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Antonio Caño: «Cuando Sánchez ganó las primarias, supe que dejaría de dirigir 'El País'»

El periodista habla sobre sus memorias, que abordan sus más de 40 años de carrera periodística, con especial énfasis en su etapa como director del diario ‘El País’

Antonio Caño es periodista. Desde mayo de 2014 hasta junio de 2018 fue director de El País, periódico en el que antes había sido subdirector, redactor jefe, fundador de El País América, corresponsal en Estados Unidos, México y Centroamérica y enviado especial en numerosas misiones informativas en todo el mundo. Es autor del libro Rubalcaba, un político de verdad (Plaza y Janés, 2020) y el 8 de noviembre publicará un libro de memorias: Digan la verdad. Memorias de un periodista y apuntes sobre un oficio en peligro de extinción (La esfera de los libros, 2022).

P. He podido asomarme a tus memorias y leo una frase que me ha llamado mucho la atención, dices: «En realidad es poco probable que si pudiera volver a elegir, volviera a ser periodista».

R. Bueno, porque yo no tengo mitificada la profesión de periodista, sobre todo después de haberla ejercido y de conocerla en los tiempos actuales. Desde mi punto de vista, el periodismo no es la mejor profesión del mundo, aunque es una buena profesión que en mi caso me ha permitido vivir decentemente y tener experiencias de las que me siento muy satisfecho. Pero hay en torno al periodismo una mitología excesiva, y creo que hay otras profesiones excelentes que permiten una aportación a la sociedad enorme. Por tanto es probable que, después de haber sido periodista, si yo tuviera oportunidad de elegir, elegiría otra profesión, aunque sólo fuera por cambiar.

P. Pero denota un punto de decepción.

R. De decepción, no, lo que digo es que la mayor parte de los periodistas, cuando hablan de su pasado tienden a decir que siempre serían periodistas. Eso yo no lo tengo tan claro, el periodismo me ha dado satisfacciones pero también decepciones. Y a veces los periodistas tenemos un concepto excesivamente alto de nosotros mismos y de lo que significamos en la sociedad.

P. Una de las cosas que sí te ha dado la profesión, como cuentas en tu libro, es esa posibilidad de abrirte al mundo.

R. Efectivamente, el periodismo fue para mí un pasaporte al progreso y al conocimiento del mundo. La primera publicación en la que escribí se llamaba Actualidad Política Extranjera, un pequeño boletín que dirigía Enrique Vázquez. Las primeras pesetas me las gané ordenando el archivo de Enrique y recortando noticias de Le Monde. Desde el inicio, el periodismo ha sido el que me sacaba de España y me transportaba a otros países, otras culturas. Cuando empecé en la agencia EFE, la primera oportunidad que se presentó de salir fuera fue Guinea Ecuatorial, que tenía alto riesgo en ese momento, en el año 79, era una auténtica aventura. Había un vuelo de Iberia que iba una vez por semana y te dejaba en el aeropuerto de Malabo. Y a partir de ahí era entrar en un mundo desconocido, en el que tenía que transmitir las crónicas por telégrafo y en el mejor de los casos conseguía comunicar con Madrid una vez al día, por la noche, con muchas dificultades. Era un periodismo que se hacía a base de mucho esfuerzo y persistencia. Pero se aprendía a sobrevivir en situaciones difíciles, y había mucha solidaridad entre compañeros, teníamos que ayudarnos mucho para hacer frente a las dificultades de entonces. Y esa es mi escuela. Había allí algunos periodistas que eran mis referentes, como Manu Leguineche al que yo seguía en aquella gira por Guinea Ecuatorial.

P. Te incorporas a El País en el año 82, que había nacido pocos años antes, y era el periódico que daba voz a la izquierda.

R. Bueno, daba voz al que no la tenía. Es muy importante resaltar esto, porque lo importante de un periódico que quiere ser relevante para la sociedad es aportar los argumentos que no están en el pensamiento dominante. Entonces era enormemente atrevido publicar un artículo de Simón Sánchez Montero, que era un dirigente comunista al que ningún periódico publicaba y al que nadie se atrevía a entrevistar. Eso es diferente a ser un periódico de izquierdas. Quizás en este momento, lo rupturista e innovador no sería entrevistar a una figura de izquierdas, que tienen muchas plataformas en las que expresarse, sino buscar otro tipo de figuras que tienen menos voz. El País en ese momento era, sin ninguna duda, el periódico que leía toda la sociedad, el periódico de la democracia española. Era un gran periódico, lleno de periodistas enormemente motivados, con un alto reconocimiento social en la España de entonces, dirigidos por un director muy innovador, con un carácter y una energía contagiosa. Pertenecer a El País en ese momento era alcanzar la cumbre, y así me lo tomé cuando llegué.

P. Sin embargo, dices que siempre fuiste más un reportero que un periodista. En los años 80 fuiste corresponsal en México, cubriendo también Centroamérica, donde viviste conflictos, sobre todo en Nicaragua y El Salvador, que te impactaron mucho. ¿Cómo recuerdas esa etapa?

R. Déjame poner énfasis en el hecho de que siempre he sido un reportero, y al final creo que sólo he sido un reportero. Todo lo demás ha venido un poco por añadido y casi forzado por razones biológicas. En este momento soy columnista porque no puedo ser reportero; y fui director de El País como consecuencia de ser un reportero. Parte de mi debilidad es que nunca dejé de ser un periodista de calle, y me costó mucho tener que gestionar los equilibrios y la política que se necesitan para ejercer ese puesto. Pero volviendo a tu pregunta, efectivamente, el acontecimiento que más me ha impactado en mi carrera, y por el que empiezo el libro, es el asesinato de Ignacio Ellacuría. Estaba tan cerca de él antes de su muerte y estuve tan cerca de su cadáver cuando lo asesinaron, que es una imagen que no me ha abandonado nunca. La guerra de El Salvador era una guerra cruel, brutal. Vi escenas espantosas, como soldados que les cortaban las orejas a los guerrilleros y las iban insertando en un collar que se colgaban al cuello, y también guerrilleros llenos de odio, crueldad por los dos bandos. En fin, probablemente lo propio de una guerra civil, que es lo que fue aquello. Me impactó mucho la Revolución Nicaragüense, que desde luego no tuvo la trascendencia histórica de la Revolución Cubana, pero para mi generación fue una especie de alternativa interesante. La guerrilla sandinista, con esa estética que era tan atractiva en la época, durante un tiempo ejerció una enorme fascinación sobre mí como persona y periodista. Es verdad que, como pasé mucho tiempo allí, esa fascinación no tardó en convertirse en decepción, porque esa revolución, como otras muchas, no tardó en degenerar y en convertirse en un régimen despótico y antidemocrático.

Carmen Suárez.

P. ¿Y cómo veías la intervención de Estados Unidos en la región?

R. La veía mal, probablemente con la inocencia de un joven periodista de 30 años al que le parecía injusta esa competición tan desigual entre la primera potencia del mundo y un país pequeño y pobre de Centroamérica. Y ese aspecto, incluso mirado con la perspectiva del tiempo, era injusto. Claro, es verdad que Estados Unidos, que no tiene una visión tan naif de la política internacional, estaba defendiendo sus intereses, y Nicaragua estaba sirviendo de plataforma para Cuba y para la expansión de una ideología revolucionaria comunista. También es cierto que tenían tratos con el narcotráfico y que defendían intereses que Estados Unidos consideraba hostiles. Estados Unidos no se podía permitir el triunfo de esa revolución en una zona tan próxima a su territorio que podía producir un efecto de contagio en otros países de la zona. Yo creo que no se habría producido porque la revolución fracasó sin necesidad de mucha intervención extranjera, por la propia corrupción, la inexperiencia y la ambición de los que dirigían el régimen. Ellos mismos se bastaron para liquidarla. Y EEUU contribuyó a ese fracaso.

P. Poco después, a principios de los 90, te nombran corresponsal en Washington. Llegas a Estados Unidos en una época dorada, al filo del fin de la historia. ¿Percibías ese optimismo cuando llegaste?

R. Llegué a Washington en el año 91, justo en un momento de transición, era entonces presidente George Bush padre. Estados Unidos estaba en su mejor momento histórico, y poco después vendría la caída de la Unión Soviética, la desaparición del comunismo y el fin de la historia que nunca significó lo que realmente se interpretó. Pero en fin, yo creo que la manera en que estaba planteado sí supuso el fin de una historia, el fin de la fantasía comunista. Yo he conocido Estados Unidos en su mejor momento, que es ese, y lo he conocido probablemente en su peor momento, que es con la presidencia de Trump. Y es muy triste ver esa evolución en Estados Unidos, porque siento un vínculo personal fuerte con ese país, allí nacieron dos de mis hijos y allí he desarrollado gran parte de mi vida. Me duele personalmente el deterioro de su democracia y me preocupa, como ciudadano del mundo y ciudadano europeo, la evolución de los acontecimientos en Estados Unidos.

P. En esta primera etapa en Estados Unidos, ¿te sentías conectado con España? Por ejemplo, ¿cómo viviste la victoria de José María Aznar en las elecciones del 96?

R. Cuando vivía en el extranjero estaba absolutamente desconectado de España. En la época anterior a Internet era difícil tener acceso a los medios de comunicación españoles, y gran parte de mi vida en el extranjero es previa a la aparición de internet, por lo menos a su uso sencillo y frecuente. Pero además, nunca me interesó mucho la política española. Estaba completamente sumergido en la realidad del país que me tocaba vivir. Cuando estuve en México, mis amigos eran mexicanos y hacía vida de mexicano. Y cuando estuve en Estados Unidos, como además tengo hijos nacidos allí, vivía en un entorno americano, y nunca he vivido con la nostalgia de lo español.

P. Entiendo que llegar a España en el año 97 e incorporarte a la sección de Internacional fue un shock.

R. Fue un shock porque hasta ese momento llevaba prácticamente toda mi carrera viajando, con las categorías de enviado especial, y después de corresponsal. Cuando regresé me encontré un país y un periódico que habían cambiado considerablemente. Ya no era el mundo de fantasía al que yo llegué en el 82, sino que era una empresa madura, con conflictos, con decepciones, y donde ese vínculo mágico que en su día se había establecido con la sociedad, se había desgastado y la situación era más compleja.

P. Tras una etapa en Internacional y otra al frente de la edición dominical del diario, vuelves a Washington. Estando allí, a finales de 2013, recibes una llamada de Juan Luis Cebrián, que te convoca a una reunión en Nueva York.

R. Cebrián me citó sin decirme el motivo, y sinceramente no sospeché de qué se trataba. Yo estaba entonces en pleno desarrollo de la edición América, que era lo que ocupaba en aquel momento todo mi tiempo y mi esfuerzo, y pensé que sería algo relacionado con ese tema. Entonces me planteó, al estilo de Cebrián, es decir, sin muchas contemplaciones ni rodeos, que quería que fuera director de El País. Supongo que balbuceé, me quedé un poco confundido y le pedí que me diera tiempo para pensármelo. Al día siguiente hablamos y le dije que sí.

P. ¿No pensaste en ningún momento que te lo fuera a ofrecer?  

R. En absoluto, porque hay veces que el nombramiento de un director está precedido de rumores, pero en este caso no hubo ningún rumor, ni existían sospechas de que fueran a sustituir al director de entonces, con lo cual fue una completa sorpresa.

P. Eso supone un cambio radical en tu vida, que entiendo recibes con sensación de vértigo.

R. De vértigo por mi parte, y de destrozo por parte de mi familia. Se lo tomaron muy mal y consideraron que era una trampa, que éramos muy felices en Washington, y que no debería haber aceptado y marcharme a Madrid. La verdad es que no tuve el apoyo de mi familia, cosa que comprendo, pero para mí no había duda. Siempre había hecho lo que me había pedido el periódico -ir a los lugares más lejanos, cumplir las misiones más arriesgadas-, entonces cómo no iba a aceptar esto.

P. Alguna vez te han dicho, a la vista de los acontecimientos, «te lo dijimos».

R. Claro que me lo han dicho. Pero yo no me arrepiento en absoluto, ha sido una etapa importantísima en mi carrera, de la que estoy muy satisfecho.

P. En el libro haces un esfuerzo -incluso se transcriben varios editoriales de la época- para demostrar que El País que dirigiste no tuvo siempre una postura beligerante contra Pedro Sánchez, que es por lo que más se recuerda.

R. Como se dice en estos casos, ahí están las hemerotecas para comprobarlo. La mayor parte de mi periodo como director, El País apoyó a Pedro Sánchez. Solo fueron unos meses finales de su etapa como secretario general cuando llegamos a la convicción de que debía ser relevado de ese puesto porque estaba haciendo una mala labor y porque estaba poniendo en riesgo el futuro político del Partido Socialista y, por tanto, del sistema de partidos en España. Y eso fueron los meses, entre el verano y otoño de 2016, que precedieron a su sustitución al frente del Partido Socialista. Pero durante la mayor parte de su trayectoria, desde 2014 hasta ese momento, El País apoyó a Pedro Sánchez, y lo apoyó en las elecciones en las que participó, lo apoyó en los debates electorales que tuvo en esa época y en general tuvo una actitud de expectativa y bastante complaciente. E insisto, ahí están las hemerotecas para comprobarlo.

P. La quiebra se produce efectivamente en el momento en que Rajoy gana las elecciones por segunda vez. Además, el PSOE baja en escaños y el PP sube. Pedro Sánchez se enfrenta al famoso trilema: gobierno Frankenstein, terceras elecciones o abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy. La resistencia de Sánchez a esta tercera opción, que parecía la más sensata, provoca una crisis en el Partido Socialista y este es el momento en que se publica el famoso editorial que dice: «Pedro Sánchez ha resultado no ser un dirigente cabal, sino un insensato sin escrúpulos que no duda en destruir el partido que con tanto desacierto ha dirigido antes que reconocer su enorme fracaso». En el libro reconoces que estas palabras son tuyas, y también que quizás sobraba algún adjetivo.

R. Probablemente. Efectivamente, la quiebra se produjo cuando hubo que ir a unas terceras elecciones. Primero hubo que repetir unas elecciones, que ya era una anomalía en España, y desde luego en el contexto europeo. Repetir unas elecciones en Europa, en una democracia madura como es la española, no era una decisión sencilla. Se hizo y El País respaldó esas segundas elecciones, y culpó a Rajoy de no haber sido capaz de formar Gobierno. También apoyó los esfuerzos de Sánchez por formar Gobierno y apoyó el pacto al que llegó con Ciudadanos, e insistió en que Sánchez no debía dar sus votos a Rajoy después de esas primeras elecciones, sino que su obligación constitucional era tratar él de formar gobierno. Es decir, que después de esas primeras elecciones considerábamos que el culpable era Rajoy por no haber asumido su responsabilidad de formar Gobierno y le dimos todo el apoyo a Sánchez. Pero no consiguió formar gobierno por culpa de Podemos, que se negó a respaldar el pacto entre el PSOE y Ciudadanos, y condenó al país a unas segundas elecciones. El resultado es el que has contado: el PSOE bajó, el PP subió, y ya la situación era clara para todo el mundo. Se ha dado la voz a los ciudadanos y han dicho que quieren que gobierne el PP y es así, no hay más. La situación era clara, y así pareció entenderlo Pedro Sánchez en un primer momento. Todas las personas que hablaron con Pedro Sánchez le dijeron que había que abstenerse para que Rajoy gobernara, y Pedro Sánchez estaba de acuerdo.

Imagen: Carmen Suárez.

P. ¿Incluidos sus colaboradores más cercanos?

R. Sí, incluidos Antonio Hernando y Óscar López. Todos compartían que no había más alternativa, pensar en unas terceras elecciones era un despropósito fuera de cualquier cálculo en ese momento. Y parece que Sánchez también lo entendió así. Incluso encargó un argumentario a gente relevante dentro del partido para poder explicar por qué había que abstenerse y permitir que Rajoy gobernara. Pero de repente, en ese verano de 2016, algo pasó por su mente que hizo que cambiara de punto de vista, y que empezara a hablar de que existía una mayoría alternativa de izquierdas. Y ahí sí, El País se puso frontalmente en contra: nos parecía que era un asunto gravísimo la manera en que Sánchez estaba manejando esa situación. Eso condenaba al Partido Socialista a un sufrimiento enorme, a una derrota brutal y nos parecía que nuestra obligación era decirlo. Y ese editorial al que tú te refieres fue justamente después del último paso que da Sánchez en aquel momento, que fue cuando se sintió totalmente acosado y se sintió sin ningún apoyo dentro del partido. Pero él intuía que tenía el apoyo de las bases del partido, porque las bases son siempre más de izquierdas que la dirección, y convocó un Congreso extraordinario que se celebró una semana antes de que venciera el plazo para la votación de la investidura de Rajoy. Es decir, sin tiempo para corregir la posición. Además, un Congreso extraordinario en el que el Partido Socialista se tendría que dividir entre votar a favor o en contra de Rajoy, un debate maniqueo y falso. Nuestra posición fue que ese Congreso era un paso arriesgado e insensato, y que nuestra obligación era decirlo tal como era. Y eso es lo que dijimos en el editorial, no sé si con las palabras más afortunadas porque los editoriales, como casi todo en esta profesión, se escriben en caliente. Y ese editorial se escribió a las ocho o nueve de la noche, en medio del fragor de una situación interna muy compleja y una situación política muy difícil. No sé si fueron las palabras más acertadas, pero escribimos lo que consideramos que El País tenía que decir en aquel momento.

P. El problema de las palabras gruesas es que eclipsan las ideas que expresan. Pero en todo caso, el Partido Socialista reacciona y neutraliza a Pedro Sánchez.

R. Las palabras gruesas se recuerdan más porque eran en contra de un dirigente de izquierdas. El País había tenido muchas veces palabra gruesas contra políticos de derechas. Por ejemplo, contra Aznar hubo muchas, se le acusó de poner en peligro la democracia, de haberse comportado de forma irresponsable… No llamaba la atención porque que El País tuviera una posición dura contra Aznar parecía dentro de lo normal. En cambio, era la primera vez que se hacía contra un secretario general del PSOE.

P. Pedro Sánchez no se rinde y decide presentarse a las primarias. En el libro cuentas un encuentro bastante llamativo con él.

R. En la primavera de 2017, decide que va a ser candidato a las primarias. Sánchez me llamó a través de un intermediario y cerramos un encuentro para comer en un restaurante que no era de los habituales a los que solíamos acudir. Y fue aún más llamativo el espacio dentro del restaurante, porque no era un reservado al uso, sino que era como un almacén, con una mesa habilitada para esa comida. Él estaba muy serio, con un lenguaje corporal muy hostil y un tono seco y poco amistoso. Tampoco le di mayor importancia, estaba molesto conmigo y ya está. Le pregunté que de qué trataba la reunión, y lo que quería de mí era una cosa un poco sorprendente: asegurarse de que el periódico iba a ser neutral en el proceso de primarias. No recuerdo exactamente las palabras, lo cuento con más detalle en el libro, pero de forma somera le dije que las cosas no se hacen así, que el periódico no negocia su neutralidad con los políticos. No tenemos la obligación, ni ética ni profesional, de ser neutrales en un proceso político. Por tanto, le dije que no tenía por qué garantizarle ninguna neutralidad, que lo único que podía hacer era garantizarle la calidad de las informaciones, que estuvieran bien hechas, que fueran equilibradas… en fin, lo obvio como periodista, no necesito explicarlo más. Creo que quedó bastante decepcionado con esa conversación porque iba con un planteamiento equivocado. Quizás creía, y tal vez cree, que los periódicos tienen que ser neutrales en un proceso político y que El País, tratándose de un asunto crucial del Partido Socialista como eran unas primarias, tenía la obligación de ser neutral, dado el peso que podía tener en el electorado socialista. Y eso en absoluto es así. Otra cosa es que sea ecuánime.

P. Que diga la verdad.

R. Evidentemente. Después fue neutral editorialmente, porque no encontramos ningún candidato que claramente fuera de nuestra predilección, los tres candidatos que había tenían pros y contras, con lo cual tampoco es que el periódico fuese editorialmente a favor de uno.

P. Alfredo Pérez Rubalcaba es quien te informa de la victoria de Pedro Sánchez en las primarias, y en ese momento, según dices en el libro, tú sabes que tus días como director de El País están próximos a su fin.

R. Sí, fue un pensamiento que tuve, no lo hablé con nadie. Pero pensé que Pedro Sánchez iba a tomar el control absoluto del partido porque no solamente había ganado a Patxi López y Susana Díaz, sino que había ganado a Felipe González, a Zapatero, a Rubalcaba, había ganado a todos. Era el dueño del partido y así se comportó a partir de ese momento. Nunca más ha habido primarias, ni se ha reunido la Comisión Ejecutiva. Se ha hecho lo que el secretario general ha dicho y punto, no ha vuelto a haber discusión interna. Y como líder del Partido Socialista, antes o después sería presidente del Gobierno, y eso iba a ser muy difícil que fuera compatible con que yo fuera director de El País.

P. Una cosa que tampoco se recuerda es que El País apoyó la moción de censura contra Mariano Rajoy.

R. El periódico fue nítido con respecto a la moción de censura. La sentencia de la Gürtel dejaba a Rajoy en una situación política insostenible. Y así son las cosas en política, era necesaria una moción de censura para relevar a Rajoy, y si el partido no lo relevaba, tendría que haber un gobierno alternativo. Eso lo tuvimos clarísimo, lo que no veíamos era una mayoría alternativa. Nos parecía que la mayoría que Alfredo Pérez Rubalcaba calificaba de Frankenstein, no era una alternativa que diera estabilidad y que tuviera una coherencia política para navegar el tiempo tan difícil que se estaba viviendo. Creíamos que era necesaria una moción de censura para convocar elecciones cuanto antes. Y ahí está el problema: Pedro Sánchez no quería convocar elecciones. La objeción de Sánchez con la línea editorial de El País no es que apoyara a Rajoy, que jamás lo apoyó; El País apoyó a Sánchez en la moción de censura, pero no consideraba que Sánchez tuviera autoridad y legitimidad suficiente para quedarse en el Gobierno con el apoyo de partidos cuyos dirigentes estaban en ese momento en la cárcel por haberse levantado contra España. Es delirante que se pensara que eso podía dar una mayoría de estabilidad política a España, y nosotros así lo dijimos, que eso no generaba una mayoría de gobierno. Y Sánchez, que en aquel momento hacía el cálculo de que si convocaba elecciones las perdía, pues optó, como siempre suele hacer, por lo que le convenía a él, que es no convocar elecciones y esperar a que se presentara la oportunidad de convocarlas cuando pudiera ganarlas. Y es exactamente lo que hizo. Y como yo sospechaba, alguien debió pensar que resultaba incompatible que él cumpliera el plan de quedarse en el gobierno sin elecciones, con un equipo de dirección en El País que estaba constantemente pidiendo elecciones.

P. ¿No es una anomalía que un cambio de gobierno provoque un cambio en la dirección de un periódico?

R. No me consta que haya una relación causal, pero esa es la apariencia que da. Cuando se produjo mi destitución, llamé a mis amigos de la prensa extranjera para comunicárselo. Y cuando llamé al director del Washington Post y al director de La Repubblica, que eran muy amigos míos, los dos me preguntaron lo mismo: cómo podía ser que un hecho político influyera de una manera tan determinante en la decisión de un periódico. Yo les dije que no me constaba que hubiera ocurrido así, ellos estaban haciendo una relación causa-efecto de la que yo no tenía constancia. Pero el caso es que así ocurrió.

P. Incluso aunque no existiera esa relación causal, había que cuidar que no pareciera que existía. El propio Rubalcaba te dice que tu destitución no sería inmediata, porque todo el mundo la atribuiría al cambio de gobierno. Y sin embargo, así fue.

R. Creo que quien tomara la decisión se basó en la teoría del mal menor. La prioridad de ese momento era dejar de pedir la convocatoria de elecciones, eso era lo esencial. El editorial que El País publicó poco después de mi destitución, «Punto y aparte», acaba diciendo que el momento de convocatoria electoral lo debe decidir el presidente del Gobierno. Esa es la clave, todo lo anterior sobra. Lo importante es que se estableciera que no era necesario convocar elecciones, y que esa es una decisión que compete exclusivamente al presidente del Gobierno. Y ahí ya tenía Pedro Sánchez tiempo suficiente para actuar y gobernar con quien él podía gobernar en ese momento, que es con quien gobierna en la actualidad. Lo que no tengo constancia es cómo se llegó hasta ahí, pero lo cierto es que ese es el paso clave que dio El País: de pedir elecciones lo antes posible, a considerar que no son necesarias. Eso permitió a Pedro Sánchez asentarse en el poder y convocar elecciones cuando la oportunidad le era más favorable para ganar.

P. Dices que la destitución de un director es algo normal, pero sí te quejas del trato que recibió tu equipo.

R. Eso es lo único que puedo denunciar. Yo no puedo denunciar mi propia destitución porque había estado cuatro años de director actuando con total libertad, y cuatro años en los tiempos actuales es un largo periodo para ser director de un periódico. Yo soy alto directivo de una empresa y esa empresa decidió emprender otros rumbos por las razones que sea y consideró que ya no correspondía con sus necesidades en ese momento. No hay ninguna irregularidad. Lo que sí es absolutamente irregular e injusto y merece ser denunciado es el despido de todo mi equipo, porque eso sí es una purga. Es innecesario despedir a siete profesionales, la mayor parte de ellos con larga trayectoria y dedicación absoluta al periódico durante toda su carrera, grandes profesionales que en cuanto salieron han tenido excelentes carreras en otros medios. Jamás había ocurrido algo así. Yo no fui el primer director destituido en El País, otros lo habían sido anteriormente, y jamás se había despedido a sus equipos. Al contrario, todos los equipos fueron tratados con guantes de seda y recolocados en posiciones extraordinarias.

P. ¿A qué atribuyes esta diferencia de trato?

R. Creo que había voluntad de hacer una purga, de mandar un mensaje interno y externo de que se había producido una corrección ideológica. Y eso es lo que me resulta realmente inaceptable. ¿Qué es lo que había que corregir? ¿Qué ideología habíamos incorporado a El País? ¿Que habíamos tenido una posición firme ante dos acontecimientos muy relevantes de la historia de España, como fue el debate interno del Partido Socialista y el procés en Cataluña? No lo puedo aceptar porque es falso, no había ninguna corrección ideológica que hacer porque nosotros no habíamos llevado ninguna ideología al periódico y, por tanto, hacer una purga ideológica en aquel momento fue un acto cruel e innecesario. En fin, no se me ocurren más adjetivos que sean publicables.

P. De tus cuatro años como director de El País, ¿cuáles son los logros de los que más te enorgulleces?

R. Del que más, desde el punto de vista profesional, de la renovación digital, porque además eso quedó plasmado en una nueva redacción. No todos los directores tienen oportunidad de construir una nueva redacción para un nuevo tiempo, y fue una construcción completa, se derribó la anterior redacción y se construyó una nueva redacción para un nuevo El País digital, que es el que existe actualmente. Después, como contribución editorial, me parece que la más acertada o la que más valor tiene fue nuestra posición firme contra el independentismo en Cataluña. Y es también el motivo por el que más agradecimientos he recibido. Yo no sé qué hubiera sucedido si El País hubiera coqueteado con la posibilidad de negociar con los independentistas, de convocar un referéndum no vinculante, o de abrir una mesa de negociación en aquel momento. Quizá todo hubiera transcurrido tal como ocurrió después. Pero lo cierto es que creo, sin falsa humildad, que la posición de El País fue muy determinante tanto en España como fuera. Tradujimos al inglés muchos de nuestros artículos y eso tuvo bastante impacto; aclaró algunas cosas fuera de España porque la cabecera tenía mucho peso. Y también nos movimos para defender la causa de El País, que es la causa de la España democrática y constitucional. Y de eso me siento también muy orgulloso.

P. Bueno, Antonio, terminamos con la pregunta que solemos hacer, a quién te gustaría que invitáramos a Vidas Cruzadas.

R. Me gustaría proponer a todo el equipo directivo que estuvo conmigo en El País. Pero como las entrevistas colectivas creo que todavía no entran dentro de tu especialidad, voy a proponerte al que quizá cargó con el mayor peso en la parte más complicada, que eran los editoriales. El director de opinión en aquel momento, y por tanto el responsable editorial de todo mi periodo como director de El País, fue Nacho Torreblanca, que sigue, por supuesto, en activo y haciendo un trabajo excelente en otras áreas.

La presentación del libro de Antonio Caño tendrá lugar el día 22 de noviembre a las 9 de la mañana en la sala Naranja de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.

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