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'Indian Predator: Murder in a Courtroom': cuando las mujeres dijeron «basta»

La tercera parte de esta serie de documentales de Netflix se centra en un caso que dividió a la sociedad: el asesinato de un violador en serie a manos de sus víctimas

‘Indian Predator: Murder in a Courtroom’: cuando las mujeres dijeron «basta»

Una escena de la serie documental de Netflix.

La serie Indian Predator (Asesinos de la India en su versión hispana) está sorprendiendo a la audiencia de Netflix por la particularidad de las historias que cuenta y, sobre todo, por la detallada producción de cada episodio. En el pasado mes de julio se estrenó Indian Predator: Butcher of Delhi, un repaso de los asesinatos de Chandrakant Jha, quien regaba de partes de cuerpos desmembrados las calles Delhi. La segunda temporada se tituló Indian Predator: The Diary of a Serial Killer y sigue a Raja Kolander, un psicópata que hacía caldo con el cerebro de sus víctimas . Y ahora, este mes se estrena Indian Predator: Murder in a Courtroom, que narra un caso de linchamiento colectivo protagonizado principalmente por mujeres.

Lo primero que destaca en Indian Predator: Murder in a Courtroom, es el gran respeto por las víctimas. La violación en la India es sinónimo de muerte social. No solo las mujeres pierden cualquier oportunidad de conseguir esposo y por ende tener hijos, el mayor logro al que aspiran según sus tradiciones, sino que son expulsadas del propio seno familiar. De tal manera que las personas ultrajadas deben vivir con dolor, vergüenza y en el exilio.

El director Umesh Vinayak Kulkarni consigue que las mujeres cuenten estas traumáticas experiencias manteniendo la distancia y comprendiendo el dolor que significa para ellas repasar estos episodios de horror. Con mucha sensibilidad, el realizador evita el camino fácil, el amarillismo, para brindarle al espectador una lectura más profunda de lo sucedido. Y es aquí cuando toma valor la decisión de permitir a estos directores locales cierta libertad para que narren las historias de sus comunidades.

Historia con estilo

Indian Predator: Murder in a Courtroom comienza con una gran fuerza, con una canción que prácticamente explica el dolor que experimentó cada mujer y las razones para cumplir con el «ojo por ojo». Es fascinante como la letra y las imágenes se compaginan para, de entrada, ponernos en contexto. Umesh Vinayak Kulkarni escoge de manera muy inteligente un resumen de lo que se escudriñará en apenas tres capítulos: el asesinato colectivo de un violador.

El nombre de Umesh Vinayak Kulkarni ya había empezado a sonar en 2017 cuando su corto Kumbh trascendió las fronteras y fue muy comentado en Europa gracias a la intervención de Dinamarca en la producción. En este trabajo de 30 minutos no hay diálogos, solo vemos a dos jóvenes pasear y registrar todo lo que sucede en el Kumbh Mela, un gran festival en el que participan millones de hindúes. La mirada de estos muchachos «modernos» le permite a los espectadores acercarse a uno de los espectáculos religiosos más fascinantes del mundo.

En este trabajo más comercial para Netflix, Umesh Vinayak Kulkarni mantiene la misma distancia del corto, entendiendo que tiene en sus manos un caso que puede ser desconocido para muchos espectadores, pero que realmente planteó un gran dilema en India. ¿Tenía derecho esta comunidad a acabar con la vida de un hombre que primero robaba a placer y luego se convirtió en un violador en serie? 

La respuesta no es tan sencilla como se podría pensar, porque si algo tiene la serie Indian Predator es que muestra al detalle la pobreza en que viven ciertas comunidades y cómo esa pobreza no solo incide en la falta de oportunidades que provoca que los jóvenes caigan en el círculo de la delincuencia y violencia; esta circunstancia tiene un papel clave porque condena de facto a los propios habitantes, ya que en la práctica no son reconocidos por la ley como ciudadanos con derechos.

Si las autoridades hubieran hecho su trabajo, Akku Yadav no habría violado, según testimonios locales, a más de cuarenta mujeres, de todas las edades. Al estar involucrado con la policía y trabajar como infiltrado para delatar a rateros menores, consiguió inmunidad. Y esto es lo más triste de la avalancha de acontecimientos: el propio sistema judicial pudo evitar lo que sucedió el 13 de agosto de 2014 en el tribunal de Nagpur.

Es muy fácil para el espectador desprevenido juzgar a los residentes de Kasturba Nagar. De hecho, hay cierta displicencia al evaluar lo sucedido por algunos hombres que siguen relegando a las mujeres a un segundo plano. Algunos de los entrevistados en el documental creen que los asesinos de Bharat Kalicharan, verdadero nombre del criminal, fueron hombres que usaban prendas femeninas. De alguna manera, se desprecia el hartazgo de todas estas víctimas que estaban cansadas de vivir con miedo.

Sabemos que la violencia no puede ser la respuesta a la injusticia, sin embargo la historia de la humanidad ha demostrado que solo cuando los desamparados se cansan de ser las víctimas es que la sociedad voltea a verlos. Y es que incluso a pesar de las fuertes reacciones, como ha sucedido con los asesinatos de ciudadanos negros en Estados Unidos, el paso de los años devuelve todo al mismo lugar.

Es por eso que hay algo muy pertubador en el final de Indian Predator: Murder in a Courtroom: la satisfacción de saber que ese hombre que murió mutilado, sin genitales, por lo que no volvería a atacar a esta comunidad. Como espectador es imposible no empatizar con aquellas personas que decidieron defenderse después de haber agotado todas las instancias y tras haber sido abandonadas por quienes debían cuidarlas. Tarda uno en aislarse del relato y volver al discurso de la racionalidad que, como nos han enseñado, nos diferencia del reino animal. Sin embargo, por más que esa racionalidad nos domine, que hablemos desde el intelecto, queda cierta idea en el aire: que en algunas historias se trata de bandos, de un darwinismo apocalípitico. O comes o eres comido.

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