Pedro Corral: «La gran lección democrática es reconocer a todas las víctimas por igual»
El periodista e investigador de la Guerra Civil conversa con David Mejía sobre su obra y su perspectiva sobre la Memoria Histórica
Pedro Corral (San Sebastián, 1963) es periodista e investigador de la guerra civil española, sobre la que ha escrito los ensayos Si me quieres escribir (Debate, 2004), Desertores. Los españoles que no quisieron la Guerra Civil. (Almuzara, 2017), Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil (Almuzara, 2019) y Vecinos de sangre (La esfera de los libros, 2022). Es, además, autor de tres novelas y ha sido finalista de los premios Planeta y Nadal. Entre 2000 y 2004 fue asesor en asuntos culturales del gabinete del presidente del Gobierno José María Aznar, y ha sido concejal del Ayuntamiento de Madrid y delegado del Área de Gobierno de Las Artes, Deportes y Turismo.
P. Vamos a empezar hablando un poco sobre tu infancia. Sé que naciste en Donosti, pero sé poco más.
R. Yo nací en San Sebastián de casualidad, porque mis padres estaban veraneando en Deba. Soy el noveno de doce hermanos, y soy el único que no ha nacido en Madrid. Y ya que había nacido en una ciudad tan bonita como San Sebastián, pues desde pequeño mi padre me cultivó esa vasquidad, y me fui haciendo donostiarra. Mis hijas me dicen que no me puedo llamar donostiarra, pero yo lo llevo muy a gala.
P. ¿Tu familia es de Madrid?
R. Mi familia es originaria de Tierra de Campos, de un pueblecito de Zamora que se llama Castroverde, de ahí viene mi familia más allá de mis tatarabuelos. Y luego se afincaron en Valladolid; mis padres son primos, son hijos cada uno de un hermano. La Guerra Civil los separó, uno vivió en Valladolid y el otro en Madrid, y se conocieron después de la guerra. Mi padre fue a estudiar Ingeniería de Caminos a Madrid y ahí conoció a su prima. Y el flechazo fue instantáneo entre los dos.
P. ¿En casa hablabais de la guerra?
R. En casa no se hablaba de la Guerra Civil. Lo que tenía mi padre era una gran biblioteca sobre la guerra civil, y recuerdo en concreto un libro muy espectacular llamado España en llamas, que se editó en el año 68. Recuerdo estar en el cuarto de jugar, hojeando el libro, viendo las fotos y me quedé muy impresionado de reconocer paisajes de Madrid, de nuestra vida de entonces, que aparecían reflejados en esas fotografías tan dramáticas, tan trágicas, de hombres armados y de bombardeos. Yo tendría en ese momento seis o siete años, y ya estaba quedándome perturbado con esas imágenes. Pero en casa se hablaba poco de ese tema, lo que sí que nos ha llegado son algunas historias de mis tíos y mis tías. Y hay una muy bonita en Valladolid. A mi padre, que tiene doce años cuando empieza la Guerra, le mandan el 18 o 19 de julio a la calle a comprar pan, y en esos momentos había lo que se llamaba los pacos, que eran personas que disparaban desde las azoteas a los militares y a las fuerzas de seguridad. En Valladolid había triunfado el golpe y entonces él, cuando sube a casa de vuelta de comprar el pan, se encuentra en la escalera a unos falangistas que se llevan detenido a un vecino. Mi padre se planta en la escalera y les pregunta que a dónde y por qué se lo llevan. Y le dicen que se lo llevan porque es un paco, que ha estado disparando desde las azoteas. Mi padre sigue plantado en medio de la escalera, con 12 años, y les dice «eso no es verdad, este señor ha estado con mis padres oyendo la radio todo el día». Los falangistas se quedan un poco chocados y suben a casa de mis abuelos para preguntarles si es cierto lo que dice su hijo, y ellos lo confirman. Yo tengo documentado que en esos momentos, en Valladolid, a los pacos se les aplicaba la ley de fugas, es decir, se les ejecutaba directamente, sin juicio. Y ese seguramente habría sido también el final de este señor, que era inocente. Curiosamente, mi padre jamás contó esta historia, se la hemos oído contar a sus hermanas.
P. ¿Y por qué crees que tu padre no hablaba de la Guerra Civil?
R. Creo que en la generación de la Guerra Civil hay muchos sentimientos y estados de ánimo. Pero creo que lo que caló fue lo que me dijo un veterano de la Guerra Civil, que era la extrema vergüenza que sentían como generación por lo que había ocurrido. Yo creo que eso pesó. Y también hubo cierta tendencia a interiorizar el dolor, las tragedias de cada familia, a no expresarlo. Hay una frase que me gusta mucho de Léon Bloy, que es «sufrir pasa, haber sufrido no pasa jamás». Y creo que así es para todas las familias, vivieran la guerra donde la vivieran, en una zona o en otra, la herida de la guerra civil es tremenda. Es verdad que en el caso de los vencidos, la herida de la guerra civil se prolongó, con el exilio, la cárcel y ejecuciones en la posguerra. Por eso creo que, aunque el esfuerzo ha sido enorme por parte de todas las personas que vivieron y sufrieron la Guerra Civil, no debemos olvidar la gran generosidad por parte de los que fueron del bando de los perdedores a la hora de conseguir ese abrazo de todos y para todos.
P. Volveremos sobre la Guerra Civil, por supuesto, pero quiero regresar al hilo biográfico. Yo hubiera pensado que la vocación de un niño tan interesado por la historia sería la de historiador, sin embargo, te decantaste por el periodismo.
R. Bueno, me decanté por el periodismo porque a los 17 años, que es cuando te plantas en la selectividad de entonces, pensé qué podía hacer, y lo que yo sabía hacer era escribir, tenía esa vocación de escribir desde prácticamente los 12 años. Y por eso pensé en una carrera donde pudiera contar cosas, donde tuviera que reflejar y describir la realidad. Es verdad que la historia me ha gustado siempre, pero cuando alguien dice «el historiador Pedro Corral», yo siempre corrijo, que los títulos los carga el diablo. Yo no soy historiador, puedo ser investigador de la Guerra Civil, pero soy sobre todo periodista.
P. La mayor parte de tu carrera periodística la hiciste en el diario ABC.
R. Eso es. Yo entro a la americana en el diario ABC. Tengo un recuerdo especial de dos personas, Julio Bravo, que era compañero mío en Periodismo, y Tomás Cuesta, Jefe de Cultura de ABC. Yo estaba trabajando sobre un reportaje sobre el estado de conservación de las pinturas rupestres en España y me quedé impresionado al «descubrir» en las Hoces del Duratón unas pinturas rupestres, y fui a preguntar al Ministerio de Cultura si estaban protegidas y catalogadas, y me encontré con un técnico que me explicó que el patrimonio rupestre español estaba totalmente abandonado, sólo el 10% de los yacimientos estaba protegido, el 90% quedaba expuesto al expolio y a la destrucción. Entonces, yo acababa de terminar periodismo, preparé un artículo sobre esto y lo llevé a ABC. Se lo di a Tomás Cuesta y lo publicó al día siguiente. Y ese día me llama mi compañero Julio Bravo, que estaba ya en ABC, y me dijo que había gustado mucho mi artículo y que si quería colaborar con el periódico. Entonces empecé colaborando por pieza en la sección de Cultura, y ahí estuve 14 años. Después fui tres años corresponsal en Roma, y después alguien me sugirió ir a Moncloa, de asesor de cultura de José María Aznar.
P. ¿Cómo pasa uno de trabajar en la sección de cultura de un periódico al Gabinete de un presidente?
R. Es por ese ansia de curiosidad impenitente que tenemos los periodistas. Me apeteció mucho conocer la vida al otro lado de la barrera después de haber estado informando de política cultural. Estuve del 2000 al 2004 y fue una experiencia muy buena, sobre todo por los grandes compañeros que encontré trabajando en Moncloa. Éramos menos asesores que los que tiene Sánchez ahora, pero verdaderamente fue una grandísima experiencia.
P. ¿Eras ya una persona politizada? ¿Te interesaba la política y te sentías comprometido con una ideología?
R. Siempre había hecho información cultural, aunque es verdad que nos metíamos un poco en el jardín de la política y de la gestión cultural: el Museo del Prado, el Reina Sofía, la política del libro, el fomento de la lectura. Pero donde hago un verdadero máster en política es en la corresponsalía en Roma. Creo que todos sabemos lo que es la política italiana. Mi antiguo jefe de internacional, Ramón Pérez-Maura, se acordará seguramente de las veces que le llamaba diciendo que iba a haber crisis de gobierno, que de ese día no pasaba. La experiencia en el gabinete de Aznar fue otro máster, yo no me consideraba tanto un fontanero como alguien que brinda ideas, propuestas y discurso.
P. ¿Aznar tenía interés en la política cultural? Me consta que es buen lector de poesía.
R. Sí, tiene en su casa una gran colección de poesía y tenía un interés genuino por la cultura. Nosotros hicimos mucho trabajo de reivindicación de la Edad de Plata, algo que es patrimonio de todos. Celebramos el centenario de García Lorca, trabajamos en la recuperación de la Residencia de Estudiantes, que era un proyecto que venía de la época de Felipe González, y que Aznar mantuvo. Y prueba de su verdadero interés es que se creó una Comisión delegada de Asuntos Culturales, lo que significaba tener muchos ministerios implicados transversalmente en política cultural.
P. ¿Y qué crees que ha fallado en la política cultural española?
R. Creo que queda una asignatura pendiente: asumir verdaderamente la potencialidad de nuestro legado cultural. Todavía lo seguimos viendo con cierto complejo. Todavía queda pendiente el hacer una política cultural transversal, y hay gente que no entenderá esta expresión, pero creo que a derecha y a izquierda todos podemos estar de acuerdo en que hay cierto patriotismo cultural que debemos reivindicar. Es un patriotismo en el que nos podemos reconocer todos, más allá de posicionamientos políticos o ideológicos. Somos legatarios de una gran herencia cultural y debemos no sólo preservarla, sino difundirla y potenciarla.
P. Uno de los proyectos principales en la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero fue la Ley de Memoria Histórica. ¿Esto provocó que se amplificara tu interés por conocer mejor la Guerra Civil?
R. Reconozco que así fue. Lo que vimos venir fue el comienzo de una gran ola de manipulación sobre el pasado de la Guerra Civil. Lo primero fue la ruptura de un acuerdo establecido durante la Transición, que era no hacer de la Guerra Civil un arma política. Eso se rompe con Rodríguez Zapatero, que ve claramente que la Guerra Civil puede provocar una tensión que le convenía. Él quería cerrar las filas de la izquierda en torno a un relato de la Guerra Civil de buenos y de malos. Ya se apuntaron algunas maneras en la campaña del año 96 de Felipe González con lo del dóberman, y Rodríguez Zapatero le termina de dar forma. Yo he estudiado las iniciativas sobre Guerra Civil y franquismo a lo largo de la democracia, y desde el comienzo de la democracia hay muchísimas iniciativas de reparación a los perdedores, sobre todo en cuestión de pensiones, de reconocimiento de grados a miembros de las fuerzas de seguridad republicanas, de restitución de los bienes incautados a partidos políticos y a sindicatos -creo recordar que es Aznar el que aprueba la Ley de restitución de bienes incautados a los partidos políticos-. Es decir, entre todos los gobiernos de distinto signo, desde la UCD, se ha trabajado en medidas de reparación. Zapatero, con ese adanismo que le fue consustancial, viene a vendernos que por vez primera se va a atender a las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo en España. Y a través de esa percha va fabricando un relato con el que empieza a sustituir la legitimidad que se había conseguido durante la Transición y se va a buscarla a la Segunda República. De ahí surge ese relato mistificado de una Segunda República idílica, donde no había ningún problema y todo avanzaba adecuadamente hacia el progreso, bienestar y libertad de todos los españoles. Es un relato que no se sostiene.
«Veo la memoria histórica y la memoria democrática como un gran señuelo, como una gran mentira para dividirnos»
P. ¿Cuáles dirías que son los principales mitos que habría que desmentir sobre la Segunda República?
R. Bueno, yo diferenciaría dos cosas. A partir del 18 de julio deja de existir la Segunda República y el Gobierno republicano intenta adecuar las instituciones republicanas al momento revolucionario que se da consecuentemente al golpe militar -así lo reconoce Azaña en algún momento-. Hay que reconocer que la Segunda República es saludada con grandes esperanzas a derecha y a izquierda, después de un régimen, el de la Restauración, que se ha ido cayendo a pedazos, sobre todo a partir de la dictadura de Primo de Rivera. Pero esas esperanzas son defraudadas inmediatamente, porque hay una parte del republicanismo que quiere que esa República sea una república de izquierdas, y piensan que solo ellos tienen legitimidad para actuar bajo ese régimen. Ese es el choque que se produce entre unos y otros, negándose la legitimidad para ostentar el poder en un sistema democrático de alternancia política. Considero que ese es el origen del cataclismo. Se puede dar más importancia al golpe del Partido Socialista y de la UGT en el 34, cuando Lerroux da entrada a tres ministros de la CEDA bastante moderados, que incluso van a potenciar la reforma agraria del bienio anterior. Como decía Raymond Carr, y también Salvador de Madariaga, ese fue el primer capítulo de la Guerra Civil, ahí ya tenemos dos Españas enfrentadas. Luego está la campaña de las elecciones de febrero del 36, con el mensaje machacón de la izquierda sobre la amnistía de los represaliados por el golpe del 34. Ahí ya hay un frentismo por las dos partes que no se sabe cómo se va a solucionar. Y el asesinato de Calvo Sotelo parece que es ya la chispa final de algo que se venía cocinando desde hacía tiempo.
P. Ya que hablas del golpe del 34, te quería preguntar por la figura de Largo Caballero. Ha habido una disputa en Madrid respecto a si es o no merecedor de una calle.
R. Personalmente me parece un error quitar una placa en la que se recuerda que una persona nació en tal edificio. Me parece que no va a ningún lado. Otra cosa es que quites una placa que diga que se honra a esta persona, porque fue el autor del golpe del 34. Pero me parece que si empezamos a quitar las placas que recuerdan quién nació en tal sitio, según nos caiga el personaje o se adecúe a nuestros planteamientos ideológicos o políticos, no quedaría ni un monumento, ni una estatua, ni una placa en toda España. Sobre Largo Caballero se suele decir que todas sus exaltaciones sobre la dictadura del proletariado eran de boquilla. Pero lo que hay que ver es qué razón tenía decirlo, y era ir creando un caldo de cultivo en el que sabes que tus seguidores van a comprar ese mensaje. Y no hay más que repasar los periódicos de la época para ver que ese mensaje de la dictadura del proletariado, de ir a por la clase burguesa, de esta democracia no nos sirve, no era solo marketing político, había un proyecto detrás. Lo que ocurre en España en los años 30 es que unos y otros se tienen miedo respectivamente. Unos temen que se vaya a ir a la revolución comunista y otros piensan que lo que va a hacer la CEDA es imponer el fascismo italiano o el nazismo alemán. Entonces se llega a un extremo donde se anula por completo la legitimidad del contrario. Y parece que fuera un camino irremediable el de la Guerra Civil, pero no estoy de acuerdo, yo estoy con Josep Pla en que la Guerra Civil se podía haber evitado. Lo que faltaron fueron políticos inteligentes, capaces de sacrificar sus planteamientos maximalistas para llegar a un terreno de entendimiento.
P. Te he leído que el 90% de los combatientes fueron reclutas forzosos, lo cual desmiente otro mito sobre la Guerra Civil, que es que la población estaba muy politizada y sobre todo muy polarizada.
R. Sobre la deserción apuntaba ya algunas realidades Michael Seidman en su libro A ras de suelo: historia social de la República durante la guerra civil, y lo que arroja la documentación es un verdadero desmentido de esas fotografías épicas de los milicianos voluntarios en un lado y otro. Cuando te vas al dato preciso y riguroso de la historia, te encuentras con que los sublevados llaman a filas a los primeros reemplazos en agosto del 36. El gobierno republicano intenta hacer lo mismo ese mes, pero hay una revuelta anarquista diciendo que no van a permitir la llamada de reemplazos para refundar un ejército regular que ha quedado disuelto por faccioso. Pero Largo Caballero consigue finalmente empezar la recluta en septiembre, y en octubre tiene ya en marcha las primeras unidades del reconstituido Ejército Popular de la República; es un auténtico milagro la creación de ese ejército en tan pocos meses. Pero si pensamos que en agosto unos ya están llamando a reclutas forzosos y en septiembre están llamando los otros, nos damos cuenta de que no tienen gente con la que matarse. Estaba el ejército profesional traído de África con el puente aéreo, los regulares, los legionarios, los voluntarios carlistas, los falangistas… como estaban los comunistas en el quinto regimiento y los socialistas. Pero se dan cuenta de que para sostener una guerra no es suficiente. Ahí es donde entra la casuística de hombres llamados a reemplazo que se ven obligados a coger el fusil y disparar contra su vecino o contra su hermano. Yo he conocido veteranos que me han contado que estuvieron luchando en el mismo sitio en el que luchó en el otro bando uno de sus hermanos. Eso es una guerra civil, es una guerra fratricida. Y lo que encuentro en la documentación es una panoplia inmensa de medidas de represión de los dos bandos contra los desertores y los prófugos. Hay un dato de Michael Seidman que te descompone toda la imagen de la Guerra Civil, y que luego he encontrado en otras unidades: en algunos frentes pasivos moría más gente disparada por los centinelas cuando intentaba desertar que por fuego enemigo. Entonces, ¿de qué guerra estamos hablando? Pues esto es lo que sucedió en la guerra de España. Habrá gente que siga empeñada en vendernos exclusivamente la épica y la leyenda del valor y del idealismo -que por supuesto existe, yo no lo voy a negar-, pero lo que existe también es el recluta que se pega un tiro en el pie o en la mano para dejar el frente, o el que se contagia de venéreas para obtener una excusa médica para no estar en el frente. Antes de la batalla del Ebro, se llegó a castigar como automutilación el tercer contagio de venéreas, un delito que se pagaba con penas de cárcel. Pero como veían que incluso al final conseguían su propósito de irse del frente, se subió el castigo a pena de muerte. Y eso ocurrió en los dos bandos.
P. Tu obra insiste en que la verdad de la guerra está en las microhistorias, que buena parte de la verdad escapa del gran relato y de la actividad de las élites políticas. ¿Qué verdades encuentras en esas microhistorias?
R. La biografía de la Guerra Civil es en muy buena parte la biografía de los grandes dirigentes, de los militares, de los líderes políticos. Pero creo que parte de la verdad de la Guerra está en los testimonios de personas anónimas, que reflejan la extrema complejidad de la Guerra Civil. Hubo un maremágnum de decisiones que se tienen que tomar prácticamente al minuto. Y he encontrado casos como el de Lázaro Aguilera, un chico de Renovación Española, el partido de Calvo Sotelo. Cuando empieza la Guerra Civil le detienen en una checa anarquista y le dicen que tiene dos opciones: o trabajar para ellos denunciando a derechistas o le pasean. Él elige trabajar para ellos y empieza a delatar a personas que sabe que están de vacaciones. Entonces las milicias llegan a una casa y no hay nadie, están de veraneo; van a otra casa que les señala y tampoco hay nadie. Y la tercera o cuarta vez se dan cuenta y ahí empieza su calvario porque tiene que dar nombres de gente que sabe que están en Madrid y que son asesinados después de su delación. Bueno, pues este chico monárquico, católico, del partido de Calvo Sotelo, al final de la guerra es fusilado por Franco por haber colaborado con una checa anarquista. Entonces, esto descuadra mucho, este chico es una víctima de quién, dónde lo situamos. Es todo muchísimo más complicado. Hay otro caso, el de los soldados que empiezan la guerra en un bando, les hacen prisioneros los adversarios y los reutilizan, los vuelven a enviar al frente. Son españoles que han hecho la guerra en los dos bandos. Entonces, los árbitros de la memoria histórica y los señores que llevan la máquina de etiquetar españoles, ¿qué hacemos con estos? Yo pensaba que todos habíamos asumido que la Guerra Civil fue una grandísima tragedia para todo el mundo y parece que ahora se está diciendo que aquí sólo hubo tragedia para unos y que los otros ya estaban reconocidos. Ese reconocimiento sectario no me vale. Me parece que una democracia debería reconocer a todas las víctimas, a todos los que sufrieron, por igual.
P. En tu último libro, Vecinos de sangre, te ocupas de lo que sucedió en Madrid en los primeros meses de la Guerra. Y lo haces a través de un archivo muy particular, que es el testimonio de los porteros de fincas.
R. Esta es una documentación que está al alcance de todo el mundo, concretamente en PARES, el Portal de Archivos Españoles. Yo la fui a consultar por temas de familia, y son declaraciones juradas de porteros y de vecinos hechas después de la Guerra. Los franquistas, cuando entran en Madrid, obligan a los porteros y a los dos vecinos más antiguos del inmueble, siempre que no fueran de partidos o sindicatos del Frente Popular, a hacer una declaración jurada con todo lo que había ocurrido en ese inmueble durante la guerra: asesinatos, robos, detenciones, incautaciones. Yo iba buscando un dato de mi familia, de la casa donde había vivido mi abuelo, y entonces fui pasando páginas y páginas, y me encontré con lo que resultó ser un testimonio muy vivo, muy directo, de lo que había sucedido en las casas de Madrid durante la guerra. Y eso me lleva a lo que comentábamos antes de las microhistorias. En cada inmueble hay un compendio de microhistorias, y he tirado del hilo a ver cuál era la verdad en esas declaraciones juradas contradictorias, la del portero que decía que él se había portado fenomenal con los vecinos o las de los vecinos que decían que el portero había sido un canalla. Y lo que he intentado reflejar es un retrato del Madrid de la Guerra Civil en todos los sentidos, el hambre, los bombardeos, la represión, las checas, la llamada a filas… Me ha quedado un relato muy de patio de vecinos, a pie de calle, de lo que fue la Guerra Civil contada por quienes la vivieron.
P. El libro tiene algunos datos estremecedores, por ejemplo, que quienes acudían a informarse sobre el paradero del cadáver de un familiar, corrían el riesgo de ser asesinados.
R. Era peligroso ir a preguntar. Por ejemplo, en el cementerio del Este, está acreditado por algunos de los testimonios que he encontrado, que gente que iba a preguntar por un hermano o por un hijo asesinado en ese cementerio era también asesinada. La verdad es que es un relato a veces muy crudo, pero también lleno de solidaridad, de generosidad y de compasión. Hay muchísimos ejemplos de atrocidades, pero también de un comportamiento solidario que me llamó la atención. En algunos inmuebles se da una especie de acuerdo tácito para que la guerra pase haciendo el menor daño posible, protegiéndose entre todos, se fuera de izquierdas o de derechas. En cambio en otros inmuebles, es la guerra civil declarada en el propio inmueble.
P. Permíteme una pregunta un poco metafísica. Tras conocer estas historias tan crudas, ¿qué opinión te queda sobre la condición humana? Es decir, cuando estás viendo a personas que un día se saludan en la escalera y el día siguiente se están delatando y enviándose a la muerte. Yo entiendo que los vecinos del 36 tendrían una relación similar a la que tengo yo con mis vecinos en este momento. ¿Convivimos con personas que son capaces de tanta maldad?
R. Una de las cosas que puede responder a tu pregunta es entender cuánta gente hizo el mal por miedo, porque si no hacían ellos el mal se lo iban a hacer a ellos. Por supuesto, existe el libre albedrío, la gente buena y la gente mala, pero hubo muchas personas que se vieron forzadas por el miedo a lo que les iba a pasar si no hacían lo que les pedían, como el ejemplo que he comentado antes del chico de Renovación Española. Al final uno descubre que es absolutamente insospechable lo que podemos hacer los seres humanos en una situación de esa tensión y de esa magnitud de tragedia y de barbarie. Puede salir lo mejor o lo peor. Y la figura que más me ha marcado de todo el libro es Melchor Rodríguez, el dirigente anarquista, inspector de prisiones primero, luego delegado, que detiene tantas matanzas.
P. El llamado «Ángel rojo».
R. El Ángel Rojo se incauta de un palacio en la calle Duque de Rivas, y lo camufla de checa. Él pertenece a un grupo de FAI que se llaman Los Libertos, y hace ver que ahí está funcionando una checa. Lo que está haciendo en realidad es crear un refugio para personas perseguidas, y la gente iba al palacio del duque de Rivas a pedir protección. La gente llamaba a Melchor Rodríguez y le decía «véngame usted a detener, porque sé que en sus manos estoy seguro». Yo tengo un capítulo dedicado a multitud de ángeles rojos, de personas que jugándose la vida, protegen a sus vecinos de derechas; y hay historias muy conmovedoras de porteros con el carné de UGT de principios de siglo, haciéndolo valer delante de milicianos armados, poniéndose delante de la portería y diciendo que ahí no entraban. Y se jugaban la vida, porque hay otros casos en los que llegaban los milicianos y lo primero que hacían era pegarle un tiro al portero. Yo me quedo con eso del libro, que tiene historias muy duras, pero hay un remanso de bondad, de generosidad por parte de muchas personas, más allá de su ideología política. Y cuando entran los nacionales en Madrid, mucha gente de derechas defendió a los de izquierdas y los avaló. Hay una historia muy bonita de un portero al que recuerdan todos los vecinos porque les defendió. Ese portero fue llamado a filas por el Ejército Popular y muere en combate, luchando en el frente, cumpliendo su deber como soldado de reemplazo. Y es muy emocionante porque los vecinos tienen un recuerdo fantástico de él y así lo hacen ver en la declaración. Yo me quedo con esas historias. Octavio Ruiz Manjón tiene un libro llamado Algunos hombres buenos que va en esa línea de reconocer a estas figuras que supieron trascender la batalla cruenta, ideológica y política, para hacer valer, por encima de todo, los principios de humanidad.
«La primera exposición sobre el exilio republicano se inauguró bajo el Gobierno de Aznar. Y ahora viene Pedro Sánchez a decir que por vez primera se va a recordar a los exiliados»
P. Podríamos pensar que en la España actual sucede algo similar a lo que sucedía en los años 30: son las élites las que están divididas, entre los ciudadanos hay más consenso en materia de memoria del que nos quieren transmitir. Sospecho que una mayoría de españoles apoya que se exhumen las fosas, que quienes yacen en ellas reciban la sepultura que quieran darles sus familiares… entonces, ¿cuál es el problema?
R. En España deberíamos asumir con más naturalidad el disenso y la discrepancia. Podemos pensar diferente y tenemos la misma legitimidad para pensar lo que queramos. Es cierto que ahora hay muchas propuestas legislativas de una grandísima carga ideológica, como ya se vio en parte con Zapatero. Y veo la memoria histórica y la memoria democrática como un gran señuelo, como una gran mentira para dividirnos. Hemos hablado de fosas. Cuando yo pregunto al gobierno actual cuántos restos de personas se han exhumado con las ayudas que concedió Rodríguez Zapatero entre 2006 hasta 2011, me responde que no lo saben. Es decir, se realiza una subvención pública para exhumar restos de víctimas de la Guerra Civil y del franquismo, y nadie ha contabilizado cuántas personas se han exhumado con esa financiación. ¿Alguien en el Gobierno tiene verdadero interés en esto? Por cierto, dos tercios de la financiación para la memoria histórica de Zapatero iban para cualquier cosa menos para la exhumación de fosas. De los 24 millones de euros, se adjudicaron 8 millones para la búsqueda y exhumación de fosas. Los otros 16 millones fueron a parar a Fundaciones del PSOE, de la UGT, etcétera, que está muy bien, pero ¿dónde están los estudios realizados, los resultados obtenidos? ¿O acaso era una excusa para repartir una financiación extraordinaria a tus grupos y fundaciones afines? Además, la Ley de Memoria Democrática establece taxativamente que no se podrá reclamar ninguna indemnización al Estado, es decir, que no hay responsabilidad patrimonial del Estado. Entonces es un mero decorado que sirve simplemente para provocar tensión, para que nos enfrentemos y dividamos a cuenta del pasado. En mi opinión, la Ley de Memoria Democrática debería haberse centrado exclusivamente en el asunto de las fosas. Francisco Etxeberría, que es el asesor de Pedro Sánchez en este tema -y seguramente el que más sabe en toda España-, dice que quedan unas 20.000 víctimas por recuperar. Pues pongámonos a ello, con una financiación prevista para varios años, y liquidemos este asunto. Por humanidad y por las familias que tienen esa legítima aspiración. A parte de eso, han añadido una disposición adicional para crear una comisión que verifique si entre el año 78, el año de la Constitución, y el año 83, que es un año después de la victoria de Felipe González, se hicieron atropellos a los derechos humanos a personas que defendían la libertad y la democracia. Pero España era una democracia plena ya desde el año 78, o como dice el profesor Roberto Villa, desde la Ley de Reforma Política, que es nuestra pre-Constitución. Bueno, pues con esto le han dado la razón a Bildu en su idea de prolongar el franquismo hasta el año 83, en pleno gobierno del PSOE.
P. Y si el oportunismo es el pecado de la izquierda, ¿qué errores ha cometido la derecha en esta materia? Por ejemplo, recuerdo a Rajoy diciendo que iba a gastar «cero euros» en memoria histórica.
R. Yo lo he dicho varias veces en público, eso fue un error, creo que no debió decirlo, ni jactarse de ello, ni debió retirar todas las subvenciones. Porque es en el único punto en el que todos podemos estar de acuerdo, es un tema que hay que resolver. Zapatero saca en 2007 la Ley de Memoria Histórica, en un momento en que estamos con el Pacto del Tinell, con el cordón sanitario. Y la Ley de Memoria Histórica se vivió como un ataque hacia el Partido Popular, porque se entiende que Zapatero está jugando a sacar los disfraces de la Guerra Civil y ponerse él de miliciano para endosarle al PP el de falangista, por ponerlo gráficamente. Y eso provoca una reacción defensiva. A pesar de eso, en la Comisión Constitucional el PP vota a favor de los artículos que vienen a establecer una serie de mejoras en las reparaciones a las víctimas de la Guerra Civil y del Franquismo, porque es lo que se había estado haciendo desde el año 77 por parte de todos los gobiernos y de todas las fuerzas políticas: aprobar las medidas de reparación. Lo que pasa es que Zapatero adorna esas seis medidas de reparación con la alharaca de que ahora se estaba haciendo justicia y que nunca se habían hecho reconocimientos a las víctimas de la Guerra Civil. Y claro que se habían hecho. La primera exposición sobre el exilio republicano se inauguró bajo el Gobierno de Aznar. Y ahora viene Pedro Sánchez a decir que por vez primera se va a recordar a los exiliados. Por cierto, a los exiliados hay que recordarlos, pero que no se olvide tampoco de los exiliados de la zona republicana en plena guerra civil, como Clara Campoamor, que tuvo que salir corriendo de Madrid para que no la mataran. En definitiva, esta mirada al pasado buscando rédito político no nos va a conducir a nada.
P. ¿Consideras que hay alguna obra de ficción, película o novela, que haya capturado las complejidades de la Guerra Civil que has descrito?
R. Me quedaría con una película que creo que las deja trazadas, que es La vaquilla de Luis García Berlanga. Esa tierra de nadie en la que salen los toreros de un lado y de otro a torear a esa vaquilla prácticamente ya moribunda. En algunos frentes, en esa tierra de nadie era donde más gente moría, disparada por sus propios correligionarios, y hay muchas historias que contar. Puede ayudarnos a ponernos en el pellejo de todos y cada uno de sus protagonistas. Siempre digo que hay tantas guerras civiles como españoles la vivieron, la sufrieron o la protagonizaron. La gran lección democrática es que a todas las víctimas de atropellos a los derechos humanos las reconozcamos por igual.
P. Terminamos con la pregunta habitual, ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?
R. Al director de teatro Juan Carlos Pérez de la Fuente. Creo que es una persona muy interesante, aparte de un grandísimo director teatral y dará mucho juego.