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Cultura

Ramoncín, el regreso del ángel caído

El músico madrileño, que vuelve a la capital para actuar este viernes en el Teatro Barceló, hace balance para THE OBJECTIVE de sus 40 años en la carretera

Ramoncín, el regreso del ángel caído

Ramoncín. | Martin J. Louis

Mediodía de un lunes de puente. Llaman a la puerta, suena el teléfono, y en la cocina se terminan unos callos a la madrileña. Antes de que Karlos Arguiñano salude a través de la tele, Ramoncín (Madrid, 1955) llama desde Barcelona; el sábado pasado estuvo tocando en la sala Luz de Gas y no tardará en abandonar el hotel. «Hemos incendiado Barcelona. Ha sido un concierto tremendo, de manicomio. La gente estuvo feliz desde el minuto uno hasta que acabó el concierto dos horas y media después. No paró nadie en ningún momento y hay quien ha dicho que ha sido el concierto más memorable que han visto en Barcelona. He dado aquí muchos y muy grandes conciertos».

El músico ha cambiado parte de su banda, tiene nuevos temas y no hay quien le baje de los escenarios. Ramoncín siempre está exultante, a pesar de ser lunes. Recuerda entonces la multitudinaria actuación del Paseo del Pintor Rosales en los ochenta en Madrid: «Sin exagerar, se dijo que hubo medio millón de personas, pero El País, en sus páginas, contaba 200.000. Una pena que no hubiera drones en ese momento». Ramón lleva cerca de 45 años de carrera desde que publicara Ramoncín y W.C.? en 1978, calza 66 para 67 y no se tiñe las canas. «Cuando pasan los primeros minutos de un concierto de estos, está todo muy lejos. En aquellas épocas ya obligaba a ponerme un provocador, no quería vallas. Odio que la gente esté tan lejos, pero esto ha cambiado; ahora le ves la cara a todo el mundo». Mediodía de un lunes prefestivo. Suena Putney Bridge.

PREGUNTA.- ¿Qué opinas de los festivales? ¿Es un circuito que se ha comido a las salas?

RESPUESTA.- La gente tiene derecho a elegir dónde quiere ir, pero a mí no me gustan, ni verlos ni participar de ellos. Pero no es de ahora, ¿eh?, que nadie se confunda; jamás me han gustado los festivales, salvo cosas muy concretas. Me parece que el festival va más allá de cómo entendemos nosotros la música. Igual es un pensamiento muy boomer y está equivocado en comparación con la gente que va, que se divierte, pasan un día completo tirándose por una tirolina, comen, cuando les gusta un grupo se acercan…

Pero soy más crítico con otras cosas, como que los cabezas de cartel de un festival, como puede ser por ejemplo el Mad Cool, no sean de Madrid. O por lo menos nacionales. También me preocupan mucho las cosas que he estado viendo de seguridad, cómo se paga a la gente que trabaja en esos festivales, qué condiciones laborales tienen y cuánto se le paga a los grupos nacionales normalmente por asistir a un sitio de estos. Pero no es algo por lo que pienso pelear, que lo peleen los demás, ellos sabrán lo que quieren hacer, pero a mí no me interesan.

P.- Dejaste de tocar gratis en las fiestas de los pueblos porque cuando no había que pagar entrada todo el mundo entraba solo para ver cómo hacíais Hormigón, mujeres y alcohol. Tampoco era tu público…

R.- Esa es otra cosa que ha cambiado un poco. Si yo mañana tengo que hacer un concierto benéfico, lo hago; no tengo que explicarlo. He hecho muchos y nadie va a dudar de lo que estoy diciendo, ¿pero quién ha ido a ver gratis a Bruce Springsteen? ¿Quién ha visto gratis a los Rolling Stones? ¿Quién ve gratis a Franz Ferdinand? Los guiris no vienen gratis jamás, salvo en aquellos años de Madrid con conciertos enormes en la Feria de San Isidro, como el de The Smiths. Esta cosa de pagar una pasta por ver a los guiris y luego acostumbrarte a ver a los españoles por la cara me parece fatal. Yo he hecho conciertos en la Plaza de Cataluña, pero cuando aquello se redujo al nivel de las ferias de los pueblos (con un escenario al final de la calle y a 50 metros de las tómbolas y los puestos de bocatas) tuve que parar. Fue una decisión muy particular. Pero te digo una cosa: todos los que se lo pueden permitir no lo hacen.

P.- ¿Fue en la época del directo Al límite. Vivo y salvaje?

R.- Sí. Desde que empezamos la grabación en el 90 hasta el 92. Y paré, porque llevaba sin parar desde 1978 y todos los años había publicado un disco. Era insufrible. Recuerdo que fue en Orense cuando me bajé de los escenarios. Manolo Galones, el técnico que lleva conmigo toda la vida, me preguntó qué me pasaba, que me estaba viendo un poco mal. «Manolo, tenemos que parar. Yo no me he metido en esto para fichar un día más en la oficina». Fue un trauma para todos. Llévabamos dos años seguidos girando con el disco en directo, reventándolo en todos los sitios con conciertos inmensos (en plazas de toros, en recintos cerrados y para todo el público, no solo en los pueblos).

Yo creo que era el único que cuando se metió esa noche en la cama pensó «hasta aquí». Los demás pensarían que era un arrebato de artista. Y yo jamás he tenido un arrebato de artista en mi vida, pero todo el mundo pensó eso. Había grabado 11 ó 12 discos, había tenido un éxito de puta madre, había hecho un montón de buenas canciones y todavía era joven. Había que parar. 

«Ahora me subo al escenario y pienso que igual este trabajo es de alguien que debía tener 35 años, pero aquí estoy yo haciéndolo»

P.- ¿Y mientras tanto?

R.- En todo ese tiempo, la banda seguía insistiendo, yo componía canciones, las tocábamos… En aquella época, Loquillo sacó Compañeros de viaje y cada vez que subía al escenario me preguntaba para cuándo el nuevo disco. De no haber hecho aquella gira no habría sido capaz de grabar Miedo a soñar, a seguir tocando, entender el negocio de otra manera… Posiblemente tampoco hubiera hecho El nuevo tocho cheli, aquel diccionario de jerga… Las cosas se producen porque se tienen que producir y hay que dejar que fluyan. Ahora me subo al escenario y pienso que igual este trabajo es de alguien que debía tener 35 años, pero aquí estoy yo haciéndolo. Hay que estar en el momento en que estás y hacer lo que consideras que debes hacer y nada es mejor ni nada es peor, solo son los gustos de la gente. Yo oigo cosas de C. Tangana que me fascinan, pero soy de una generación -o por lo menos por mis amigos del barrio o por algunos de mis compañeros laborales- que ha adorado a los anteriores. El otro día, en Barcelona, estaba Pere Gené de Lone Star y no sabes la ilusión que me produjo ver a ese señor allí.

P.- Versionaste a Lone Star en el disco de The Cover Band, ¿verdad?

R.- Sí, hice Mi calle. La otra noche, sin decir nada, canté a capela la primera estrofa de la canción. Y Pere estaba allí. Su hijo está haciendo una labor increíble para recuperar todos esos discos, algunos realmente maravillosos, porque han caído en el olvido, tío.

P.- ¿Cuál es la manera más rápida de caer en el olvido?

R.- Que te olviden tus compañeros, tus coincidentes laborales, no la gente. Aunque solo sea por respeto, por coincidencia laboral, siempre hay que pensar que tú no estarías haciendo esto si no fuera porque otros ya lo habían hecho antes. En este país a la gente no le duelen prendas reconocer la influencia de los Rolling Stones, de The Beatles o de The Police, pero les cuesta mucho decir que sin Los Brincos, por ejemplo, no hubieran hecho lo que han estado haciendo. Yo, la primera vez que canté a grito pelao en el portal de mi casa con una botella y un palo fue con Mi calle de Lone Star. Esto, en el rock, a la gente le cuesta mucho reconocerlo.

P.- ¿Por qué?

R.- Porque hay mucho fundamentalismo en el rock en este país. Hay que distinguir entre ser auténtico y ser de verdad; el auténtico se disfraza, pero el de verdad no. El disfraz de auténtico se lo puede poner cualquiera. A mí no hay nada que me guste más que ver a un contemporáneo que me enseñe algo. Pero aquí se sigue separando todo por grupitos. Me molesta mucho que la gente que invita a todo el mundo al escenario sea famosa. En mi caso, invito al escenario a quien lo necesita.

P.- ¿Crees que las canas están penadas?

R.- Fijémonos en la gente que sigue siendo grande… ¿A Mick Jagger, que lleva el pelo teñido, le perdonamos y a Paul McCartney, que ya no se lo tiñe, no le perdonamos? ¿Qué gilipollez es esta? ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Seguiría Elvis con ese tupé de color negro azabache? Que cada uno haga lo que quiera. Yo he tenido el pelo de colores, corto, largo… y, a veces, cuando me miro, me digo que cualquier día me lo tiño de azul. Lo que nunca haría sería teñírmelo de tal manera para disimular que es blanco. Me encanta mi pelo. Las chicas dicen que me sienta muy bien (risas).

«Spotify es un milagro. La pena es que no apareciera antes»

P.- ¿Cómo te sienta Spotify? Te leí protestar contra ellos porque mientras pagan muy poco a los artistas patrocinan al Fútbol Club Barcelona.

R.- A mí me parece que Spotify es un milagro. La pena es que no apareciera antes. La mayor putada que nos pasó a los músicos es que iTunes, Spotify y cosas así tardaron un poco en ocurrir. Si hubieran estado antes de Napster, las cosas habrían sido de otra manera. El asunto con Spotify no es que invierta en una cosa u otra, aunque es una empresa privada y puede hacer lo que le dé la gana, pero darle a alguien 0,0033 dólares por una reproducción me parece una auténtica limosna, porque solo van a ganar los que tengan un millón de reproducciones. ¿Y los que tienen 10.000 reproducciones? ¿Qué pasa con ellos? ¿No contribuyen a la calidad de esa red y a la calidad del conjunto de la música? Tiene que haber algo que compense. Que alguien haya tenido seis millones de reproducciones no significa que sea el mejor ni que innove más, pero el gusto es el gusto y las moscas comen mierda. Juzgar por el gusto es un error, entonces lo justo es que alguien que hace algo cojonudo sea compensado. Debería haber un reparto justo y no por reproducciones.

Ramoncín estalla contra ‘Cuéntame cómo pasó’ por una frase : «Es inadmisible». Contacto
El músico Ramoncín, en una imagen de archivo. | Contacto

P.- Veo en tu perfil de Spotify que tienes 78.168 oyentes mensuales…

R.- ¡Es la primera vez que lo oigo! No sé si me ha parecido mucho o poco, pero soy de los que cuando vendíamos 68.000 discos decíamos: «Bueno, no está mal, pero hay que llegar a 100.000». Ahora, si vendes 68.000 discos, creo que va a tu casa un camión lleno de discos de platino y un tren lleno de discos de oro. A mí, los discos de oro me han costado 50.000 y los de platino 100.000. Por eso tengo un disco de diamante por un millón trescientos y pico mil discos en total. Pero, créeme, me da exactamente igual. La vara de medir ha cambiado mucho. No sé si tener 78.168 oyentes mensuales en Spotify es mucho o es poco, pero si esos 78.168 oyentes mensuales vienen cada mes a mis conciertos será la hostia.

P.- ¿Sabe más Ramoncín por diablo que por viejo?

R.- Sabe más el diablo por viejo que por diablo. Pero creo que uno sabe más porque se aplica. No hay nada más interesante en la vida que aplicarse, pero de verdad.

P.- ¿Y vuelve el diablo de entre los muertos?

R.- El diablo es un ángel que se opone a la autoridad, y en esa oposición a la autoridad no quiere estar nunca muerto. 

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