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Romanones, una zarzuela del poder

Mar Abad publica una ágil biografía novelada sobre esta figura capital de la política española desde la restauración borbónica a la Segunda República

Romanones, una zarzuela del poder

Uno de los gobiernos presididos por Romanones (1918). | Archivo

La herida que supuso la Guerra Civil en la sociedad española ensombreció todo lo acaecido anteriormente. La memoria de Álvaro de Figueroa y Torres, I Conde de Romanones, quedó también sepultada por esa enorme losa. Factótum del reinado de Alfonso XIII, y persona de la confianza del monarca, fue uno de los hombres más poderosos de su tiempo. «¿Tú quién te has creído? ¿Romanones?», su poderío se convirtió en parte del refranero popular pues, además de rico e influyente, fue tremendamente conocido. Al poco de morir, ya durante el franquismo, nadie se acordaba de él.

Alcalde de Madrid, ministro en varios gabinetes de la monarquía de Alfonso XIII, jefe del Gobierno en dos ocasiones, presidente del Senado, terrateniente, empresario de minas y dueño de periódicos, Romanones (Madrid, 1863-1950) fue un tipo peculiar y difícil de encasillar.

Gran seductor, departía con nobles y campesinos, mientras participaba en conspiraciones y derribaba gobiernos. Basaba su poder en el clientelismo y en la gran fortuna familiar, siendo el ejemplo paradigmático del político de la Restauración.

Portada del libro

Animal político contradictorio y apasionado, Romanones, el Maquiavelo de la Alcarria, simpatizó con el federalismo, pero fue un defensor a ultranza de la monarquía alfonsina. Liberal, fue sin embargo un defensor acérrimo de la aristocracia y sus privilegios. Laico, pero sin embargo católico. Constitucionalista, santificó el turnismo político e incendió el Parlamento con discursos memorablemente demagogos, para acabar apoyando a la dictadura de Franco. Por el camino, impulsó las reformas educativas más ambiciosas realizadas en España hasta el momento.

«Romanones basaba su poder en el clientelismo y en la gran fortuna familiar, siendo el ejemplo paradigmático del político de la Restauración»

La periodista y escritora Mar Abad acaba de publicar la obra Romanones. Una zarzuela del poder en 37 actos, una ágil y entretenida biografía novelada que es, según su autora, todo un tratado sobre el poder, un manual cínico, pragmático y muy actual, del juego y las trampas de la política. 

La obra pertenece a la serie Héroes y Villanos, una colección de la editorial Libros del K.O. que cobija pequeñas biografías de personajes históricos, no necesariamente ejemplares, contradictorios y, por ello, definitivamente irresistibles. Tras los volúmenes dedicados a Calomarde y a Lady Tiger, le toca el turno al conde de Romanones.

Abogado y político monárquico

La obra narra la vida del aristócrata, con el apoyo de las memorias de este, desde su juventud como abogado mediático, haciéndose cargo de casos que habían suscitado el interés de la prensa, hasta su ascenso al poder, cuando, a pesar de sus conspiraciones y estratagemas y de los pocos escrúpulos que demuestra en muchos momentos (fue uno de los instigadores de las guerras de Marruecos para explotar sus minas), fue siempre fiel a la monarquía.

Tras la proclamación de la II República, mientras los monárquicos abandonaban apresuradamente el barco, se encargó de negociar el traspaso de poderes y la salida de la Familia Real de España, siendo el único de los ministros alfonsinos que acompañó al rey en su marcha a Cartagena cuando este salía de Madrid camino del exilio. 

Productor de cine erótico

La fidelidad a la institución monárquica le llevó a realizar todo tipo de servicios a la Corona, incluyendo los más inimaginables. Uno de los más curiosos le supuso pasar a la historia como uno de los pioneros del cine para adultos.

Entre 1920 y 1926 Alfonso XIII encargó tres películas para su deleite personal. El confesor, El ministro y Consultorio de señoras fueron algunas de las primeras producciones hispanas de cine erótico, contando con el guion y la elección de casting del propio monarca: le trajeron a las actrices de los burdeles del barrio chino de Barcelona para que las seleccionase.

¿Pero cómo realizar estos proyectos sin provocar el escándalo? El Rey recurrió, como tantas otras veces, a su hombre de confianza. Romanones hizo de intermediario entre el Borbón y los directores de las películas, convirtiéndose en productor de las mismas para mayor satisfacción del monarca, que las visionaba posteriormente en el Palacio Real con sus amigos. Rodadas en blanco y negro y sin sonido, era todavía la época del cine mudo, duraban aproximadamente 30 minutos cada una y las historias, propuestas por don Alfonso, terminaban siempre igual: las señoritas acababan ofreciendo sus cuerpos a cambio de alguna contraprestación por parte de un personaje poderoso. Sin quererlo, o porque así lo tenían interiorizado, aquellas historias constituyen toda una metáfora de la España del momento que este nuevo libro se encarga de rescatar.

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