De Dickens hasta hoy, la reinvención del cuento navideño
Coinciden, entre las últimas novedades editoriales del año, varios títulos sobre la Navidad que reinterpretan los grandes clásicos navideños de la literatura y reescriben este género
Cuando Charles Dickens tenía 12 años su padre fue encarcelado por el impago de sus deudas y el escritor tuvo que trabajar en una fábrica de betún para calzado. Aquello condicionó después el resto de su producción literaria hasta el punto de que, ya en 1843, indignado ante un informe del gobierno inglés sobre el maltrato infantil en las minas e industrias, el escritor juró públicamente asestar un mazazo «en defensa de los hijos de los pobres». El golpe se convirtió, poco después, en uno de los cuentos más populares de las navidades de la literatura. La historia de un hombre avaro y amargado que, tras la visita de tres espectros, el fantasma del pasado, el presente y el futuro, buscaba redimirse.
El contenido de Dickens, escribe el español A. G. Porta en su último y original título, Persecución y asesinato del rey de los ratones representada por el coro de las cloacas bajo la dirección de un escritor fracasado (Acantilado), «es de tinte social, humanitario y de eso que ahora suelen llamar buenismo» que, como cualquier cuento de esta época, «posee una fuerte carga moral, aleccionadora, de buenas intenciones, que es lo que se pretende que sea la Navidad».
Huyendo de esa premisa, el original relato de título larguérrimo de Porta es una parodia de otro clásico de la Navidad. Antes que Dickens, ya en 1816 E.T.A. Hoffmann había escrito El cascanueces y el rey de los ratones, la historia de un juguete, el Cascanueces, que cobra vida y, después de derrotar el Rey Ratón, lleva a una niña a un reino mágico habitado por muñecos. Con una clara alusión a este relato, Porta nos narra el proceso de un escritor fracasado que nos hace cómplices durante la escritura de su propio cuento de Navidad, interpretado por un particular Scrooge, CEO de una gran empresa, en un recorrido que se cruzará con los grandes autores que han trabajado el género como Andersen, Calders, Capote, Kafka, Shakespeare o Monzó, además, por supuesto, del propio Dickens o E.T.A. Hoffmann. «No existe nada que sea absolutamente original en este mundo –escribe–. Todo está hecho, se da ánimos. Y todo está escrito, sentencia».
Una vuelta a la cerillera de Andersen
Como él, también la noruega Ingvild H. Rishøi reescribe ese clásico de la Navidad, La pequeña cerillera, que en el caso del español lleva a su escritor fracasado a imitar la versión postmoderna de Monzó, por rizar más el rizo. Pero al contrario que este, en defensa de otros niños, pero igual de vulnerables que los de Dickens, La puerta de las estrellas, publicada por Galaxia Gutenberg con traducción de Lotte Katrine Tollefsen, resulta una breve y hermosa fábula ambientada en la época navideña. Una mezcla entre aquel espíritu dickensiano –también con su particular señor Scrooge, que en la versión moderna de Rishøi es el propietario del negocio del «verde decorativo», Herman Eriksen-, y el relato de la fosforera de Hans Christian Andersen.
Así, La puerta de las estrellas narra la historia de una niña de diez años, Ronja, con un padre bondadoso pero alcohólico, que sueña con tener un árbol de Navidad y que termina trabajando junto a su hermana en el mercado de abetos navideños, tras una nueva recaída de su progenitor. Un entrañable relato que lanza además una crítica al consumismo, al espíritu navideño moderno y a la hipocresía –«nos contó que la gente moderna ya no compra regalos en Navidad, compran cabras en África, nos contó que África estaba hasta arriba de cabras», ironiza-, donde las navidades que evoca, eso sí, son las del presente.
«La gente –describe- carga con bolsas del Dia y empuja cochecitos de bebé por la nieve, los niños corren al colegio con las mochilas rebotando en la espalda y en el recreo de media mañana el conserje fuma apoyado en el portón de la entrada. Después se fundirá la nieve y los árboles de Navidad quedarán ahí tirados y marchitos frente a las torres de pisos, las praderas se colorearán de verde y se llenarán de dientes de león y así seguimos, la gente camina erguida, va haciendo eses y vuelve a erguirse, nacen bebés y mueren ancianos y en el recreo el conserje se apoya en el portón y exhala el humo hacia el cielo».
La Navidad como estado de ánimo
Y si el protagonista de A. G. Porta perseguía inútilmente año tras años el cuento perfecto de Navidad, un escritor real, Pablo Andrés Escapa, lo consigue en un hermoso libro de relatos –ya lo dice la mujer del autor fracasado en aquel otro libro, las historias han de escribirse, al menos, de tres en tres–. Ilustrado con un gran gusto por Lucie Duboeuf, bajo el título Herencias de invierno. Cuentos de Navidad (Páginas de Espuma), este volumen reúne algunos de los textos que, diciembre tras diciembre, durante veinticinco años, el autor leonés amontonó en su escritorio.
Una obsesión a la que llegó, cuenta él mismo, por tradición familiar. «En la voz de mi padre –señala–, todas estas historias llegaban arropadas por una ambientación costumbrista que incorporaba a la fábula los escenarios reales en los que vivíamos. Su virtud como entorno real era un espacio mágico donde el prodigio podía producirse con naturalidad. Se creaba así un tono en lo narrado que nos predisponía a aceptar lo portentoso con toda confianza. Yo creo que empecé a comprender entonces que la Navidad es un estado de ánimo».
Con horizontes en llamas, cenizas luminosas, naranjas escarchadas o estrellas errantes, Escapa construye ensoñaciones que se van apoderando lentamente del lector en un universo de reyes magos, bueyes, ángeles y portales de belén muy particulares donde el firmamento es capaz de desgarrarse, describe, en «un surco de fulgores amarillos, una siembra de luces que partía la noche en dos mitades. Pensó en un soberbio arado celestial que rompía el cielo por sus lindes».El escritor continúa así la tradición de una larga lista de autores españoles que, en el pasado, se dejaron seducir por esta época del año. Desde Benito Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán que lo cultivó en sendos cuentos, hasta Pedro Antonio de Alarcón o Mariano José de Larra que sufrió su particular delirio filosófico, y navideño, en uno de sus últimos relatos La Nochebuena de 1836. Yo y mi criado. Quizás porque como reflexiona el propio Escapa, «los cuentos de Navidad, a diferencia de otros géneros de cuentos, asumen sin necesidad de justificación un imaginario colectivo que tiende a lo maravilloso y que tiene la singularidad de obrar en la vida real antes que en la ficción. Durante unos días al año, en buena parte del mundo, se reproduce de manera colectiva uno de los grandes propósitos de la Literatura: la suspensión de la incredulidad».