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'Ménage à trois' en Barcelona: dos prostitutas y un escritor

El cronista argentino Laureano Debat cuenta en la novela ‘Casa de nadie’ su vida en un piso compartido con una madre y una hija que ejercían la prostitución

‘Ménage à trois’ en Barcelona: dos prostitutas y un escritor

Laureano Debat. | Cedida.

Escribía Laureano Debat (Lobería, Provincia de Buenos Aires, 1981) en la primera de las crónicas su libro Barcelona inconclusa (Candaya, 2017), donde relataba sus experiencias de la ciudad desde su mirada extranjera, que «los nueve meses que pasé en esa casa están escritos en libretas apiladas en un armario, listas para convertirse en esa novela que Sonia, hace tan sólo unos meses, recordó haber deseado, cuando le escribí un email para comentárselo». Hace referencia aquí Debat a su convivencia con una madre y una hija chilenas, que ejercían ambas de prostitutas en el piso que los tres compartían en la plaza Letamendi de Barcelona, situado sobre un convento de monjas (el de las Siervas de María de la calle de Enrique Granados) y cuya historia, tras las breves pinceladas del reportaje primero, acabaron convertidas en un relato de largo aliento y con vocación de novela de interiores. 

A Debat las chicas le habían dicho que trabajaban en casa, y no preguntó más. No fue hasta una semana después de ya instalado, y viendo a Sonia (la hija), vestida de mucama y con un tanga rojo embutido en el culo, cuando pensó que allí pasaba algo raro. Sonia, sin embargo, lo despachó sin mayor rubor, afirmando: «Sí, soy puta. Las dos lo somos. Estás viviendo con dos putas», y dejando claro con ello que su madre (Jimena) también se dedicaba al oficio más viejo del mundo, y que todo estaba bien. Así, vivir en ese piso, «que no era el típico piso compartido -dice Debat-, no solo porque había dos prostitutas, sino porque eran una familia», se convirtió en una singular experiencia que el escritor y profesor argentino supo ya bien pronto que algún día pondría negro sobre blanco.

Gracias al hecho de que Laureano Debat gozaba de una beca y no tenía que trabajar, podía estar algo más de tiempo en casa. Y ello propició no solo las confidencias con las chicas, sino también el ser testigo de las decenas, cientos de hombres que pasaban por la casa (mossos d’esquadra, descerebrados de gimnasio, proyectos de prostitutos o funcionarios de hacienda, entre otros muchos). La cosa con los clientes era ser discreto y con las chicas era ir dejándolas hablar. «Cada una contaba su historia a su manera. Tenían personalidades muy diferentes -comenta Laureano Debat-. La madre era muy diferente a la hija. Jimena (la madre) era mucho más sociable, encantadora. Sonia (la hija) era mucho más retraída, más empresarial, una mente más calculadora. No tomaba alcohol, no se drogaba, no fumaba. Era vigoréxica». Por el contrario, la madre se dedicó a vivir en Barcelona «toda una juventud que no había vivido». Así, en cierta manera, se podría decir que los papeles estaban invertidos. Y, además, era la única de las dos que tenía otra vida afuera de la casa (la madre). Sonia, por su parte, no solo no tenía amigas, sino que le costaba mucho mantener relaciones afectuosas estables con otras personas, ya que tan pronto era una persona tierna y cercana como distante y fría. Se movía siempre por impulsos.

«No puedo ver el escenario para ver cómo ellas tienen sexo, pero sí soy un ‘voyeur’ del camerino»

La casa de la plaza Letamendi estaba dividida en dos partes independientes. En una había tres habitaciones (y es el ala que ocupaban las dos chicas y que estaba vetada para el periodista argentino), y en la otra estaba la habitación de Laureano, que daba a un pato interior donde debajo quedaba el convento de las monjas y, frente a la cual, había una última habitación siempre cerrada. En el medio, el espacio neutro de la cocina y un hall, que sirve a los encuentros y como preámbulo del teatro del sexo y el amor que se producía en las habitaciones. Lo interesante aquí es que el sexo queda en segundo plano. No se ve, se relata. El narrador cuenta lo que le cuentan ellas dos después de haber realizado los servicios. Y esto contribuye a la idea teatral y performática no solo del libro, sino de las propias vidas de Sonia y Jimena. Se trata del concepto italiano de dietro le quinte, que viene a decir que todo lo que sucede en el escenario es ficción y lo que sucede en el camerino es la realidad. Sin embargo, en esta historia es difícil establecer esa distinción con claridad ya que todo se funde en una nebulosa sensación de irrealidad, y no se acaba de saber qué es realidad y ficción en la vida de las chicas. Debat lo explica de la siguiente manera: «No puedo ver el escenario. No puedo meterme como voyeur en la mirilla para ver cómo ellas tienen sexo, pero sí que soy un voyeur del camerino, y así el lector entra conmigo como un voyeur del camerino. Y dentro del camerino también hay mucha actuación. Hay como una performance constante.  Pero es un poco como la vida misma».

Portada de ‘Casa de nadie’.

Laureano Debat divide Casa de nadie (Candaya, 2022) en una estructura en tres partes más una suerte de epílogo dilatado, que es la última visita del escritor a la casa (cuando ya no vive allí), para recoger unas facturas pendientes. Es cuando se da cuenta de que Sonia se ha abandonado y que todo el piso rezuma un sórdido aroma decadente. Las otras tres partes se componen del presente de la casa (en una suerte de cuaderno de bitácora o diario que es una selección de momentos), de otro lado está todo el pasado de las chicas y, en última instancia, está la secuencia alterna llamada «Vademécum», y que se compone de breves textos donde se detallan los medicamentos que tomaban a diario Jimena y su hija Sonia a puñados (Zolpidem, Ciclobenzaprina, Favilax, Riboflavina o Modafinilo, entre muchos otros) y que sirve de metáfora de la automedicación de dos mujeres que andan un poco a la deriva, pero también para que el narrador nos explique algunas historias relacionadas con los medicamentos, así como su propia relación con ellos (en el caso de que la hubiere). Se trata de textos que mezclan lo científico, lo médico y lo ensayístico.

Lo más importante de Casa de nadie es, en última instancia, que no juzga, que no establece ningún juicio moral sobre la prostitución ni busca razones deterministas para que madre e hija acaben en este oficio, sino que se afana en comprender la historia en su compleja totalidad y deja que el lector se dé cuenta de que nunca nada es blanco o negro.

«Sonia en dos horas se ganaba los 300 euros que yo le pagaba por la habitación»

Escribió Émile Zola en 1880 su novela Naná, perteneciente al ciclo de Les Rougon-Macquart, donde el escritor francés cuenta las aventuras y desventuras de una joven que ejerce la prostitución, y cuyo interés radica más en el dinero que en el verdadero amor. Y se podría decir que Jimena y Sonia son una suerte de Nanás del siglo XXI. A ciertos clientes los invitaban a cenar a la casa como si fueran amigos; los recibían en el hall y ambas eran muy buenas y acogedoras, forzaban su simpatía y hacían sentir a los hombres como en casa. El servicio, además, después del sexo incluía una copa (pero solo ginebra o ron) y una ducha (que podía ser antes o después del coito). Nada en la casa, además, indicaba cualquier tipo de signo de pertenencia, identidad, singularidad o presencia. No había cuadros en las paredes y todo era mayoritariamente blanco, desnudo y, muy importante: limpio y ordenadísimo. Como si fuera un lugar siempre dispuesto a recibir a alguien nuevo del que olvidarse al momento, pero también como si fuera un lugar temporal, de paso, para Jimena y Sonia. Dicho de otra manera: como si no quisieran (ni permitiesen) que la casa fuera sinécdoque de su personalidad e identidad (laboral ni lúdica).

En esta historia hay, no obstante, una gran pregunta: «¿Y, por qué tú?», le cuestiono a Laureano Debat, una mañana de sábado barcelonesa, sentados en un bar de la plaza Santa Madrona, en el Poble Sec, no demasiado lejos de la calle donde nació Joan Manuel Serrat. Debat no lo tiene claro, quizá porque era, a su vez, extranjero, dice. Porque lo cierto es que, desde el primer minuto, le cogieron mucho cariño y lo trataban como uno más de la familia. Incluso le pidieron que dijera que era «su primo», cosa que no tenía mucho sentido, ya que el acento argentino y el chileno son bastante diferentes. Quizá porque Sonia no quería compartir el piso con mujeres, advierte Debat. Lo que es seguro es que no fue por dinero, «Sonia en dos horas se ganaba los 300 euros que yo le pagaba por la habitación». Y seguramente tampoco como protección o para defenderlas. «Nunca me hablaron de ello y tampoco sé muy bien qué hubiera pasado de haberse producido algún altercado violento con un cliente, pues solo me he peleado a los puños una vez en mi vida», confiesa Laureano Debat. Y añade: «Hay muchas cosas con ellas que son inexplicables, que yo no puedo explicar y que dejo al criterio del lector». Lo que es seguro es que «a mí me cambió la vida vivir con ellas»-dice el cronista argentino-. «Me encantó estar con ellas».

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