Por qué decimos 'asín': habla e identidad
Doce historiadores de la lengua reúnen en la obra ‘Como dicen en mi pueblo’ el tesoro de las diferentes voces españolas y piden tolerancia para sus variedades
No resulta fácil librarse de la gramática de la infancia, por eso los castellanos conjugan a su aire leísmo y laísmo; en Mallorca se usa coloquialmente el «estás empreñado» con el significado de «cabreado» y si pides un «reventado del Amazonas» te sirven un carajillo con una marca local de ron; en el Levante llaman «pelotas» a las albóndigas y usan el adverbio «asín». Asín que la respuesta al porqué de estas expresiones se encuentra en Como dicen en mi pueblo (Editorial Pie de página), un proyecto coral de doce historiadores de la lengua, con prólogo de la académica de la Lengua Inés Fernández-Ordóñez. Los lingüistas piden tolerancia con las formas de hablar.
El novio le decía al padre: «Mira hemos pensao de casarse, ¿a usted qué le parece?». «Ay, pues mira, a mí me parece, si vosotros queréis, pues me parece muy bien que se caséis».
El pasaje anterior les sonará como muy de pueblo o muy antiguo. Quizás hayan rememorado la ya célebre frase de Lola Flores ante el aluvión de invitados en la boda de su hija: «Si me queréis, irse». En ambas se usa de manera poco ortodoxa el pronombre reflexivo se. El testimonio del octogenario, oriundo de Lucena del Cid (Castellón), se grabó en uno de los magnetófonos de los filólogos que desde 1990 han encuestado a más de 2.000 informantes por la geografía española para explorar los secretos ocultos de la lengua, preservados por sus hablantes. Su recuerdo sobre cómo eran las peticiones de mano en su época se integró en el Corpus Oral y Sonoro del Español Rural (COSER) (pronunciado cóser), y ahora forma parte también de uno de los capítulos, de Como dicen en mi pueblo. Editado por Ana Estrada, Carlota de Benito y Beatriz Martín, cada capítulo aborda una variación lingüística. Escrito con la idea de unir la divulgación con el humor, el ensayo se planteó como un regalo -en su 60 cumpleaños- de sus alumnos para la directora del Corpus, Inés Fernández-Ordoñez, catedrática de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española.
A lo largo de 31 años de encuestas, 1 .130 alumnos de Dialectología de la Autónoma de Madrid comprobaron in situ cómo en los campos de España se conjugan los últimos neologismos con los acentos del juglar. Si se introduce en el buscador de Google la secuencia «sois unos pringados», las respuestas de su archivo lo combinan sutilmente con el «sois unos pringaos». Este pringao sin d es el reflejo por escrito de un fenómeno común en el español oral: la pérdida del sonido d cuando se encuentra entre dos vocales. Decimos que alguien está atontao (no atontado) o cuadrao (en vez de cuadrado). La profesora de Lingüística Española en la Universidad Complutense Ana Estrada Arráez afirma que este fenómeno que surge en origen del paso del latín al español reaparece en los siglos XIV y XVI para extenderse de manera más sistemática dos siglos después. Y es que los cambios lingüísticos se mueven lentos pero seguros, el mínimo suele fijarse en 50 años. Así en en el siglo XX la elisión de la d en el discurso oral surge en nuevos conceptos, aunque no sea de forma canónica: todo/tó, nada/ná, perdido/perdío.
«La filosofía de este ensayo predica la tolerancia en la lengua: ‘Todo lo que se dice se puede decir’»
Lingüísticamente no hay diferencia entre las dos opciones. La filosofía de este ensayo predica la tolerancia en la lengua, tan necesaria todos los aspectos: «Todo lo que se dice se puede decir». Inés Fernández-Ordóñez, directora de COSER, aclara que normalmente los prejuicios tienen que ver con los hablantes. «El lenguaje siempre está vivo, no tiene sentido pretender que se mantenga sin variantes a lo largo del tiempo, solo las lenguas muertas permanecen inmóviles. Los cambios que se producen empiezan en la oralidad y son los hablantes los que deciden sobre su permanencia. La escritura es una innovación cultural, posee mayor prestigio y normalmente se asocia con la formalidad. Debemos conservar el lenguaje estándar pero nuestro progreso personal y social depende en ocasiones de su dominio, aunque conviene aspirar a ser bidialectal, lo mismo que bilingüe».
Del resultado de la investigación de la lingüista Estrada Arráez, que como el resto de los firmantes fue encuestadora del COSER, se desprende que no en todas las zonas de España se pierde la consonante en las mismas palabras y con la misma fuerza. Señala la mitad sur de la Península, sobre todo en Andalucía, como el punto donde se producen más casos en nuevos conceptos: ciertas consonantes pierden rasgos hasta desaparecer como, por ejemplo, la s en palabras como adiós/adió, además de la pérdida de la d en contextos que serían extraños en otras áreas, como en la terminación ido (marío/no marido).
Desde el punto de vista de los sonidos del lenguaje, Fernández-Ordóñez dice que Andalucía constituye un área dialectal clara. Desde finales de la Edad Media la s y la z se confunden y eso les proporciona una identidad muy clara ¿Por qué se ha mantenido el ceceo? «Su origen se remonta al ámbito político y económico que ocupaba Sevilla en el siglo XVI y en la voluntad de sus hablantes de mantenerlo, frente a otros dialectos, como forma oral».
Las modas cambian con la sociedad y esto vale tanto para la vestimenta como para la lengua; lo que hoy suena bien puede modificarse asociado a registros más coloquiales. Somos los hablantes quienes decidimos que vivan o mueran. Aceptamos que el mundo sea así, pero fruncimos el ceño si el mundo es ansí o asín. Para muestra dos ejemplos extraídos del COSER. El primero grabado en Santaleya (Córdoba):
- Informante 1: «Tiene un hermano mu raro».
- Informante 2: «Son personas y son asín y ya está».
Otra grabación, realizada en Antequera (Málaga). Hablan una abuela y su nieta: «Abuela, eso qué va, disparate, eso no me lo pongo yo, pero vamos abuela, calla, calla». Y ella: «Niña, eso, eso no es minifalda, eso es mini, mini, mini». «Ay, abuela pos asín van toas».
«’Ito’ e ‘illo’ así como sus respectivas formas femeninas son los sufijos diminutivos que mayor superficie ocupan de nuestro país»
Javier Rodríguez Molina, profesor titular de la Universidad de Granada, sostiene en el libro que, de manera velada, nuestra mente suele elaborar una asociación negativa entre estas formas no normativas del adverbio así y el nivel social o educativo de quienes las emplean. Otra vez los prejuicios lingüísticos. Eso mismo justifica que algunas formas se popularicen hasta extremos insospechados para luego caer en desgracia. Si seguimos el recorrido histórico que sugiere Rodríguez Molina encontramos que el adverbio así, uno de los más empleados, se convierte en asín en algunas zonas, pero también ansí en la América de habla hispana. Precisamente esta variante figura en el título de una novela de Pío Baroja, El mundo es ansí, publicada en 1912. Situamos el origen en el adverbio latino sic y, aunque figure como vulgar la denominación asín en el Diccionario o con los términos rural y en desuso en la forma ansí, las encontramos en las páginas del Quijote. La emplean también Santa Teresa, Quevedo o Cristóbal Colón y el anónimo autor del Lazarillo de Tormes. Ansí pasó de moda en el siglo XVIII pero se usa en cantidades no desdeñables en Andalucía, Murcia, Extremadura y en apariciones esporádicas en Valencia, Albacete, Toledo, Valladolid, Salamanca, Cuenca y Canarias
El asunto se complica cuando llegamos al uso de los diminutivos. Vaya por delante un ejemplo. Cuando al tenista murciano Carlos Alcaraz le preguntaron cómo quería que le llamasen, espontáneamente, respondió: «De todo menos Carlos, por favor. Carlos lo veo muy serio, es como que he hecho algo malo». Para Beatriz Martín Izquierdo, colaboradora científica en el COSER, tras esta declaración, Carlitos Alcaraz intuye que el diminutivo le aporta unas connotaciones diferentes a su nombre.
Por definición significa disminución del principal de donde se deriva y se expresan por medio de sufijos específicos, los cuales, como indica la Nueva Gramática de la Lengua Española, se añaden a numerosos sustantivos y adjetivos, y ocasionalmente a otra clase de palabras «para expresar tamaño, ponderación, encarecimiento, cercanía, cortesía, ironía, menosprecio y otras nociones que caracterizan la valoración afectiva que se hace de las personas, los animales o las cosas». De las transcripciones realizadas en COSER, la filóloga Martín Izquierdo ha extraído cerca de 10.000 palabras que contienen algunos de los sufijos más habituales. A través de ellos no solo se desvela el origen de las personas. Ito e illo, así como sus respectivas formas femeninas, son los sufijos diminutivos que mayor superficie ocupan de nuestro país. Ito/ita (más empleados con personas) aportan un matiz afectivo que parece no tener illo/illa (más empleado con entidades inanimadas).
La guinda a Como dicen en mi pueblo la pone la creadora y directora de COSER. Fernández-Ordóñez firma el prólogo y el espinoso capítulo titulado A eso no le doy importancia o por qué no hay que preocuparse por ser leísta, laísta o loísta. «Ante la duda yo siempre digo le». La frase en cuestión la ha escuchado cientos de veces cuando la gente se da cuenta de que su uso diverge del que se recomienda como uso culto del idioma. ¿Por qué le? Su respuesta es que ser leísta confiere prestigio, se encuentra socialmente aceptado y no está censurado por la Real Academia Española. Pero Fernández-Ordóñez no ve motivo de vergüenza en usar el laísmo o loísmo. «Personalmente no le pediría a un argentino que vosee y conoce casos de catedráticos de literatura que son laístas». Quizás la Academia debía repensárselo.
«La variedad lingüística es consustancial de la lengua. El dialecto es el habla de la amistad, de la intimidad… »
A principios de los años noventa, cuando arrancó el Corpus, no se conocía con precisión el límite lingüístico del leísmo. Más allá de que era habitual en las dos Castillas, parte de León y Cantabria, el trazado exacto -qué localidades eran o no leístas- era una incógnita. Las primeras campañas del COSER arrancaron en la primavera y verano de 1991 cuando un grupo de 11 integrantes, todos alumnos suyos, se dispersó por tres rutas diferentes entre Toledo y Cáceres para averiguar la forma de hablar en los pueblos de la zona. «Les interrogamos sobre la matanza para saber cómo se usaban los pronombres con una multitud de objetos diferentes: animados, como el cerdo que alimentaban, mataban, limpiaban y colgaban; inanimados, como el cuchillo con el que lo degollaban y el banco en que lo tendían. Cada noche tras las encuestas, reunían las notas y se decidía dónde dormir al día siguiente y por qué ruta continuaría la exploración para trazar la isoglosa (así llaman los dialectólogos a los límites lingüísticos)». Viajaban con mapa de carreteras, no había móviles ni Internet y a veces reservaron en hoteles de «dudosa reputación».
La educación obligatoria, el masivo acceso a los medios de comunicación e Internet han contribuido a universalizar la lengua, pero quedan aspectos que permanecen con una vitalidad tremenda. Su difusión a través de esos medios ha contribuido a la generalización de un tipo de español, pero los dialectos no desaparecen. La variedad lingüística es consustancial de la lengua. El dialecto es el habla de la amistad, de la intimidad… Finalmente, los individuos buscamos la aprobación social de los demás, razón por la cual imitamos al grupo al que creemos pertenecer. Los dialectos, según Fernández-Ordóñez, cumplen una función identitaria lo mismo social, que provincial. Y una de las formas de proyectar esa identidad viene a partir de la manera de hablar.
COSER se ha convertido ya en un documento histórico para los investigadores. Pese a que aún queda mucho por hacer y que solo se han registrado el 15% de las grabaciones con todos los fenómenos lingüísticos, los datos ya han dado pie a varias tesis universitarias. Transcribir, se queja Fernández-Ordóñez, resulta increíblemente laborioso, hay que reproducir cada detalle, cada duda del hablante, cada interrupción y cada ruido de campana (las campanadas son tan comunes que hay una marca específica en el COSER para ellas). El Corpus cuenta con 203 enclaves -cuya transcripción se puede consultar en la web (www.corpusrural.es)- de localidades correspondientes a diferentes provincias. Si en origen surgió con la idea de sacar la enseñanza universitaria de las aulas y acercarla a la realidad de los datos, hoy se contempla como un tesoro.
Amelia Castilla es periodista y autora del libro Mis entierros de gente importante (Editorial Demipage).