular»

Con Whitman precisamente le comparan a veces. La cita del comienzo del libro es suya, de hecho. ¿De acuerdo con la comparación?

Yo soy muy whitmaniano porque es un espíritu de una vitalidad torrencial, y yo soy absolutamente vitalista, para mí la gran fuerza de la poesía es la vida, aun dentro de los horrores que esta tiene. Cuando lo leí con pocos años estaba más con la poesía de Baudelaire, Cernuda, Jaime Gil de Biedma o la poesía española de los 80 o 90, pero ya con treinta y algo me convertí al Waltwhitmanismo al ver también que la cultura popular americana, de la que yo soy muy fan, era hija de Whitman. El rock and roll, que fue mi educación sentimental en los años 70, Bob Dylan, Lou Reed y Springsteen, todos son hijos suyos. Me daba consuelo y auxilio ver que había una afirmación de la vida a través de la poesía que fuese popular. Hay otra en España que es la de García Lorca. Por eso es el poeta más vivo de la generación del 27, porque es un poeta popular.

Ese entusiasmo recorre todos los poemas de esta obra. Pero, entre los poemas históricos y los inéditos -como Final, Piel, Juventud y poesía- he tenido la sensación de que estos últimos van hasta los topes de melancolía; es como si hubieran bajado revoluciones, y tienen cierta resignación que huele a paz.

Has hecho un análisis perfecto (ríe). Ha ido bajando mi intensidad y hay uno, por ejemplo, La poesía, otra vez, en el que sí hay un desengaño con el género. Mi poesía era mucho más afirmativa a principios de este siglo, más vigorosa y potente, ahora hay un tono de melancolía también fruto de esa profunda soledad de la poesía respecto a los lectores, que a mí me parece terrible. Todos los poetas se acostumbran a que no haya lectores, yo a esto no me puedo acostumbrar porque la literatura es un bien mayor en la comunicación. Esa melancolía de algunos poemas nace del poco lugar que ocupa la poesía en el mundo. 

La poesía como trabajo. Hasta cuándo queda con un colega, luego escribe un poema sobre esa quedada.

Yo lo que he hecho muchas veces es camuflar la poesía y esconderla en la prosa, esto sí se puede, esto te lo dejan hacer (ríe de nuevo). Grandes novelas como Pedro Páramo o Cien años de soledad están llenas de poesía. En los dos casos hay un escritor detrás con un gran ímpetu poético. La poesía muchas veces se puede encontrar más en la prosa que en los libros de poesía. 

«Hablar de una década es muy impreciso, incluso un año en la vida de cualquier ser humano implica muchas cosas»

Vamos a la estructura. ¿Cómo realizó esa tarea de adjudicar los poemas a los distintos días? ¿Qué necesitó la elegía a su coche para entrar en lunes? ¿O la Codicia de todas las ciudades del mundo o el poema dedicado a su madre para ser miércoles

A mi familia los puse en miércoles porque es el centro de la semana, me pareció que debía ser el corazón del libro. La división del libro en siete días es un juego: quería trasladarle al lector la impresión del tiempo de un modo más elemental a cómo lo hacen los poetas a veces de forma abstracta. Hablar de una década es muy impreciso, incluso un año en la vida de cualquier ser humano implica muchas cosas. En cambio, una semana es un tiempo muy comunicable, todo el mundo tiene la semana como unidad de tiempo. Era una especie de juego con el lector y también una proposición: a ver qué dice Vilas del jueves, por ejemplo. Y luego están agrupados temáticamente en vez de forma cronológica, lo que daba como resultado un libro que parecía nuevo, que es lo que más me fascinaba, aunque muchos poemas sean antiguos. Es como cuando cambias los muebles del salón y de la cocina y de pronto parece otra casa. 

Otra categoría que puede apreciarse, o que al menos yo he apreciado, es que algunos de los poemas exudan alcohol y otros no. ¿Al abstemio le queda algo del modo de ver la vida, de exaltar la vida, que tenía al beber, o son estructuras que se pierden para siempre (o hay que buscarlas en otra parte)?

Fíjate, muy interesante lo que preguntas porque yo luego pensé que podíamos haber puesto al final un cuestionario para que el lector dijera qué poemas correspondían a mi época alcohólica y cuáles a mi época abstemia (ríe con ganas). Yo dejé de beber en el año 2014, así que todo lo que he escrito después está escrito sin alcohol. En mi época de juventud bebía muy poco,  pero de 2005 para arriba sí. Hay poemas que están sin alcohol y otros con mucho. Como están ordenados temáticamente no se puede saber, pero por el tono sí se puede averiguar. 

No shoes me imagino que es un ejemplo.

Ese es alcohólico total. Además muchos de los alcohólicos mencionan el alcohol. Yo me di cuenta cuando dejé de beber de que todo lo que creía que me daba el alcohol era mentira, todo estaba en mi cabeza; el alcohol no ayuda absolutamente para nada. Tampoco la exaltación de la vida, eso lo llevas tú de serie. Se puede ver la vida exactamente igual, pero ganando en serenidad y en precisión. Sin embargo, el 90% de los grandes escritores del siglo XX tuvieron problemas con el alcohol. 

Es muy cierto, pero no sé por qué tiene que ser así. ¿Casi por una cuestión de marketing?

No, no. Yo lo tengo muy controlado, es porque el alcohol hace lo mismo que la literatura, es una droga que exalta la vida. La literatura es lo mismo, lo que quieres hacer con la vida cuando estás escribiendo es elevarla.

Efectivamente. Pero leer no te deja resaca, es la grandísima ventaja.

Exacto (ríe con risa franca por última vez y nos despedimos. Manuel tiene que volar a su siguiente destino. París y la vida serenamente exaltada le esperan).

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