THE OBJECTIVE
Cultura

Zoe Valdés: «Vivir bajo los totalitarismos enferma»

La escritora cubana, exiliada desde hace 30 años, plasma su memoria y pensamiento en su nuevo libro ‘La intensa vida’

Zoe Valdés: «Vivir bajo los totalitarismos enferma»

La escritora Zoe Valdés. | Almuzara

En los 70, en la Cuba socialista, tener bragas sin remiendos era una pequeña conquista individual. Zoe Valdés, a la sazón adolescente, se recuerda a sí misma con «el blúmer lleno de huecos y desbemba’o en las patas». Aquello era más embarazoso que abrirle hueco al pie en las sandalias azul soviético que se habían quedado pequeñas, más que comer pan con bijol día sí día también, más que habitar solares desvencijados, siempre a punto de caerse. «No hubo nada peor para mí que la época de adolescente en Aquella Mierdeta», recuerda. Aquella Mierdieta es también, en el argot de la escritora, la Ínsula de Cagonia, lo que el común conocemos como Cuba, concretamente a partir del año 59, el «año fatídico». 

Un día, una compañera de la Secundaria, apareció con unas bragas rojas, nada del otro mundo pero flamantes. Gracias a aquel «blúmer» se granjeó las mejores notas de la escuela: todas le permitían copiar a cambio de ser periódicas usufructuarias de las bragas. «De modo que el blúmer rojo de Maritza se convirtió en el blúmer del pueblo (…) Dio la vuelta a la escuela y pasó por todos los ‘totos’ de todas las niñas de mi grado». Socialismo real. 

Portada del libro

La anécdota la cuenta Zoe Valdés (La Habana, 1959) en La intensa vida (Berenice), un repaso «a jirones y desgarros» por su memoria dentro y fuera de la isla, su pensamiento y su carrera literaria. «Para quien nació en el año 59 en Cuba, el año del error, todo era muy intenso: estabas construyendo un mundo mejor y así nos vendieron nuestra infancia, adolescencia y juventud; pero la realidad era otra, era dramática», explica a THE OBJECTIVE. La escritora no hace concesiones a la nostalgia con el «inmenso corral» cubano, ajusta cuentas con sus políticos y sus artistas agradecidos. 

No obstante, entiende con pena y rabia el curioso revival sentimental del socialismo: «Existe entre gente que no conoció estos regímenes, pero más dramático aún es entre quienes lo conocieron. Cuando triunfó la Revolución, a mi madre, con 27 años, a mi abuela y a mí misma de pequeña nos quedaba todavía el sabor, el olor y la visión de lo que había antes. Pero nos fueron imponiendo productos soviéticos pasados de fecha: las latas llegaban abofadas. Al abrirlas el olor a podrido subía al techo y te lo tenías que comer. El paladar se fue acostumbrando a eso, hasta el punto de que en el caso de los cubanos que se fueron a Miami y se exiliaron las latas de puré de tomate les sabían mal porque no sabían a las de Cuba. Tampoco se habituaban al tipo de ropa, demasiado suavecita».

Zoe Valdés pisó Europa por primera vez con 23 años y regresó episódicamente. De aquella experiencia recuerda con asombro el descubrimiento de la libertad y los derechos, «entrar en una librería y escoger libros sin miedo. Recuerdo entrar en Visor, que para los cubanos era un mito, y ver el libro de Fernando Arrabal Carta a Fidel Castro junto a la Carta al general Franco. Me entró miedo a cogerlo, miraba a todos lados». 

«Nos fueron imponiendo productos soviéticos pasados de fecha: las latas llegaban abofadas»

Zoe Valdés

Como a tantos exiliados, esa incómoda sensación de ser perseguido o espiado acompañaría a su madre toda la vida, una vez radicadas en París. Valdés dejó la ‘Ínsula de Cagonia’ definitivamente hace 30 años. No ha podido regresar. Es más, cuando tuvo que tramitar su pasaporte al divorciarse, «salió un orangután» a recibirla y expulsarla del consulado en París. «Reinaldo Arenas decía que nos convertían en no-personas a los exiliados. A mí España me devolvió la condición de persona y le estaré toda mi vida agradecida. Luego por asuntos varios tomé Francia como cuartel, pero en mi cabeza España es mi país, porque allí tengo más amigos y lecturas, y porque el idioma es mi país».

En Europa, la joven autora descolló rápido. El enorme éxito de La nada cotidiana (1995) la libró de languidecer como una paria y la colocó en posición de hacer frente al escepticismo de la gauche divine. «Cuando estás en Cuba, los de fuera te clasifican como alguien de izquierdas, pero una vez te vas esos mismos que eran tus amigos cuando visitaban la Isla, te viran la espalda. Muchos amigos españoles y franceses me viraron la espalda, pero yo no había cambiado. La nada cotidiana vendió cientos de miles de ejemplares y eso me dio fuerza y me hizo hacer nuevos amigos. Pero ese rechazo lo vivieron Reinaldo Arenas y Guillermo Cabrera Infante. Yo he ido caminando con él y su esposa por Londres y he visto a un español escupirle a la cara. Nos han hecho mítines de repudio en los restaurantes y en las calles, pero también muchos otros se nos han acercado a abrazarnos». 

Portada de ‘La nada cotidiana’

La autora ha vivido hostigada por los agentes cubanos: amenazas, bebidas sospechosas aparecidas de la nada, agresiones. En la última visita de Raúl Castro a París, «se metieron en mi apartamento en mi ausencia, sacaron todas las gavetas, dejaron los grifos abiertos, cambiaron cosas de lugar…». 

Para Valdés, nada ha cambiado sustancialmente en la Isla desde el acercamiento con Obama y la muerte de Fidel y el retiro de su hermano. Díaz-Canel, asegura, «no gobierna» y los Castro ya tienen «una generación de reemplazo». Reformas como la del colectivo LGTBI son «teatro, la teatralidad castrista de siempre; los que hemos vivido eso lo olfateamos al instante». La Habana, mientras, sigue siendo, dice, «la cabeza de hidra» de la izquierda latinoamericana, la de Kirchner, la de Maduro, la de Pedro Castillo, «gobiernos muy corruptos que siguen el reciclaje que quería Raúl Castro del socialismo a través de las constituciones». 

Occidente, entre tanto, sigue condescendiendo o, peor aún, ensayando vías supuestamente regeneradoras que ocultan pulsiones totalitarias. La intensa vida, escrita en torno al año 2017, coincidente con el estallido del caso Weinstein y el auge del feminismo, contiene reflexiones ácidas sobre este movimiento. La autora recuerda en esta entrevista cómo Fidel Castro reconvirtió el «barrio de las putas» de La Habana y transformó a las prostitutas en milicianas que patrullaban las calles mientras «pedía a las madres que le llevaran niñas de 13 y 14 años al Hotel Habana» y reprimía a los homosexuales en campos de concentración. «Esa moral castrista es muy parecida a lo de ahora sin llegar a esos extremos, claro. Pero es gente moral y moralista, siempre dando lecciones, que quieren perfeccionar lo que no puede tener perfección, la vida, que es muy compleja; quieren, como dice Camille Paglia, hacer de la vida una especie de paraíso artificial. Eso es completamente orwelliano». 

En España, esa querencia por los modos de la izquierda latinoamericana la advirtió Valdés en Podemos. «Desde el primer momento identifiqué el cambio total y destructor de la política española. Yo intento defender la verdad y que no se manipule como nosotros fuimos manipulados. Lo hemos vivido, lo he alertado, pero siempre me dicen ‘Zoe, tú ves comunismo por todas partes, estás enferma’; sí, es una enfermedad, vivir bajo los totalitarismos enferma. Y me duele mucho ver cómo ha cambiado un país o una ciudad como Barcelona que yo conocí en los 80 y tenía un nivel de libertades».

A sus 63 años, Zoe Valdés espera poder volver a vivir un día en Cuba «si hay libertad y democracia». A su madre le prometió que siempre «lucharía por la libertad de Cuba». A su hija, a la que sacó de la Isla con un año de vida, le dijo más aún: «Le prometí que volveríamos».

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D